CRÓNICA
Cartagena reabre: crónica de una nueva etapa con sabor a optimismo
Cartagena abrió sus puertas después del cierre de muchos de sus restaurantes, de que la ocupación hotelera cayera casi a cero y de que se perdieran 85.000 empleos en el sector turístico.
En medio de la soledad del baluarte de Santo Domingo, el ciudadano alemán Florian Huber encuadra en la pantalla de su teléfono la panorámica de las playas de Bocagrande. Aterrizó en la ciudad después de más de cinco meses de cierre por el coronavirus. Su presencia podría indicar el comienzo de la reactivación económica en una sociedad golpeada. Sin embargo, a pesar del optimismo de algunos empresarios, Cartagena aún se siente dormida y los estragos socioeconómicos de la pandemia parecen exigir de más esfuerzos de los Gobiernos local y nacional. La fórmula para el coctel efectivo de la reactivación no es fácil, pero muchos cartageneros parecen estar dispuestos a aportar.
Tan pronto como las autoridades anunciaron vuelos nacionales, Florian y Lissete Pinto, su compañera, programaron el viaje, compraron tiquetes y rentaron un apartaestudio a través de internet. Cuando Florian les contó a sus compañeros de trabajo en Bogotá que se iban de vacaciones a Cartagena, todos se alarmaron. Pero a él le produce más temor quedarse en la capital del país, porque hay más casos positivos del virus y más gente en las calles. “Acá todo está desocupado, creo que fuimos los primeros huéspedes del edificio. Pienso que los colombianos van a tardar varios días en salir a viajar, porque no tienen plata y tienen mucho miedo”, dice.
Sentado, a unos pasos de la pareja de turistas, Julián Sánchez intenta explicar la situación que viven en Café del Mar, del que es socio y administrador. Habla mientras, detrás de lonas gruesas que cubren las entradas, unos trabajadores organizan sillas y mesas. Son dos de los 32 empleados que aún siguen, de los 50 que tenía cuando se agudizó la cuarentena, algunos hasta con 15 años de labores.
Julián Sánchez, socio y administrador del reconocido Café del Mar, en el Baluarte de Santo Domingo, dice que el engocio permanecerá cerrado durante septiembre.
Sánchez, como varios de los empresarios del sector con los que habló SEMANA, resume su momento actual en una sola palabra: incertidumbre. Por eso, él y sus socios decidieron no abrir el Café del Mar en septiembre. Prefieren no arriesgarse con compromisos que podrían cavar más profundo el pozo financiero en que los dejaron los casi 400 millones de pesos que pagaron en sueldos y liquidaciones. Ellos respaldan muchas de las decisiones tomadas por las autoridades locales. Pero creen que un verdadero alivio sería extender las exenciones tributarias por más tiempo.
Con muchos más compromisos financieros, pero con un optimismo desbordante, sobre la calle de la Serrezuela, Gaby Arenas y su hijo Alberto Llamas reabrieron las puertas de Candé. Se trata del primer restaurante en Colombia en recibir el sello Safe Guard de Bureau Veritas, lo que certifica la implementación correcta de sus medidas de limpieza, desinfección y seguridad. De eso pueden dar fe los ejecutivos de Avianca que comieron en una de sus mesas, horas después de aterrizar en el primer vuelo comercial que llegó al aeropuerto Rafael Núñez.
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Candé es una de las nueve marcas del Grupo Empresarial Llamas Arena (Gela). Tiene más de nueve años de inaugurado, pero en septiembre pasado lo trasladaron a la bella casa colonial que hoy ocupa. En su bar ofrecen más de 120 referencias de vino, lo que lo hizo merecedor del Premio de Excelencia 2020 de la revista Wine Spectator. Pero, de sus 180 sillas disponibles, en estos días solo pueden usar las 28 que están en la terraza; y de la planta de 48 trabajadores, solo reactivaron 14. Sin embargo, el delicioso aroma de su famoso arroz marinero, coronado con media cola de langosta, adornó de nuevo sus mesas desde el primero de septiembre. Llamas cuenta que un préstamo los salvó de una realidad más crítica, porque no lograron acceder a los auxilios del Gobierno. “Es cierto que es una situación incierta, pero como gremio estamos trabajando de forma positiva para afrontar la nueva realidad, a pesar de todaslas restricciones que nos han impuesto”, dice.
Alberto Llamas, en uno de los salones de su restaurante Candé, una de las marcas de Gela y el primero en el país que obtuvo el sello Safe Guard de Bureau Veritas.
Basta un recorrido por el centro histórico, Bocagrande y la avenida Pedro de Heredia para darse cuenta de la gravedad de la crisis. Los locales vacíos se multiplicaron por decenas, y los avisos de arriendo aparecen repetidamente en ventanas y puertas. Hisnardo Buelvas, director ejecutivo de Acodres Bolívar, la agremiación que agrupa a buena parte de los restaurantes de Cartagena, señala que el 20 por ciento de los negocios ya cerraron definitivamente, sin esperanzas de volver. En esa lista está el celebrado Don Juan, del chef Juan Felipe Camacho.
En la otra cara de la moneda, la que lo hace soñar, un poco más de 1.000 de esos establecimientos solicitaron el permiso para abrir. Sí faltó, según el líder del gremio, más regulación en los arriendos, y alivios en el pago de algunas sobretasas y permisos que ya les empezaron a cobrar. “Es necesario que se defina una forma en que podamos usar el espacio público, lo que implicaría una coordinación de los trabajadores informales”, agrega.
Cuando llegó el cierre de los negocios por el coronavirus, Dino Lebolo tenía menos de tres meses de haber inaugurado su restaurante La Única. Ahora espera reabrir para recuperar su millonaria inversión.
Una realidad parecida a la de los dueños de Candé enfrenta Dino Lebolo, quien a finales del año pasado trajo a Cartagena, con un grupo de socios, el restaurante La Única, un steak mexicano con sedes en Ciudad de México, Puebla y San Miguel Allende. Ahí, en la calle Cochera del Hobo, detrás de un inmenso portón blanco, hace unos días empezaron a desempacar las mesas y los utensilios con la esperanza de usarlos desde la próxima semana.
Aún con las puertas cerradas y después de pasar de facturar más de 300 millones a cero pesos mensuales, Lebolo dice que ha tenido que responder por los servicios, que siguen llegando por los mismos valores, y por los 20 millones de pesos del arriendo. Por eso le pide a la Alcaldía establecer unas reglas claras para la apertura. Desde su punto de vista, ha faltado socialización y planificación.
Por las calles de Bocagrande camina muy poca gente y las aceras están libres de vendedores, pues sin turistas no circula la plata. Martha Lucía Noguera, de Cotelco Cartagena, señala que la ocupación de los hoteles cayó hasta el 1,5 por ciento y, a corte de agosto, disminuyeron las ventas en más de 1,1 billones de pesos, es decir, un descenso del 90 por ciento de los ingresos. Las proyecciones para los primeros meses de la reapertura no son muy buenas, porque creen que la demanda se recuperará lentamente.
Mientras espera que aparezca un cliente, Carlos Angulo le echa un vistazo a la playa desde la terraza del restaurante San Marino, del Hotel Capilla del Mar. Ataviado con gorro, guantes y tapabocas, y con su estación llena de botellas de un potente jabón, luce más como un químico que como un mesero, trabajo que desempeña hace diez años. Estuvo cesante aproximadamente un mes, pero hoy es uno de los afortunados empleados que sigue activo.
Carlos Angulo, quien trabaja como mesero en el Hotel Capilla del Mar, cree que esa pandemia debe servir para que todos los trabajadores del turismo se vuelvan más disciplinados y valoren más la ciudad.
El sector comercial de Cartagena ha actuado con la debida diligencia frente a las condiciones impuestas por la pandemia, dice Fenalco. Así, el gremio espera muy pronto que reviva la totalidad de la economía, incluyendo restaurantes, entretenimiento y comercio a orilla de calle. Esto teniendo en cuenta que los sectores productivos, dependientes en su gran mayoría del turismo, abarcan el 42 por ciento de la fuerza laboral, lo que se refleja en la cifra de 20,3 por ciento que alcanzó el desempleo en el trimestre mayo-julio, incluyendo los 85.000 trabajos formales perdidos, según el Dane.
Mónica Fadul, directora ejecutiva de Fenalco en Bolívar, confía en que pronto puedan abrir todos los restaurantes de la ciudad, pues hoy solo lo hacen los que tienen espacios abiertos; lo mismo que las plazoletas de comidas de los centros comerciales y que se puedan usar los espacios públicos susceptibles.
Entre los negocios autorizados está la sede en Bocagrande de Di Silvio Trattoria. Allí, Mercedes Rizo lideró esta semana al grupo de trabajadores. Los meses de cierre, sin embargo, arrasaron con los ahorros de las utilidades y el sueño que tenía de comprar un inmueble en el barrio Getsemaní, donde nació la marca en 2011; uno de sus otros locales seguirá clausurado. “La situación socioeconómica de la ciudad ya no aguanta más. La reapertura es necesaria, pero necesitamos más apoyo para subsistir”, dice. Lo mismo cree el mesero Angulo, mientras acomoda con separación de 2 metros de distancia una de las 14 mesas del restaurante del hotel e insiste en que la pandemia le enseñó a ser más disciplinado y a valorar más a su familia. “Ahora tenemos que volver con más potencia, más firmes”, dice sonriente, explotando la erre con ese acento único que solo un cartagenero puede tener.