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Elecciones: La hora del triunfo
Cómo un hombre prácticamente desconocido hasta hace apenas unos meses, se encuentra hoy en la antesala de la presidencia de la República.
La semana pasada Mauricio Cabrera escribió una columna sobre Óscar Iván Zuluaga en Portafolio titulada ‘Oveja con piel de lobo’. Se refería a que el candidato del Centro Democrático era una persona fundamentalmente decente, seria, preparada y con una amplia trayectoria profesional. Y agregó que “al aceptar convertirse en el instrumento para que vuelva al poder (el uribismo) le ha tocado ponerse encima la pesada piel de lobo”.
Esa combinación de la oveja y el lobo resultó. La mezcla de la personalidad bonachona de Zuluaga y la casi adoración de muchos colombianos por el expresidente Uribe, volvieron la campaña más aburrida de los últimos tiempos, la más emocionante. Durante los primeros meses, la candidatura de Zuluaga no fue tomada en serio. Se pensaba que el expresidente Uribe se había equivocado al escogerlo pues parecía que se trataba de un político tradicional, bastante desconocido y sin carisma. En ese momento, la alternativa viable contra Santos parecía ser Enrique Peñalosa. Encarnaba el concepto de ejecución y la lucha contra la politiquería, que eran dos vacíos que la opinión pública le atribuía a este gobierno. Durante esas semanas en el desierto, lo único que mantenía viva la candidatura del Centro Democrático era el incansable trabajo político del expresidente. Recorrió cientos de ciudades y municipios vendiendo un producto que en esos primeros momentos era apreciado solamente por la garantía de la marca Uribe.
Todo eso cambió cuando llegaron las cuñas de publicidad. Hasta ese momento Zuluaga era un hombre desconocido para la mayoría de los colombianos. Un exministro de Hacienda o un exparlamentario caldense, por lo general no son figuras que tienen reconocimiento nacional. Nombres como el de Alberto Carrasquilla o incluso el de Juan Carlos Echeverry, quienes hace apenas cuatro o dos años fueron ministros de Hacienda, a pesar de la admiración que gozan en círculos informados, no están en el radar de la opinión pública. Por eso el 60 por ciento de los colombianos ni siquiera sabía quién era el candidato del Centro Democrático cuando fue elegido. Ese desconocimiento le dio un margen de crecimiento a su candidatura diferente al del presidente de la República, quien por razones obvias era una figura nacional y por eso ya tenía un techo.
A esto se sumó que, en la medida en que lo fueron descubriendo, a los colombianos Zuluaga les gustó. Él, quien era considerado poco emocionante y nada carismático, comenzó a proyectarse como un producto atractivo. En la pantalla chica se veía preparado, enérgico y honesto. Tenía una autenticidad que la gente no veía en Juan Manuel Santos. Y también había un mensaje con claridad. Si la publicidad del presidente fue considerada la peor, la de Zuluaga fue reconocida como la mejor. Buena parte de ese éxito se le atribuye al brasileño Eduardo ‘Duda’ Mendonça, un gurú de la consultoría política, quien había ayudado a elegir a Lula da Silva y a Dilma Roussef.
Por cuenta de esos aciertos, el hombre que hasta ese momento era considerado simplemente un títere de Álvaro Uribe adquirió vuelo propio. Su candidatura despegó y como millones no lo conocían, millones se fueron identificando con él como un hombre de valores tradicionales, y más cercano y familiar que el presidente de la República. Zuluaga, quien había llegado a perder tres a uno frente a Santos en las encuestas dos meses antes de la elección, no solo lo empató sino que lo derrotaba en primera vuelta.
En ese momento surgió el episodio del hacker. A El Tiempo y a SEMANA les llegó un video en el cual el candidato aparecía en una oficina hablando con Andrés Sepúlveda. Este para algunos era un especialista en redes sociales y para otros un pirata informático. La conversación era una discusión rutinaria sobre estrategia electoral que contenía algunos elementos de información reservada, que la Fiscalía General considera ilegales. Queda por establecerse si el hacker estaba diciendo la verdad o simplemente cañando para valorizar sus servicios. La reacción de Zuluaga cuando escuchaba esos presuntos delitos parecía más la de un hombre muy ingenuo que la de un cómplice. Pero la dimensión política que adquirió el escándalo golpeó su campaña.
La detención de Sepúlveda como un delincuente le creó al candidato una situación muy incómoda. Por eso la negó inicialmente y su campaña de la ofensiva tuvo que pasar a la defensiva. Primero se acudió al argumento de que se trataba de un montaje, que incluso podía ser ficticio. Sin embargo, como el video estaba tanto en El Tiempo como en SEMANA para los que quisieran verlo, se podía cuestionar su edición pero no su contenido.
Ese escándalo acabó convirtiéndose en casi todos los medios de comunicación en un tsunami contra la campaña de Zuluaga. A la opinión pública, a la que no le importaban mucho las chuzadas, le empezó a parecer que se trataba de una persecución mediática contra un hombre honesto. El sentimiento era que le estaban cayendo al caído. Esto generó una solidaridad a favor de él, que pudo ser uno de los factores que enderezaron su campaña en los días anteriores a la elección.
Pero nada de eso se sabía en esos últimos días de incertidumbre. A pesar de que estaba golpeado psicológicamente por esa controversia, se defendió bien en los debates. Mostró dominio de los temas, fluidez en la expresión y capoteó las preguntas relacionadas con el hacker. Aun así, registraba cierta preocupación. Al final del último debate, mientras Santos reflejaba una sonrisa triunfante, Óscar Iván se veía algo mortificado. Existía la posibilidad de que hubiera tenido la Presidencia de la República al alcance de sus manos y de pronto la podía haber perdido. Ese hombre preocupado del viernes por la noche, reapareció radiante y brillando de alegría 48 horas después, al dar el discurso de la victoria. Fue un muy buen discurso y como Zuluaga tiene posibilidades de llegar a la Presidencia vale la pena resaltar algunos puntos.
Así como Santos anunció que esta campaña sería una elección entre el miedo y la esperanza, Óscar Iván presentó la segunda vuelta como la escogencia entre el continuismo y el cambio. Comenzó por agradecerle el apoyo al expresidente Álvaro Uribe y se comprometió a recuperar sus banderas. Tocó en forma elegante temas como la educación, la salud, la necesidad de evitar la guerra sucia y la importancia del equilibrio informativo. Sin embargo, la nuez de su discurso fue el tema de la paz. Como su victoria obedeció en gran parte a haber rechazado los diálogos de Santos en La Habana, quería dejar claro que él tampoco quiere volver a la guerra. Se comprometió a trabajar por “una paz seria, responsable y duradera”. Agregó que no se puede permitir que las Farc, el principal cartel de narcotraficantes de Colombia, comanden el país desde La Habana. Y en cuanto a la posibilidad de impunidad agregó que no está de acuerdo con que “el mensaje sea que es lo mismo ser honesto que delinquir, asesinar que salvar vidas, porque al final no hay castigo para los que actuaron mal ni justicia para las víctimas”.
Esas frases tienen gran acogida entre la opinión pública, pero entrañan riesgos. Ese es un tema en el cual es muy diferente hablar como candidato que como presidente si llega a serlo. Pretender reformular el proceso exigiendo un cese al fuego unilateral permanente y años de cárcel para el Secretariado, es cambiar el concepto de negociación por rendición. Y no es realista negociar con alguien poniendo como condición preliminar su sometimiento. Esto puede producir el rompimiento de los diálogos y el regreso a la guerra que el candidato dice querer evitar. El proceso de paz de Santos, que ha sido satanizado exitosamente, ha sido manejado con la prudencia que tiene que haber entre no conceder más de lo necesario y no exigir lo inaceptable.
Por último, cabe reconocer que la victoria en primera vuelta de Óscar Iván Zuluaga constituye un enorme triunfo político del ex presidente Álvaro Uribe. Fue él quien primero detectó el potencial del candidato cuando la mayoría de la gente pensaba lo contrario. Fue él quien trabajó infatigablemente por hacerlo elegir durante los días del desierto. En algunas ocasiones se le fue la mano, como con la acusación de los 2 millones de dólares del narcotráfico y su insinuación de que eventualmente no respetaría el resultado de las elecciones. Pero los colombianos y probablemente Santos y Zuluaga quieren que esas salidas de tono queden atrás y que las tres semanas que se avecinan para llegar a la segunda vuelta sean más civilizadas que la campaña que acaba de terminar. Mientras eso sucede, lo que ha quedado claro es que a Álvaro Uribe se le puede haber blanqueado el pelo, pero no se la ha ido el teflón.