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El verdadero poder del papa Francisco
Es una de las figuras más antiguas y poderosas de la Tierra. Su soberanía e influencia a nivel mundial parecen resistentes al paso de los siglos. ¿Cuáles son los alcances del poder que representa el sumo pontífice?
“¿El papa? ¿Cuántas divisiones armadas tiene el papa?”, preguntó irónicamente Joseph Stalin al primer ministro francés Pierre Laval, quien visitó Moscú en mayo de 1935 para pedirle al ruso que interviniera a favor de los católicos rusos. Le debemos a Winston Churchill esta frase que ilustra en manera incisiva la situación actual de la Iglesia católica.
Y es que el tema del poder de los papas fue desde un principio algo complicado y controversial. Siempre estuvo más ligado a una esfera espiritual, que a una puramente política y física; incluso cuando existían los Estados Pontificios, que ocuparon gran parte de la península itálica. Es cierto que tuvimos papas que se ponían la armadura e iban a caballo para conducir batallas; pero en esos casos la Iglesia jamás constituyó un verdadero centro de poder económico y militar. En el caso de la batalla de Lepanto, que representó un momento clave en la historia de Europa porque bloqueó la expansión de los turcos y musulmanes hacia Occidente, muchos galeones llevaron las insignias pontificias; y el papa de ese entonces jugó un rol fundamental en organizar la resistencia que combatió el expansionismo otomano.
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Sin embargo, el poder de los papas, al menos visto desde afuera del Vaticano, se construyó sobre la base de un carácter moral y religioso. Hasta la época de la Reforma protestante, es decir, el siglo XVI, el poder político de los soberanos europeos traía consigo una legitimación que provenía de su relación con el poder religioso del pontífice. De acuerdo con la mentalidad y cultura de esa época, el soberano recibía su autoridad del poder de Dios. Si un soberano estaba excomulgado, sus vasallos y el pueblo no lo obedecían.
No es un secreto que esta relación generó infinitos conflictos, y una alternancia de victorias y derrotas entre reyes y pontífices. Uno de ellos fue conocido como la Humillación de Canossa. Canossa era un castillo que le pertenecía a Matilde di Canossa y en él se refugiaba el papa Gregorio VII, quien excomulgó al emperador Enrique IV, culpable de haber nombrado al obispo de Milán sin el consentimiento del sumo pontífice. El papa lo excomulgó y como consecuencia los súbditos de Enrique IV quedaron libres de su influencia. Para poder revocar la excomunión, Enrique IV se arrodilló por tres días y tres noches en frente al castillo de Matilde, mientras que caía una fuerte nevada en enero de 1077.
Este conflicto se ha repetido varias veces en el curso de la historia: el poder político busca adueñarse varias veces de la nominación de los obispos, sin embargo, el papa tiene la decisión soberana. Por ejemplo, el principal motivo de confrontación en la actualidad entre la China comunista y la Santa Sede recae en ese hecho. Mientras Beijing quiere nombrar a sus obispos, Roma se niega a la prerrogativa pues no desea poner como cabeza de la diócesis de ese país a una persona que no considera apta.
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El poder del papa ha sido tal, que en su momento varios reyes y emperadores buscaron la forma de elegir por sus propios medios a un pontífice que los favoreciera. Esta práctica se llevó a cabo por todo el segundo milenio. Este poder estaba representado físicamente por la coronación: el emperador –pensemos en Carlomagno o Hugo Capeto– recibía de las manos del papa la corona como signo evidente de que su autoridad como gobernante del pueblo venía consagrada por el poder espiritual de Dios. La Reforma protestante, la Paz de Westfalia y la creación de los Estados nación no consagrados al catolicismo, redujo gradualmente el poder papal, que se difuminó por completo durante la Revolución francesa y tras consolidarse la nueva estructura política, económica y cultural nacida a partir del siglo XIX. La última coronación, la de Napoleón en Notre Dame, vio al papa Pío VII bendecir la ceremonia, mientras el soberano se puso por sus propios medios sobre la cabeza el símbolo del Imperio. Esto significó que el poder del gobierno no dependía más de la autoridad religiosa, pero sí de la fuerza del mismo gobierno.
En los últimos dos siglos, hablar de poder en la Iglesia y del papa es referirse exclusivamente al campo moral y al eventual influjo que la doctrina de la Iglesia y la personalidad del pontífice pueden ejercer sobre los fieles y sobre la opinión pública mundial.
Y como consecuencia, sus efectos son difíciles de evaluar. Vale la pena pensar en la posición de los papas del siglo XX con respecto a la guerra. Desde Benedicto XV, pasando por Pío XII y llegando hasta Juan Pablo II, los pontífices han buscado evitar los conflictos mundiales. En este sentido, es memorable el esfuerzo fallido del papa Wojtyla por evitar la guerra en Irak. Frente a temas como la defensa de la vida, la lucha contra la pobreza, la sensibilidad ecológica o las injusticias de tipo político y económico, varias de las más importantes autoridades políticas a nivel mundial parecen estar de acuerdo con las recomendaciones papales, sin embargo, en la realidad apelan exclusivamente a sus intereses.
Otra faceta del poder del papa se evidencia en su capacidad de decidir sobre las cosas que conciernen al Vaticano. El trabajo del papa no es para nada agradecido. “Prefiero ser monje trapense que papa. Es un gran mal para un papa tener al mismo tiempo encima guerra, peste y promoción de obispos y cardenales...”, escribió el 15 de marzo de 1743 Benedicto XIV a un amigo cardenal. En esa época aún existían los Estados vaticanos y el papa, además de tener un encargo espiritual, tenía que ocuparse de gestionar política y administrativamente su territorio.
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En la actualidad, el papa continúa siendo la ley de la Iglesia, como vicario de Cristo en la Tierra, es un monarca absoluto. En realidad, es el último monarca absoluto que queda en toda la faz de la Tierra. Puede decidir, en teoría, cualquier cosa que tenga que ver con su pueblo de fieles católicos. Después del Concilio Vaticano II, esta imagen del papado fue puesta en discusión muchas veces; y todavía está abierto el debate entre los académicos, pues no se sabe si el papa es superior al Concilio o el Concilio es superior al papa. Es un terreno resbaloso, y muy extenso. Desde la mitad del siglo pasado, el poder papal sobre la Iglesia fue ejercido de diferentes maneras, y Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI usaron todos los recursos que un papa dispone para gobernar como soberano del Vaticano.
El estilo de gobierno de Francisco es menos institucional y mucho más personal. Algunos podrían llamarlo autócrata, pero lo que ha mostrado el papa argentino durante estos años de pontificado es una profunda autonomía en sus decisiones como jefe de Estado.
*Vaticanista italiano
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