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“Paz total es lo más alejado al concepto de seguridad de Nayib Bukele”: biógrafo del presidente salvadoreño habla de Gustavo Petro
El escritor y excombatiente del Ejército Revolucionario del Pueblo, Geovani Galeas, es uno de los hombres que mejor conoce al presidente de El Salvador. Ha hecho varios libros sobre él. En entrevista con SEMANA habla de este fenómeno y la pelea que el primer mandatario tiene con el presidente de los colombianos.
SEMANA: ¿Cuál es la historia de Nayib Bukele antes de ser conocido mundialmente?
G.G.: Nayib Bukele es un joven empresario, hijo de empresarios exitosos palestinos que no había incursionado en absoluto en política hasta ese año que se presenta como candidato a alcalde de un pueblito que los salvadoreños ni siquiera teníamos registrado, no conocíamos, no sabíamos cómo se llamaba: Nuevo Cuscatlán. Él se presentó bajo la bandera del FMLN, que como saben es el partido de la guerrilla de El Salvador. Desde este 2012, los salvadoreños nos hemos ido sorprendiendo con una serie de innovaciones que presentó desde que era alcalde. Él convirtió un pueblo en una aldea global de primer mundo.
S: ¿Cómo salta él al panorama nacional?
G.G.: De Nuevo Cuscatlán pasó a ser candidato a la alcaldía de San Salvador, siempre bajo el FMLN. Ahí lo conocí. Yo tenía un programa de televisión, una columnas. Yo fui guerrillero y trabajé bajo el mando de alguien que ustedes en Colombia conocen muy bien: Joaquín Villalobos. Después de la guerra, terminé totalmente desencantado de la izquierda y me dediqué al periodismo cultural. Pero este año me había impresionado su carrera. Escribí entonces, una columna que se llamaba ‘Nayib y el boomerang’, en el que yo señalaba algo que me había sorprendido: que cuanto más lo atacaban, más crecía en números su popularidad. Él me llamó para agradecerme esa columna. Almorzamos. Me fascinó su propuesta y ahí empezamos a reunirnos.
Cuando era alcalde de San Salvador, en 2017, Nayib es expulsado del FMLN por una serie de críticas que hizo al partido en el gobierno por su incompetencia para enfrentar los problemas más graves del país. En ese momento, ya todo el sistema salvadoreño, toda la institucionalidad, todos los medios de prensa se alinearon contra Nayib.
S: ¿Y qué pasó ahí?
G.G.: Él lanza una convocatoria para formar un movimiento, no un partido, sino un movimiento como alternativa al bipartidismo que había gobernado desde 1989, es decir, casi 30 años, 20 del gobierno de derecha y 10 del gobierno del FMLN de izquierda. Ahí nos dimos cuenta que éramos una mayoría los que queríamos superar este bipartidismo, pero una mayoría dispersa, dominada por una minoría organizada. Todos en esa minoría comienzan a atacarlo. Lo acusaban de todo, de absolutamente todo. Hubo un intento de enjuiciarlo, pero no encontraron nada.
S: ¿Qué pasa con esa minoría cuando él gana la presidencia?
G.G.: Él gobierna prácticamente por dos años en contra de todas las instituciones y en contra del legislativo. Durante dos años le negaron el voto a sus proyectos y presupuestos. Pero el 28 de febrero de 2021 se dan las elecciones intermedias municipales legislativas. Nadie creía que fuera a ganar. Y arrasó. Nunca en 200 años de historia republicana en El Salvador ningún partido había tenido siquiera una mayoría simple. El obtuvo 84 diputados, es decir una mayoría calificada de dos tercios de la totalidad del Congreso. Ahí comienza la transformación. Nayib siempre está arriba del 90 % de popularidad y en algunas encuestas en el tema de seguridad alcanza el 97 % y hasta el 98 % de aprobación ciudadana.
S: ¿Qué explicación le da usted a este fenómeno de popularidad?
G.G.: Durante 30 años de bipartidismo, el Estado nunca invirtió en la Policía. Era un Estado débil. Había total control de las colonias populares. Lo que vive El Salvador no ha pasado nunca en América Latina. Es un despertar. Éramos una mayoría, pero no lo sabíamos. Estábamos al asedio de una minoría organizada. Nayib Bukele nos dio rumbo. A partir de tener la mayoría legislativa y la mayoría municipal arrolladora comenzó a echar a andar ya con pleno vigor algo que se llama Control Territorial. Eso atacó el problema más grave de El Salvador. Aquí teníamos más de 100.000 criminales asociados a estas pandillas. Su lema era “robar, matar y violar”. Cuando digo matar, me refiero a matar espectacularmente, decapitando o descuartizando, en crímenes masivos.
S: ¿Cómo fue posible que El Salvador llegara a tener una cifra tan alta de jóvenes delincuentes?
G.G.: Nosotros teníamos una oligarquía muy rica, con un Gobierno muy pobre y un pueblo mayoritariamente pobre. Ese neoliberalismo de estos 30 años había empujado a la clase media a la pobreza y a los pobres a la extrema pobreza. Entonces la gente afectada por pandillas criminales eran básicamente pobres en los caseríos más remotos, en los tugurios, en la miseria, en lo que en otros países se conoce como favelas. Los criminales tomaron el control de las colonias populares.
S: Le insisto por qué la cifra es muy impactante. Aquí las Farc, que aterrorizaron al país, terminaron con 13.000 combatientes cuando se desmovilizaron y somos 48 millones. Ustedes son 6 millones y las pandillas tenían 100.000 miembros.
G.G: En la parte mala, Colombia tiene algo de la violencia de El Salvador, pero en la parte buena, esa sofisticación que ustedes tienen en la legislación en su democracia nunca llegamos a tenerla. La diferencia entre ambos países es que el fenómeno de la pobreza y de la exclusión social y económica aquí fue terrible. Entonces había toda una generación de jóvenes que luego de salir de una guerra que fue particularmente sangrienta con escuadrones de la muerte, y una guerrilla bastante violenta que fuimos, quedaron varias familias disfuncionales. Cuando luego se entroniza el neoliberalismo, en El Salvador quedó que la respuesta a los problemas públicos debía ser con soluciones privadas. Era todo al que podía pagar, pero la mayoría no podía. Era un sálvese quien pueda.
S: ¿Cómo se salvaban?
G.G: Los más vigorosos, los más audaces, ante la falta de horizontes, se fueron a Estados Unidos como inmigrantes ilegales. Eso dejó familias aún más disfuncionales, con los papás en este país y los niños pequeños al cuidado de los abuelitos. El tejido social salvadoreño se rompió totalmente. Cuando esas personas vinieron deportados de Los Ángeles por cometer crímenes allá, comenzaron a reclutar jovencitos que no iban a la escuela ni trabajaban. La criminalidad creció tanto que se volvió un fenómeno masivo. Había niveles de corrupción altísimos por lo cual se explica que los últimos cuatro presidentes estén investigados o presos por eso. Había ineficiencia y falta de voluntad y de capacidad a enfrentarlos y entonces prefirieron ir negociando con ellos. Lo más importante de Nayib es que innovó con cosas que nosotros no habíamos visto. Él dijo, lo que hay que hacer aquí es dejarnos de cuentos de diálogos de paz, dejar de ofrecerle negociaciones. Aquí llegamos a decir que los criminales eran víctimas del sistema y el Estado debía recompensarlos. Entonces, la extorsión se justificó como una renta legítima por la deuda que la sociedad y el Estado tenían con ellos. El problema sí tenía un origen social y su caldo de cultivo fue la exclusión y la pobreza, es verdad, pero hay una línea que define cuando se comete un delito. Y esa línea es el Código Procesal Penal. Con la idea de que eran víctimas llegaron a ser más fuertes del Estado y Nayib solo dijo que tocaba aplicar la ley.
S: ¿Cuándo comenzó la guerra con las pandillas?
G.G: En marzo del año pasado. A partir de que en 72 horas, los pandilleros quisieron doblarle el brazo al Gobierno y mataron a 87 personas. Todos pobres, gente de a pie. Al día siguiente, el presidente dijo: nos vamos a la guerra total. Las primeras cuatro semanas de guerra, el promedio diario de capturas era de 500 y hubo días excepcionales con más de 1.000 capturados. El milagro fue cómo los criminales que eran supuestamente los más peligrosos del mundo, según los Estados Unidos, terminan prácticamente entregándose, sin luchar. Ellos no tenían absolutamente ninguna educación militar táctica como para hacer líneas de defensa frente a una policía moralizada. Lo más importante de la operación es que fue a lo largo y ancho de todo el territorio nacional de manera intensa e incesante. Es decir, la Policía y el Ejército operaron de noche, de día, de madrugada. Fue una guerra relámpago. Como no tuvieron nada más que entregarse, el índice de letalidad fue muy poco. No hubo un baño de sangre. Por eso, tenemos 65.000 pandilleros capturados y nunca un solo intento de rebelión en la cárceles, donde ellos antes tenían también en control.
S: El presidente Bukele tiene una gran empatía con la gente. ¿A qué se debe este fervor que se vive en El Salvador por él?
G.G: He escrito varios libros sobre historia. Yo había considerado que en 200 años de historia republicana en El Salvador, el líder más importante por sus talentos estratégicos, por su valentía e inteligencia era Joaquín Villalobos. Hoy creo que el líder más importante es Nayib Bukele. Porque es más importante, más estratégico. Nosotros con Villalobos hicimos casi 20 años de guerra. Fue muy duro, muy sacrificado, pero no logramos cambiar el país para nada. Con Nayib llevamos 318 días con cero homicidios.
En los 30 años gobernados por Arena y FMLN, solo hubo un día con cero homicidios. Hubo un año, 2015, en que hubo un promedio diario de asesinatos de 30 salvadoreños asesinados día a día. Bajamos de 100 homicidios por cada 100.000 habitantes, lo bajamos a 7 por cada 100.000 habitantes. Y eso es lo que Nayib logró. Por eso cuando usted me pregunta por qué es un rock star, pues es que a los salvadoreños nadie nos había dado un regalo semejante, quitarnos la amenaza de tener criminales gobernando nuestro territorio y que ahora podamos andar por la calle libremente. Hoy es el país más seguro de América Latina.
S: ¿Qué piensa de lo que ha dicho el presidente Petro de Nayib Bukele?
G.G: Yo conocí a Jaime Bateman y a Antonio Navarro Wolf cuando eran del M-19. Y me agradó que ganara Gustavo Petro. Pero en ese berenjenal, en esa discusión con Nayib, creo que el presidente Petro se equivocó profundamente.
S: ¿Se equivocó en contradecir al presidente Bukele?
G.G: No en contradecir. Eso es parte de la diversidad democrática y de criterios. Paz total es lo más alejado al concepto de seguridad de Nayib Bukele, que es guerra total. A nosotros ese camino de dialogar, pactar, negociar... no nos funcionó. No nos hizo un país democrático. Por el contrario, nos llevó a la pobreza, al subdesarrollo... Entonces el presidente Petro puede tener sus visiones. Y está bien. Y decir que no cree en esto. No se equivocó al contradecir, sino en la argumentación. Nosotros simplemente cumplimos la ley, castigamos a los criminales. Esa es la gran innovación de Nayib Bukele. Al menos, en mi percepción en eso se equivocó el presidente Petro que está empantanado en su tema de paz total. Pienso que eso no es viable. Alo que infringe la ley, se le aplica el código procesal penal. Lo demás ya sabemos que no funciona. Fueron criminales muy crueles. No son monjas. La comparación de la cárcel con un campo de concentración fue muy desafortunada.
La portada de SEMANA sobre el milagro de Bukele
El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, es hoy el líder político más popular del continente. Su aprobación llega al 90 %, según Gallup, y los expertos lo catalogan como una figura de talla mundial. Tiene apenas 41 años y lo que ha hecho en su país es considerado casi milagroso. Llegó al poder el primero de junio de 2019. Ese mismo año anunció su llamado Plan de Control Territorial, puso en marcha un bloqueo de señal de celulares en los penales y declaró la emergencia carcelaria. En una segunda fase, reforzó el pie de fuerza militar y el 2 de septiembre de ese año se registró el primer día sin homicidios en la historia de ese pequeño país. A partir de ese momento, empezaron a llegar las buenas noticias. Un mes después, Estados Unidos revocó la alerta de viaje a sus ciudadanos a El Salvador por la caída de la inseguridad.
La estrategia de Bukele se siguió fortaleciendo con un jugoso aumento salarial a guardianes, policías y soldados, y continuó con nuevas incorporaciones. Vino la pandemia y logró consolidar a 2020 como el año más seguro. Inauguró el Centro de Investigación Forense en 2021 e impulsó la destitución del fiscal general y los magistrados de la sala de lo constitucional de la Corte Suprema de Justicia por parte de la Asamblea Legislativa.
Hacia agosto de 2021, Bukele promovió una reforma para que jueces, fiscales y policías pudieran jubilarse a los 60 años. El Salvador cerró 2021 con el año más seguro en toda su historia. Pero hubo un hecho que marcó al Gobierno. Entre el 25 y el 27 de marzo de 2022, el país se vio sacudido por una ola de 87 homicidios. En ese momento, el presidente les declaró la guerra a las pandillas. Decretó el estado de excepción, hizo una nueva incorporación de efectivos a las fuerzas y reformó el Código Penal en la Asamblea Legislativa, donde se prohibió la simbología relacionada con las pandillas, y aprobó el uso de los bienes incautados a las mismas para combatirlas.
En junio de ese año anunció la construcción de la cárcel más grande de América Latina, el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), y lanzó el Plan de Transporte Seguro. Mientras hacía capturas masivas, el 3 de diciembre de 2022 inició los cercos de seguridad para la “extracción” de pandilleros. Al terminar ese año, El Salvador volvió a batir récord en seguridad.
Solo seis meses después de haberla anunciado, Bukele hizo realidad la megacárcel y la inauguró el 31 de enero de 2023. Las imágenes del penal le dieron la vuelta al mundo. En febrero pasado completó 300 días sin ningún homicidio en su gobierno y realizó el traslado de los primeros 2.000 pandilleros presos al Cecot. Un video que publicó en su cuenta en Twitter mostrando el ingreso de los delincuentes a la cárcel, en manada, generó polémica en algunos sectores del continente, pero mayoritariamente aplausos en una región donde la impunidad y la mano débil contra el hampa indignan a los ciudadanos.
Quienes conocen a Bukele aseguran que el llamado presidente millennial es un hombre autodidacta porque, aunque empezó a estudiar Derecho, no se graduó. Luego cursó algunos estudios en Estados Unidos. Está casado con Gabriela Rodríguez y tiene una hija llamada Layla, de 3 años. Primero fue alcalde de Nuevo Cuscatlán (2012-2015) y luego de San Salvador (2015-2018).
Las cifras de su éxito son impactantes. En 2018, antes de que Bukele fuera presidente, El Salvador encabezaba el listado de los 20 países más peligrosos del mundo, con una tasa de homicidios de 61,59 asesinatos por cada 100.000 habitantes. En 2021, con Bukele en el poder, El Salvador salió por completo de esa lista negra y se proyecta que la tasa de homicidios por 100.000 habitantes en 2023 sea de apenas 2,31 casos. Es decir que, de 3.346 asesinatos en 2018, El Salvador podría tener solo 150 en este año, según las proyecciones.
Colombia, en cambio, sigue apareciendo en esa deshonrosa lista y quedó en el tercer lugar en 2022, por debajo de Venezuela y Honduras, con una tasa de homicidios de 26,1 por cada 100.000 habitantes.
Desde marzo de 2022, cuando se fue de frente contra las pandillas, hasta la fecha, Bukele ha logrado la captura de 63.512 terroristas. Semejante operación no ha implicado un baño de sangre. “Eran un poder paralelo al poder institucional del Estado, el cual estaba prácticamente de rodillas ante este poder de los grupos criminales”, le dijo a SEMANA el vicepresidente de El Salvador, Félix Ulloa.
La mano dura ha tenido resultados notables: la tasa de impunidad en homicidios pasó del 95 por ciento en 2019 al 25 % en 2022, lo que indica que cometer un delito en ese país tiene un castigo prácticamente asegurado.
El equipo de Gobierno de Bukele sostiene que, constantemente, el presidente hace referencia a que su “límite es Dios”, mientras que su relación con los partidos tradicionales es casi nula y enfrenta una oposición mínima. Su aprobación entre los salvadoreños en materia de seguridad llega al 96 %; en educación, al 91 %; en salud, al 87 %; en empleo, al 73 % y en costo de vida, al 63 %.
Estos indicadores son su mejor carta de presentación para aspirar a la reelección, que hasta ahora había sido prohibida en su país. Pocos dudan de que será reelegido de manera aplastante en las elecciones convocadas para 2024. Asimismo, ha surgido una especie de ‘bukelemanía’ en toda América Latina, liderada hoy mayoritariamente por gobiernos de izquierda. ¿Si Bukele pudo someter a la delincuencia en El Salvador, por qué en otros países las políticas de seguridad son menos efectivas? Esa es la pregunta que se hacen millones de personas al ver las imágenes que llegan de ese país. Gracias a su baja criminalidad, El Salvador albergará el concurso de Miss Universo, algo impensable en un país aislado y perdido hace menos de una década por la incesante violencia.
Bukele se ha caracterizado por mantener una disputa permanente con los organismos internacionales defensores de los derechos humanos como la CIDH e incluso la ONU. A esas instituciones les ha cantado la tabla y les ha dicho en la cara: “¿Cuántas décadas más, llenas de decenas de miles de muertos, deberíamos de haber aguantado los salvadoreños para que las recetas de las ONG y de la ‘comunidad internacional’ comenzaran a funcionar?”. Bukele ha dicho que por años han importado más los derechos humanos de los criminales que los de la gente honrada. Él se empeñó a fondo para invertir por completo esa ecuación.
Aunque tuvo una muy buena relación con Estados Unidos durante el Gobierno Trump, con Joe Biden las relaciones han tenido nubarrones. Si bien Bukele es pro Estados Unidos, desde que hizo campaña anunció que quería que El Salvador fuera independiente, que no recibiera órdenes de Washington y que fuera autónomo, incluso económicamente. Tal vez por ello, en varias oportunidades, ha marcado distancias con el país del norte. “El Gobierno de Estados Unidos decide quién es el malo y quién es el bueno y también cuándo el malo se vuelve bueno y el bueno se vuelve malo”, dijo Bukele en Twitter.
Mientras algunos lo ven como un verdadero mesías, otros lo califican como un dictador de derecha y lo señalan de ser un violador de los derechos humanos. Fuentes salvadoreñas le aseguraron a SEMANA que ninguna de esas críticas, para él “infundadas”, le quitan el sueño.
El vicepresidente Ulloa señaló: “El simplismo de algunos analistas o de opositores políticos habla de que hay populismo, autoritarismo y hacen explicaciones que no corresponden a la realidad. Esta consiste en un Gobierno que decidió abordar frontalmente los principales problemas que agobiaban a nuestra sociedad, que eran la inseguridad, la explotación, la extorsión, el asesinato, el secuestro, la desaparición y muchos otros delitos que cometían los grupos criminales”.
“La Policía estaba penetrada por estos grupos criminales, estaba mal equipada, había policías que andaban con tres balas en su pistola, vehículos que no funcionaban, sin chalecos de protección, sin medios de comunicación. Entonces una de las tareas era proveer a las fuerzas del orden del equipamiento necesario, de los recursos para dar una batalla y ganarla”, dijo Ulloa. “Se cambiaron también jueces que estaban al servicio de las pandillas, sea porque los compraban, porque los sobornaban o porque los amenazaban”, agregó el vicepresidente de El Salvador.
Salvó a la gente
La receta de Bukele ha sido sencilla: firmeza y negociación cero. Él mismo se definió hace unos meses, en tono irónico, como “el dictador más cool del mundo mundial”. Su tesis es simple: “El que perdona al lobo, sacrifica a la oveja”.
SEMANA recorrió la imponente cárcel desde la cual los villanos de los salvadoreños han sido expuestos al mundo semidesnudos y amarrados de pies y manos. Las imágenes son impresionantes. Centenares de hombres, uno tras otro, totalmente sometidos, en una cárcel organizada e impecable. Se sabe que las condiciones son extremas; las celdas de castigo, miedosas y las posibilidades de escapar, nulas.
Se trata de una construcción de película. Muros de concreto de 11 metros de altura y dos de profundidad. En celdas de 100 metros duermen 80 pandilleros, con apenas dos sanitarios. No hay privacidad de ningún tipo y tampoco visitas, ni siquiera las conyugales. Las familias de los reos, además, pagan por las comidas que les dan en prisión. Si se portan mal, el lugar de reclusión es de apenas dos metros en completa oscuridad con una cama de cemento.
Un reportero de SEMANA caminó por las colonias antes inaccesibles de El Salvador. “Antes vivíamos con miedo. No sabíamos si íbamos a entrar o a salir. Era una zozobra permanente. Ahora estamos tranquilos”, dijo Jorge Rosales, habitante de La Campanera, uno de esos barrios que tenían fronteras mortales e invisibles, dominado totalmente por los pandilleros de Barrio 18.
Allí cuentan que el horror cesó en menos de un año. Anteriormente, tenían que estar carnetizados por las pandillas para poder incluso salir o entrar de sus casas. Era tal el control de las maras que ni siquiera se salvaban los muertos. En el cementerio de Santa Tecla, por ejemplo, quienes no eran de la pandilla no podían visitar a sus seres queridos. Si por suerte los dejaban pasar, les cobraban dos dólares por cinco minutos. “Es parte de lo que queremos borrar de nuestra historia, esos hechos de violencia lamentable. Queremos mostrar, como país, que tenemos esa capacidad de comenzar de nuevo”, aseguró Francisco Martínez, gerente del camposanto.
En El Salvador el cambio es aplaudido, porque el pasado pesa y duele. De Bukele venden camisetas estampadas con su cara en todas las esquinas. El excanciller colombiano Julio Londoño Paredes, que fue mediador del conflicto salvadoreño cuando se firmó la paz en 1992 y lo visitó por años, recuerda con dolor una escena: un grupo de mamás enviando a sus hijos de 8 o 9 años solos a Estados Unidos. “Es la única forma de salvarlos de las maras”, le contaban a Londoño en esa época.
Entre lágrimas, Roberto Moral, otro habitante de La Campanera que habló con SEMANA, mostró a sus dos hijos jóvenes y resumió la situación así: “Uno no podía salir sin temor, más cuando tenía hijos varones. A los más jovencitos yo no los podía sacar”. En otras palabras, los más pobres eran quienes se sentían viviendo en su propia casa por cárcel. Bukele les dio la libertad en apenas un año.
En un país con solo seis millones de habitantes (menos que Bogotá), había cerca de 100.000 miembros de estas bandas. En Colombia, las Farc habían aterrorizado a un país de 48 millones de personas y al integrarse al proceso de paz, se desmovilizaron 13.000 combatientes. Por eso, la cifra salvadoreña es escalofriante.
La estrategia era el terror cotidiano y su lema: robar, matar y violar. “Y matar espectacularmente: degollando, apuñalando, decapitando”, explica el biógrafo del presidente Bukele, el periodista y exguerrillero Geovani Galeas. Con esas tesis, se calcula que alcanzaron a tener el control en más del 80 por ciento del territorio.
Como recuerda la revista The Economist, “desde el final de la guerra civil en 1992, la política estuvo dominada por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), un partido de izquierda que surgió de grupos guerrilleros y la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), un partido conservador que fue fundado por un exsoldado para oponerse a esas guerrillas”.
Semejante irrupción en el poder produjo un movimiento de todos contra Bukele. Los primeros dos años, el presidente tuvo al Congreso en contra y al pueblo a su favor. Su manera de gobernar encantaba en las encuestas, pero no en la clase dirigente, que tuvo la batuta del Parlamento hasta el 28 de febrero de 2021, cuando Bukele arrasó en esas elecciones. En más de 200 años de historia nunca un presidente había tenido mayorías y él las tenía de sobra al haber coronado dos tercios del Capitolio.
La lucha contra las pandillas fue implacable. “Desde el primer día, el éxito de la operación fue que se hizo de manera intensa, incesantemente, de noche y de día. Fue una guerra relámpago y a las maras no les dio tiempo de nada”, agrega el biógrafo Galeas. Por día, el Gobierno capturaba de 500 a 1.000 hombres. Fueron tan gigantescos los operativos que los criminales ni siquiera opusieron resistencia. Un día, por ejemplo, 14.000 soldados hicieron un cerco en un pueblo para que no tuvieran salida.
Gustavo Villatoro, ministro de Justicia y de Seguridad Pública de El Salvador, le dijo a SEMANA: “Logramos tener los perfiles de cada uno de los 76.600 pandilleros registrados hasta el 27 de marzo del año pasado. Partimos siempre del conocimiento pleno del enemigo al que nos estábamos enfrentando. Para ser miembro de la estructura, dentro del ritual ellos tenían que haber matado”.
El ascenso
El presidente Bukele es un adicto al celular, como muchos de su edad. Llegó a la presidencia a los 37 años, como el más joven de América Latina en el cargo. Cuentan que ni siquiera en las más importantes reuniones se despega de la pantalla.
Twitter es su principal arma política. Es verdaderamente lo que llaman un outsider y este estilo se evidencia en todos los frentes. En la economía, por ejemplo, dice que no cree en el PIB ni en los estándares que impone el Banco Mundial o el FMI, pues lo que verdaderamente vale es estar seguro en las calles y tener empleo.
Quizás por esa razón es el mayor creyente de las criptomonedas y considera que comprar millones con fondos públicos, al final, garantizará la independencia financiera de su país. “El Salvador es el epicentro de la adopción del bitcoin y, por lo tanto, de la libertad económica, la soberanía financiera, la resistencia a la censura y la riqueza inconfiscable”, ha dicho.
Hoy es considerado un líder de la derecha, pero pocos se imaginarían que cuando comenzó su carrera política, era el candidato impulsado por el izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Bukele es hijo de un empresario que fue muy conocido y querido en el país, Armando Bukele Kattán, y de Olga Ortez. El primer mandatario ha contado que se siente orgulloso de su pasado árabe, que sus abuelos paternos emigraron de Palestina hace 90 años, se conocieron y se casaron en El Salvador.
Allí, la familia hizo una vida muy próspera. Nayib Bukele creció como un joven adinerado de la capital, lleno de lecciones que pocas veces tienen los niños ricos.
Fue su viaje a la provincia el que lo hizo célebre. Su esposa era una joven bailarina de ballet que estudió psicología. Se vieron por primera vez cuando él tenía 18 años y se casaron en 2014; ella ha decidido mantener un perfil político bajo. Nunca genera controversia.
Bukele convirtió a Nuevo Cuscatlán en un pueblo de clase mundial. Comenzó a hacerse conocido por un lema: “El dinero alcanza cuando nadie roba”. Hizo obras e implementó muchos programas, y esa buena gestión lo convirtió en el más firme candidato a la Alcaldía de San Salvador, también por el FMLN.
Su carrera en ascenso comenzó a llamar la atención del mundo. “Un tomador de decisiones entre grandes, como Angela Merkel y Justin Trudeau”, lo llamó la revista Foreign Policy. “Un líder de la próxima generación”, lo calificó Time. Se lanzó a la presidencia y rompió el esquema político del momento. Fue el primero, en más de 30 años, que no ganó por los partidos tradicionales. Ganó en primera vuelta con el 53,8 % de los votos. “Dijimos que haríamos historia y lo hicimos”, dijo en la noche de su triunfo.
Galeas puede ser el hombre que más lo conoce. Lo ha acompañado por años y escribió un libro sobre él. “Nayib ni es muy guapo, ni canta tan bonito las rancheras como Pedro Infante, ni cuenta buenos chistes. Lo que tiene es una inteligencia excepcional”, explica. El hombre fue miembro de la extinta guerrilla salvadoreña. Cuando se desencantó de la guerra, se volvió periodista.
“Hace un par de años concluí que Nayib es el líder más importante de nuestros 220 años de historia. Es más inteligente, más valiente que Joaquín Villalobos. Nosotros hicimos casi 20 años de guerra. Fue muy duro, muy sacrificado, pero no logramos nada. No cambiamos el país. Al contrario, el país empeoró. Hoy, en cambio, vamos a completar 318 días a lo largo de su gestión en cuatro años con cero homicidios”, sostiene.
Hasta los más firmes opositores de Bukele, por ejemplo los periodistas de El Faro, le reconocen sus logros en seguridad. Ellos fueron a territorios antes vedados y concluyeron que “el esquema del presidente Nayib Bukele ha conseguido desestructurar a las pandillas en El Salvador, desbaratando su control territorial, su principal vía de financiamiento y su estructura interna”.
Por su parte, Estados Unidos ha sancionado a algunos funcionarios del Gobierno Bukele por estar involucrados en posibles hechos de corrupción, violación a los derechos humanos y por negociaciones encubiertas con las pandillas.
La pelea con Petro
En el último mes, Bukele se metió de lleno en el debate público en Colombia y no se ha quedado callado frente a las críticas que le ha hecho el presidente Gustavo Petro. Por ese motivo, han chocado en redes sociales por las grandes diferencias que ambos tienen, especialmente en materia de seguridad. Mientras Bukele defiende la guerra sin tregua contra las pandillas, Petro impulsa la paz total, tendiéndoles la mano a los grupos armados ilegales y narcotraficantes.
La última confrontación, esta semana, escaló de nivel. Petro le reclamó a Bukele por un supuesto pacto con los pandilleros para poder gobernar. “Mejor que hacer pactos del Gobierno por debajo de la mesa es que la justicia pueda hacerlos encima de la mesa sin engaños y en búsqueda de la paz”, dijo Petro en Twitter. El presidente de El Salvador respondió y le enrostró todo el escándalo en torno a Nicolás, su primogénito: “¿No es su hijo el que hace pactos bajo la mesa y además por dinero? ¿Todo bien en casa?”.
Algo que ha llamado la atención es que, teniendo en cuenta que en Colombia aún no hay una figura fuerte de oposición a Petro, antipetristas han visto en Bukele una voz que los representa.
El presidente de El Salvador ya tiene una invitación para visitar Colombia, en octubre próximo, justo cuando el país irá a las urnas para elegir alcaldes, gobernadores, concejales y diputados. Es muy posible que, para hacerles contrapeso a los candidatos del Pacto Histórico, muchos enarbolen las banderas de Bukele como unas políticas necesarias y eficaces para recuperar la seguridad en todo el territorio nacional.
Petro y Bukele tienen en la mira a América Latina: mientras el salvadoreño ha conquistado seguidores con sus políticas contundentes contra la delincuencia, el colombiano, con su política del amor, busca dirigir un bloque de izquierda conformado por Lula da Silva, Nicolás Maduro, Gabriel Boric y Andrés Manuel López Obrador, entre otros. Con seguridad, vendrán más enfrentamientos entre Petro y Bukele, pues son como el agua y el aceite.