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La hora de Naranjo

El nuevo vicepresidente puede aportarle oxígeno a un gobierno impopular donde más lo necesita: la implementación de la paz, la erradicación de coca y la seguridad ciudadana. Pero la válvula tiene limitaciones.

11 de marzo de 2017
| Foto: León Darío Peláez

La llegada de Óscar Naranjo a la Vicepresidencia no será una sorpresa, porque el presidente Juan Manuel Santos la anunció hace dos meses, pero tampoco es un asunto de rutina. Nunca un policía había llegado a un cargo político tan alto, el segundo en la jerarquía del Estado. Y se trata de una de las figuras públicas con mejor imagen sostenida durante años, hasta el punto de que algunos consideran que su inminente reemplazo de Germán Vargas Lleras le conviene más al gobierno que a él.

Naranjo reúne casi todas las condiciones que el expresidente John F. Kennedy consideraba para calificar si un nombramiento era bueno o malo: ser la persona correcta, para el cargo correcto, y en el momento correcto. Sobre lo último, el gobierno está desgastado y desprestigiado, y Naranjo es una válvula de oxígeno para darle aire a los 18 meses que quedan. Junto a los relevos que se producirán en varios ministerios en las próximas semanas, es una de las pocas fórmulas que quedan para aliviar los dolores propios de los periodos con el sol a las espaldas. Las encuestas indican que no solo los funcionarios están de capa caída, sino la percepción sobre las instituciones mismas. Y el exdirector de la Policía ha sido un defensor por naturaleza de la legalidad. Tiene un gran aporte por hacer.

La casa de Nariño, además, no tiene la fortaleza de los primeros años de Santos. Se ha debilitado en número de funcionarios de alto nivel, hay un desgaste natural después de casi siete años, y hay poca disposición –y capacidad- de repensar estrategias e iniciar nuevos proyectos. A Óscar Naranjo se le reconoce una visión estratégica y una capacidad para observar desde un prisma diferente al de los lugares comunes. Este talento es una combinación de su cabeza fría, su temperamento tranquilo y su fascinación hacia las labores de inteligencia.

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Naranjo se encargará de cuatro temas fundamentales, que quedarán incluidos en un decreto que le asignará funciones distintas a las que desempeñó Vargas Lleras: liderar la implementación de los acuerdos con las Farc, vigilar la seguridad ciudadana en las principales capitales, impulsar la política antidrogas y contra los cultivos ilícitos, y la protección de defensores de derechos humanos y líderes sociales. La larga trayectoria del exmiembro del equipo negociador en La Habana le da conocimiento y legitimidad en todos esos campos. Y los cuatro son asuntos cruciales para la última etapa del gobierno.

La implementación de la paz tiene graves problemas. Las zonas veredales en las que se están concentrando las Farc no están terminadas, los proyectos de ley en el Congreso no propiamente avanzan a velocidad fast track, hay versiones sobre presencia de grupos ilegales en los territorios que ha dejado la guerrilla, y se han aumentado los atentados contra líderes sociales. Hoy no está claro quién es el responsable de las tareas que están pendientes. Si Germán Vargas Lleras recibió el encargo de destrabar la burocracia para favorecer la construcción de infraestructura, Naranjo tendrá que poder en orden la casa del complejo andamiaje de la paz.

El general continuará el modelo de su antecesor en lo que se considera exitoso: la coordinación, desde la Vicepresidencia, de funciones en manos de otros ministerios y consejerías presidenciales. En ambos casos, aunque en campos distintos, se trata de hacer más eficiente la acción del Estado. En el caso de Naranjo, por cuestiones de talante, lo hará con menor protagonismo, mayor compromiso personal con el jefe y menores sospechas de actuar con agenda propia y con apuestas electorales futuras.

Porque la mayor diferencia entre Vargas Lleras y Naranjo está en las relaciones de ambos con el mundo político. A diferencia del vice saliente, Naranjo no tiene trayectoria partidista y ni siquiera una militancia conocida. El exdirector de la Policía ha servido en gobiernos de distintos colores y signos con igual dedicación. Por eso el anuncio de su nombramiento no ha despertado resistencias. Y eso es un milagro en un clima electoral crispado y polarizado como el actual. Una vez aprobada en el Capitolio la renuncia de Vargas –con un debate que generará controversias y unos sectores que votarán en contra para tratar de evitar su candidatura presidencial- se da por descontada una votación abrumadora para elegirlo.

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Ni siquiera es imposible que el uribismo lo apoye. En el Centro Democrático un sector lo odia, encabezado por José Obdulio Gaviria y Fernando Londoño, porque no le perdonan haber trabajado con Santos en el proceso de paz. Pero otro, liderado por Iván Duque, le ha expresado su apoyo público a Naranjo. La mayoría de la bancada de ese partido, sin embargo, es como el senador Ernesto Macías: no siente frío ni calor hacia el general. Y el jefe máximo, Álvaro Uribe, siente simpatías por él. Por su parte, Naranjo ha mantenido los canales de comunicación abiertos con el exmandatario, nunca se han cruzado ofensas mutuas, y frente a la enemistad forjada entre Vargas Lleras y el uribismo, el cambio es, en todo caso, favorable para ese partido de oposición.

La capacidad de Naranjo para generar confianza se extiende a varios sectores, incluida la guerrilla de las Farc. Su llegada a la mesa de diálogo de La Habana fue sorpresiva, pero con el paso de los días Naranjo se ganó la credibilidad de la contraparte. Su conocimiento del tema le permitió liderar la negociación acerca de las garantías de seguridad para los miembros de la guerrilla que se están desmovilizando, algo de gran importancia para las Farc, que verán con buenos ojos su presencia si en verdad se mete a trabajar en este asunto.

El gobierno de Estados Unidos también recibirá con beneplácito a Óscar Naranjo, quien ha participado en la política antidrogas y ha demostrado compromiso y conocimiento. A lo largo de su vida ha sido interlocutor de la embajada gringa en Bogotá, hasta el punto de aparecer en WikiLeaks como informador de la realidad política nacional, en uno de los pocos episodios polémicos de su hoja de vida. Ahora llega a la Vicepresidencia justo cuando los cultivos de hoja de coca se han disparado, y el gobierno de Juan Manuel Santos podrá presentar esos antecedentes en Washington como aval para su nueva estrategia de erradicación.

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Frente a tantas expectativas, la gran pregunta es qué tan grande es el capital de la credibilidad de Óscar Naranjo en tantos campos y frentes, y qué tan pronto se puede agotar. El papel aguanta todo. La realidad, en cambio, es tozuda. El nuevo vice llega en un momento crítico de desgaste gubernamental y de pugnacidad política. Coordinar una agenda tan compleja, en un ambiente adverso, requiere de mucha autoridad. Naranjo será jefe de funcionarios que antes fueron superiores suyos, como los consejeros del posconflicto, Rafael Pardo, y de Paz, Sergio Jaramillo. Falta ver cómo impone su mando y cómo demuestra la capacidad de coordinación de una máquina burocrática descuadernada y cansada.

El éxito de la gestión dependerá de tres factores: la agenda, la línea de autoridad, y el presupuesto. Es casi seguro que el presidente Santos cuenta con la voluntad política para decretar la asignación de los recursos necesarios, formales y en dinero, en las tres categorías. Pero nada garantiza que todo el plan se llevará a la práctica. Sobre todo, porque el factor tiempo corre en contra. Una Vicepresidencia de un año y medio es breve, sobre todo cuando se enfrentan expectativas y tareas de tan amplia magnitud. No hay que olvidar que los finales de gobierno son estériles para iniciar nuevos planes y para llevarlos a la práctica. Para Óscar Naranjo, no obstante, con sus obstáculos y oportunidades, esta es la misión más importante de su vida. Y un estratega, como él, suele sacarle provecho a este tipo de situaciones.