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Las Farc quedan en el limbo

A pesar de que ha expresado su voluntad de seguir la senda de la paz, el grupo guerrillero entra en una etapa de incertidumbre en el que el factor tiempo corre en contra.

3 de octubre de 2016

Para hacer la paz se necesita sobre todo voluntad. Durante estos cuatro años de conversaciones en La Habana quedó demostrado que si algo les sobraba tanto al gobierno como a las Farc era eso: voluntad de paz. En el camino se transformaron, superaron crisis, y terminaron por encontrar puntos en común en medio de las más profundas diferencias.

La voluntad de paz se puso a prueba en muchos y muy difíciles momentos, y los superó todos. Ahora le llega la prueba más ácida, la más difícil, y de alguna manera, inesperada. Si bien el gobierno fue derrotado en el plebiscito, las Farc recibieron un golpe aún más duro: quedan en un limbo muy peligroso. Aunque Timochenko salió la noche del domingo a reiterar que las Farc “solo usaremos la palabra en el futuro”, la realidad es que la incertidumbre los golpea a ellos más que a nadie. Al quedar sin piso el acuerdo, quedan en vilo el desarme, su reincorporación y el paso a la política, en un escenario que no es de guerra ni de paz, y lo peor de todo, sin que se sepa por cuánto tiempo.

El anuncio del presidente Santos de mantener el cese del fuego y de hostilidades bilateral y definitivo produce alivio, pues da un respiro para encontrar salidas a la crisis política y jurídica. La pregunta es por cuánto tiempo se puede sostener si no hay soluciones a la vista. Primero, la ONU queda en una situación difícil puesto que ya ha desplegado su operativo de verificación sobre la base de un cronograma de seis meses. El Consejo de Seguridad difícilmente podrá mantener una misión de 500 personas sin un horizonte claro del desarme. Si la verificación se resquebraja, el cese sería insostenible y la consecuencia probable sería volver a la confrontación. Lo segundo es el dilema de cómo se sostendrán los combatientes de las Farc por un tiempo indefinido, comprometidos como están a no cometer extorsiones ni incurrir más en el narcotráfico. Tercero, si bien las Farc han estado muy cohesionadas hasta ahora, esta derrota política también lesiona los liderazgos en las filas y, sobre todo, la confianza de muchas de sus bases en el proceso. Lo peor que puede ocurrir es que un limbo prolongado lleve a una erosión interna de esa guerrilla. Finalmente, la fragilidad de la situación actual es que cualquier incidente o provocación puede romper el armisticio y la confianza lograda.

Defender lo acordado

Las Farc no irán a la guerra mañana, pero sí se mantienen en el proceso sobre la base de una premisa: defender lo acordado. Ellas nunca simpatizaron con el plebiscito, que consideraban una iniciativa innecesaria y unilateral del gobierno. Y si lo aceptaron a regañadientes fue sobre la base de que el gobierno aceptó otra fórmula de blindaje jurídico: el Acuerdo Especial. El texto del acuerdo de La Habana ya reposa en Berna, Suiza, y en teoría puede asimilarse al desarrollo de un tratado internacional. En términos estrictos, partes del acuerdo como el fin del conflicto, el punto de víctimas y el de implementación podrían tener ese carácter. Esa idea, que muchos juristas rechazaron de plano al principio, puede convertirse en tabla de salvación por lo menos para una parte del acuerdo. Daría un cierto blindaje, aunque no total, pues solo la incorporación a la Carta Política lo vuelve un acuerdo realmente vinculante para el Estado. El resto podría ser tramitado a través de leyes ordinarias, tal como ocurrió en Guatemala cuando tampoco se logró que el pueblo refrendara el acuerdo. Pero eso lo deja al vaivén de los avatares políticos. Ni el punto agrario, ni el político y menos el de drogas tienen mayor futuro en el Congreso.

Es muy probable que las Farc insistan en la fórmula del Acuerdo Especial, y que el Congreso y la corte, dada la emergencia en la que se encuentra el proceso de paz, lo apoyen. La pregunta es si todo el texto podría ser considerado como un Acuerdo Especial o solo la parte que tiene que ver más directamente con los asuntos humanitarios, como el fin del conflicto o el punto de víctimas.

Otro camino posible es que la comunidad internacional contribuya a encontrar caminos para salvar el proceso. Esta ha sido una negociación rodeada por países garantes como Noruega y Cuba, apoyada por Estados Unidos, y con todo el respaldo de la ONU. Tal como lo dijo el periodista británico John Carlin, el triunfo del No es un oso mundial y muchas naciones y líderes intentarán que no pase a catástrofe. La pregunta es qué pueden hacer realmente cuando hay una división política tan profunda en el país. Muchos líderes mundiales como Kofi Annan y el propio gobierno de Estados Unidos han intentado acercar a Uribe y Santos. La comunidad internacional suele servir más para mediar cuando hay problemas entre las partes en conflicto y este no es el caso, pues tanto Santos como Timochenko coinciden en que este era el mejor acuerdo posible.

¿Renegociar o volver a la guerra?

El problema es que aunque la voluntad de paz de las Farc no está en duda por ahora, las circunstancias podrían obligarlas a volver a ella si no hay otro camino. La idea de la renegociación siempre ha sido abstracta. Si renegociar implica que las Farc acepten ir a la cárcel y renunciar a participar en política, es irreal que ello ocurra. Las Farc defenderán lo acordado a través de la movilización social, para generar presión política para que se respete, aun por encima de las circunstancias adversas de un plebiscito que solo es vinculante para el presidente. Ahora, como Santos tampoco tiene mucho margen de maniobra, un escenario probable y delicado es una prolongación del limbo hasta que haya elecciones y un nuevo mandatario.

También hay que considerar que este rechazo al acuerdo con las Farc tendrá un fuerte impacto en las posibilidades de un proceso de paz con el ELN. Ese grupo había dado por fin muestras de sensatez al anunciar un cese del fuego unilateral para facilitar el plebiscito. Este resultado aleja aún más la posibilidad de abrir una fase pública con ellos.

Así las cosas el país está frente a un periodo sin guerra y sin paz, en un cese del fuego frágil en medio de una campaña electoral polarizada, una crisis fiscal profunda, y sin certidumbres de que pueda llevar a un mejor acuerdo de paz. En ese contexto, las Farc podrían insistir en la idea de una constituyente. Y tendrían audiencia.

Por una de esas paradojas de la historia, y de la política, cuando las Farc han demostrado mayor voluntad de paz, el país les está negando la posibilidad de entrar de manera rápida y segura a la vida civil. Solo queda esperar que la actitud serena con la que han asumido esta difícil circunstancia perdure. Porque no se sabe por cuánto tiempo quedarán en el limbo.