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Partitura para un diálogo

Mientras la sinfonía de la protesta sigue en las calles, la conversación nacional en su primera semana entró en un paréntesis. ¿Cómo rectificar el rumbo?

1 de diciembre de 2019
La mesa de concertación convocada por el presidente Duque empezó con el pie izquierdo.

El paro y las protestas de la semana pasada son fáciles de entender y difíciles de solucionar. De entender, porque hay tantos problemas y flagelos que aquejan al país hace años que hay muchas razones para estar inconformes. Y de solucionar, porque en términos prácticos muchas de las exigencias no son realistas o se ven muy difíciles de resolver.

En medio de tanto reclamo, no es fácil saber a ciencia cierta qué le exigen a Iván Duque. Los indígenas piden detener los asesinatos de sus comunidades; los estudiantes, que aumente el presupuesto para la educación; los sindicatos, que no haya reformas laborales o pensionales; los ambientalistas, eliminar la minería ilegal y el fracking; los del Sí, que respete el acuerdo de paz con las Farc. Pero a estos se suman problemas estructurales que vienen de tiempo atrás como la salud, la educación y la corrupción, entre otros.

Por eso, en cierta forma, la conversación nacional que convocó el presidente es un diálogo que comenzó entre sordos. Duque busca que todos los sectores participen en el proceso simultáneamente, incluyendo a los gremios, empresarios y a los organismos de control. Los convocantes del paro ya dijeron que no y que quieren un diálogo directo, sin que en la mesa se sienten otros sectores. De modo que la primera ronda de conversaciones en la Casa de Nariño entró en un paréntesis.

El otro problema es que las justificaciones que están invocando no son las únicas razones detrás de lo que está viviendo el país. Hay una explicación subyacente, que emerge como un gran tsunami alrededor del mundo y que tiene a las democracias contra las cuerdas: un inconformismo generalizado contra el Gobierno, la clase política, el establecimiento y las élites. Es el malestar de una clase media urbana más informada que ha venido cabalgando sobre la desigualdad, los escándalos de corrupción y la incompetencia de los gobiernos, y que encontró en las redes la mejor manera de expresarse. Y estalló.

Es un rechazo hacia el sistema encarnado en el presidente de turno. Se trata de una frustración colectiva sobre el estado actual de las cosas y un grito desesperado frente a un futuro incierto. Tratar de plantear que en el gobierno de Duque ha habido algunos avances en ciertos frentes o que la economía crece muy por encima de la del resto de América Latina entra por un oído y sale por el otro.

Tratar de plantear que en el gobierno de Duque ha habido algunos avances en ciertos frentes o que la economía crece muy por encima de la del resto de América Latina entra por un oído y sale por el otro.

Lo que sucede en Colombia no es ajeno a lo ocurrido en el mundo. Basta ver la protesta social en Medio Oriente, Europa o América Latina. Se trata de una turbación global como la que se presentó en mayo de 1968, cuando un fenómeno contracultural, abanderado por unos estudiantes rebeldes, se tomó las calles para pedir a gritos libertades y cambios. Fue también un movimiento antiestablecimiento que quería sacudir el statu quo a través de las consignas idealistas como ‘prohibido prohibir’ y ‘la imaginación al poder’.

El estado de ánimo de la ‘primavera latinoamericana’ tiene ciertas similitudes, como el protagonismo de los estudiantes, pero con una sociedad digital y en un mundo más complejo.

Para comenzar, en Colombia no hay una causa ni un interlocutor, sino múltiples causas y múltiples sectores. Por otra parte, no se trata solamente de un movimiento político, sino, ante todo, de un fenómeno social. La gente no sabe muchas veces lo que quiere, pero sí sabe lo que no quiere. No aguanta más a sus presidentes, ni a sus congresistas, ni a sus gobiernos y, sobre todo, no aguanta más a sus partidos políticos, pilares esenciales de la representación política. El ejemplo más desgarrador de este sentimiento fue el del soldado Brandon Cely, quien después de grabar un video para expresar su frustración con el sistema decidió quitarse la vida para no sufrir las represalias militares de haber apoyado el paro.

Ante una revuelta con tantos reclamos coyunturales y estructurales, el presidente Duque tiene muy poco margen de maniobra. Antes del paro, él creía que las soluciones macroeconómicas necesarias para sacar adelante al país eran la reforma pensional y la laboral. La primera, para ampliar la base de los pensionados y reducir la inequidad. Y la segunda, para aumentar el empleo al flexibilizar las normas laborales debido a la digitalización de la economía. Sin embargo, la sola especulación de que estaban cocinando esas iniciativas estuvo entre los principales orígenes del paro.

Para calmar los ánimos, Duque y sus ministros repitieron hasta el cansancio que esas reformas no existían. Incluso les tocó comprometerse a no hacer cosas que podrían ser necesarias. Por ejemplo, una reforma pensional, para que de verdad sirva, requiere aumentar la edad de jubilación y de pronto las condiciones de cotización. El Gobierno se comprometió de manera vehemente a no tocar ninguno de estos dos aspectos, y es difícil hacer una reforma pensional sin esas modificaciones.

Para calmar los ánimos, Duque y sus ministros repitieron hasta el cansancio que esas reformas no existían. Incluso les tocó comprometerse a no hacer cosas que podrían ser necesarias.

Además, una buena parte de las legítimas peticiones de los manifestantes cuestan mucha plata, y plata no hay. El Gobierno ni siquiera tiene garantizados los recursos para cubrir las necesidades del año entrante. Y por eso para Duque, en materia económica, que el Congreso apruebe la Ley de Financiamiento se ha vuelto un asunto de vida o muerte. El Departamento Nacional de Planeación calculó el valor de las exigencias cuantificables y, según ese organismo, superan fácilmente los 500 billones de pesos. Eso equivale a 70 reformas tributarias, lo cual da una dimensión del problema y la inviabilidad de muchas peticiones. A pesar de esto, el Gobierno tiene que hacer concesiones importantes que para los que hacen las exigencias son migajas, pero para el erario pueden ser billones. Y las peticiones que no cuestan plata son igual de difíciles de cumplir. En esta categoría estarían temas como acabar con la corrupción, desmontar el Esmad, echar para atrás los tratados de libre comercio y detener el asesinato de los líderes sociales.

Esta es una de las situaciones más complejas de la historia reciente y le ha tocado manejarla al presidente más joven del último siglo. El problema para él no ha sido fácil, pues ceder a las presiones adquiriendo compromisos económicamente inviables no solo es irresponsable, sino que crea un peligroso precedente. El problema es que ha sido un Gobierno que no se ha conectado con la realidad política ni la realidad social. En lo primero tiene un problema de gobernabilidad y en lo segundo uno de conflictividad.

Después de eso, el presidente ha tenido una actitud abierta frente a los manifestantes legítimos y un tono enérgico frente a los violentos. Desde el miércoles ha estado en sesiones maratónicas con diferentes grupos, de los cuales casi todos se sienten frustrados ante su falta de respuestas. La verdad es que él va hasta donde puede ir, pues está maniatado no solo por razones presupuestales, sino políticas e ideológicas en algunos casos.

Llama la atención que a estas alturas no se registra ningún avance en relación con el problema de la gobernabilidad. Muchas de las exigencias de la calle no dependen directamente del presidente, sino que requieren de leyes aprobadas en el Congreso. Por ejemplo, para volver realidad los puntos de la consulta anticorrupción y muchos aspectos relacionados con la reglamentación para cumplir los acuerdos de paz se necesitan mayorías. Aun así, no se ha visto ningún gesto de la Casa de Nariño para crear una coalición de gobierno que las garantice en el Capitolio. Ahora, la gobernabilidad está aún más esquiva que antes, pues además de tener en contra a la oposición y a los independientes, a Duque se le dividió el Centro Democrático. Esto fue tan evidente que al expresidente Álvaro Uribe le tocó hacer una ronda de medios para negarlo y dar un mensaje de unidad.

Ahora, la gobernabilidad está aún más esquiva que antes, pues además de tener en contra a la oposición y a los independientes, a Duque se le dividió el Centro Democrático.

La protesta sigue y en los últimos días se ha tomado las calles de manera pacífica, en una fiesta democrática con distintas expresiones lúdicas y culturales de descontento que han generado grandes problemas de movilidad y cuyo impacto en la economía está empezando a sentirse de manera preocupante. Y en la que mucha gente que se ha solidarizado con sus causas ya empieza a sentirse cansada por un paro que está afectando su vida cotidiana.

Colombia está cambiando, y el presidente, para poder sintonizarse con ese nuevo país tendrá que saber oír y dialogar. Y en esa conversación, la sabia mezcla de humildad, responsabilidad y firmeza será la clave de un desenlace que fortalezca la democracia.