CRISIS
Contramigración en plena pandemia: ¿qué pasará con los venezolanos que se van?
Miles de venezolanos que deambulaban por Colombia tratan de retornar a su país antes de que los alcance el coronavirus. ¿Qué les espera en el régimen de Maduro del que habían huido?
Se trata de sobrevivir. Por esa razón miles, millones, de venezolanos dejaron su país con lo que podía llevar en las manos, atravesaron a pie la frontera y se dispersaron en las principales ciudades y pueblos de Colombia. Esperaban conseguir acá la subsistencia que se agotaba allá. Por la misma razón ahora deshacen sus pasos y van de vuelta. La pandemia del coronavirus invirtió la ecuación y aunque las condiciones no han mejorado en Venezuela, ellos piensan que pueden pasar esta coyuntura mejor en su país. O al menos eso esperan.
Desde que el presidente de Iván Duque envió a cuarentena obligatoria a todo el país el 25 de marzo, los venezolanos desposeídos empezaron a verse en mayores aprietos. La posibilidad de dormir en hoteles básicos llamados ‘pagadiarios’ y salir a rebuscarse la vida en las calles o en el sistema de transporte se empezó a extinguir con las ciudades desiertas.
En paralelo, a medida que la ciudadanía fue cobrando conciencia sobre el fácil contagio de la covid-19, el comercio informal resultó castigado. Las mil maneras del rebusque se marchitaron. Las medidas de distanciamiento físico significaron, para los venezolanos, quedar proscritos y sin posibilidad de juntar monedas para el ‘pagadiario’. Los dueños los expulsaron y quedaron sin un techo, en las calles vacías y con hambre. Además con un gran temor: “¿Qué pasará si me contagio y enfermo?”. En esa dramática situación quedaron miles de migrantes en Colombia y en otros países del continente.
Según el presidente Iván Duque en los últimos años al país entraron 1,7 millones de venezolanos. No es claro cuántos desharán el camino. La alcaldesa Claudia López estima que solo en Bogotá 450.000 migrantes requerirían auxilio. Cuando las escenas de los desalojos se hicieron masivas, López pidió al Gobierno nacional pagar la alimentación y los arriendos de los nacionales y extranjeros que no tenían dónde pasar la cuarentena.
“Los bogotanos llevamos tres años pagando la comida, el nacimiento, el jardín, la escuela y les damos empleo. Qué pena que lo único que no podemos cubrir es el arriendo. Pedimos ayuda del Gobierno nacional. Un peso, aunque sea, uno, porque todas estas otras cosas las pagan los impuestos de los bogotanos, sin chistar”, dijo. Como si ser migrante en la capital fuera tener la vida resuelta.
El reclamo no cayó bien. Duque, sin mencionar a la alcaldesa, replicó: “Se quieren lavar las manos asegurando que la atención de los migrantes venezolanos no es su problema. Hay algunos alcaldes que de alguna manera están tratando de decir: eso no es mi problema. No, esa es una responsabilidad de todos, aquí nadie se puede lavar las manos frente a un tema tan sensible”.
Luego el Gobierno expidió los decretos para congelar los contratos de arrendamiento de vivienda. El ministro de Vivienda, Jonathan Malagón, señaló que durante la cuarentena y hasta dos meses después quedaba prohibido el desalojo “de cualquier familia colombiana” por mora en los arriendos.
Los migrantes tampoco tuvieron una esperanza con la iniciativa de instalar cinco albergues en varios puntos de Bogotá. Los vecinos de los barrios escogidos se organizaron y bloquearon la idea. Alegaron que sería recibir un problema porque el Estado hoy instala a cientos de venezolanos en esos lugares y mañana los abandona. Ese rechazo dejó en evidencia otro brote crítico: la xenofobia.
Ante ese panorama general, miles de venezolanos están optando por regresar a su país. Allá al menos cuentan con un techo donde resguardarse y si resultan contagiados tienen la cédula para reclamar atención hospitalaria. El problema delicado para Colombia es que los migrantes no tienen recursos para la travesía. Deambular por las carreteras del país durante una semana en plena fase de contagio crea un peligro para todos. Nadie sabe cuántos migrantes son portadores asintomáticos de la covid-19 y puedan estar diseminando la enfermedad mientras caminan.
El alcalde de Cali, Jorge Iván Ospina, encendió las alarmas en ese sentido. A esa ciudad han llegado centenares de migrantes provenientes de Ecuador, donde el coronavirus causa estragos. Las fronteras están cerradas, pero los venezolanos pasan por trochas y pasos clandestinos. “Ellos no pueden continuar en esta condición de miseria e indefensión. Es fundamental habilitar un puente aéreo que traslade a estas comunidades desde Nariño o Cali hasta Caracas”, dijo Ospina. El mandatario agregó que la ciudad podría pagar uno de esos vuelos y pidió a la Cancillería, al Ministerio del Interior y al Gobierno venezolano concertar urgentemente un acuerdo para repatriar a los migrantes sin que atraviesen por tierra el país. Hasta ahora nadie ha atendido su petición.
Los venezolanos, entre tanto, avanzan a pie con la única esperanza de que los camioneros que ruedan solos por las carreteras les den un aventón, aunque sea de unos pocos kilómetros. Provienen de múltiples regiones y casi todos confluyen en Bucaramanga. Allí la alcaldía, hace un par de días, ofreció 15 buses que de inmediato se llenaron. De esa manera una caravana de familias pudo superar el páramo de Berlín y llegar hasta Cúcuta. Al subir y descender de los vehículos la Policía de carreteras desinfectó a los pasajeros con una sustancia antiviral.
Así, sorteando todo tipo de adversidades, cientos de migrantes han llegado hasta las fronteras de Cúcuta y Arauca. Según Migración Colombia en solo tres días, del sábado al lunes, salieron 1.526 por un corredor humanitario recién abierto. Pero muchísimos más, al encontrar los puentes internacionales cerrados, se aventuran por pasos clandestinos, donde pululan las mafias y la delincuencia.
La organización Venezolanos en Cúcuta puso carteles de advertencia e información clave en las principales trochas para auxiliar a los migrantes. Laidy Gómez, la gobernadora del estado Táchira, calculó que en la última semana han regresado 10.000 de sus conciudadanos, la mayoría por los pasos ilegales.
Por su parte, el régimen de Nicolás Maduro ha aprovechado políticamente el éxodo del retorno. La vicepresidenta Delcy Rodríguez dijo que “los compatriotas venezolanos están regresando felizmente a nuestra patria, donde la atención médica es gratuita”. El lunes, Maduro aseguró en una alocución que había dispuesto sobre la frontera un plan médico-sanitario de recibimiento. Según él, los migrantes que retornen a Venezuela reciben el examen para covid-19. Maduro aseguró: “Los que den positivo van directo a los hospitales. Ya están las camas listas para recibirlos y atenderlos. Los que den negativo van a los hoteles y a los lugares reservados para pasar la cuarentena obligatoria de 14 días. Y antes de darlos de alta les volvemos a hacer la prueba”.
Pero en los siguientes días han salido vídeos con testimonios de migrantes que han llegado a San Antonio y Ureña, primeras poblaciones del lado venezolano. En estos se evidencia que están confinados en escuelas, que duermen en el piso y que los lugares no cuentan con agua ni alimentación. Ni siquiera hay gasolina. El miércoles la gobernadora del Táchira denunció que su estado “ya está sobresaturado de venezolanos retornados por la frontera”, y advirtió que la alta concentración de personas sin garantías de servicios públicos implica otros riesgos adicionales. Esa primera urgencia llevó a modificar los protocolos previstos.
En el Palacio de Miraflores admitieron que quienes den negativo en la prueba rápida para covid-19 pueden seguir la travesía hacia sus hogares sin guardar cuarentena. Esa señal clara de improvisación preocupa altamente. Al cierre de esta edición, Venezuela registraba 166 casos de coronavirus y siete muertes. En el contexto mundial son cifras favorables, pero determinadas por una realidad: hasta hace unos días muy pocas personas viajaban a Venezuela, la gente más bien se marchaba. Justo lo contrario a lo que ocurre con el retorno. Y cuando los migrantes comenzaron a regresar el sistema de salud ya estaba colapsado. Todos temen lo que pueda ocurrir ahora en el tiempo de la pandemia.