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¿Para-política? ¿Qué es eso?

Aunque aumenta el número de colombianos que piensa que el país va por mal camino, el país sigue adorando a su presidente. ¿Cómo se explica?

10 de marzo de 2007
El presidente Uribe posesionó el jueves a Óscar Iván Zuluaga como Ministro de Hacienda, y a Cecilia Álvarez como Consejera Presidencial.

La alta popularidad del Presidente está intacta. Un 72 por ciento de los colombianos en las cuatro principales ciudades aprueba su gestión y un 65 por ciento tiene una opinión favorable. Estas son las sorprendentes conclusiones de la última encuesta de Invamer-Gallup, que se lleva a cabo cada dos meses desde hace varios años con la misma metodología. Los números son asombrosos porque significan que el escándalo de la para-política, que ha colmado los medios de comunicación en los últimos cuatro meses, no ha tocado al Presidente. Y la amenaza no era de poca monta: hay seis congresistas uribistas en la cárcel, el ex director del DAS fue detenido y la ex canciller María Consuelo Araújo tuvo que renunciar.

La paradoja es aun mayor: un 38 por ciento de la gente en estos centros urbanos afirma que las cosas van por mal camino, empatadas con el 39 por ciento que opina lo contrario. ¿El país va mal y el Presidente bien? Se pueden plantear varias hipótesis para explicar la contradicción: que la opinión pública adora a su mandatario por su carisma personal y en forma independiente a su desempeño, o que considera que los vínculos con el paramilitarismo salpican a los políticos y no al Presidente. La imagen negativa del Congreso (53 por ciento, frente a un 36 de percepción favorable) respalda esta última hipótesis. Otra posibilidad es que no ha habido tiempo para que la crisis llegue a contaminar a Uribe, pero que si siguen las malas noticias, el desgaste se sentirá más adelante.

¿Qué ha hecho el Presidente para evitar el deterioro de su famoso teflón? ¿Cómo ha sobrevivido ante el peor desafío que se le ha presentado en su mandato de cuatro años y medio? En el Palacio de Nariño la rutina se tramita con normalidad. En el círculo de asesores más cercanos al Presidente predomina la idea de que el escándalo preocupa más a los medios que a los ciudadanos de los municipios que, tres veces por semana, visitan a Uribe y sus colaboradores. De paso, existe también la creencia de que el periodismo ha crecido la magnitud del problema más allá de la realidad.

Uribe le ha jugado a que la cotidianidad predomina sobre la crisis. No ha permitido cambios fundamentales en su agenda pública ni en su discurso. Los colombianos lo siguen viendo con la misma frecuencia, igual actitud y el mismo estilo. No se ha dejado ver acorralado. Los consejos comunitarios de los sábados, las giras a la provincia entre semana y las declaraciones permanentes a la radio -cada mañana le dedica una hora a una emisora local a las 6 de la mañana- han proyectado la imagen de que el gobierno no tiene sobresaltos ni está en aprietos. Las entrevistas e intervenciones siguen girando sobre los mismos temas: el combate contra las Farc, la promoción de los logros del gobierno en materia social y las necesidades muy concretas de las comunidades.

El Presidente habla poco, o casi nada, sobre la para-política. Como si quisiera dejar en claro que ni tiene rabo de paja ni el asunto es con él. Se ha limitado a repetir, casi con idénticas frases, que las revelaciones sobre los vínculos entre los paras y la clase política han salido a flote gracias a la negociación con las AUC. Todos sus interlocutores, en el país y en el exterior, han escuchado la misma explicación. Con un refuerzo adicional: una defensa vehemente del papel de Uribe en los casos que estudian las instancias judiciales -la intimidación de los paras en las elecciones y su infiltración en el DAS- y una actitud de respaldo a las instituciones. Aprobó una partida para financiar un equipo de investigadores de la Corte Suprema de Justicia y afirmó que asumiría la responsabilidad por el nombramiento de Jorge Noguera en caso de que resultara culpable.

Lo anterior no significa que en el despacho presidencial no haya preocupación. Uribe y sus asesores siguen en detalle las informaciones sobre la para-política. En el escritorio presidencial reposan fotocopias de estadísticas electorales de los municipios de las regiones donde se investiga la existencia de posibles lazos entre políticos y paras. Cuadros estadísticos en los que se comparan con cuidado las votaciones obtenidas por el presidente Uribe con las que lograron sus competidores y los congresistas que lo apoyaron. El Presidente también sigue en detalle los procesos judiciales y las investigaciones de los detenidos. Pero todo esto lo hace en privado.

Frente a la luz pública no hay cambios. La semana pasada posesionó a dos nuevos funcionarios: Óscar Iván Zuluaga, como Ministro de Hacienda, y Cecilia Álvarez, en reemplazo de este último en el cargo de Consejera Presidencial. El equipo reforzado recibió las mismas instrucciones de sus antecesores. En el corto plazo, la preocupación presidencial se concentra en el proceso electoral que se avecina. No tanto por buscar la elección de candidatos oficialistas, porque en estos comicios se imponen las realidades locales y se hace todo tipo de coaliciones que no tienen una coherencia ideológica o un significado nacional (Ver artículo). Sino por la firma de un pacto de transparencia con los candidatos para evitar la contaminación de financiaciones indeseables y de la presión paramilitar.

Los próximos dos años son fundamentales. Lo que el gobierno no logre en ese período será más difícil después, cuando la gobernabilidad se empiece a debilitar por el arranque de la campaña electoral. Frente al Congreso, seguirá la estrategia de trabajar proyecto por proyecto, con énfasis en los del campo económico: la aprobación del TLC y de la reforma constitucional que racionaliza las transferencias del presupuesto nacional para las regiones.

Tampoco se perciben modificaciones en la agenda gubernamental, concentrada en tres grandes prioridades: la seguridad democrática, la confianza de los inversionistas y los programas sociales. Lo primero significa mantener la presión militar, más que la exploración de alternativas de diálogo con las Farc, y la continuidad de las negociaciones con el ELN. Lo segundo, alimentar la credibilidad en el país entre los inversionistas, nacionales y extranjeros. La secretaria privada, Alicia Arango, tiene instrucciones de darles cita a todos los empresarios importantes que vienen al país y soliciten ver al Presidente. Lo mismo ocurre en los viajes de Uribe al exterior. Y finalmente, la directora de Planeación Nacional, Carolina Rentería y la nueva Consejera Cecilia Álvarez encabezan el trabajo para convertir en prioridad programas sociales como 'familias en acción'.

Los efectos de la para-política han sido totalmente distintos en el Congreso y en la Presidencia. En esta última, a diferencia del Legislativo, no hay nerviosismo ni parálisis. ¿Será que las buenas encuestas son el antídoto ideal? Podría ser. Porque en materia de imagen, el Presidente va bien y el Congreso, con todo y sus mayorías urbistas, va mal.