JUDICIAL

Popeye, el sicario mediático

Popeye considera que hay un 80 por ciento de posibilidades de que lo maten ahora que está libre. Ese puede ser un cálculo optimista.

30 de agosto de 2014
| Foto: Fotografía: León Darío Pelaez

No es difícil entender por qué John Jairo Velásquez Vásquez –alias Popeye- sigue despertando tanto morbo e interés. Los 300 asesinatos que reconoce haber ejecutado y los 3.000 que según él ha “coordinado”, lo ubican en la categoría de uno de los asesinos en serie más notorios del planeta. Su jefe Pablo Escobar en toda su vida no mató a más de 20 personas, según lo que relata el propio Popeye.

La sinceridad del sicario raya en el exhibicionismo. Cuenta que la primera persona a quien mató era un chofer de bus y que no sintió absolutamente nada después de meterle un tiro en la cabeza. “La teoría de que uno no puede dormir después de matar a alguien definitivamente no se aplica a mí”, anotó. De sus 300 asesinatos, el único que lo impactó fue el de la mujer que amaba, Wendy Chavarriaga. Ella tenía contacto con una persona del bloque de búsqueda y Pablo Escobar al enterarse le pidió que la asesinara. Cuando se trataba del Patrón, órdenes eran órdenes.

Fuera de esa nota de humanidad, Popeye da la impresión de gozar cada vez que repite todas las barbaridades que hacía como jefe de sicarios de Pablo Escobar. Estas incluyeron participar en el asesinato de Luis Carlos Galán, ministros, magistrados, periodistas, más de 500 policías y haber puesto docenas de bombas en lugares públicos que le quitaron la vida a miles de colombianos inocentes. Con la misma frialdad con que cuenta esos episodios reconoce que calcula en 80 por ciento las posibilidades de que lo maten ahora que está libre. Ese cálculo puede ser optimista si se tiene en cuenta que prácticamente todos sus colegas de terrorismo han sido asesinados. La mayoría fueron dados de baja durante la guerra del gobierno contra los carteles. Y los que estuvieron en la cárcel fueron asesinados como el Titi, desaparecieron como el Mugre o lograron salvarse como el Arete, quien tuvo que huir a España después de que lo liberaron. En el mundo de los sicarios, como en el mundo de los deudores, siempre hay culebras al acecho.

Apenas se anunció que Popeye iba a quedar en libertad se abrió un debate sobre si los 23 años de cárcel que pagó eran suficientes para la magnitud de sus crímenes. ¿Cómo se llegó a esa cifra? En el momento en que se sometió a la Justicia la pena máxima era de 30 años. Las rebajas por trabajo y estudio, y el hecho de que Popeye ya cumplió con tres quintas partes de su pena le dieron su boleta de libertad. 

Las opiniones sobre si en ese caso se hizo justicia o no están divididas entre los familiares de sus víctimas. Julia Valencia, la hija del magistrado Carlos Valencia; Luz Adriana González, quien perdió a su hermana en la bomba del barrio Quirigua; Rosa Roldán, hermana del gobernador de Antioquia, Antonio Roldán; Federico Arellano, quien perdió a su papá en el avión de Avianca, y otros, consideran que es absurdo que una persona que confiesa haber participado en 3.000 homicidios pueda quedar campante y sonante después de sus 50 años. Otros como la familia Galán; Juan Guillermo Cano, hijo del fallecido director de El Espectador; Andrés Villamizar, hijo de Maruja Pachón, secuestrada por Escobar y de Alberto Villamizar, víctima de un atentado; así como Leonor Cruz, esposa del coronel Franklin Quintero, asesinado el mismo día que Galán,  creen que mal que bien ha sido uno de los pocos bandidos de esa guerra sin cuartel que cumplió con su condena.

Ahora que con motivo del proceso de paz se ha repetido una y otra vez que lo que se busca para los perpetradores de la violencia es que se haga justicia, se conozca la verdad total, muestren arrepentimiento y hagan algo de reparación, hay que reconocer que el caso de Popeye tiene todos esos elementos. En este definitivamente no hubo impunidad. Popeye pasó 23 años tras las rejas y ningún guerrillero, paramilitar o narcotraficante en Colombia ha estado en la sombra tanto tiempo. En cuanto a la verdad, ni se diga. No hubo magnicidio, carro bomba u homicidio que no hubiera confesado con pelos y señales. Además, manifiesta estar arrepentido de todo lo que hizo. Asegura que es una persona nueva y que ahora tiene valores.  Remata con un mensaje a los jóvenes diciéndoles que el único ejemplo que no deben seguir es el de Popeye, sino más bien el de James, Falcao o Nairo Quintana. Y en cuanto a reparación, aunque no hay ofertas económicas, manifiesta que está dispuesto a poner al servicio del posconflicto toda la experiencia de lo que ha sido su vida para que Colombia no vuelva a vivir algo parecido.