PUNTO DE VISTA

¿Qué hacer con la crisis en Venezuela?

El director editorial de la Revista SEMANA, quien fue embajador en el vecino país, asegura que nadie tiene tanto en juego en la crisis venezolana como Colombia.

Rodrigo Pardo
25 de agosto de 2018
"Colombia también necesita más reflexión que fanatismo. Debe reconocer, por ejemplo, que ningún país del continente se juega tantos intereses en su relación con Venezuela"

Colombia y Venezuela son países hermanos. No sobra repetirlo en estos días en los que son más visibles el rechazo al autoritarismo de Nicolás Maduro y la conveniencia política de echar mano de un discurso de mano dura. Y cuando, quién lo hubiera creído, hasta la xenofobia pulula casi impunemente. La verdad, no hay que olvidarla, es que los dos países tienen un destino estrechamente unido desde antes de 1830, cuando se disolvió la Gran Colombia. Las dos naciones son interdependientes, como dicen los académicos de las relaciones internacionales.

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El canciller Carlos Holmes Trujillo García comienza su gestión en un momento realmente crítico. Debe ser coherente con el discurso de mano dura que utilizó Iván Duque durante la campaña, que no resultó determinante desde el punto de vista electoral porque que era casi igual al de los demás candidatos. Además, el nuevo gobierno arranca su gestión diplomática justo cuando Venezuela lanza un paquete de duras medidas económicas que sin quererlo estimulan la migración, y cuando Ecuador y Perú restringen la entrada de venezolanos que llegan desde Colombia. El resultado: miles de migrantes venezolanos sin recursos de ningún tipo se ven obligados, contra su voluntad, a quedarse en Colombia. La crisis no tiene precedentes.

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No extraña, en consecuencia, que los primeros movimientos en materia internacional del presidente Duque y su canciller Trujillo tengan que ver con Venezuela. El presidente moderó el discurso de campaña, en el que propuso demandar a Nicolás Maduro y cerrar la embajada en Caracas. Y el ministro de Relaciones Exteriores habla de un mapa de ruta en tres niveles: 1. una política interna para atender a los miles de migrantes; 2. una estrategia multilateral para coordinar esfuerzos y 3. la vinculación de la ONU para aliviar tensiones. Se lee entre líneas que se buscaría un cambio del régimen para rehacer la democracia.

La comunidad internacional no puede cruzarse de brazos

La política de Trujillo tiene un acierto y una limitante. El primero, que su argumentación es impecable: la debacle venezolana afecta a muchos países y exige, en consecuencia, una respuesta multilateral. Y la segunda es que esa reacción ya se ha intentado y no ha dejado resultados visibles. Igual que la del canciller Trujillo, la diplomacia del gobierno anterior intentó motivar a la ONU a tomar cartas en la crisis humanitaria, sin consecuencias. El secretario general Guterres ha sido reacio a meterse en el problema. Y de la OEA no se puede esperar mucho, a pesar de las buenas intenciones de su secretario general, Luis Almagro, porque con su bien recibida mano dura contra Maduro perdió capacidad de acción. De alguna manera, se automarginó por tomar partido.

La comunidad internacional no puede quedarse de brazos cruzados, es cierto, pero tampoco puede desconocer que solo los venezolanos tienen en sus manos el destino de su país. No hay que olvidar que las posiciones más duras contra Cuba en los años sesenta –su marginación de la OEA y el embargo gringo– no llevaron la democracia a La Habana, sino más bien consolidaron a Fidel Castro en el poder. El discurso absurdo de Maduro con el que culpa a los enemigos externos de sus torpezas para hacer colapsar la economía más rica del continente solo puede llegar a ser creíble, internamente, por las odiosas imágenes de Donald Trump y otros pares continentales amenazando a Venezuela.

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Colombia también necesita más reflexión que fanatismo. Debe reconocer, por ejemplo, que ningún país del continente se juega tantos intereses en su relación con Venezuela. Lo largo de la frontera, la interdependencia de las dos naciones, la tradicional migración de colombianos hacia allá y la más nueva de venezolanos hacia acá obligan a actuar con cabeza fría. Se necesitan canales para atender la agenda binacional de tú a tú, y en forma paralela participar en instancias multilaterales para acompañar los esfuerzos por redemocratizar a Venezuela. Pero para proteger legítimos intereses nacionales no se deben mezclar los dos.

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