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¿Qué pasa en Rappi? La dura historia detrás de las protestas de los repartidores

Varios rappitenderos quemaron sus maletines al frente de la oficina de la empresa en Bogotá durante una jornada de protestas. Los domiciliarios le exigieron a la compañía mejorar el pago por los pedidos que realizan. SEMANA acompañó a varios de ellos en una jornada de pedaleo por la ciudad.

5 de julio de 2019
Según los rappitenderos, edidos por los que se ganaban entre 3.500 y 6.000 pesos, ahora se los pagan hasta a 2.000. | Foto: Archivo particular

Mariela atravesó Bogotá de norte a sur para llegar a su trabajo. Hizo el recorrido, en un bus de Transmilenio, con un café en el estómago y unos huevos revueltos con pan en su bolso. Después de hora y media de trayecto caminó hasta una esquina de la calle 76. Allí no queda la oficina en la que trabaja de 8 de la mañana a 9 de la noche. Es un andén en el que se ubica todos los días mientras espera una notificación en su celular que le avise que tiene un domicilio por hacer.

Mariela es una de los 85.000 domiciliarios que se ganan el sustento del día entregando pedidos a través de la aplicación Rappi en América Latina. Es viernes y a las 9 de la mañana no había recibido ni un solo servicio. El día anterior no trabajó. Pero el miércoles pedaleó 17 kilómetros en la bicicleta que deja todos días en un parqueadero y que recoge cada mañana cuando llega al norte.

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Tres de sus 28 años los ha vivido en Colombia. Llegó al país desde Caracas, Venezuela y desde entonces ha tenido tres trabajos. Primero atendiendo a los clientes de un almacén de ropa, después como mesera en un restaurante y hace un año llegó a la oficina de Rappi. Allí compró la maleta naranja que utilizan los rappitenderos y el impermeable para los días de lluvia. Ambos elementos con el distintivo de la compañía colombiana.

A esa misma oficina, la de la calle 93 con 19, llegaron el jueves decenas de domiciliarios a quienes la indignación se les bajó a los pies y decidieron pedalear hasta la empresa para exigir respuesta a lo que consideran un cambio de política en su contra. En sus bicicletas, y algunos en moto, alzaron la voz en señal de protesta. Al final de la jornada, varios maletines de pedidos habían sido quemados.

Todos llegaron con el mismo reclamo: desde hace más de un mes, el valor que reciben por hacer un domicilio ha desminuido notablemente. Según ellos, están recibiendo menos dinero por hacer los mismos trayectos. Gritaban con la misma fuerza con la que conducen sus bicicletas.

El problema, denunciaron, se presenta principalmente entre semana. Pedidos por los que se ganaban entre 3.500 y 6.000 pesos, ahora se los pagan hasta a 2.000. Eso, sumado a la falta de condiciones en las que dicen tienen que trabajar. Sobre esto, Rappi le explicó a SEMANA que no tienen ningún aliciente para que los cambios tecnológicos del sistema perjudiquen a los rappitenderos, sino que estos son implementados para que los domiciliarios tengan mejores condiciones y los pagos se adapten a las horas donde hay mayor demanda. La empresa agregó que aunque respeta el derecho a la protesta repudia cualquier comportamiento violento que atente contra la ciudadanía.

Muchos de los rappitenderos son venezolanos. La mayoría asegura no tener seguro social ni póliza en caso de accidente. Así le pasó a un amigo de Mariela. Hace unos meses, su colega Francisco fue atropellado por un bus mientras iba en su bicicleta con un pedido. Sufrió una fractura en su brazo derecho y todos los gastos médicos corrieron por su cuenta. No se volvió a subir a su bici en cuatro meses. Cuando se recuperó volvió a pedalear en Rappi, su única opción.

Sin embargo, Rappi explicó que en caso de accidente, los domiciliarios cuentan con servicio de ARL y póliza de seguro en caso de accidente al que pueden acceder a través de la línea de soporte de la aplicación.

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Mariela no se ha librado de incidentes. Acababa de iniciar a trabajar como domiciliaria cuando le robaron la bicicleta que había comprado con sus ahorros. Meses después fue otra vez víctima de los delincuentes que se le llevaron su herramienta de trabajo. "Entraba a recoger el pedido y cuando salía de la tienda la bicicleta no estaba", dijo mientras revisaba su celular como esperando un milagro.

Su tercera bicicleta la compró a 90.000 pesos. Un precio muy inferior al que ya había pagado por las dos primeras. Creyó que lo hacía porque había aprendido una lección, pero la enseñanza vendría tiempo después cuando empezó a demorarse más de lo que aconstumbrado haciendo un pedido en las dos primeras bicicletas. Decidió entonces tomar una decisión más arriesgada: dejar la bicicleta sin frenos. Cree que si la vuelven a robar los ladrones tendrán algo en su contra y los podrá alcanzar.

Mariela siguió actualizando la aplicación esperando recibir el primer pedido del día.

A su lado se sentó Felipe. Otro rappitendero, también venezolano. Los dos comparten el mismo andén porque en ese sector hay un gran negocio de expendio de licor. Su ubicación es bastante estratégica. Por los pedidos de bebidas alcohólicas en la aplicación les pagan un poco más. Primero, porque los productos suelen ser más costosos y segundo, porque el transporte es más delicado. "Si una botella de esas se te quiebra, entonces estás en serios problemas", dijo Felipe, quien llegó a Colombia desde Valencia, la capital del Estado de Carabobo.

Mientras Felipe hablaba le llegó un pedido. 7.300 pesos de pago por comprar y entregar unos cigarrillos especiales a 20 cuadras de donde estaba. Caminó hasta el final de la calle y entró a uno de los negocios. Regresó al tiempo con el ceño fruncido. El producto que había ido a comprar estaba agotado. En ese caso, explicó, el servicio se puede cancelar automáticamente en la app o el rappitendero puede comunicarse directamente con el cliente y preguntarle si quiere que lo compre en un lugar diferente.

Con 29 años, Felipe está pensando traer a su hermana y su mamá a vivir a Colombia. Ellas se quedaron en Venezuela y él las ayuda con el dinero que gana en Rappi. Para empezar a trabajar en la empresa le pidieron su documento de identidad, el pasaporte y el PEP (Permiso Especial de Permanencia). Los documentos los utiliza la compañía para confirmar que la persona no tiene problemas legales. Sin embargo, no hay un contrato de por medio. Ninguna firma.

Por eso, en ese modelo económico no hay quién se haga cargo de las prestaciones laborales de los rappitenderos. Del servicio que realizan los domiciliarios se benefician la plataforma (Rappi), los negocios que venden los productos y el comprador o cliente que solicita el domicilio.

En septiembre de 2018, Rappi se convirtió en el primer ‘unicornio‘ colombiano, es decir que entró a ser parte de las nacientes compañías que logran el valor de los US$1.000 millones durante su proceso de levantamiento de capital. La startup, que en ese momento tenía menos de cinco años, ha recibido importantes inyecciones de capital y expandido su funcionamiento a varios ciudades de América Latina.

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Su crecimiento, aunque destacado por su aporte a la economía del país, ha recibido numerosas críticas. Mientras otras aplicaciones, que prestan servicios similares y funcionan bajo el mismo modelo de economía colaborativa, reconocen parte de las prestaciones laborales, los rappitenderos no solo tienen que costear con su propio dinero las maletas, impermeables, bicicletas y el plan de datos, sino que tampoco tienen prestaciones como salud.

A Alexander, un rappitendero colombiano que se ubica más al norte de la ciudad, tampoco le ha ido muy bien. A las 11 de la mañana había hecho una sola entrega. Recorrió 1.5 kilómetros en su bici y al final del pedido recibió 2.900 pesos de pago. En un buen día, Alexander se puede hacer entre 60 y 80.000 pesos si entrega en promedio 12 o 14 pedidos.

Los pedidos en Rappi no pueden superar los 4 kilómetros de distancia, así que en los días en los que un domiciliario realiza más entregas, puede pedalear hasta 16 o 20 kilómetros en total. Trabajar sin jefe, las horas que desee, los días que pueda y en el horario que prefiera, no son bondades que los rappidenteros describan sobre su trabajo. Esos beneficios son los que les describe la compañía que promete darle oportunidad a pequeños empresarios ávidos por recorrer la ciudad mientras se ganan unos pesos sin rendirles cuenta a nadie. No son empleados de la empresa, eso Rappi lo ha dejado claro desde un principio.

Antes, Alexander rodaba por la ciudad para conseguir que la app le asignara más pedidos, pero desde hace un tiempo se apropió de otro andén bogotano y espera que los pedidos lleguen a él. Al igual que Mariela paga 2.000 diarios por guardar la bicicleta en un parquedero cerca de la zona rosa de Bogotá. Los dos trabajan seis días a la semana y descansan los lunes o martes porque esos son, para ellos, los días menos rentables. Al mes pagan entre 60 y 70.000 pesos por un plan de datos, necesario para poder utilizar la aplicación mientras se movilizan. 

Alexander participó en las manifestaciones del jueves. Estaba esperando un servicio cuando vio a varios de sus compañeros pasar a toda prisa. Se unió a ellos sin titubear. "Muchos de los rappitenderos hacen pantallazos en la aplicación cuando el pago por el servicio es menor que 3.000 y hacen reclamos. Nos han dicho que es un error y que se va a solucionar. Efectivamente al siguiente día los precios vuelven a estar bien, pero eso es por un día, después vuelve a lo mismo", dijo. 

A Alexander, como a otros rappitenderos, le preocupa que la situación continúe igual y que en unos meses ya no puedan contar con las mismas ganancias. Cree que así como existe una póliza para las bicicletas en caso de accidente, así debería haber un seguro médico para los domiciliarios.  

Rappi aseguró que como se ha establecido desde la creación de la empresa, con base en el modelo de operación de la aplicación, el dinero que se recoge de los pedidos y propinas es devuelto a los rappitenderos en pagos e incentivos semanales.

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Ante las quejas, Rappi aseguró que los rappitenderos obtienen las ganancias dependiendo del valor de la entrega, la complejidad y el esfuerzo de cada pedido -que dependerá de la distancia y otras variables- y de las propinas que dan los usuarios, añadiendo que estas ganancias también pueden variar durante horas pico y los fines de semana dependiendo del número de órdenes que realicen a favor de los usuarios consumidores.

"Yo espero que las cosas mejoren porque es lo más estable que muchos tenemos ahora", dijo Mariela. Después de dos horas esperando recibir un pedido, Mariela decidió moverse de lugar. Recorrió tres cuadras y en el camino llegó el mensaje que estaba esperando. Se regresó al mismo punto en el que estaba. Justo al lado tenía que hacer su primer pedido del día. Esta semana, está lejos de terminar con los 400.000 pesos que ganó la anterior.