ESPECIAL

Los tres amigos del papa Francisco

Francisco Spinoso y Alberto Omodei son amigos del papa Francisco desde hace 66 años. Se conocieron cuando tenían 14 años.

Ángela Londoño (*)
18 de agosto de 2017
| Foto: Francisco Spinoso

“¡No, ya no vuelve más, ya no lo vemos más en la Argentina!”. Jorge Mario Bergoglio era el nuevo jerarca de la Iglesia católica y su amigo de la infancia, Alberto Omodei, lo sabía perfectamente: ya no lo vería más en Argentina; “Ya se queda en Roma, ya no tiene nada a qué volver”, repitió una y otra vez, mientras veía en su televisor la imagen de su amigo Jorge Mario en el balcón central de la Basílica de San Pedro.

Lo mismo sintió su otro amigo de la infancia, Francisco Spinoso. La última vez que lo había visto fue el 31 de diciembre de 2012. “Es un santo”, dice.

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Se conocieron en 1950, cuando comenzaron a estudiar en la Escuela Industrial Número 12, en el barrio Flores de Buenos Aires. En ese momento, los tres argentinos de 14 años entablaron una amistad de hermanos. En su tiempo libre Jorge Mario y Francisco solían reunirse a cuidar una caja de zapatos que les regaló una monja del colegio. La caja estaba llena de un batallón de gusanos de seda que se alimentaban con las hojas de una morera, un árbol de follaje verde claro y brillante utilizado para criar a estos insectos. “Los gusanos se alimentaban permanentemente hasta formar el capullo y luego se convertían en mariposas; ese era nuestro juego favorito, porque podíamos ver el ciclo de la vida”, cuenta Spinoso.

Hoy Francisco es socio y fundador de una empresa de aerosoles, Alberto es pensionado y Jorge Mario es el papa Francisco. Los tres tienen 80 años.

El primer año de colegio no solo criaron gusanos: Jorge Mario estaba destinado a santo. Francisco y Alberto eran de familias poco creyentes y a sus 14 años no habían hecho la primera comunión. El profesor Zambrano, que les dictaba religión, los tenía amenazados, “si no hacen la primera comunión, reprueban la materia”, les dijo.

Pero era solo una broma del profesor que Jorge Mario conocía a la perfección, así que le pidió permiso al rector para preparar para el sacramento a tres de sus compañeros, Francisco, Alberto y también a Carlos Otero. Su primer milagro, dicen, porque en esa época en Buenos Aires era muy difícil pedir ciertas cosas. Juan Domingo Perón estaba en el poder y Argentina había cambiado de arriba abajo. Era un momento álgido en su mandato y la relación entre el gobierno y la Iglesia no estaba en sus mejores días. Pero Jorge los convenció, los preparó y hasta mandó a hacer unas estampitas de recuerdo de su propio bolsillo, marcadas con el nombre de los tres: “Con todo cariño, en el día más feliz de su vida, Bergoglio”.

Luego de tomar la comunión, en la casa del futuro papa los esperaba un chocolate caliente para celebrar. “Todos estábamos muy contentos, recuerdo que después de tomar la comunión, no dije malas palabras por un tiempo; es un santo Jorge”, repite entre risas Spinoso.

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Con el paso de los años empezaron a llamarse ‘los sobrevivientes’: el tiempo se ha ido llevando poco a poco a sus compañeros de curso. El primero fue Héctor Quevedo. En 1955, en un accidente, mató a su mejor amigo con el arma de su padre, que era policía. Pasó a la cárcel de menores y la única ayuda que quiso recibir fue la de Jorge Mario. “La historia más conmovedora para mí fue la asistencia espiritual de Jorge a nuestro amigo Héctor”, recuerda Spinoso.

Jorge Mario siempre quiso y se preocupó por sus condiscípulos. “He recibido con mucha satisfacción tu carta y la de Bergoglio, me parecieron dos palabras salidas de un mismo corazón. Es reconfortante oírte hablar de las cosas de la escuela, esas pequeñas cosas que son todo un tesoro”, escribió en una carta Quevedo desde la cárcel de menores.

Eran tan pocos cuando cursaron la secundaria que habría sido imposible que no entablaran amistad. Cuando empezaron eran apenas 20 y todos se querían. Unos años después Héctor se suicidó. Ha debido ser poeta, concuerdan sus amigos.

Desde entonces, la mayor satisfacción de Bergoglio es unir y ayudar a unir. Empezó a organizar encuentros con los sobrevivientes de la Escuela Industrial Número 12. En los años ochenta, cuando Jorge Mario era padre provincial de los jesuitas, se encontraban en el estacionamiento de la Universidad del Salvador. En 1998, cuando lo designaron arzobispo de Buenos Aires, empezó a organizar almuerzos en los que el hoy papa pagaba la pasta y los raviolis, otros llevaban el vino, algún otro el postre. Y así.

Y con el paso del tiempo se fueron sumando los encuentros pero los sobrevivientes eran menos. En la última reunión quedaban solo siete. “Entonces evocábamos recuerdos del momento favorito de nuestra vida, la adolescencia” -recuerda Omodei- y no se hablaba ni de política ni sobre políticos porque siempre esas opiniones llegan deformadas.

Dicen sus amigos que Jorge tenía algo que lo hacía diferente a los demás, una inteligencia aguda. A los 14 años se plantó a discutir sobre comunismo con un profesor, “no sirve quién tenía razón, Jorge era un tipo brillante”, dice Spinoso. También recuerdan sus apasionantes partidos de fútbol callejero: “Ninguno llegó a ser el Tren Valencia, ni Chicho Serna, o el gran arquero Óscar Córdoba, por nombrar algunos de los colombianos”, continúa. Y de sus reuniones de estudio y a tomar mate en la casa de Jorge: “Fueron las mejores épocas”.

Jorge Mario es igual aquí y allá. Spinoso está convencido de que el papa sigue siendo el mismo que era. Hace años duerme poco, muchas noches escucha tango y reza en su capilla al levantarse. Pero lo que más extraña es la gente, estar entre la gente como uno más. “Su compromiso con la gente es impresionante, es sencillo y férreo en sus decisiones, se puede ver en los intereses que está tocando. Destino de Santo”, afirma.

La amistad sigue intacta. Al principio se escribían todos los meses, pero luego vino más trabajo para Bergoglio. “En fin ya no nos escribimos tanto, pero él nos llama por teléfono para nuestras fiestas de cumpleaños o en Navidad, ahora ya se ve que tiene bastante trabajo”, comenta Alberto. Bergoglio quiere mucho a sus amigos y las cartas que le mandan le hacen bien, pero ya no puede contestarlas a todas. “En todo hago lo que puedo”, dice el propio papa.

Francisco Spinoso recibió una de sus últimas misivas el 19 de junio de 2013: “Querido Francisco, muchas gracias por tu carta del 23 de mayo. Te llamé por teléfono pero no te encontré. Aquí te mando un saludo para tu socio. Gracias a Dios estoy bien. Por favor, saludos a los muchachos. Un abrazo. Que Jesús y la virgen santa te cuiden. Afectuosamente, Francisco (Jorge)”.

Samuel Hecht, el socio de Francisco Spinoso, al que se refiere la carta, murió en noviembre de 2013. Hecht cargó siempre esa carta de aliento de Jorge, carta que nunca dejó de agradecer.

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Guardan la esperanza de volver a verlo: “Darnos un gran abrazo, seguramente dejar caer algunas lágrimas, y decirle ¡gracias por todo!, gracias por enseñarnos que hay un camino que se debe seguir”, anhela Alberto. Quedaron muchas cosas pendientes por organizar y por decir. “Lo vemos a la vuelta de Roma”, dijo Bergoglio.

No volvió y es él el primer sorprendido.

*Periodista.

**Alberto Omodei murió recientemente.