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“Me perdonaron la vida en China, pero me van a dejar morir acá”

Esta es la impresionante historia de Harold Carrillo, condenado por narcotráfico en Shanghái y repatriado a causa del cáncer. Desde la cárcel de Villa Hermosa de Cali habla de la enfermedad que no le quieren atender.

4 de marzo de 2017
| Foto: SEMANA

Por Catalina Uribe*

Por los pasillos de las oficinas de la cárcel Villa Hermosa de Cali se paseaban guardias de aquí para allá. Los funcionarios hablaban de cualquier cosa, se reían de los nuevos reclusos y yo sólo podía pensar si es que eran crueles o si la experiencia y el tiempo los había hecho tomar su trabajo con frialdad.

El clima estaba cálido pero para ese momento parecía que la temperatura aumentaba cada segundo, a la espera de la llegada de Harold Carrillo, el primer repatriado de China a Colombia. De pronto, se asomó medio cuerpo de un hombre de aproximadamente 1,65 m. de estatura, algo canoso, tez blanca y camisa a cuadros rojos y blancos escoltado por un guardia. Estaba frente a un hombre que había sido condenado a muerte y que había luchado por sobrevivir ante las adversidades que la vida le ponía en su camino, no estaba frente a un asesino en serie o a un psicópata.

Quería comenzar por conocer su niñez. Una frase, para este caso, me perseguía: “Cría al niño para que no tengas que castigar al hombre”.

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***

La niñez de Carrillo se dio entre tumbos. Estuvo con su madre sólo hasta los 7 años, luego se fue a vivir con la abuela, hasta que murió en 1986. Luego  Harold se vio obligado a tomar las riendas de su vida y a salir de su casa para trabajar y cubrir sus necesidades. “Mi niñez fue poco normal –dice Harold-, porque mi papá nunca vivió con nosotros”.

Dentro de sus labores administró una bodega de frutas, trabajó con los supermercados Mercafé de Cali, estuvo como proveedor de verduras de las cafeterías y casinos de los JJ Gómez en la misma ciudad y otra cantidad de lugares en los que adquirió diferentes experiencias. Hasta que finalmente, en el año 1994, se metió de taxista.

Recuerda como una parte alegre de su niñez la vida con su abuela porque gracias a ella estudió. Cursó la primaria, pero fue muy difícil entrar a bachillerato porque su padre no lo había reconocido y no tenía registro civil en ninguna notaría.

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Su abuela se puso a la tarea de buscar al hombre que lo engendró y en 1979 logró encontrarlo en el aeropuerto de Cali como controlador aéreo. Harold recibió el apellido de su padre y pudo ingresar al colegio después de un año perdido. Alcanzó a cursar primero y segundo bachillerato hasta que su abuela murió y con ella la oportunidad de continuar.

A pesar de lo que tuvo que vivir en su infancia fue un hombre responsable, conformó un hogar junto a Luz Farid Celis, con quien lleva 27 años de unión marital. Luego nacieron sus hijos: Michael y Diana. “Llevaba un hogar muy bonito, muy agradable, siempre estuve pendiente de mis hijos y de su estudio, ellos salieron unos niños muy honestos”, dijo Harold con rostro de satisfacción.

Conducir taxi parecía un buen trabajo, daba buenos frutos, los necesarios para sobrevivir. Hasta que el destino apareció con una propuesta que le cambió su vida para siempre.  

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A Harold le parece que esta historia ya hubiese estado escrita para él desde niño. “Tal vez tenía que pasar así”. Un recuerdo que no quisiera repetir pero que padeció en carne y hueso como consecuencia del exceso de confianza.

Miércoles 3 de febrero del año 2010. Cali. La temperatura alcanzaba 26°C, la ciudad estaba en estación seca. Los restos de don Joaquín de Cayzedo y monseñor Isaías Duarte Cancino yacían en la iglesia catedral de San Pedro. Mientras tanto, en la carrera 83 con calle 16 esquina, Harold cumplía su trabajo y recogía a un pasajero para emprender otro de los tantos viajes del día.

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“Un señor muy bien presentado, bien elegante, me pidió que lo llevara a un centro comercial, una carrera larga, bastante larga”, relató Harold. Todo transcurría aparentemente normal, el pasajero lanzaba una que otra pregunta para romper el hielo, ¿cómo va el trabajo?, ¡qué calor hace hoy!, ¿y el carrito es suyo?, ¿pero esto sí da bastante o cómo es con esto?, sus inquietudes cada vez fueron más profundas.

Las preguntas se volvieron un juego. La conversación avanzaba y la intimidad de Harold quedaba cada vez más al descubierto, surgían más temas, más inquietudes, se podría decir que era una buena manera de fidelizar un cliente y efectivamente así fue, antes de finalizar la carrera el hombre –Antonio, se llamaba- manifestó su agrado a través de una propuesta que parecía inofensiva.

-¡Ah, pero usted charla muy bueno!, se ve que es un señor de bien. Vea pues, hagamos una cosa, yo tengo carro pero yo no tengo la paciencia que ustedes tienen para conducir en estos tráficos, el carro por lo general lo maneja mi esposa, entonces yo utilizo mucho servicio de taxi, si usted gusta me da su número telefónico y yo lo llamo.

-Ah,  bueno, sí señor.

Para ese momento ya habían llegado al centro comercial, en medio de un intercambio de palabras y datos. El señor pagó $15.000 pesos por un servicio que en ese entonces costaba $13.000, mientras Harold buscaba el cambio el señor se adelantó.

-Tranquilo, déjelo así, déjelo así

Vendrían tres días más sin saber nada de aquel hombre tan agradable con el que entabló dicha conversación. Al tercer día se comunicó con él para otro servicio, después de ahí surgieron más, todos cargados de conversaciones, debates, anécdotas, tal como la primera vez. Harold y aquel hombre elegante eran cada vez más cercanos. Siempre lo recogía en el mismo lugar, pero eso no parecía tener nada raro, su esposa tenía un par de negocios en Unicentro, un centro comercial de Cali, por lo que él debía estar con ella. Tal fue la confianza alcanzada, que un día dentro del taxi, escenario de experiencias entre los dos, surgió un tema de conversación diferente, en este caso involucraron los negocios.

De buenas a primeras, Antonio le estaba ofreciendo la oportunidad a Harold de irse a China, una idea difícil de rechazar, debía ir a hacer un estudio de mercado en Asia, mirar cómo se manejaba el comercio, los precios, cómo eran los procesos de envío, todo para poder importar mercancía a Colombia, puesto que la cuñada de Antonio supuestamente  tenía otros locales que estaba pensando cerrar y Antonio había visto en ellos la oportunidad de ganar dinero los dos, tanto Harold como él.

Como anillo al dedo, diría cualquiera. Al volver del viaje, Harold sería el administrador de un local en Palmeto, otro centro comercial de Cali. ¡Todo fácil!

Como anillo al dedo, diría cualquiera. Al volver del viaje, Harold sería el administrador de un local en Palmeto, otro centro comercial de Cali. ¡Todo fácil!

Antonio le había tomado tanto aprecio a Harold, que le estaba proponiendo lo que él había estado esperando, tener un flujo económico suficiente para cubrir los estudios de sus dos hijos y, por qué no, aprovechar para conocer una nueva cultura, ¿a quién no le suena la idea? Harold lo vio todo muy transparente y luego de consultarlo con su familia, aceptó. “Yo como lo vi tan ejecutivo, pues no lo dudé más”, dijo Harold.

Pasaron varios días hasta que “Antonio” se comunicó de nuevo con Harold.

-Mire, ¿usted está dispuesto a viajar a China para lo que le comenté?

Convencido de su decisión, Harold no titubeó un segundo en responder.

-Claro que sí.

Antonio -en su afán por convencerlo- utilizó como herramienta todo lo que Harold en ocasiones pasadas le había dado a conocer.

-Sí, ahí podés mejorar tus ingresos económicos y te sale la oportunidad para tus proyectos, para la educación de tus hijos, te queda perfecto. 

El viaje se demoró el tiempo que se demoraron los trámites: pasaporte, visa, exámenes médicos, entre otras cosas que debían estar listas para la aventura.

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Llegó el día, el itinerario del viaje comenzaba con una escala en Sao Paulo, Brasil, donde lo estuvo esperando una persona para guiarlo, tal como le había indicado Antonio, teniendo en cuenta que Harold nunca había salido de Colombia. Su vuelo continuó hacia Dubái, donde otro hombre aguardaba por él con una maleta llena de “ropa”, objetos que jamás le mencionaron antes de viajar, sin embargo, la recibió puesto que simplemente sería un mensajero.

Al llegar a China alguien recibiría el nuevo equipaje. Y asunto arreglado. Su objetivo iba más allá de transportar un equipaje ajeno, finalmente el viaje continuaba, volaría hacia Shanghái, el último destino.

Su vuelo continuó hacía Dubái, donde otro hombre aguardaba por él con una maleta llena de “ropa”, objetos que jamás le mencionaron antes de viajar.

“Cuando a mí me entregaron esa maleta, yo ahí comprendí que era algo malo, intuí que eso estaba raro, llevar esto así como que no, este señor de Colombia nunca me había dicho que iba a llevar nada, sin embargo, yo me arriesgué y me fui con la duda”, dijo Harold con voz de nostalgia y resignación.

***

Quizá los errores que más le han pesado y le pesarán en la vida a Harold Carrillo Sánchez son esos cometidos por terceros pero que sólo lo han afectado a él. La información del pasaporte no coincidía con la información de la visa: 22 de enero de 1966 su fecha de nacimiento, correctamente escrita en el pasaporte, 22 de junio de 1966, fecha incorrecta en la visa, cinco meses de imprecisión, primer grave error.

Un veloz pero notorio cambio de tiquetes en Dubái, que hizo que el destino de llegada cambiara de Shanghái a Guangzhou, segundo y determinante error. Si Guangzhou hubiese estado en el itinerario desde el comienzo, Harold no habría tenido que hacer escala en Dubai. No fueron los ocho filtros que tuvo que pasar ni los rayos X lo que hizo que Harold fuera arrestado, fueron esos dos errores los que alarmaron a las autoridades de inmigración, que tras una minuciosa requisa encontraron la droga en la ropa que iba dentro de la misteriosa maleta. Después de esto la vida de Harold dio su vuelco trágico.

***

En el momento de la captura, Harold asumió una actitud a la que aún no le encuentra explicación. “No sé yo por qué guardé tanta serenidad, tanta tranquilidad, como si ya estuviese preparado para que me pasara eso”.

En el momento de la captura, Harold asumió una actitud a la que aún no le encuentra explicación. “No sé yo por qué guardé tanta serenidad, tanta tranquilidad".

Mientras lo recordaba, un gesto de resignación embargaba su rostro: “en ese momento sólo me acordaba de algo, ‘arriba hay un Dios que lo ayuda a uno, lo ampara y lo favorece’, yo me entregué a Dios, a nuestro señor Jesucristo, me agarré a pedirle y me dio paz y tranquilidad. Ahí dije: ‘ya qué le vamos a hacer’”.

La luz del día ya no hacía parte del paisaje, ahora sólo existían celdas, guardianes, reclusos y un idioma que para Harold era totalmente desconocido. Pasó el tiempo y Harold seguía sin ser condenado, por lo tanto, no podía hablar con su familia, pues en China la ley dispone que sólo le serán otorgados cinco minutos para llamar siempre y cuando el reo cumpla unas actividades laborales y adicional a esto, ya esté judicializado.

2011. Ya había transcurrido un año y la familia de Harold aún no tenía conocimiento de lo sucedido. Cinco minutos, el mayor anhelo de Harold y de cualquier preso que pasaba sus días en esa cárcel, cinco minutos para sentir una voz familiar, para contarles a su esposa y a sus hijos lo que había sucedido, eso era para él la bendición más grande que le podía llegar. Duró 19 meses incomunicado y según él, fue el tiempo más eterno que recuerda haber vivido.

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Asegura que hubo incompetencia por parte de las instituciones colombianas en China para agilizar el proceso y lograr establecer contacto con su familia. “La negligencia de esta niña Jaifa Mezher, quien era la cónsul de Colombia en China para ese momento, y del doctor Jorge Luis Roa Corredor, quien era representante de la embajada colombiana en Pekín, la capital, hizo que mi familia solo se enterara en julio del 2011, un año y cuatro meses después de la captura”, recuerda Harold.

***

25 de octubre del 2010. Siete meses después de la captura llegó el momento del juicio, al que asistió Jorge Luis Roa, su abogado. Las posibilidades se apagaron para Harold. Lo condenaron a pena de muerte, tres palabras que nadie quiere oír en su vida pero que infortunadamente fue la sentencia que recibió por llevar 2.959 gramos de droga en la maleta llena de “ropa” que le entregaron en Dubái. Increíblemente y aún sabiendo la gravedad de la situación, nadie se comunicó en ese momento con Luz Farid Celis, su esposa, para avisarle lo que sucedía.

Lo condenaron a pena de muerte, tres palabras que nadie quiere oír en su vida pero que infortunadamente fue la sentencia que recibió por llevar 2.959 gramos de droga.

La ignorancia –dice- lo hizo confesarse culpable esperando a que le redujeran la sentencia. Pero no, eso no era posible, en China las leyes son tan rígidas como una cadena de metal, no había vuelta atrás.

“Caleño sentenciado a muerte en China”, escribió El Tiempo.

“Colombiano fue condenado a pena de muerte en China por narcotráfico”, dijo El Colombiano.

Esos fueron algunos de los titulares que se publicaron, los periódicos nacionales y todos los medios de comunicación masivos, como RCN y Caracol, se encargaron de dar a conocer al país lo que estaba sucediendo, sólo así empezaron a cambiar las cosas para Harold y su situación, pues la gestión de la Cancillería junto con el Ministerio de Justicia al enterarse de lo sucedido, logró rebajar la pena de muerte a cadena perpetua. “Me di cuenta de que el Gobierno actuó maravillosamente para que no fueran a ejecutarme y todo eso, gracias a Dios, a mi familia y al Gobierno”, afirmó Harold.

Estar preso ya era un problema, pero estar en un país desconocido donde nadie hablaba español era una tortura diaria para Harold, quien recuerda con nostalgia y gracia a la vez, su paso por la cárcel de Don Juan.

“Allá los presos se convierten en esclavos, uno debe trabajar y trabajar, hay mala alimentación, la vivencia es muy dura, trabajé muy duro porque para poder tener una llamada allá uno debe trabajar en condiciones muy difíciles, sobre todo porque no sabía el idioma y nadie, absolutamente nadie hablaba español, pero hasta me sirvió porque me tocó aprender” –dijo Harold entre risas.

A principios de enero del 2013, la salud de Harold empezó a deteriorarse, ya estaba cansado y su cuerpo lo sentía, dos bolas se apoderaron de su garganta, un cáncer de garganta que era irreversible, esto irónicamente fue su salvación, una luz se veía venir.

Penicilina 0.5mg y tres bolsas de suero, la medicina perfecta para un cáncer linfático, cuando no se hacen estudios y se dictamina como una amigdalitis, claro está. Transcurrió el 2013, y sólo el 3 de enero del 2014 médicos externos le prestaron atención a la salud de Harold, hasta ese momento se supo que la amigdalitis que trataron durante el 2013 no era nada más y nada menos que tumores cancerígenos, que ya eran evidentes en su garganta, “yo parecía que tuviera dos bolas de tenis, se me fueron hasta la clavícula, yo parecía un monstruo”.

Con la voz cada vez más ronca, Harold se acercaba al final de la historia, su garganta no daba más.

Iniciaron las quimioterapias y todos los exámenes necesarios para determinar qué tan avanzada estaba la enfermedad, los médicos no daban nada por la vida de Harold.

Un alto en la entrevista, dos vasos de agua fueron necesarios para continuar, su voz cada vez se apagaba más.

El día llegó. Harold Carrillo, por condiciones de salud y tras pasar las inclemencias del olvido en una cárcel de otro país, sería repatriado.

La comisión encargada de la repatriación a la cual Harold le agradece, estaba conformada por un funcionario de Ministerio de Relaciones Exteriores, la canciller, un representante de Ministerio de Justicia y un representante del INPEC.

Principio de reciprocidad, así es conocida la figura en derecho internacional que permitió el convenio que cobijó a Harold para lograr su repatriación. El gobierno chino, en condición de devolver un favor, aceptó la solicitud.

29 de enero del 2014, una conversación con Jorge Luis Roa fue la esperanza que necesitaba.

-Hola Harold, ¿cómo te sentís, cómo estás?

- No doctor, yo estoy muy mal ¿Si escucha mi voz? ¿Recuerda esas dos bolas que le había contado? Resultaron ser dos tumores, estoy grave, estoy mal.

-Sí, sí, ya me enteré. El motivo de mi llamada es para preguntarle si está de acuerdo en el traslado a su país.

-Claro, doctor, pues es lo que más anhelo y ahora con este problema, peor.

-Ah bueno, entonces ya voy a iniciar los contactos con la Cancillería para su traslado al país.

Antes de esa conversación ya se había hecho una serie de trámites. Para que una repatriación sea efectiva, los dos Estados deben estar de acuerdo.

No, doctor, yo estoy muy mal ¿Si escucha mi voz? ¿Recuerda esas dos bolas que le había contado? Resultaron ser dos tumores, estoy grave, estoy mal.

Inicialmente la Cancillería colombiana pidió la repatriación de Harold Carrillo y cuando todo parecía perfecto, aparecieron de nuevo los problemas. El gobierno chino negó la solicitud, argumentando que Harold estaba condenado a pena capital y por ese motivo Harold pertenecía al gobierno chino.

Juliana Victoria Ortega Parra, cónsul  de Colombia, reemplazo de Jorge Luis Roa en la defensa, fue la salvación de su mal momento. Ella se encargó de agilizar los procesos legales para su repatriación. “Dios bendiga a esa niña, comenzó a visitarme mensualmente, muy bella persona”, afirma Harold.

En una conversación fuera de la cárcel, la funcionaria le explicó que la Cancillería ya había solicitado su repatriación pero el gobierno chino no había aceptado por la condena de muerte a la que había sido sentenciado.  

-No, doctora, si a mí ya me cambiaron la pena de muerte a cadena perpetua desde el 25 de abril del 2013.

- ¿Usted tiene los documentos que soportan lo que usted está diciendo?

-No, si yo hubiera sabido, los habría traído, pero yo no sabía.

Juliana, quien le insistía en portarse bien mientras finalizaban todos los trámites, se propuso gestionar los procesos necesarios para que Harold regresara a su país, de manera que el 6 de junio del 2014, un procurador le regresó la esperanza a Harold al aceptar la nueva solicitud de repatriación presentada.

Colombia, su país natal, lo recibió un 28 de noviembre del 2015. Había regresado a la vida, su corazón sabía que físicamente estaría preso y su enfermedad no iba a mejorar, pero tener a su familia cerca era el mejor regalo. Harold Carrillo Sánchez es hoy otro ser humano desde ese día.

 “Yo salí del infierno y llegué a la gloria, yo estoy tan agradecido con el gobierno colombiano”.

Entre chistes iba finalizando nuestro encuentro, risas que disfrazan todo lo vivido, los golpes que hoy lo reconfortan y lo fortalecen para seguir adelante. En Colombia fue condenado a 20 años y ha cumplido siete meses, pero la esperanza de luchar para salir y proteger a su familia sigue intacta.

Pero como todo no puede ser color de rosa, la enfermedad de Harold no se ha detenido, llegó repatriado por razones humanitarias y sin embargo, el apoyo del INPEC para tratar su enfermedad ha sido imposible de lograr, la respuesta a una solicitud de medicinas y tratamientos a su enfermedad fue negativa: “No hay recursos suficientes para cubrir su tratamiento, es muy costoso y no podemos costearlo”, fue la respuesta del INPEC a Harold.

“Me traen repatriado por cuestiones humanitarias y ¿me van a dejar morir acá? -cuestiona Harold.

Pero mientras el INPEC le negaba el apoyo para su tratamiento médico, Blanca Henríquez, abogada y profesora en Derecho Internacional de la Universidad Autónoma de Bogotá, quien trata desde su área el tema de “Repatriación o Traslado de Personas Condenadas” y un grupo de estudiantes, decidían realizar su tesis acerca del caso.

“Cuando llegó Harold yo no me interesé porque ya lo habían traído, yo consideré que ya no había nada qué hacer, pero luego de una entrevista que dio él en algún medio, mencionó que Colombia no le ha dado salud, en ese momento empecé a buscar cómo contactarme con la familia y logré hablar con el hijo”, narró Blanca.

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Finalmente Harold y Blanca se reunieron, él denunció que no le habían proporcionado ningún tipo de medicamento, sin embargo, el trato hacia él era muy considerado, las directivas de la cárcel eran conscientes de su estado de salud y le brindaban un trato amable pero debido a los bajos recursos, en cuanto a los medicamentos requeridos, no era mucho lo que se podía hacer.

“La cárcel no es mucho lo que podía hacer por él con los pocos recursos que tenía, debido a esto yo tomé el caso, pedí el poder que me autorizara y emprendí una tutela, la cual quedó radicada el 4 de enero en el Juzgado Octavo Civil Municipal de Bogotá” recuerda Blanca.

Esta tutela fue rechazada en principio con el argumento de que el poder no era original, a lo que se respondió con una solicitud para hacerlo como agente oficioso, sin embargo, el juzgado devolvió el trámite. “Yo pienso que lo rechazan no tanto por el cumplimiento de los requisitos sino por la importancia del personaje”, afirma Blanca Henríquez.

La lucha continuaba, durante el tiempo en el que se estaban llevando a cabo todos estos procesos legales los juzgados se encontraban en paro, otro factor limitante para hacer valer los derechos de Harold Carrillo.

Poco tiempo después, la tutela se volvió a instaurar ante el Tribunal y este la envió al Juzgado 30 Civil Municipal de Bogotá, donde era imposible conocer el estado del proceso debido a la inactividad de los juzgados, no había nada que se pudiera hacer y tampoco llegaba ninguna respuesta.

María Paula Rubiano, periodista de El Espectador, interesada en conocer los detalles del proceso, se comunicó con el juzgado para saber sobre el estado de la tutela, inmediatamente al correo de la doctora Blanca llegó un mensaje en el que se afirmaba que si bien la tutela había sido rechazada, sí se había oficiado a la entidad encargada para que se financiara el tratamiento requerido.

Todo parecía mejorar, las cosas estaban resultando tal cual como esperaban.

Pero en una conversación de la doctora Blanca con Michael, hijo de Harold Carrillo, la esperanza volvió a caer.

-Hola, Michael, ¿Cómo va todo? ¿Qué le han hecho a Harold?

-No ha pasado nada, doctora.

“Cuando yo me enteré de esto, impugné ante el Tribunal y este respondió que en el término de 10 días le debían realizar unos exámenes a Harold porque de lo contrario, cómo le iban a proporcionar un tratamiento sin saber si había avanzado o no la enfermedad”, dice Blanca Henríquez.

En Colombia los trámites legales son historias de nunca acabar, se sabe cuándo comienzan pero no cuándo terminan, su familia y la abogada continúan a la espera de la realización de los exámenes, lo cual determinará la situación de Harold en el centro penitenciario, sin embargo, el tiempo corre y aún no hay señales de avances.

Harold espera que a través de su abogado se logre conseguir la detención domiciliaria para buscar recursos económicos por su cuenta y así poder pagar el tratamiento, pues no espera morirse, ya luchó lo suficiente para llegar hasta donde está y asegura que de la mano de Dios todo esto va a ser tan solo un mal recuerdo y una muy buena lección de vida que enseña que de los problemas se aprende.

Una vez más es hora de volver a la celda, Harold se pone de pie y un dragoneante lo escolta, camina con la esperanza de encontrar la libertad emocional y física, entre sonrisas se despide y se pierde entre las paredes de lo que será su hogar por algún tiempo más.

*Estudiante, departamento de Comunicación y Cine, Universidad Jorge Tadeo Lozano.