PERFIL
Duque: roquero y disciplinado, de senador primíparo a presidente
Llegó el día en que el candidato del uribismo se pondrá la banda presidencial. Es el mandatario más joven que haya llegado a la Casa de Nariño. Esta es la historia de su vida.
Iván Duque soñó con ser presidente desde niño. Así lo recuerda su madre, Juliana Márquez Tono, quien cuenta que una vez de pequeño le preguntó al presidente Julio César Turbay si de joven soñaba con un día llegar a ser jefe de Estado. El sorprendido y veterano político le respondió: “No, mijito, de niño yo no pensaba en nada de eso”. Y ante esto el pequeño replicó: "Yo sí".
Iván Duque de pequeño con su familia
Ese día finalmente le llegó a Iván Duque el pasado 17 de junio. Horas antes de que el exsenador ganara las elecciones, le había encomendado ese propósito a la virgen de Chiquinquirá. En sus últimas horas como candidato, Duque se trasladó a ese municipio boyacense para encontrarse con la llamada patrona de Colombia y orar frente a la imagen de lienzo que han bendecido los dos papas que han visitado al país. “Vengo a pedirle que me dé sabiduría, me acompañe, me ilumine. Me siento contento de lo que ha sido una campaña decente”, dijo allí.
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La imagen de millones de personas coreando el nombre del nuevo presidente ese día de las elecciones resultó sorprendente. Apenas cuatro años atrás, Duque comenzaba su carrera en la vida pública como senador de la bancada de Álvaro Uribe. Sus contendores en la campaña presidencial lo criticaron sin descanso por su inexperiencia y juventud. El joven abogado de 41 años compitió con verdaderos pesos pesados de la política, a los que fue superando a poco a poco. Primero les ganó a los cinco precandidatos de su partido, después a Marta Lucía Ramírez y Alejandro Ordóñez, y en la primera vuelta dejó por fuera del ring a Germán Vargas Lleras, Sergio Fajardo y Humberto de la Calle.
Ese ascenso –explicado en gran parte por la fuerza de Álvaro Uribe– resultó incluso inesperado para muchos. Sin embargo, en su familia lo que está viviendo Ivo, como le decían de pequeño, era predecible. Según cuenta su mamá, Duque era lo que llaman un “niño viejo”, pero sobre todo un hijo de su papá, el exministro y exgobernador Iván Duque Escobar. Como él, recitaba de memoria los discursos de esos políticos de antaño que emocionaban las plazas. Sabía varios de Jorge Eliécer Gaitán y a medida que creció memorizó también los de Kennedy.
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Duque hijo y Duque papá tenían en esos discursos un momento de complicidad. Los oían juntos después de comer y pasaban horas hablando de estos. Hoy esa colección de audios que le quedó de su papá, después de su muerte en julio de 2016, es una especie de tesoro para él. Cuando el hoy presidente era muy pequeño, su papá lo solía llevar a las correrías políticas. Su mamá muestra con orgullo una foto en la que el niño, de apenas 4 años, sale alzado en hombros con una cobija en la mano. Hace unas semanas, Duque quiso hacer la misma imagen con su hijo Matías, “populismo puro” dijeron sus críticos.
Iván Duque de niño
Donde sí habría sorpresa en el rumbo que tomó la vida de Duque es entre quienes lo conocieron de adolescente. Los amigos que compartieron con él los años de la juventud no vislumbraban para entonces esa suerte. Era un colegial, como casi todos, enloquecido por el fútbol y la música. Tenía destrezas tanto para conducir a terreno contrario el balón como para tomar la guitarra y acompañarse, sin mucho desatino.
Inicialmente entonaba canciones de la nueva trova cubana y boleros. Luego, con sus compañeros de colegio, se adentró en el rock y fue vocalista del grupo que crearon, llamado Pig Nose. “No me acuerdo cuántos eran, pero hacía un ruido terrible”, anota su mamá.
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De esa época a Duque le queda la manía de lucir una sarta de mañillas en su muñeca izquierda, el fervor por el América de Cali y el reflejo entre roqueros de chocar las palmas y enfrentar los puños al saludarse. En esos años de juventud, Duque ya no quería ser presidente sino militar. El exsenador cuenta cómo un accidente dejó en el traste ese sueño. Se luxó la rótula izquierda y por cuenta de eso en el Ejército no lo recibieron. “En ese momento yo no me había presentado a ninguna universidad”, recuerda Duque.
Iván Duque con su mamá
Sin ningún plan por delante, un amigo de su papá Bernardo Beltrán Mahecha le recomendó pasar papeles a la Universidad Sergio Arboleda, que como era nueva, aún tenía inscripciones abiertas. “Me llamó la atención que se presentó con el pelo largo -no era tan largo- pero no era usual que un estudiante de derecho tuviera el pelo así. Sin embargo, esto nunca afectó su proceso”, recordó José María del Castillo Del Castillo el entonces decano de derecho.
Su amigo Francisco Barbosa lo recuerda como un ‘nerdo’. Siempre se sentaban en la primera fila y eran de los que constantemente preguntaban en clase. Llevaban el periódico a la universidad para estar actualizados y las tardes de estudio las pasaban en la casa de Iván porque el papá, que también era abogado, tenía una biblioteca casi mejor que la de la universidad, con más de 17.000 volúmenes.
Duque había entrado a la Sergio Arboleda sin mucho entusiasmo. “Yo al comienzo pensaba hacer un semestre y cambiarme de universidad, pero me encontré con un ser humano excepcional: Álvaro Gómez”. Decidió quedarse. El crimen del líder conservador le tocó de cerca. Unas horas antes de que lo acribillaran al salir de ese centro académico, Duque había tenido clase con él. Hablaron de un seminario de derecho constitucional que preparaban. Cuando se estaba devolviendo para el salón, se produjo el atentado. “Me marcó muchísimo”, recuerda.
Rodrigo Noguera Calderón, rector de la Sergio Arboleda, con Iván Duque el día en que le entregaron la "Orden Universidad Sergio Arboleda", mayor reconocimiento que puede recibir un sergista.
Al margen, o mejor, en paralelo a todos sus gustos y aficiones de juventud, en la mente de Duque siempre estuvo la política como vocación y la presidencia como meta. Ese sueño, sin embargo, lo comenzó a acariciar hace muy poco, cuando conoció a Álvaro Uribe Vélez, sin lugar a dudas el gran fenómeno electoral del país en los últimos 20 años.
Así vivió Duque el cierre de la primera vuelta:
Duque necesitaba un trampolín realmente potente para proyectarse y Uribe “el eterno presidente” requería de un alfil fresco, fiable y moderno después de varias malas experiencias. Se sabía que quien tuviera la famosa camiseta de “el que diga Uribe” llegaría con una fuerza de tornado a la campaña. Pese a que también desata grandes controversias, el expresidente continúa siendo el político más popular del país en las últimas décadas. Su bendición es suficiente para arrastrar a millones de votantes. Pero no fue solo el soplo de vida electoral que le ungió Uribe. Duque hizo lo suyo.
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Durante los cuatro años que estuvo en el Capitolio, Duque se consolidó como un senador disciplinado y responsable que siempre jugó un papel en las discusiones importantes. En contraste con otros representantes de esa bancada que suelen dar de qué hablar por su radicalismo, como María Fernanda Cabal o José Obdulio Gaviria, Duque le imprimió un aire renovado y tranquilo al uribismo. El mismo expresidente lo reconoce. En las veces que lo acompañó en tarima en la campaña, siempre terminó con la frase de que uno de los grandes atributos de Duque, es ser menos “pelietas” que él.
Duque y Uribe en el Congreso
Al comienzo de la carrera presidencial ese espíritu tranquilo y conciliador le hizo daño. En las propias tropas de Uribe consideraban que Duque no tenía la suficiente garra para representar al Centro Democrático. Todo eso se dio en parte porque muchas de las peleas que el uribismo cazó con la comunidad LGBTI o con la prensa, Duque no las compró. Fue en ese momento cuando el exministro Fernando Londoño, una de las voces más influyentes en esa colectividad, lo llamó “mozalbete inteligentón”.
Paradójicamente, ese estilo que al principio le causó resistencias, al final terminó entregándole el triunfo. Ser el candidato de Uribe no era suficiente. Se necesitaba poder articular ese furor que existe por el expresidente en un sector del país, con el temor y el odio que despierta en otro no menos importante. En la campaña, se podría decir que Duque no cometió errores ni dio papaya. Su acto más criticado fue no asistir al debate presidencial con Gustavo Petro. Aunque esto es un ejercicio antidemocrático, hacia parte de la estrategia de Duque de no entrar en controversias.
Iván Duque luego de votar en la segunda vuelta
Una de las frases más duras de la campaña se la dijo quizás Germán Vargas Lleras quien aseguró que Duque “está muy pollo”. Cada vez que le lanzaban ese dardo, el candidato del uribismo lo devolvía replicando que en otros países los líderes eran jóvenes. Emmanuel Macron llegó al Eliseo en Francia a los 39 años; Matteo Renzi, en Italia, también tenía esa edad. Tony Blair fue elegido con 43 y Justin Trudeau de Canadá, con 45. Ante esa frase, Humberto de la Calle le respondió en un debate con un batacazo. “Sí, pero es que allá en Francia, Macron no tenían a Uribe respirándole en la nuca”, dijo.
Uribe, su gran motor, también es su gran fantasma. “Yo voy a ser el presidente y voy a tomar las decisiones”, aseguró en campaña el ahora presidente: “Pero uno debe tener la humildad para escuchar a las personas que han gobernado bien”. Sergio Araújo, asesor de su campaña y veterano uribista cree que Duque es distinto y aún mejor que el expresidente. “Como me lo dijo un día un viejito en la calle: este es más sonriente que Uribe, es más cariñoso, canta, toca guitarra, baila, es casi un Uribe corregido”, anota. Y sobre quién mandaría apunta “Duque no es una persona manipulable. Quien crea que él puede ser un títere, se nota que no conoce ni a Duque ni a Uribe”.
Iván Duque y Álvaro Uribe durante la campaña presidencial
El último elemento que explica la llegada de Duque a la Casa de Nariño está en la antípoda del uribismo. El ascenso de Petro en campaña favoreció al Centro Democrático que terminó recogiendo miles de votos que no tenía, de ese sector de colombianos que sentía que la llegada del candidato de la Colombia Humana era un salto a ser como Venezuela. Duque personalmente no atizó ese miedo, pero su campaña sí. Y por inercia inversa, ambos crecieron.
Ad portas de posesionarse este martes, el presidente electo Iván Duque encara su entrada a la Casa de Nariño con varios asuntos de trascendencia nacional en mente. Uno de ellos es el proceso judicial que enfrenta su jefe político.
No cabe duda de que Colombia está a la expectativa del manejo que el nuevo presidente le dé a la encrucijada jurídica que enfrenta su mentor político, Álvaro Uribe.
Cuando Iván Duque se ponga la banda presidencial este 7 de agosto, se abrirá una nueva era marcada por dos realidades paralelas. La primera tiene que ver con el rumbo y el talante con el que Duque impregne su gobierno, con ministros más técnicos que políticos, y con un apoyo mayoritario en el Congreso que le asegura en buena medida sacar adelante las propuestas con las que se comprometió de candidato.
Pero de otro lado está la sombra del caso Uribe. Más allá de lo que pueda pasar en la Corte Suprema de Justicia con el llamado a indagatoria al expresidente para que responda por los presuntos delitos de fraude procesal y soborno, es en este punto dónde se darán los debates más álgidos entre el uribismo y la oposición.
Mientras por esa banda, uribistas y antiuribistas se sacarán chispas, Iván Duque tomará las riendas del país con la promesa de no parecerse al gobierno de Santos, intentando hacer borrón y cuenta nueva en asuntos estructurales. Pero la tarea no se vislumbra nada fácil. Ahí está el reto más importante del hombre más joven en llegar a la Casa de Nariño.