POLÉMICA

Encartados con la memoria de Pablo Escobar

La propuesta del alcalde de Medellín de tumbar el edificio Mónaco para construir un parque en memoria de las víctimas abrió el debate sobre lo que se debe hacer con el legado del capo, tan de moda por los ‘narcotours’ y las series de televisión.

17 de junio de 2017

Como si se tratara de un proyecto de gobierno, Pablo Escobar se ha convertido en un tema recurrente en la agenda pública de Federico Gutiérrez, alcalde de Medellín. Han pasado 23 años desde la muerte del capo del narcotráfico y su figura sigue siendo protagonista ineludible en la ciudad.

Basta con rastrear el recorrido más popular para los turistas extranjeros en Medellín para darse cuenta de que su mundo y todo lo que ello representó está vigente. En la actualidad, cinco hoteles y una agencia de viajes legalmente constituidos ofrecen un ‘narcotour’ por los lugares donde vivió, se escondió y murió Escobar (y, por lo menos, hay nueve opciones clandestinas más). El año pasado, la agencia Air Panama ofrecía un paquete con tiquete, tres noches de hotel, una parada en la Hacienda Nápoles (en Puerto Triunfo) y rumba por 499 dólares. Pero sus directivas tuvieron que ofrecer disculpas una vez Gutiérrez les envió una carta para que retiraran la oferta: “Promocionar un ‘narcotour’ es muestra del gran déficit moral que padecemos como sociedad. Nos falta aprender a ponernos en los zapatos del otro”, escribió el alcalde.

Pero ese es solo uno de sus regaños públicos. Varios artistas internacionales, que se han presentado en la ciudad,visitaron alguno de los lugares míticos de la vida de Escobar o posaron con prendas apologéticas del narco, como el reguetonero J Álvarez. El último caso fue en marzo, cuando el rapero norteamericano Wiz Khalifa fue hasta el edificio Mónaco (antigua residencia de la familia Escobar) y a la tumba del capo, y publicó fotos en sus redes sociales. “Ese sinvergüenza, en vez de haberle llevado flores a Pablo Escobar, le tuvo que haber llevado flores a las víctimas de la violencia”, fue la respuesta de Federico Gutiérrez.

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A pesar de la indignación de alcalde y de un importante sector de la sociedad antioqueña que considera a los ‘narcotours’ como una apología al delito, es claro que la ciudad aún no ha logrado alejarse del fantasma de Escobar a pesar de trágica marca que dejó en sus calles y en las miles de víctimas. Esto ha ocurrido, en parte, por que telenovelas y series han reeditado, muchas veces de forma generosa, los años más aciagos que vivieron los antioqueños y el país. Polémicas novelas como J. J., sobre la vida de John Jairo Velásquez, alias Popeye, sicario del cartel de Medellín, o El patrón del mal, que se ha emitido en casi 40 países, y series como Narcos, disponible en cualquier parte del mundo a través de Netflix y de la cual ya se anunció su tercera temporada, han reeditado la vida de Escobar. De alguna manera, todas ellas son representaciones facilistas de una tragedia que toda Colombia quiere dejar atrás.

Adicionalmente, el problema de estos y otros relatos –incluidos los que ofrecen los guías amateur de los ‘narcotours’– es que están enfocados exclusivamente en los mafiosos, sin mostrar la estela de violencia que dejó en las personas que las padecieron, y en la misma ciudad. La que se cuenta es una historia sin reverso. Y, hasta ahora, en el relato oficial pareciera suceder lo mismo.

Hoy no existe en Medellín ninguna organización de víctimas del narcotráfico. Cuando desde el arte se ha tratado de resignificar (o criticar) la figura del mafioso, ha habido censura. Hace unos años, el artista Carlos Uribe, inspirado en Horizontes, la obra icónica de Francisco Antonio Cano, pintó New Horizons en la fachada del edificio del Colombo Americano en el centro de Medellín, un mural de Pablo Escobar con la mano izquierda extendida. La obra fue instalada un viernes y retirada el lunes siguiente. Las directivas del Colombo no se sintieron a gusto y con chorros de agua la desmontaron.

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Según Adriana Valderrama, directora del Museo Casa de la Memoria, la narcoguerra no ha sido tratada de manera reflexiva por la institucionalidad ni por la sociedad, pues el narcotráfico y la cultura de la mafia es algo que aún se vive en los barrios, “como víctimas, solo hablamos de eso de puertas para adentro con la familia o los amigos”, dijo Valderrama.

Para Fernando Escobar, artista e investigador de la Universidad Nacional, la memoria del narcotráfico es una construcción compleja que recoge vivencias y mediaciones como las de las series de televisión. El problema es que estas no permiten repensar los mitos criminales de un negocio que incluso hoy es más rentable. De ahí la paradoja: buena parte de la sociedad que padeció el narcoterrorismo es la misma que ayuda a prolongar los lugares comunes de la violencia que tanto daño ha hecho.

Uno de los casos más dicientes para explicar esto tiene que ver con Popeye, quien tras salir de la cárcel hace tres años se convirtió en un fenómeno de masas. Además de ser un youtuber con más de 300.000 seguidores, cuando sale a las calles es perseguido por una romería de personas que quieren un autógrafo o tomarse una selfi a su lado. Hace cuatro meses, periodistas de un canal ruso de televisión vinieron a entrevistarlo, y en una de las caminatas que hicieron con él por el centro de la ciudad interrumpieron la grabación porque la cantidad de gente que se le acercó, para abrazarlo o decirle cuánto lo admiraba, no permitió continuar con la entrevista.

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¿Cómo entender esa fascinación por un sicario que cuenta orgulloso cómo asesinó a cientos de policías o activó carros bomba para matar a personas indefensas? Parte de la respuesta la dio uno de los hijos del magistrado Gustavo Zuluaga, asesinado por hombres de Escobar el 30 de octubre de 1986: “Cuando la gente ve a Popeye en la calle es como si viera a una estrella de Hollywood. Un hombre que tuvo mujeres lindas, carros lujosos, armas de todos los calibres y ya está campante en la esquina, lo pueden tocar… es la experiencia más real y cercana que pueden tener del Pablo Escobar que venden en Netflix”.

Pero la crítica tiene que ir más allá del rechazo. Reconfigurar el relato que hoy se ofrece sobre Pablo Escobar implica, además, mirarse al espejo y reconocer que un buen porcentaje de la economía local está en una puerta giratoria difícil de contener entre lo legal y lo ilegal. “Nunca hemos relacionado a la figura de Escobar con el paramilitarismo y otros fenómenos políticos que tanto daño nos hacen”, dijo Max Yuri, investigador social.

Este año, sin embargo, han aparecido unas cuantas iniciativas desde la academia que abordan el tema desde otra perspectiva. Durante los últimos cuatro meses, un grupo de estudiantes de periodismo de la universidad Eafit dedicaron buena parte de su tiempo a rastrear el lado menos ventilado de la historia del narcotráfico. Montaron una página web (www.narcotour.co) para recrear el ‘narcotour’ pero a través de las voces de los sobrevivientes de las bombas y otros atentados.

Es claro que pese a que el Estado venció a Escobar, todavía no ha podido ganar la guerra contras las drogas ni contra el narco y su cultura. Por eso, el alcalde Gutiérrez le dijo a SEMANA que “Medellín todavía tiene esa herida abierta, que hay que cerrar, no para borrarla, sino para convertirla en cicatriz. El camino a seguir consiste en hacerle homenaje a las víctimas y a los verdaderos héroes de esa época oscura”.

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La administración quiere hacer sitios de memoria como el parque en el edificio Mónaco porque “el problema es que solo conocemos un lado de la historia, el de Pablo, de sus sicarios, del cartel de Medellín, pero ¿dónde están las víctimas? ¿Por qué no podemos nombrarlas? La razón es que esa historia no se ha contado y si queremos que no se repita debemos recordar el dolor que nos causó”.

Con estas iniciativas se busca, según el alcalde, que los turistas entiendan cuántas víctimas dejó el narcoterrorismo y comprendan que de esa época no hay nada que celebrar, símbolos diferentes que también deben conocer los jóvenes. “Tenemos el deber moral de que los niños de Medellín no quieran ser los ‘duros’ de sus barrios, del mal, sino que lo sean en medicina, derecho, la cocina, el arte… en una forma legal de vivir”, puntualizó Gutiérrez.

Posición que respalda el vicepresidente de la república, el general Óscar Naranjo, quien durante más de tres décadas combatió el narcotráfico: “Los jóvenes tienen derecho a conocer los mitos que transforman el país, pero no a los que acabaron con él. Pensar que es un atractivo turístico es una injusticia con millones de colombianos honestos”.

También el senador Juan Manuel Galán, hijo del inmolado líder Luis Carlos Galán, dijo que el alcalde tiene todo su respaldo. “La destrucción de esos lugares ‘culto’ está en mora. Lo mismo espero que ocurra con el portal de la Hacienda Nápoles, pues es una forma de revictimización inaceptable”, afirmó.

Este es el reto que ahora tiene la capital antioqueña. Hay ejemplos internacionales que muestran lo que podría hacerse o no con la memoria en ciudades que han padecido ciclos de violencia. En Belfast, Irlanda del Norte, existen los ‘Black Cabs Tours’, taxistas –muchos de ellos sobrevivientes de la guerra entre protestantes y católicos– que ofrecen diferentes opciones de recorridos por los lugares emblemáticos de una guerra que duró casi 30 años (hasta 1998). Pero casi de manera opuesta está el caso de Chicago, en Estados Unidos, centro de operaciones de Al Capone y cuna de la mafia norteamericana, donde como si se tratara de una caricatura, ofrecen el plan It´s Good to be a gangster (Es bueno ser un Gánster) en el que se pueden visitar 10 lugares que solían frecuentar Al Capone y sus hombres. También hay grandes ejemplos en Berlín, Washington, Nueva York o Buenos Aires.

El debate está abierto. Tal vez ahora, cuando se vislumbra un país con menos fusiles, es el momento de debatir sobre cómo representar un pasado turbulento que permita entender el presente, en el que la mafia pase a un segundo plano.

Ahora bien, eliminar del todo la memoria de Pablo Escobar no solo es imposible, sino que puede ser contraproducente, pues se podría correr el riesgo de desaparecer las huellas de un pasado que no se debe repetir, que debe ser conocido por las actuales y futuras generaciones para que no vuelvan a recorrer ese trágico camino. Por lo pronto, el alcalde Gutiérrez abrió una puerta controversial –cosa que otros mandatarios no se habían atrevido a hacer– y le dio la oportunidad a Medellín de innovar en materia de memoria ejemplarizante.