POLÉMICA

Palomino, un paraíso en alerta roja

Los encantos naturales de este pueblo, entre la Sierra Nevada y el Caribe, atraen cada vez más a miles de turistas. En los últimos cinco años han aparecido más de un centenar de hoteles y hostales que, debido a la falta de control, amenazan el futuro de este paraíso. Aún es tiempo de salvarlo.

20 de enero de 2018

Palomino lo tiene todo para ser uno de los destinos turísticos más importantes de Colombia. En tan solo 20 kilómetros cuadrados se puede encontrar la comunión entre la Sierra Nevada y el mar Caribe. Se trata de un paraíso para disfrutar el bosque tropical, la tranquilidad de la playa, los sonidos del mar, el murmullo de los ríos helados que bajan por el lecho de piedras filosas que parecen huevos prehistóricos, como los describía García Márquez, y la presencia de las cuatro etnias milenarias. Palomino es, en cierta medida, un Macondo real.

A este sitio embrujador solo llegaban, hace años, algunos mochileros, antropólogos u ornitólogos, que se atrevían a visitar la zona para estudiar a las etnias kogui, arhuaca, wiwa y kankuama que conservan sus costumbres; para observar la impresionante diversidad de aves o para disfrutar de unas playas y un mar casi virgen.

Palomino, un corregimiento del municipio de Dibulla, abre la entrada a La Guajira. A 76 kilómetros de Santa Marta y 91 kilómetros de Riohacha, hasta hace 10 años era un caserío fantasma que había vivido los rigores de la guerra entre los paramilitares del Resistencia Tayrona y la guerrilla de las Farc, tras ser, décadas atrás, uno de los enclaves de la marimba. Cuando todo eso quedó atrás, los habitantes desplazados comenzaron a regresar y detrás de ellos también inversionistas que tuvieron la visión de que en ese pedazo de tierra, entre los ríos Palomino y San Salvador, podría haber un atractivo para explotar. Un destino turístico distinto a Santa Marta.

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De los primeros hoteles que surgieron forma parte el Matui, que ha mantenido su oferta ecológica a tal punto que no tiene energía eléctrica, tal y como cuando comenzaron a operar. A 2,5 kilómetros de la troncal en dirección hacia la Sierra Nevada, está el Reserva One Love, que solo tiene 7 cabañas, cuyos propietarios declararon el 80 por ciento del terreno de más de 80 hectáreas que bordea el río Palomino como reserva y al que ingresan los miembros de la etnia kogui, con quienes los turistas tienen el privilegio de compartir.

Otros, como los propietarios del hotel Aite (voz kogui que significa descanso), hoy tienen 15 cabañas. Este comenzó como un bed and breakfast (alojamiento y desayuno). Asombrados por la naturaleza contrataron a un biólogo que caracterizó la flora y la fauna, en especial las aves. Encontró 80 especies de aves pertenecientes a 14 órdenes, 33 familias y 71 géneros, así como una rica vegetación con árboles como el caracolí, higuerón, camajón, campanos, hobos, gusaneros, yarumos, palma amarga, guayacán rosado, ceibas y balsos, además de árboles frutales.

La historia del paraíso de Palomino se fue regando gracias al voz a voz de los turistas y a las páginas y a las redes sociales. Eso generó con el paso de los años una explosión de visitantes que hizo que en el último quinquenio Palomino pasara de 10 hoteles y hostales a más de un centenar. Las casas del pueblo y muchos lotes han terminado de hoteles, sin que nadie controle su operación. La Asociación de Hoteles y Hostales de Palomino, de acuerdo con su director, Oliverio Rodríguez, cree que debe haber entre 120 y 150 sitios que ofrecen algún tipo de hospedaje.

De hecho, esa asociación tiene 28 afiliados y 600 camas, pero como no hay un registro confiable, se desconoce la magnitud de la oferta. En muchas casas ofrecen cuartos en alquiler, y hasta en solares, parqueaderos o potreros brindan la posibilidad de colgar hamacas, instalar una carpa o dormir en cuartos compartidos en colchones sobre el piso. Solo en Booking, hay más de 90 hoteles y hostales.

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Los precios varían según la calidad del camping, hostal, casa u hotel. Oscilan entre 15.000 y 20.000 pesos por persona hasta 1.200.000 pesos por pareja. De acuerdo con la temporada, los valores aumentan o disminuyen hasta un 50 por ciento. Vienen muchos alemanes, franceses, holandeses, argentinos, israelíes y chilenos. También hay quienes llegan a Palomino y dejan el equipaje para irse a Punta Gallinas, al Cabo de la Vela o al parque Tayrona con una muda de ropa.

Aunque es difícil establecer el número de visitantes, 2.075 turistas extranjeros fueron transportados en 2010 hasta el corregimiento de Palomino, mientras que en 2017 llegaron 10.256, de acuerdo con el Registro Nacional de Turismo del Ministerio de Comercio y Turismo. Pero en 2017 solo el hotel Aite reportó 7.980 huéspedes entre extranjeros y colombianos.

En fin, Palomino pasó de ser un pueblo de pescadores y agricultores a un sitio turístico, pero con ese auge también aparecieron problemas para los que no estaba preparado un corregimiento donde solo hay cuatro policías y un puesto de salud con horario de oficina. Incluso la Alcaldía de Dibulla está a 30 minutos.

“Nos agarraron con los calzones abajo”, reconoce el alcalde de Dibulla, Bienvenido Mejía. “No estábamos preparados para atender esta avalancha de turistas. Por eso el municipio dejó de expedir licencias de construcción”, afirma, acompañado por las secretarias de Hacienda, Sandra Suárez Levette, y de Turismo, María Teresa Jiménez. Ellas anunciaron a los enviados de SEMANA que este año empezarán brigadas para censar nuevamente a los hostales y hoteles, pues en la base de datos de la Cámara de Comercio de Riohacha solo hay 54 establecimientos de comercio registrados en Palomino, de los cuales 24 hospedajes. Los demás son restaurantes, cafeterías, tiendas, fruterías y minimercados.

La exministra de Comercio y Turismo María Claudia Lacouture dijo que este auge “se debe al posconflicto que está viviendo el país y a que en Palomino los viajeros encuentran ecoturismo, playas, aventuras en caminatas por la sierra, avistamiento de aves. Y si a eso se le suma que al frente tienen la montaña más alta a nivel del mar y etnias ancestrales, los turistas no van a dejar de venir”.

Por eso se requiere con urgencia poner orden en lo que hay y los nuevos desarrollos, consenso que comparten los hoteleros, la comunidad y autoridades locales. El municipio contrató un estudio que regulará el uso del suelo para evitar el crecimiento desordenado, pero, al mismo tiempo, afirmó el alcalde Mejía, revisarán los establecimientos que no cumplen las normas. Los que no lo hagan, la mayoría, tendrán un periodo para ponerse al día y legalizar sus negocios en temas tan elementales como registrarse en la Cámara de Comercio para comenzar a pagar impuestos.

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A pesar del auge de negocios, en 2016 el municipio solo recaudó 76 millones de pesos por industria y comercio. Una cifra irrisoria, pues para seguir recibiendo la avalancha de turistas necesita resolver lo más elemental, los servicios públicos; para terminar de construir el acueducto, iniciar el alcantarillado y adecuar el actual botadero como relleno sanitario se requieren 15.000 millones de pesos que solo los podrían recoger en décadas. El departamento, que sí los podría tener, lleva cinco gobernadores en dos años; para ellos Palomino ni existe.

Es claro que ni Dibulla ni La Guajira pueden resolver solos las necesidades actuales que tiene la población de este caserío ni las nuevas exigencias del turismo. Lo que está pasando en Palomino resulta una advertencia para otras zonas como Ciudad Perdida o Caño Cristales. Se requiere, con urgencia, que el gobierno nacional les ayude a enfrentar, planear, financiar y construir este nuevo futuro. De lo contrario, el tan anhelado desarrollo a través del turismo puede ser toda una amenaza.

Los más preocupados, por obvias razones, son los miembros de la asociación de hoteleros y hostales, pero han sido proactivos. Están apoyando a la administración en las discusiones del Plan Básico de Ordenamiento Territorial que impondrá restricciones al uso del suelo en la zona rural y regulará con mayor rigor las edificaciones en suelo urbano. Ninguno quiere que Palomino termine en un nuevo Taganga, donde el turismo informal y el bajísimo perfil de los visitantes convirtieron ese otro paraíso en un destino de drogas, prostitución y depredación del medioambiente. Hay que actuar, y pronto.