Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, pasó 23 años detenido por cuenta de los crímenes que cometió. Los últimos 11 estuvo en la cárcel de máxima seguridad de Cómbita. | Foto: León Darío Peláez

ENTREVISTA

El día que Popeye salió de la cárcel

El único sobreviviente de los grandes sicarios de Escobar queda en libertad esta semana.

14 de septiembre de 2013

SEMANA: ¿Cuántos años pasó en la cárcel?
Popeye: Veintitrés.
SEMANA: ¿Y qué siente de salir libre?
P.: Mire. Yo soy creyente. Yo siempre he creído que el destino de uno está en las manos de Dios. Así que entiendo los problemas que me esperan en la libertad, pero sé que nada depende de mí, sino de él.
SEMANA: Ya que habla de los peligros que le esperan en la libertad, ¿cuántas personas ha matado usted?
P.: Yo personalmente creo que alrededor de 300. Pero he participado y coordinado alrededor de 3.000 muertes.
SEMANA: ¿Y eso le parece normal?
P.: En este momento no. Pero cuando lo hacía sí. Yo sentía que estaba en una guerra justa contra la extradición y que en esa guerra todo se justificaba. Ahora veo las cosas dentro de otra perspectiva y me parece increíble lo que hice y lo que ha sido mi vida.
SEMANA: Hablemos de los protagonistas de la violencia que usted conoció. Comencemos por Pablo Escobar.
P.: Pablo Escobar era un genio, tal vez un genio del mal, pero en todo caso un genio. Tenía una mente privilegiada y un detector de mentiras en el cerebro. Si usted decía algo que no era verdad, inmediatamente lo captaba. Y eso podía costarle a uno la vida. Inspiraba una lealtad infinita en todos los que creíamos en él. Yo llegué a creer que era inmortal. El día más triste de mi vida fue el día que lo mataron.
SEMANA: ¿Escobar era un asesino?
P.: No, él no era un asesino. Yo creo que él no mató a más de 20 personas en toda su vida. Él ante todo era un líder, un organizador de bandidos y un gran secuestrador.
SEMANA: Pero usted sí mató a muchas personas por órdenes de él. Hablemos de algunas. ¿Cómo fue cuando él dio la orden de asesinar policías en Medellín a 2 millones por cabeza?
P.: Eso fue una reacción cuando la Policía le mató a su cuñado, Mario Henao. Él y Gustavo Gaviria habían sido los verdaderos fundadores del cartel de Medellín. Fueron los primeros en importar la pasta y en organizar la exportación. Era muy cercano a él y era el hermano de su esposa María Victoria.
SEMANA: ¿Y qué pasó?
P.: Pues una vez estábamos en una finca en Monte Loro. El patrón tenía sus aberraciones y le gustaba mucho el lesbianismo. Había organizado una sesión con el equipo de básquetbol femenino departamental y estábamos en eso cuando llegaron los helicópteros artillados de la Policía y empezaron a disparar. El patrón, siempre tranquilo, dijo calmadamente: “Nos vamos”. Jorge Luis Ochoa también arrancó. Pero Mario dijo: “Yo quiero correr fresco, me voy a echar un duchazo”. Se metió en la ducha y el techo era de zinc y lo acribillaron desde arriba. 
SEMANA: ¿Y qué tiene eso que ver con los policías?
P.: Que el patrón quería tanto a Mario que se derrumbó cuando se enteró de la muerte. Al otro día nos citó y nos dijo: “Vamos a matar policías. Eso es mas útil que matar jueces porque finalmente son ellos los que nos llevan donde los jueces”. Y nos dio la tarifa: 2 millones por policía, tres por sargento, diez por teniente, 30 por mayor, 50 por coronel y 100 por general.
SEMANA: ¿Y usted a cuántos mató?
P.: Yo directamente a unos 25. Pero yo dirigía casi todos los operativos y yo creo que en total matamos unos 540.
SEMANA: ¿Usted es consciente de que las personas que lean esto van a creer que usted es un psicópata?
P.: Le respondo lo que le dije hace un momento. Hoy eso me parece una barbaridad. Pero cuando uno está en medio de una guerra, esas cosas le parecen justificadas. 
SEMANA: En la serie de Pablo Escobar hay un capítulo en que él le ordena matar a su novia. ¿Eso fue verdad?
P.: Es uno de los episodios más dolorosos de mi vida. Ella se llamaba Wendy Chavarriaga. Era una mujer muy hermosa, podía ser una reina de belleza. Ella había sido novia del patrón, pero quedó embarazada y para él la familia era sagrada. Un hijo fuera del matrimonio era impensable. Entonces la hizo abortar a la fuerza y a partir de ese momento ella decidió vengarse. Como yo la había conocido, nos encontramos una vez en una discoteca, comenzamos a salir y nos enamoramos. Como al patrón había que informarlo de todo, le pedí permiso para ennoviarme con ella, me lo dio, pero me dijo que tuviera cuidado.
SEMANA: Entonces, ¿por qué la mató?
P.: Resulta que ella en su obsesión de vengarse del patrón por haberle hecho perder el niño se volvió informante del bloque de búsqueda. Y el patrón, que tenía su servicio de inteligencia por todas partes, llegó a grabarle una conversación en la cual ella estaba hablando con un tipo que tenía contactos con la DEA. El patrón me llamó, me puso el casete y me dio la orden. “Popeye, vaya y mátela”. Como las órdenes no se discutían, me tocó. Usted no sabe lo que es matar a una persona a la cual uno adora.
SEMANA: Pero usted también tuvo que participar en asesinatos de amigos suyos. ¿Cómo fue el episodio de los Galeano y los Moncada?
P.: Cuando estábamos en la cárcel de La Catedral se había establecido un acuerdo. El patrón pagaba cárcel para que todos los otros pudieran traquetear, siempre y cuando le pagaran a él una cuota fija mensual de lo que daba el negocio. Los jefes del cartel de Medellín cuando estábamos en la cárcel eran Quico Moncada y Fernando Galeano. Y el compromiso es que tenían que girarle al patrón 500.000 dólares mensuales. El problema es que se les subió el poder a la cabeza y una vez mandaron un cheque de 50 millones de pesos. 
El patrón dijo: “Popeye, devuelva ese cheque, yo no estoy pa’ recibir limosnas”. Y por esos días accidentalmente aparecieron en una caleta de Moncada 23 millones de dólares. Los encontró el Titi y se los llevó al patrón. Al ver él que le estaban poniendo conejo con millones de dólares y que solo le estaban girando 50 millones de pesos al mes, tomó la decisión: hay que ejecutarlos.
SEMANA: Pero esa fue la masacre que obligó al gobierno a tratar de sacarlos de La Catedral.
P.: Sí, eso fue muy duro. El patrón los citó a La Catedral, pero como habían sido los compañeros de lucha de toda la vida, no se atrevió a ponerles la cara. La sentencia de muerte se las comunicó Roberto, su hermano. Y las órdenes de matarlos nos las dieron a mí y a Otto.
SEMANA: ¿Y usted qué tan amigo era de ellos?
P.: Más amigos no podían ser. Para que usted se dé cuenta, un día Quico Moncada me dijo: “Pope, en el doblemuro de este apartamento hay 15 millones de dólares. Si algo me llega a pasar a mí, esa plata es tuya”.
SEMANA: ¿Y a usted le tocó matarlo?
P.: Sí, yo maté a Quico y Otto mató a Fernando. En el mundo de los bandidos las órdenes no se discuten. Uno se aprieta el corazón, hace lo que le dicen y sigue pa’ delante.
SEMANA: ¿Y cómo reaccionó Quico Moncada cuando vio que lo iba a ejecutar su mejor amigo?
P.: En el mundo nuestro uno siempre está listo para esas cosas. Cuando uno es bandido, la muerte le puede llegar en cualquier momento. Uno tiene una preparación para eso diferente que el resto de la gente. Yo esposé a Quico y lo bajé al sótano. Él era muy varón y lo único que me dijo era que si podía leerle algunos salmos de la Biblia antes de disparar. Conseguí la Biblia y le leí todo lo que me pidió y después de eso le metí un tiro.
SEMANA: ¿Y qué tan cierta es la leyenda de que después de eso los quemaron vivos o se los dieron de comer a los perros?
P.: Eso es mentira. Nosotros somos sicarios profesionales, no caníbales. La verdad es que hicimos una hoguera enorme para quemar los cadáveres. Eso duró toda la noche y se veía desde Medellín. Quemar cadáveres toma mucho tiempo y después de toda la noche quedaban algunos restos. Esos los picamos con una maceta y los echamos en ácido. No quedó nada.
SEMANA: Pero hubo mucho más de dos muertos en ese episodio.
P.: Es que mientras matábamos a Quico y a Fernando en La Catedral, el patrón dio la orden de matar a los hermanos de ellos que estaban por fuera. Entonces el Arete, el Chopo y unos muchachos nuestros los citaron en diferentes partes de la ciudad y mientras matábamos a los que teníamos en la cárcel, ellos mataban a los de fuera. El que se nos escapó fue don Berna, que era el jefe de escoltas de Galeano. 
SEMANA: Se ve que la vida costaba poco en ese mundo, era muy fácil morir o que les ordenaran a ustedes matar a alguien.
P.: Era mas fácil de lo que usted cree. Por ejemplo, al doctor Guillermo Cano el patrón mandó matarlo cuando leyó un titular en El Espectador que decía: “Se les aguó la fiesta a los mafiosos”. Acababan de reestablecer la extradición y eso fue exactamente lo que sentíamos. Cuando leyó esa frase, ahí mismo dio la orden.
SEMANA: Ya que hablamos de eso, hay asesinatos del cartel de Medellín que siguen en el misterio.
P.: Para nosotros en la guerra todo tenía una justificación. Por ejemplo, al periodista Jorge Enrique Pulido el patrón mandó matarlo solamente porque entrevistó en televisión a la mamá de Rodrigo Lara. Al jefe de la Policía de Medellín, el coronel Valdemar Franklin Quintero, solamente porque paró en un retén a su esposa María Victoria y a su hija Manuela, y retuvo a la niña dos horas. Al exgobernador de Antioquia Antonio Roldán Betancourt lo habíamos matado unos días antes por accidente. Él tenía un Mercedes Blanco igual al del coronel Franklin Quintero. Cuando pasó frente a nosotros por equivocación lo volamos. En esa época todos los días había un muerto. 
SEMANA: El primer magnicidio que el cartel cometió fue el de Rodrigo Lara. ¿No pensaron que eso iba a cambiar para siempre sus vidas? 
P.: Es que el ministro Lara le montó al patrón el debate para quitarle la inmunidad parlamentaria. Él era un gran orador y el patrón era corto de expresión y se sintió humillado y derrotado en ese debate. Como Lara había denunciado ante el mundo entero a Pablo Escobar como narcotraficante y estaba decidido a acabarlo, el patrón decidió adelantársele. 
SEMANA: A Lara lo reemplazó Enrique Parejo González y también atentaron contra él en Budapest. ¿Cómo hicieron para entrar a la cortina de hierro?
P.: Cuando al patrón se le metía algo en la cabeza, no tenía fronteras. Él consiguió un profesor universitario de izquierda en Colombia, cuyo nombre no les voy a dar. Le ofreció 500.000 dólares por matar a Parejo, que estaba de embajador en Hungría, porque había firmado extradiciones. El hombre al que se le encargó esa vuelta nunca había disparado una pistola, pero aceptó el encargo.
Le metimos la pistola desde Madrid encaletada en un carro, pero como no tenía puntería, le disparó varias veces, y aunque lo hirió, no lo mató. Cuando regresó a Colombia para cobrar su plata, el patrón le dijo: “Los muertos que vos matáis gozan de cabal salud”. Y como Parejo estaba vivo, le pagó solo 200.000 dólares.
SEMANA: Y ¿por qué mataron a Enrique Low Murtra una semana antes de la eliminación de la extradición en la Constituyente?
P.: Ese es el asesinato más arriesgado que hizo el cartel de Medellín en toda su historia. Teníamos cuadrada la votación en la Constituyente para prohibir la extradición en la nueva Constitución. Habíamos sobornado a un poco de constituyentes y muchos otros estaban de acuerdo aunque no nos habían recibido la plata. Pero faltando unos pocos días le dijeron al patrón que Low Murtra estaba dando clases en la Universidad de La Salle y para él, todo el que había firmado una extradición, tenía que morir. 
Low Murtra era un hombre sencillo y no tenía ni escolta, ni carro y tomaba taxi. Asesinarlo era una locura porque podía presentarse una reacción nacional que cambiara la votación contra la extradición. Pero él era un duro y calculaba sus riesgos y, una vez tomada una decisión, no le temblaba la mano. Mandó a un muchacho a asesinarlo en una moto y luego, para que no quedaran testigos, dio la orden de matar al muchacho y enterrarlo con moto y todo. 
Apenas explotó la noticia, llegó Alberto Villamizar escandalizado gritando: “Pablo, por Dios, estás loco. Cómo se te ocurrió matar a Low Murtra”. Villamizar había sido el negociador, pues teníamos secuestrada a su señora Maruja Pachón y a Francisco Santos, y él había contribuido a la liberación y a crear un ambiente a favor de la eliminación de la extradición. Cuando le reclamó al patrón, este se hizo el indignado y le dijo: “Usted a mí me respeta, doctor Villamizar. Yo no he mandado matar a nadie. Low Murtra firmó extradiciones y cualquier familiar de uno de los extraditados pudo haber ordenado ese asesinato con solo 20 millones de pesos. A mí no me va a echar usted ese muerto”. Villamizar le creyó y la votación prosiguió sin mayores obstáculos.
SEMANA: ¿Por qué volaron el avión de Avianca?
P.: Porque teníamos información de que ahí iba a volar César Gaviria, que era candidato a la Presidencia en ese momento en reemplazo de Galán. A Galán lo matamos porque vimos que iba a llegar a la Presidencia y nos iba a extraditar. Nos preocupaba que a Gaviria le diera por lo mismo.
SEMANA: Hablemos de la toma del Palacio de Justicia por el M-19. ¿Cómo participaron ustedes?
P.: Ya que habla del M-19 quiero aclarar algunas cosas. Cuando ese movimiento secuestró a Martha Nieves, la hermana de los Ochoa, nosotros inmediatamente secuestramos a varias cabezas, los apretamos y tuvieron que liberarla. El patrón, una vez que los derrotó, les cogió respeto y de ahí en adelante hubo una relación muy estrecha con Iván Marino Ospina y cordial con Carlos Pizarro.
Nosotros les dimos 2 millones de dólares para financiar la toma para que nos quemaran los expedientes. Eso pasó, pero lo que quiero aclarar es que todos los asesinatos que se le atribuyen al patrón son verdad, menos los de la izquierda. Él no tuvo nada que ver con la muerte de Pizarro. A él lo mató Carlos Castaño con la colaboración del DAS. Tampoco tuvo que ver con la muerte de Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo. Eso fue una alianza de la extrema derecha y el Mexicano. 
SEMANA: ¿Cómo fue lo de la extradición de Lehder? 
P.: Carlos Lehder, que era aliado nuestro, se enloqueció con la política y le dio paludismo cerebral. Creyó que iba a ser presidente y empezó a decir boberías por todas partes. Un día estábamos en una rumba en la hacienda Nápoles con unas prostitutas y él era el que guardaba la cocaína en su alcoba. En esa periquera estaba encerrado con su pareja, cuando uno de nuestros muchachos le golpeó en la puerta para pedirle un poco de coca.
Lehder le abrió con un revólver y ahí mismo le pegó un tiro en la frente. Se armó un gran revuelo y cuando el patrón vio eso, decidió cortar por lo sano. Tenía que escoger entre matar a Lehder o entregárselo a las autoridades. Como la Policía, que estaba con nosotros, nos decía que la estaban presionando por no dar resultados, se decidió entregar a Lehder como trofeo. Yo y el Chopo lo llevamos en moto a una finca en Guarne e inmediatamente después le contamos a la Policía dónde estaba. 
SEMANA: Cuéntenos cómo fue lo de La Catedral. ¿Cómo se construyó esa cárcel?
P.: Cuando negociábamos con el gobierno los decretos para nuestra entrega, en un momento dado nos dijeron que teníamos que ser recluidos en la cárcel de Itagüí como los Ochoa. El patrón dijo que él tenía demasiados enemigos y problemas de seguridad diferentes a los de todo el mundo.
Inicialmente no le aceptaron ese argumento y tomó la decisión de ejecutar a Pacho Santos. Cuando eso se filtró, se volvieron más flexibles y, como a él lo quería todo el mundo en Envigado y los políticos de allá eran nuestros, compró los terrenos donde se construyó la cárcel y la mandó diseñar él mismo. Nos reuníamos con los ingenieros y los arquitectos y sobre los planos les decíamos cómo tenía que ser la distribución, dónde tenían que estar cada una de nuestras celdas, etcétera. 
SEMANA: ¿Y ustedes enterraron armas ahí cuando estaban construyendo la cárcel?
P.: No era necesario. Pues como todos los guardias eran nuestros, porque tenían que ser de Envigado, las armas de ellos eran las nuestras. Era una situación ideal para reconstruir el cartel de Medellín. Un anillo del Ejército nos protegía y los guardias dentro de la cárcel eran nuestros.
SEMANA: Pero entonces Pacho Santos se salvó de milagro.
P.: Sí, pero el patrón decidió ejecutar a Marina Montoya, la hermana del secretario general de la Presidencia, don Germán Montoya. Durante la negociación para liberar a su hijo que teníamos secuestrado, se había llegado a un acuerdo para iniciar una negociación sobre cómo tratar los problemas jurídicos del cartel de Medellín. El patrón sintió que le estaban dando largas a ese asunto y cambió la decisión de Pacho por la de Marina.
SEMANA: ¿Y cómo se escaparon de La Catedral?
P.: Cuando mandamos a hacer la cárcel habíamos dejado en un muro unos ladrillos con yeso pero sin cemento. De manera que si algún día teníamos que irnos, esos ladrillos los quitaba uno con la mano sin mayor problema y quedaba un hueco. Cuando llegó el Ejército a cambiarnos de cárcel con el viceministro Mendoza y con el director del Inpec, el patrón ordenó retenerlos y engañó a todo el país mientras sacábamos los ladrillos del muro y nos íbamos.
SEMANA: Hay otra leyenda de que a Escobar le gustaban mucho las mujeres, pero que después de que habían estado con él, con frecuencia las mataba para que no pudieran dar información sobre su ubicación.
P.: Eso es mentira. Son inventos que el bloque de búsqueda le metió a Germán Castro Caycedo. Al patrón sí le gustaban mucho las mujeres, pero él era un caballero con ellas. Cuando eran informantes las mataba, pero eso es otra cosa.
SEMANA: ¿Quién fundó los Pepes?
P.: Los Pepes lo fundaron Fidel Castaño, Carlos Castaño y don Berna. Después ellos invitaron al cartel de Cali, a Guillo Ángel, a Rodolfo Ospina y a otros. 
SEMANA: Pero esos habían sido aliados de ustedes.
P.: Sí, pero de los de Cali nos abrimos por problemas con Pacho Herrera. De los Castaño también nos abrimos cuando asesinaron a Pizarro y a Jaramillo. Guillo Ángel, que era de los nuestros aunque no participaba en los asesinatos, no quiso pagar la cuota de dinero que el patrón les exigía a todos los miembros del cartel de Medellín para la guerra. Entonces fue declarado objetivo militar. Y Rodolfo Ospina, que era nieto del expresidente Mariano Ospina Pérez, había sido aliado nuestro, pero nos estaba jugando sucio con la DEA.
SEMANA: Pero ustedes atentaron contra él.
P.: Sí, tratamos de matarlo saliendo de una discoteca y le echamos bala con todos los fierros. Pero ese hombre resultó un superteso para manejar carro y no entiendo cómo se nos pudo escapar. En todo caso, después se entregó a la Fiscalía y a la DEA como testigo contra nosotros. Fuimos a Bogotá a matarlo y como no lo encontramos, matamos a su hermano Mariano, que no tenía nada que ver. Rodolfo quedó libre y creo que hoy está en Estados Unidos como testigo protegido.
SEMANA: Usted dijo al comienzo que Escobar más que asesino era secuestrador. ¿Qué quiere decir?
P.: Como estábamos enfrentados simultáneamente al gobierno de Colombia, al de Estados Unidos, al cartel de Cali y a los Castaño, se necesitaba mucha plata para financiar todas esas guerras. Como traquetear se volvía difícil, el patrón decidió que la fuente de financiación iba a ser los secuestros. Secuestramos a nuestra propia gente, a la clase dirigente antioqueña y al que fuera. Llegamos incluso a hacerles seguimiento a la señora de Julio Mario Santo Domingo en Nueva York y a Lina Botero en Bogotá. Pero cuando todo estaba listo, el patrón desactivó esos dos operativos. El riesgo era demasiado grande y él conocía sus límites. 
SEMANA: Entonces, ¿Escobar no murió rico?
P.: Él murió sin un peso. Tenía edificios, fincas, diamantes y cuadros, pero cero liquidez.
SEMANA: Cuéntenos episodios de su vida como criminal que no han sido revelados.
P.: Uy, son tantos. Por ejemplo, yo secuestré personalmente al doctor Andrés Pastrana. Entré a su oficina cuando era candidato a la Alcaldía. Le puse un revolver enfrente y bajé con él las escaleras con el cañón contra su cabeza. Él estuvo valiente y tranquilizó a toda la gente en el edificio que estaba horrorizada. Jaime Garzón, que también estaba ahí, al ver que era un secuestro, pidió que también nos lo lleváramos. Uno de mis hombres le pegó una patada y le dijo que el asunto no era con él. Y sobre ese secuestro hay más cuentos.
SEMANA: ¿Como cuáles?
P.: Cuando yo le estaba haciendo el seguimiento al doctor Pastrana, yo no conocía casi Bogotá, pero me fui al norte y entré a un restaurante. Cuál no sería mi sorpresa cuando vi en una de las mesas al doctor Mauricio Gómez, el hijo de Álvaro Gómez. Él no tenía escolta, mientras que Andrés Pastrana tenía varios. Entonces llamé al patrón y le pregunté si cambiábamos de personaje. Él me dijo: “No sea bruto, Pope. A mí solo me sirven los que quieren ser presidentes”.
SEMANA: ¿Y cómo le fue a usted con Pastrana?
P.: La verdad, él estuvo muy controlado mientras creía que éramos un comando del M-19. Lo metí en un baúl de un carro, y el hombre, tranquilo. Después lo metimos en un helicóptero y seguía controlado. Pero él en un momento dado se dio cuenta de que lo estaba engañando. Yo soy muy bruto y él es muy inteligente. Entonces me frenteó y me pidió que le dijera quiénes éramos. Cuando le dije que estaba retenido por orden de Pablo Escobar, se derrumbó. Ahí se le acabaron las fuerzas.
SEMANA: ¿Y cómo fue que se salvó?
P.: La tropa estaba peinando la zona y accidentalmente llegaron a él. Él, otra vez en control de la situación, logró que un policía se prestara como voluntario para canjearse por él. Así fue que se nos fue.
SEMANA: Pero ese mismo día ustedes mataron al procurador Carlos Mauro Hoyos.
P.: Sí, yo había encabezado el operativo contra él en la carretera de Las Palmas. En la balacera se había encunetado el carro y el procurador había quedado levemente herido de bala en un pie. Cojeando lo saqué de ahí y llamé al patrón. Él me dijo que como acababa de ser liberado el doctor Pastrana, podíamos perder credibilidad si no actuábamos con energía. Me ordenó hacerle un juicio por traición a la patria, ya que tenía contactos con la DEA, y ejecutarlo. Yo seguí las órdenes, le dije que era su juez y que por traición a la patria estaba sentenciado a muerte. Él protestó indignado y empezó a gritar: “¿Cuándo traicioné a la patria?”. Y ahí lo maté.
SEMANA: Pero usted se reunió recientemente con Pastrana y me imagino que intercambiaron opiniones sobre todo esto.
P.: Sí, pero hay un tema que por delicadeza no me atreví a tocar. Fue el relacionado con su suegro, el doctor Eduardo Puyana. Ahí hay un cuento complicado que nunca se ha contado.
SEMANA: ¿Ustedes tuvieron que ver en ese asesinato?
P.: Directamente no, pero indirectamente sí. Yo era el jefe del brazo armado del cartel en Bogotá, pero cuando mi foto comenzó a aparecer en la televisión con los carteles de ‘Se busca’, me tocó regresar a Medellín y esconderme. En ese momento, el patrón nombró un nuevo equipo para reemplazarme. Esa gente secuestró al doctor Puyana por cuenta propia en circunstancias que yo no conozco y lo acabaron matando. Cuando el patrón se enteró, se puso furioso, pues él creía que el manejo de los secuestros de la clase alta lo podía dirigir solamente él y que no podía haber ruedas sueltas. Les ordenó a esos muchachos venir a Medellín y al llegar, fueron ejecutados todos.
SEMANA: Cada respuesta suya es más macabra que la anterior. Sorprende la tranquilidad con la que usted enfrenta su nueva vida al salir de la cárcel. ¿Qué le gustaría hacer en el futuro?
P.: Me gustaría usar mi experiencia para contribuir en el posconflicto. Lo que yo he vivido no lo ha vivido nadie. Fui sicario de Pablo Escobar. Fui compañero de celda de los peores enemigos de Pablo Escobar. He sido amigo o enemigo de todos los muertos de las guerras recientes de Colombia. Todo eso me da un conocimiento y unas experiencias que creo se pueden canalizar hacia algo constructivo. Quiero enseñarles a los jóvenes de Colombia que no tienen por qué vender sus vidas por un Mercedes-Benz o por los cucos de una reina de belleza, como hice yo. Ojalá que me den esa oportunidad.