DIÁLOGOS

Cinco razones para no creer en el proceso con el ELN

Después del largo proceso con las Farc, construir optimismo en los diálogos con el ELN va a ser casi imposible.

19 de enero de 2017
| Foto: AFP

El anuncio de la apertura de negociaciones entre el gobierno y el ELN, en una fase pública, ha sido recibido con escepticismo. Ya se fijaron una fecha y un lugar –el 7 de febrero en Quito- y las partes pactaron las dos condiciones que se necesitaban para destrabar los diálogos: la liberación de Odín Sánchez por parte del ELN y el indulto de dos gestores de paz miembros de la guerrilla y actualmente detenidos, por parte del Gobierno. Este miércoles, de hecho, se produjo el primer apretón de manos entre los jefes de los dos equipos: Juan Camilo Restrepo y Pablo Beltrán.

Y sin embargo, la mayor parte de los comentaristas en los principales espacios de opinión asumieron posturas de incredulidad sobre el porvenir inmediato. Si, hace seis años, cuando se iniciaron las conversaciones con las FARC, el presidente Santos llegó a decir que tomarían “meses y no años” –lo cual no resultó-, en el imaginario actual de la opinión pública hoy existe la idea de que la mesa con el ELN –que será itinerante entre Ecuador, Chile, Brasil y Cuba- durará años y no meses.

Estas son las principales cinco razones que alimentan el escepticismo:

1. Las anteriores negociaciones nunca llegaron a nada

Diversos gobiernos han negociado con el ELN. Desde el liberal Alfonso López Michelsen (1974-1978), hubo invitaciones de parte del Estado para ofrecerles a los elenos una rama de olivos. El conservador Belisario Betancur (1982-1986) convocó un diálogo con todos los grupos alzados en armas y el ELN fue de los que menos entusiasmo mostraron frente a la convocatoria.

En el gobierno de César Gaviria (1990-1994) las mesas de Caracas, Venezuela, y Tlaxcala y México tuvieron la participación conjunta de las FARC y el ELN.

Y posteriormente, en el cuatrienio de Ernesto Samper y en los ocho años de Álvaro Uribe, hubo largos contactos individuales con esta guerrilla. Estos se llegaron a concretar, bajo Samper, en un encuentro con la sociedad civil en Maguncia (Alemania) y en la firma del “acuerdo de la puerta del cielo” en Madrid –que contenía compromisos para humanizar la guerra e iniciar conversaciones formales- y el reconocimiento del ELN como actor político. Luego, con Uribe en la casa de Nariño, se realizaron durante 26 meses varios ciclos de conversaciones en La Habana, Cuba, en cuyo inicio jugaron un papel protagónico los gobiernos de México y de Venezuela, por solicitud de Uribe.

La larga historia de diálogos sin resultados visibles es uno de los factores que estimulan la falta de fe en la etapa que se iniciará ahora. No sólo por su extensión y su poco éxito, sino porque los negociadores de los distintos gobiernos se han llevado la imagen de un ELN que es ideológicamente radical, duro para negociar, poco conciliuador y no necesariamente unificado en su forma de pensar. Y hay dudas sobre la unidad de mando en la organización y sobre el acatamiento de todos los frentes a las decisiones de la cúpula. Todo esto invita al pesimismo

2. La fase formal, bajo Santos, se ha dilatado demasiado

Tampoco ayuda a la confianza en el proceso el hecho de que sólo ahora se van a abrir las negociaciones formales. El presidente Juan Manuel Santos siempre consideró que la “llave” de la paz que utilizó con éxito en el proceso con las FARC siempre estaba disponible, también, para el ELN. Durante su campaña para la reelección, el ahora premio Nobel de Paz anunció el comienzo de una fase pública de negociaciones con esta guerrilla. Y el 30 de marzo del 2016 –hace casi un año- se llevó a cabo una primera ceremonia entre el Gobierno y el ELN para anunciar la apertura del proceso. Frank Pearl por el Gobierno y Antonio García por el ELN encabezaron la mesa y se estrecharon las manos.

Sin embargo, se necesitó otra reunión oficial en Caracas –esta vez liderada, en el Gobierno, por el cuñado del presidente Mauricio Rodríguez, y en el lado del ELN por Pablo Beltrán- para volver a anunciar el arranque del proceso. El acto tuvo lugar el 10 de octubre, una semana después del triunfo del No en el plebiscito sobre los acuerdos con las FARC, y se dijo que a finales de ese mes, el día 27, comenzaría finalmente la fase pública. Esta fecha, sin embargo, tampoco se cumplió, a raíz de múltiples complicaciones, entre ellas la exigencia del presidente Santos a la devolución de todos los secuestrados en el poder del ELN antes de iniciar los debates sobre la agenda, y la renuencia de los elenos a liberar al político chocoano Odín Sánchez.

Ahora hay una nueva cronología: el 7 de febrero para comenzar los trabajos de negociación y el 2 de ese mismo mes para la liberación de Sánchez. El cumplimiento de estos compromisos será fundamental para saber si habrá un diálogo con el ELN para negociar el fin del conflicto armado –o si definitivamente no- pero aún si el cronograma se respeta, las múltiples dilaciones han afectado, hacia la baja, las expectativas.

3. Santos ya tiene el sol a las espaldas

El presidente Juan Manuel Santos se encuentra en una situación de desgaste. Su imagen positiva apenas supera el 30 % –dependiendo de la encuesta- y el país político está profundamente polarizado. Si los diálogos con las FARC fueron costosos para el actual presidente, cualquier concesión al ELN será aprovechada por la oposición, sobre todo del uribismo. Y en los partidos que apoyaron el proceso de paz con las FARC –La U, los liberales, el Polo, los verdes- no se nota entusiasmo para invertir capital político, en plena campaña electoral, en unos diálogos que no tienen posibilidades estructurales de producir resultados prontos. La capacidad de maniobra del presidente será cada vez menor en la última etapa de sus ocho años de gobierno, y la conducción de los diálogos será compleja y dura y requerirá de un liderazgo sólido y eficaz, para el cual no hay condiciones.

La recta final de un gobierno no suele ser el escenario temporal más adecuado para poner a andar iniciativas nuevas, por lo cual el entorno político se convierte en otra de las fuentes de pesimismo que rodearán los diálogos con el ELN.

4. El ELN tiene una agenda muy radical para el momento

En anteriores negociaciones los voceros del ELN han adoptado posiciones radicales que han sido difíciles de aceptar para sus contrapartes gubernamentales. En la coyuntura actual, al comenzar el 2017, hay indicios de que la opinión pública se ha movido hacia la derecha y de que ese será el escenario para la próxima campaña para el Congreso y para la Presidencia. La victoria del No en el plebiscito del 2 de octubre pasado –a pesar de las múltiples lecturas que se han hecho sobre su significado- corroboró que la oposición a las concesiones que hay que hacerle a la guerrilla en cualquier proceso de negociación, son rentables. Y nada indica que los elenos estén dispuestos a aceptar que el clima político imperante sea una razón que los obliga a moderar sus discursos y posiciones.

Algunas de sus propuestas tradicionales son de difícil consenso, ambiciosas pretensiones y compleja ejecución. ¿Está el país en actitud de debatir el modelo energético y la economía petrolera? ¿Cómo se concreta el concepto de una negociación que, según el ELN, no es entre el Estado y la guerrilla, sino con el pueblo? Estos interrogantes no tienen respuesta clara ni inmediata, y en cambio contribuyen a fortalecer el escepticismo.

5. El tren del proceso con las FARC ya se fue, y el ELN no se montó

Durante el largo tiempo de negociaciones entre el Gobierno y las FARC en La Habana siempre hubo esperanzas de una convergencia con el proceso con el ELN, con cuyos representantes el gobierno sostenía conversaciones exploratorias de forma paralela. El Gobierno, incluso, conoció de reuniones y contactos entre los jefes de los dos movimientos. Al fin y al cabo, por razones políticas, formales e institucionales, para el Estado sería inconveniente y de difícil ejecución aceptar compromisos diferentes con dos grupos guerrilleros. Poner en marcha, por ejemplo, dos sistemas diferentes de justicia transicional, de reparación de víctimas o de participación política.

Y el acuerdo con las FARC ya está terminado y en marcha. ¿Aceptará el ELN sus postulados generales? Una postura de los negociadores de esta guerrilla que pretenda la introducción de una visión propia y distintiva sería, en el mejor de los casos, un motivo de dilaciones adicionales. Y que el ELN decida ahora lo que no aceptó en los últimos años –montarse al tren de los diálogos con las FARC- es una hipótesis que se debe desechar. Con lo cual, la marcha de implementación de los acuerdos con las FARC por natulareza alejará aún más, si cabe, la posibilidad de una convergencia de los dos procesos.

Hay motivos, en fin, que alimentan el pesimismo sobre las conversaciones que se iniciarán en Quito el 7 de febrero, si no aparece en el camino otro obstáculo nuevo y otra postergación. Y sólo hay una manera de combatir ese clima o de modificarlo por una atmósfera positiva y optimista: el avance pronto de los diálogos y, sobre todo, la concreción de pactos relacionados con el desescalamiento de la confrontación armada con miras a la firma de un cese del fuego. Pero para eso, se necesita de una voluntad política que hasta ahora no se percibe por ninguna parte.