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Polarización en Colombia, el peligro verdadero

El uso del miedo, el radicalismo y la estigmatización impidieron que la paz se consolidara en El Salvador. Lo mismo podría ocurrir en Colombia, según un análisis de Joaquín Villalobos para la Fundación Ideas para la Paz, cedido en exclusiva a SEMANA.

19 de agosto de 2017

El Salvador pasó de lo sublime a lo ridículo. Veinticinco años después de haber concluido una cruenta guerra civil mediante un exitoso proceso de paz, los salvadoreños viven una parálisis económica, una crisis política crónica y una catástrofe social que generó un poderoso fenómeno criminal. Este dramático contraste es utilizado para decirles a los colombianos que la paz con las Farc es un peligro. Pero ni la paz ni la democracia tienen la culpa de lo que pasó en El Salvador.

La paz es un valor positivo en sí mismo, la economía salvadoreña creció 7 por ciento cuando se firmó el acuerdo y la democracia es un sistema de gobierno que evita que la gente se mate por el poder. No es de un acuerdo de paz de lo que deben preocuparse los colombianos, sino de la polarización política extrema que ya está en desarrollo. La polarización fue la que convirtió una oportunidad en un desastre en El Salvador.

Con la polarización extrema la racionalidad pierde valor, las emociones toman control, el fundamentalismo derrota al pragmatismo, la calidad de la política y de los políticos se degrada, la inteligencia se convierte en defecto, la incompetencia se vuelve crónica, los acuerdos se vuelven imposibles, los problemas se quedan sin resolver y el país se va al infierno. En un escenario polarizado, la ignorancia acaba siendo norma y la matonería cualidad. Esto puede ocurrir en cualquier parte, a pesar de que haya paz y democracia, y fue precisamente lo que pasó en El Salvador.

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Un desastre anunciado

La cultura política salvadoreña siempre estuvo sostenida en el miedo. Las elites que gobernaron lo usaron para conseguir el rechazo al opositor y preservar el poder. Bajo esas condiciones, el pensamiento de extrema derecha era dominante y todo adversario moderado era considerado comunista. Cuando fuerzas y líderes intentaban competir desde el centro, la reacción era identificarlos como extremistas y destruirlos por cualquier medio, incluso asesinándolos.

Esto impidió que las fuerzas políticas moderadas se fortalecieran y, cuando empezó a ocurrir, toda la sociedad se dividió; empresarios, Iglesia, partidos políticos y militares que rechazaban el autoritarismo fueron reprimidos en forma violenta. Miles de jóvenes se rebelaron, estalló una guerra civil y, muy a pesar de que el pensamiento democrático centrista era fuerte e influyente, incluso entre algunos de los grupos alzados, la radicalización favoreció el crecimiento del extremismo ideológico en la izquierda.

El Partido Demócrata Cristiano (PDC), una fuerza esencialmente de centro, había sido el principal opositor al régimen militar autoritario desde los años sesenta, contaba con gran apoyo popular y respaldo de algunos grupos económicos. El PDC sufrió fraudes electorales, represión, asesinatos y exilio. Sin embargo, cuando la guerra civil estalló, la extrema derecha se volvió impresentable para obtener el apoyo de Estados Unidos. En ese contexto, la Democracia Cristiana y su líder, Napoleón Duarte, acabaron gobernando durante casi una década con el apoyo norteamericano.

Pese a esto, la derecha y las elites económicas mantuvieron a Duarte y a la Democracia Cristiana como su enemigo principal. Los medios de comunicación, controlados por la derecha, atacaban al presidente de forma implacable y persistente. Cuando Duarte intentó un acuerdo de paz, la derecha lo saboteó, no le dieron apoyo, calificaron su intento como traición y esto impidió que la paz llegara antes a El Salvador. Cualquier parecido de esta historia con lo que está pasando en Colombia cuando se utiliza el miedo al “castrochavismo” y a las Farc para atacar al gobierno del presidente Santos, no es casualidad.

La derecha pudo con la polarización ganar 4 elecciones y gobernar 20 años. Lo absurdo es que de nuevo su política de miedo sirvió para provocar el crecimiento paulatino del partido de la exguerrilla que acabó dominado en la posguerra por los comunistas. El FMLN terminó así ganando las elecciones presidenciales en el año 2009, volvió a ganar nuevamente en 2014 y se mantiene en el gobierno hasta la fecha. ¡Es decir que el anticomunismo sirvió para llevar a los comunistas al gobierno!

En El Salvador lo razonable habría sido fortalecer la competencia por el centro y aislar al extremismo. Sin embargo, la derecha, para ganar elecciones, prefirió eliminar o debilitar a los competidores prosistema y fortalecer a la fuerza antisistema que proclamaba su adhesión al modelo comunista. Esto ha creado un antagonismo irresoluble que está destruyendo al país. La historia pudo haber sido diferente. Ni la paz ni la democracia fallaron: quienes fallaron fueron los que detentaban poder.

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Esta es la verdadera lección que debe aprender Colombia. La polarización se sabe cómo comenzarla, pero no cómo terminarla. Colombia está a tiempo y cuenta con un gran contingente de políticos calificados en todas las corrientes. Ojalá estos puedan hacer la diferencia. Activar el miedo es fácil, reunificar un país dividido por el odio puede volverse imposible.

El peligro de la polarización colombiana

Todos los procesos electorales abren periodos en los cuales la competencia es más importante que los acuerdos. Esto es lógico, lo peligroso es que se vuelva permanente. En los últimos 40 años, las elites políticas y económicas colombianas han mostrado madurez para enfrentar la violencia y transformar el país. A lo largo de casi 40 años, distintos gobiernos, a pesar de las diferencias, lograron encadenarse positivamente para derrotar poderosos carteles de narcotraficantes, desmovilizar guerrillas y paramilitares, recuperar territorios dominados por grupos armados, aumentar la fuerza pública y elevar su eficacia, incorporar los derechos humanos a la seguridad, pactar la paz, desarmar a la guerrilla más grande y antigua del continente, transformar la economía y cambiar la imagen de Colombia en el mundo.

Sin embargo, las elecciones de 2018 están coincidiendo con factores externos e internos que alimentan una competencia destructiva. Estas elecciones constituirán una dura prueba de madurez para toda la clase política que ahora se está movilizando con emociones, pero que en su momento deberá pactar con racionalidad.

La agenda crítica que está polarizando a Colombia

Las Farc, el ELN y el paramilitarismo como referentes de la competencia electoral. Hacer la paz ha sido una aspiración de todos los gobiernos, cualquiera fuera su posición ideológica. Se puede pensar que, a pesar de las diferencias que ahora se manifiestan con pasión, ninguno de los partidos y líderes arriesgaría los acuerdos para regresar al conflicto. Sin embargo, la utilización de las Farc y el ELN como los indicadores principales para establecer la diferencia entre las fuerzas políticas y líderes que han sido los pilares del sistema abre el camino a una narrativa que puede quedarse para siempre. Cuando las elites instrumentan a estos grupos para crear miedo a su contrario, el resultado es que el extremismo crece en presencia. De esa forma, falsas diferencias entre las elites pueden terminar convertidas en antagonismos irreconciliables.

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El proceso de pacificación y las culpas sobre el pasado. En un conflicto de más de medio siglo es casi imposible encontrar inocentes. En estas condiciones hay un elevado riesgo de que los temas de justicia transicional y otros vinculantes al conflicto que está terminando abran diferencias profundas entre las elites, que alimentarían más las emociones que la racionalidad. En Colombia, la victoria del Estado es la esencia del acuerdo de paz. Lo ideal sería que los actores prosistema asuman esta victoria como el punto de convergencia de todos. Sin embargo, la realidad es que los requerimientos de la justicia, los problemas de tierras, la actividad política en el campo y otros factores vinculantes con la pacificación están empujando a las elites hacia el pasado y a dividir al país.

La crisis terminal del régimen chavista. El régimen venezolano, al igual que el cubano, fue de gran utilidad para lograr el acuerdo de paz con las Farc. Fue acertado involucrar a Venezuela en el proceso y una feliz coincidencia que el acuerdo se firmara antes de que el modelo chavista entrase en su crisis terminal. Sin embargo, esa relación pragmática del Estado colombiano democrático con dos regímenes no democráticos se está convirtiendo en otro referente para polarizar la competencia electoral entre las elites. No hay ninguna coincidencia ideológica entre el chavismo y el partido de gobierno, pero la crisis en el país vecino y el impacto que esto tiene en la opinión pública convierten a Venezuela en un tema rentable para polarizar electoralmente.

El temor al ascenso electoral de la izquierda democrática. El final del conflicto plantea la posibilidad de que la izquierda, en este caso los partidos de centroizquierda, crezca y pueda llegar en coalición al gobierno. La violencia de las Farc y el ELN ha hecho un gran daño a estas fuerzas y le dio a Colombia la más prolongada hegemonía conservadora (en el sentido ideológico) en todo el continente. Esta comodidad conservadora ha concluido y lo que viene es una vida política más pluralista que incluirá a la extrema izquierda representada por pequeños grupos, entre estos las Farc, y la centroizquierda representada por al menos dos grandes partidos. La mejoría de oportunidades para la izquierda democrática es indispensable para que el país cierre su ciclo de inclusión política democrática. Negar esto es negar la democracia misma. Por ahora, el ascenso de la izquierda es solo una posibilidad que requiere que los partidos de izquierda superen problemas de fragmentación, liderazgo y credibilidad. La aceptación de la izquierda como un competidor con oportunidad de gobernar conlleva un efecto traumático para las elites. Esta nueva realidad en el sistema político tradicional alimenta miedos, emociones, inseguridades y, por lo tanto, contribuye a la polarización.

Colombia está a tiempo de prevenir. En el corto plazo, la polarización quizás no traiga grandes problemas, pero si no se corrige puede tener consecuencias muy graves a futuro. Colombia está viviendo una nueva realidad que le exige enfrentar nuevos retos, pero corre el riesgo de que viejos fantasmas la asusten y conviertan el miedo en el principal instrumento de la competencia política.

Los temas señalados tienen mucha potencia para darle fuerza a la idea de que se está frente a una lucha entre el bien y el mal. Esto puede acabar profundizando diferencias ficticias entre las fuerzas del sistema, y estas, en vez de polarizar constructivamente sobre soluciones a problemas y retos urgentes, podrían enfrascarse en ataques emocionales fáciles de vender en lo inmediato. El problema es que esas emociones pueden acabar convertidas en ideas fuerza del imaginario colectivo y conducir así a un severo déficit de racionalidad y pragmatismo, los dos valores más determinantes de la política.

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