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Cuatro interrogantes sobre el plebiscito

¿Qué tanto se le torció el cuello a la normatividad? ¿Qué posibilidades hay de que se pierda? ¿Qué pasaría ahí? ¿Qué le conviene más al uribismo?

23 de julio de 2016
La mayoría de parlamentarios se mostraron entusiastas con la paz. Con los parlamentarios de la Unidad Nacional, los congresistas del uribismo se mantuvieron sentados. | Foto: Juan Carlos Sierra

Terminó el suspenso sobre el plebiscito. Fue aprobado con umbral del 13 por ciento y tendrá lugar probablemente en octubre. Frente a esta realidad, vale la pena desmenuzar las inquietudes que muchos colombianos tienen sobre el tema.

La primera sería cuánto se le torció el cuello a las reglas del juego para sacarlo adelante. La respuesta es que definitivamente fue bastante. La Corte Constitucional y el Congreso le aceptaron al presidente todo lo que el gobierno pidió para que esa consulta fuera viable. Inicialmente se quería que fuera un referendo simultáneo con las elecciones locales. Luego se cambió por un plebiscito bajando el umbral del 50 por ciento al 25. Posteriormente, ese 25 se convirtió en un 13 por ciento con la teoría desarrollada por el constitucionalista Rodrigo Uprimny de que el umbral debería ser no de participación, sino aprobatorio. En otras palabras, que el Sí o el No tendrían que llegar al 13 por ciento para lograr la aprobación. Por encima de todo esto la semana pasada se llegó a pensar en eliminar ese 13 por ciento o volverlo simbólico con el término de “plebiscito consultivo” si ganaba el Sí pero no se llegaba al umbral. A esto último, la corte no le jaló.

Toda esa torcida de pescuezo en el fondo fue para no poner en riesgo el resultado. El plebiscito como estaba contemplado en la Constitución no era viable. El umbral del 50 por ciento en un país de abstencionistas es inalcanzable. Así quedó en evidencia cuando Álvaro Uribe, con el 75 por ciento de imagen favorable, no logró aprobar el referendo que presentó en su gobierno. Otra conclusión que resultó de ese fracaso es que es muy difícil lograr el umbral cuando todos los puntos se presentan desmenuzados y no en bloque. Por esa razón Santos ajustó el mecanismo a esa realidad: hizo que el Congreso cambiara el referendo por plebiscito para que se pudiera votar en bloque y que cambiara el umbral para que el reto no fuera la abstención sino el No.

En esas circunstancias es muy probable que el plebiscito acabe aprobado. Se requieren 4.514.801 votos por el Sí para llegar al umbral del 13 por ciento. Esa cifra es casi idéntica a la que obtuvo el Plebiscito de 1957 para la creación del Frente Nacional. Entonces votaron 4.603.000 personas, de las cuales casi 4.400.000 votaron por el Sí. En ese momento la población de Colombia era de 14,6 millones de personas, y en la actualidad se acerca a los 49 millones. De esos 14,6 de hace 60 años, solo 6.470.000 eran mayores de 21 años y podían votar. Por lo tanto la participación real fue del 71 por ciento. No deja de llamar la atención que con una población que es tres veces más grande en la actualidad se esté hablando de votaciones comparables.  

La explicación de lo anterior es que las circunstancias son muy diferentes. En el 57 se salía de una dictadura y se trataba de volver a la democracia. Además prácticamente no había oposición. Por otra parte se estaba inaugurando el voto de las mujeres, lo cual representaba una revolución social y electoral. Aunque el fin del conflicto armado con las Farc es un episodio histórico de una importancia comparable con la creación del Frente Nacional, el contexto es radicalmente diferente.

Hoy el proceso de paz no es muy popular ni el presidente tampoco. Eso se debe en gran parte a la ferocidad de la oposición uribista. El fin de una guerra podría generar un entusiasmo colectivo como el regreso a la democracia, pero eso no está sucediendo. Las críticas del Centro Democrático al proceso de paz han calado en la opinión y el estado de ánimo de los colombianos no es de euforia, sino de que es mejor un mal arreglo que un buen pleito. Eso no da para lanzar voladores pero sí para conseguir los 4,5 millones de votos que se necesitan por el Sí.

Cuando no hay elecciones parlamentarias, los caciques políticos ofrecen menos lechona y ponen menos buses. Y Colombia es todavía un país clientelista donde el voto de opinión es minoritario. Eso se vio en la votación que dio lugar a la Asamblea Nacional Constituyente durante el gobierno Gaviria en 1990. En esa ocasión, a pesar de que Colombia ya tenía más de 40 millones de habitantes y que se trataba de crear una nueva Constitución, solo votaron 3.710.557 personas.

El resultado final dependerá en gran parte de la posición del uribismo. Al cierre de esta edición el expresidente estaba abriendo una puerta frente al proceso de paz si le hacían algunas concesiones en relación con sus críticas a la impunidad y a la elegibilidad política de los guerrilleros. Eso no va a ser fácil. Ese asunto ya se había cerrado en la Mesa de La Habana, y aun si el gobierno quisiera reabrirlo es poco probable que los guerrilleros acepten. Claro que la ventaja de contar con Álvaro Uribe Vélez en el proceso es tan grande que su oferta no puede ser interpretada simplemente como simbólica.

Sin embargo, mientras esto no suceda, el uribismo seguirá siendo la oposición. Tendrá que escoger entre hacer una campaña por el No o decretar la abstención. El No produciría una campaña emocionante y con adrenalina. Si por el contrario se decide por la abstención, la contienda sería más lánguida. Hasta ahora el Centro Democrático ha enviado señales contradictorias. Carlos Holmes Trujillo en su columna se ha pronunciado a favor de la abstención e Iván Duque en la suya a favor del No. Las dos posiciones tienen ventajas y desventajas para esa colectividad. Si gana el Sí, la abstención no los dejaría como perdedores y sería consecuente con el argumento de Uribe de que para ellos el plebiscito no es legítimo. Pero el expresidente es gallo de pelea y dada su popularidad siempre tendrá la tentación de dejarse contar. Además, en el fondo de su corazón no descarta del todo la posibilidad de ganar. Su decisión dependerá en gran parte de las encuestas.

Hasta ahora estas no permiten arrojar una única conclusión: según la Gran Encuesta de SEMANA y RCN, el 36 por ciento de los colombianos votaría por el Sí, el 25 por ciento por el No y el 36 por ciento no votaría; para el Centro Nacional de Consultoría, el 74 por ciento de los votantes marcaría el Sí y el 26, el No; y para Cifras y Conceptos, el 65 por ciento de los ciudadanos acudiría a las urnas, y de ellos más del 70 por ciento –que equivale a 8 millones de votos– escogería el Sí.

Pero independientemente de los sondeos, el Sí cuenta con mucha artillería. La bandera de la paz, aunque esta sea percibida como imperfecta, es taquillera y esperanzadora. Aún los escépticos creen que sería un error no darle una oportunidad a ese esfuerzo. Además de esto, las elecciones se ganan con plata y con maquinaria. En esos dos frentes el Sí tiene mucho más que el No. A pesar de que los congresistas son menos entusiastas cuando no está su curul en juego, las mayorías de la Unidad Nacional son una aplanadora. Y estas mayorías pueden ser aún más definitorias en el caso de alcaldes y gobernadores cuya dependencia del gobierno central los vuelve santistas. A esto hay que sumarle la izquierda y los verdes que, aunque no hacen parte del gobierno, tienen más entusiasmo por la causa que los partidos tradicionales y movilizan a los sectores sociales, a los sindicatos y al voto de opinión. En voto de opinión Uribe no es nada manco, pero su maquinaria no tiene aceite y esto complica un poco las cosas. Sin embargo, no hay que olvidar que aun con estas limitaciones, ganó la primera vuelta en las últimas elecciones presidenciales.

No obstante, en política todo el mundo tiene doble agenda. Después de la tormenta que se creó con el nombramiento del expresidente César Gaviria como jefe de campaña del plebiscito, se pensó que los jefes de los otros partidos iban a exigir una fórmula pluripartidista. Esto lo hicieron, pero más como gesto simbólico que como deseo real. La verdad es que a Cambio Radical y a los conservadores les conviene que quien ponga el pecho sea Gaviria y no ellos. Como el electorado está tan polarizado alrededor del proceso de paz, ponerse la camiseta de frente cuesta votos en algún lado. Mejor ir de terceros o cuartos en el pelotón sin llamar la atención.

La pregunta que queda por resolver es qué pasaría si el plebiscito se pierde. En términos generales se podría asegurar que no mucho. Para Santos sin duda sería una gran derrota, pero no significaría el regreso a la guerra. Ni la guerrilla, ni el gobierno, ni los colombianos estarían dispuestos a eso por un tropiezo de mecánica política. El fallo de la Corte Constitucional dejó en claro que la votación del plebiscito solo tiene carácter vinculante para el presidente. Esto se traduce en que si gana el No o si no pasa el umbral, Santos no podrá presentar los proyectos de reforma constitucional para cumplir los acuerdos. Sin embargo, no por eso se caerá el proceso. Después de cuatro años en La Habana que han creado la ilusión de un país sin guerra, Colombia quiere doblar esa página negra de su historia. Por lo tanto, lo que tendría lugar es la búsqueda de alternativas para reversar el fracaso en las urnas. La primera sería pedirle al Congreso que asuma la responsabilidad de restablecer la negociación para que, con o sin modificaciones, se pueda implementar lo pactado.  

Como es evidente que para llegar a lo que se llegó se le hicieron varios atajos a las reglas del juego tradicionales, lo que queda por determinarse es si el costo institucional incurrido es superior a los beneficios de la desmovilización de las Farc. La experiencia colombiana en ese sentido es que en el papel sí, pero en la práctica no. Colombia tiene una tradición de santanderismo, pero flexible cuando se trata de coyunturas históricas excepcionales. Y no hay la menor duda de que ponerle fin a un conflicto de medio siglo con las Farc es una de estas. Igualmente lo fueron la creación del Frente Nacional, la Constituyente de 1991 y la reelección de Álvaro Uribe. En esas tres situaciones se recurrió a formas creativas y no ortodoxas para legitimar esas transiciones.

El riesgo institucional de estas fórmulas consiste en decir que en cada uno de esos casos se le estaba torciendo el pescuezo a la ley por una necesidad percibida como positiva en su momento, pero que cuando llegue un ‘malo’ al poder puede invocar esos precedentes para causas ‘non sanctas’. En otras palabras, que si se baja un umbral para buscar la paz, también se puede bajar para eliminar la propiedad privada. Eso en la práctica no sucede. En el país la separación de poderes es muy relativa, pues la Rama Ejecutiva tiene demasiado peso frente a la Legislativa e incluso frente a la Judicial. Por lo general, el Congreso y las cortes respetan el presidencialismo, pero son capaces de ponerle un tatequieto en el momento en que se cometen excesos. Eso se vio en casos como el segundo intento de reelección de Uribe cuando la Corte Constitucional, a pesar de haberle aprobado la primera, le negó la segunda.

El mayor riesgo que tiene Santos es que un plebiscito que fue convocado por la paz se acabe convirtiendo en alguna medida en un plebisicto contra su gobierno. Como la favorabilidad del presidente está en 32 y su negativo en 64, esa no es una preocupación marginal. Pero una preocupación mas realista no para el presidente sino para los colombianos es cuál será el resultado a largo plazo del histórico proceso que está a punto de iniciarse después del plebiscito.