NACIÓN

¿Por qué la risita de ‘Fritanga’ durante su extradición?

Por su expresión de felicidad cuando era enviado a Estados Unidos, Camilo Torres intuye que pronto estará libre.

26 de abril de 2013
Alias Fritanga | Foto: Mauricio Dueñas/EFE

Camilo Torres Martínez, alias ‘Fritanga’, es un enamorado de Estados Unidos. Durante su captura, por ejemplo, a las cuatro de la mañana del pasado 2 de julio, en la isla Múcura, a dos horas de Cartagena, alternaba el español con el inglés: “Conocieron al parcero, al amigo, y seguiré siendo el amigo ‘forever’”.Mientras los agentes lo conducían, quedaba atrás el gigantesco letrero de cuatro letras ‘LOVE‘, que servía de entrada a su escandalosa fiesta. Él les decía a sus invitados: “Tranquilos, no se inquieten”, porque, al parecer, confiaba en que el asunto lo resolvería pronto. (Vea el video de la captura)

En contexto: Alias ‘Fritanga‘, el narcotraficante que se hizo el muerto, regresó al país

Con el mismo semblante se le vio este jueves cuando fue extraditado a ese país. En lugar de mostrar un ceño de frustración, se le vio radiante. Torres levantó los pulgares en señal de triunfo, como si partiera hacia un paseo y no a una cárcel de máxima seguridad.

El narcotraficante fue extraditado junto con otros seis delincuentes pedidos por la justicia del país norteamericano. El grupo fue entregado a agentes de la Agencia Estadounidense Antidroga (DEA) en la base de la Policía Antinarcóticos del aeropuerto militar de Catam, y posteriormente abordó un avión Falcon que tenía como destino la ciudad de Tampa, en Florida (EE. UU.).

‘Fritanga‘, vestido con una chaqueta azul oscuro y una camisa azul, se mostró relajado. Torres es requerido por una corte del distrito Medio de Florida por haber participado en el envío de varias toneladas de cocaína. Se le acusa de los delitos de concierto para delinquir y narcotráfico. No obstante, ante semejante acusación él guarda un as bajo la manga: contar muchas cosas, delatar y lograr una pronta liberación.


Historia de una traición

No sería el primer caso. En un completo reportaje, publicado por la edición impresa de la revista SEMANA hace un par de años, se alertó que la mayoría de extraditados, según informes oficiales, logra arreglar su problema con la justicia estadounidense y ahora vive feliz y tranquila en territorio norteamericano. Para la Casa Blanca es un gran logro. Para los narcos también. Pero Colombia está pagando el precio de quedarse sin la verdad judicial sobre muchos crímenes de la mafia que sólo les interesan a los colombianos.

Es tal el desespero de los narcos de irse a rendir cuentas a los estrados norteamericanos, que en una ocasión 105 extraditables del patio siete de la cárcel de máxima seguridad de Cómbita, Boyacá, presionaron su extradición con una huelga de hambre. La noticia es insólita y prueba una vez más que la frase acuñada por la mafia en la época del narcoterrorismo “Prefiero una tumba en Colombia que una cárcel en Estados Unidos”, ya forma parte del pasado. “Todos quieren irse rápido porque en Colombia la justicia no funciona. Si van allá les dan cuatro años. Acá terminan con 30 años de cárcel”, le dijo una fuente en su momento a SEMANA.

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Esta noticia era impensable entre los años 80 y 90 cuando, por culpa de la extradición, el país soportó la intimidación y la guerra que le declaró el cartel de Medellín al Estado y a sus instituciones. En el 84 fue asesinado el exministro Rodrigo Lara Bonilla. Como consecuencia de su crimen se inició en Colombia la extradición y Hernán Botero Moreno y Carlos Ledher Rivas fueron condenados a cadena perpetua por la justicia norteamericana. Luego vino la presión jurídica. La mafia, con la ayuda de connotados penalistas, logró tumbar la extradición, que estuvo suspendida entre diciembre de 1986 y agosto de 1989. En este último año, Pablo Escobar asesinó al candidato presidencial Luis Carlos Galán y al día siguiente del magnicidio todo el mundo pedía a gritos que se reviviera la extradición.

En los 90, cuando el narcoterrorismo ya era insostenible, las autoridades optaron por negociar directamente con los narcos y se les ofreció no extraditarlos a cambio de su colaboración. En 1991 Pablo Escobar invirtió más de dos millones de dólares para vivir en su propia cárcel, La Catedral, de donde se escapó 13 meses después, con varios de sus lugartenientes.

Cambio de rumbo

Luego vendría la presión del gobierno del presidente Bill Clinton para que se volviera a reformar la Constitución. Fue un proceso largo y difícil. En diciembre de 1997 el presidente Ernesto Samper y su ministro Horacio Serpa, hábilmente, consiguieron que el Congreso modificara el artículo, introducido por la constituyente, que prohibía la extradición de nacionales, pero a partir de la fecha de la nueva reforma.

Colombia recibió desde Washington las más efusivas felicitaciones, pero la mafia también celebró que sus miembros no podrían ser juzgados por los delitos cometidos antes del 97. A partir de ahí, la vida de los mafiosos se podría resolver fácilmente.

Esta situación produjo hace un par de meses una reacción bastante inusual. En efecto, por primera vez, desde que comenzó a aplicarse la extradición de manera masiva en Colombia, los dos más altos funcionarios del Estado relacionados con el tema han dejado ver en los últimos días las grietas que se le están comenzando a ver a esa figura.

Por una parte, el entonces director de la Policía, general Óscar Naranjo, dijo que “hay una preocupación” porque en Estados Unidos “algunos narcotraficantes están pagando penas que para nosotros son inciertas. No tenemos información clara sobre si son largas o si hay acuerdos de libertad vigilada o si realmente se están produciendo excarcelaciones”.

Y por otra, el ministro de Justicia, Juan Carlos Esguerra, a la pregunta sobre si los narcos ya no le temen a la extradición, respondió: “No le temen porque se percibe que en general las penas son menores que lo que solían ser hace algunos años”.

Eso debe ser lo que intuye ‘Fritanga’. En cualquier otro momento se hubiera mostrado lívido, asustado y perplejo por su incierto futuro. Pero en esta ocasión, se marchó feliz. A un país, que como él dice, es “lo máximo”.