PAZ

La educación sentimental

En la polarización del país pesan más el odio y el asco que la compasión y la simpatía. Más que diferencias ideológicas, las divisiones son emocionales. ¿Qué hacer?

29 de abril de 2016
El expresidente Álvaro Uribe mostró en su política un hábil manejo de las oposiciones. Hoy es el líder un sector de la polarización.

En pocas semanas se acabará la guerra en Colombia. Se le pondrá fin a medio de siglo de un derramamiento de sangre que ha dejado más de 200.000 muertos, cerca de 100.000 desaparecidos, 6 millones de desplazados, y una larga historia de destrucción de pueblos, de bombardeos y de zozobra y miedo. La firma de un acuerdo de paz entre el gobierno y las Farc es la mejor noticia del país en los últimos 50 años. Sin embargo, sorprendentemente no suscita entusiasmo. Tal vez la explicación a algo tan incomprensible esté en un asunto tan antiguo como la tragedia griega: las emociones políticas.

Los grandes líderes  saben  que la política se mueve más por emociones y sentimientos que por ideologías. Más allá de sus programas nazis o comunistas, Hitler y Stalin hicieron del odio y el miedo sus mejores armas. Por el contrario, Lincoln hizo de sentimientos como la igualdad y la fraternidad sus instrumentos más eficientes para derrotar a la secesión, y Roosevelt impulsó el New Deal apoyado en fotografías de la gran depresión que generaban solidaridad y empatía con el sufrimiento de los más pobres.  

El poder de las emociones en la política es un tema de moda en el mundo. Su expresión más reciente ha sido la de los Indignados y las revoluciones de terciopelo, que hicieron del malestar y su contracara, la esperanza, un programa político.  Por eso, en parte, resultaron efímeras.

En el caso de las transiciones de la guerra a la paz, el perdón y la empatía empiezan a tener tanto valor como la reconstrucción material de los países. Las negociaciones de paz polarizan los sentimientos, y en consecuencia casi todos los armisticios del mundo han dado paso no solo a una gran confrontación de ideas e intereses, sino de emociones.

“Una sociedad no entra a un posconflicto con una sensación calurosa de felicidad, sino con ansiedad. Las personas no empezarán a quererse como amigos de toda la vida. Todo lo contrario. Así fue en mi país. Apenas firmamos los acuerdos, la gente se radicalizó. Luego se tranquilizó. Pero más adelante volvió a estar tensa, y después, de nuevo, regresó la calma. Desde lo emocional, un posconflicto se parece a un acordeón. Se infla y se desinfla, se infla y se desinfla…”  le dijo a SEMANA recientemente Lord John Alderdice, uno de los mediadores claves en el proceso  de paz de Irlanda.

Ese es un buen espejo de lo que está ocurriendo en Colombia. El fin de la guerra genera sentimientos contradictorios porque es un paso hacia lo desconocido. El filósofo Rodolfo Arango escribió en una columna en El Espectador que “es el momento  de tomarse en serio las emociones. El miedo, el odio, la indignación, entre otros afectos, requieren ser inteligentemente administrados y transmutados en confianza, perdón, comprensión (…)”.

Diversos analistas consultados por SEMANA coinciden en que hoy en Colombia se expresan más emociones negativas que ideas altruistas frente al proceso de paz, porque la polarización política descansa sobre una exacerbación de esos sentimientos. Y hoy encarna esa polarización un líder cuyo fuerte ha sido precisamente el manejo de las emociones: el expresidente Álvaro Uribe.

“Uribe ha demostrado como presidente y como líder político ser un experto en el discurso emocional” dice Javier Restrepo, director de estudios de opinión de Ipsos Napoleón Franco. “Las emociones nos movilizan a tomar decisiones y un buen líder sabe tocar esas fibras. Uribe fue capaz de despertar emociones como el miedo hacia la guerrilla y la confianza en la solución militar”.  A juicio de Restrepo, justamente las emociones de ese tipo se expresan en las encuestas según las cuales el 80 por ciento de los colombianos desconfían de que las Farc cumplan los acuerdos, muy a pesar de que las evidencias empíricas –como el cese unilateral del fuego- demuestran que esa guerrilla está caminando seriamente hacia el armisticio.

Al otro extremo de Uribe está el presidente Santos. A pesar de que logrará lo que seis presidentes anteriores intentaron antes que él -la paz con las Farc- no ha conseguido emocionar a los ciudadanos con ese hecho histórico. Su liderazgo es más racional y frío. De hecho, solo en momentos excepcionales, como el 23 de septiembre del año pasado, cuando tuvo su primer encuentro con Timochenko y lo selló con un apretón de mano, la esperanza y la confianza en la paz se dispararon.  Pero no ha habido gestos similares y la calidad de los acuerdos, el respaldo internacional y la filigrana política que los rodea no alcanza para sembrar empatía con la mesa de negociaciones. Es decir, la paz sigue siendo para Santos un discurso con argumentos correctos y sólidos, que no toca la fibra del corazón de la gente.

Para algunos analistas esto se produce no solo porque es un líder mucho más racional que Uribe, sino porque carga con las emociones negativas que suscitan las Farc. “Las emociones son el resorte humano más poderoso” dice la antropóloga Miriam Jimeno, quien se ha especializado en los últimos años en los campos subjetivos de la política. Santos no ha logrado movilizar emociones porque no ha logrado una nueva valoración sobre  la guerrilla”. A su juicio, la gente asocia la guerrilla con el mal porque esa ha sido su experiencia repetida con ella.

Ahora, las emociones son volátiles y cambian de acuerdo a las nuevas experiencias. De alguna manera son impredecibles. “En las encuestas se ven varias emociones en simultáneo. La paz suscita esperanza y rechazo. En general, tiene más éxito quien moviliza emociones negativas y las Farc están asociadas a muchas de ellas”, dice Restrepo.

Posiblemente el miedo es la más poderosa de estas emociones, ha identificado el sentimiento general hacia las Farc, y es lo que más alimentan algunos sectores políticos reacios al proceso de paz.  Marta Nussbaum, profesora de la Universidad de Chicago, y premio Príncipe de Asturias en  2012, dice que el miedo es la emoción más primitiva del ser humano y es necesario porque “nos aparta del peligro. Sin sus impulsos estaríamos todos muertos”.

El miedo se exacerba cuando se dice por ejemplo que el proceso de paz pondrá en riesgo la propiedad privada, que se impondrá un sistema castro-chavista, o que se destruirá el Ejército, lo cual crea la sensación de vulnerabilidad y desprotección total. En 60 años la gente se adapta a las circunstancias. Con este cambio radical (el fin de la guerra), se plantean preguntas muy profundas” dice Eduardo Wills, director del Cider de la Universidad de los Andes, experto en el tema.

Nussbaum cree que el miedo debe combinarse con la simpatía y la compasión; el optimismo y el esfuerzo. Todo ello para construir una cultura política basada en el amor.   Algo que todavía parece estar lejos para los colombianos. Las emociones negativas que hoy imperan en el país se pueden transformar”, según el psicólogo e investigador de la Universidad de los Andes, Juan Pablo Aranguren. El odio que  expresa un determinado partido político, puede movilizar todo lo contrario. Puede incrementar los sentimientos  solidarios, empáticos y compasivos” dice.

Para Miriam Jimeno ese cambio pasa por la reconciliación política. Es decir, por una readecuación inducida de las emociones.  Tal como lo hizo Nelson Mandela cuando Sudáfrica pasó del apartheid a la democracia.  Lo han vivido muchos países y lo vivió también Colombia cuando superó la violencia de los años cincuenta. “Hubo 300 mil muertos alrededor de los partidos y el Frente Nacional sanó esa heridas”.  A su juicio el primer paso lo deben dar los actores del conflicto y quienes han sufrido el conflicto. “La educación sentimental empezará cuando las propias Farc digan: me excedí” concluye.

En todo caso esa transformación emocional no ocurrirá por azar. “Se requiere de una nueva ´educación sentimental´  que nos haga, por fin, ciudadanos de verdad, promotores de la vida pública, suficientemente críticos y un poco más racionales” dice Germán Rey, psicólogo y experto en cultura y medios de comunicación.

Hace pocas semanas el expresidente Álvaro Uribe y la exsenadora Piedad Córdoba se encontraron en un aeropuerto y se abrazaron como viejos amigos. Por años fueron los más enconados adversarios. Uribe le dijo a Piedad: “Como estás de linda, pareces una quinceañera” a lo que ella respondió con un cálido abrazo. Para muchos, ese podría ser el principio de la educación sentimental que necesita Colombia.