CRÓNICA
La conmovedora historia del primer reciclador de Doña Juana
Joselín Murcia lleva 35 años siendo reciclador. Pasó de vivir en El Cartucho a tener una asociación de la que se benefician unas 80 familias. Esta es su historia.
De camino a su casa y lugar de trabajo Joselín Murcia reveló las cosas asombrosas que se ha encontrado durante sus 35 años como reciclador. Lo que más le impactó fue ver a un recién nacido en un bote de basura: “Era un monito de ojos verdes. Llamé a la Policía para que viniera por él. No me lo podía creer”.
A pasos de su casa apareció Chocolate, el perro consentido que siempre lo recibe batiendo la cola y poniendo las patas en su pecho. “Antes de que entremos a la bodega les quiero mostrar algo”, sugirió Joselín. En lo que sería el parqueadero había una huerta. Justo en el barrio San Benito, al lado del río Bogotá, crecía maíz, papa, había un cultivo de abono y algunas flores estaban empezando a nacer. Por el lugar también caminaban tranquilas unas cinco gallinas ponedoras de huevos y tres patos. Había además una especie de fogata donde algunos habitantes van a cocinar y a pasar las noches de vez en cuando.
La bodega era oscura pero espaciosa. Estaba atiborrada de residuos. Papel, cartón, vidrio, metal, PVC, electrodomésticos, ropa y sobre todo botellas, miles y miles de botellas. Casi no se podía caminar por el lugar. Las montañas de ‘basura‘ llegaban casi hasta el techo. Un hombre reventaba botellas de vidrio contra la pared. Una anciana le quitaba las etiquetas a las botellas de plástico. Un gato flacuchento paseaba por las cimas de cartón. Tres hombres bajaban de un camión el material reciclable que habían traído de Doña Juana, el relleno sanitario donde hasta hace poco era prohibido reutilizar cualquier material.
Centro de acopio. Foto: Paula Doria.
A esta bodega, o centro de acopio, llegan diariamente unos 50 recicladores a vender lo que van encontrado por las calles de Bogotá, una de las ciudades que menos recicla en el país. Se ganan entre 20.000 y 30.000 pesos en una jornada aunque todo depende de lo que recojan. Si es un mal día 8.000 puede ser su recompensa, pero sí están de suerte pueden llegar incluso a obtener 60.000 pesos al día. “Don Joselín le compra a todo el mundo sin importar si tiene dientes o no, si viene sucio o limpio, les compra a todos. Casi 80 familias se benefician de este centro de acopio”, dijo Mildred, una de las seis personas que trabajan ordenando el material en el lugar.
Mildred López trabaja hace 7 meses en el centro de acopio que dirige Joselín Murcia. Foto: Paula Doria/Semana.
En la bodega que hacía un año estaba abandonada también había una pequeña oficina con un computador que permitía ver la grabación de unas cámaras de seguridad. Había también una pequeña construcción de ladrillo que dividía tres habitaciones, la de Joselín y su esposa, la de uno de sus trabajadores, y la de su hijo, quien vive con su esposa y sus dos hijas. “¿Sí ve? Todavía no podemos vivir de una forma digna”, reconoció Joselín mientras miraba al piso un poco apenado. Se quitó la cachucha y se pasó la mano por su pelo plateado. “La verdad es que con lo que gano ahora sí podría tener a mi esposa viviendo en un lugar mejor, pero es que me da miedo de que nos roben, que nos quiten lo que con tanto esfuerzo hemos construido”.
Video: Cristian Leguizamón/SEMANA. (Ver video)
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Joselín Murcia nació en Caldas, Boyacá en 1962. Creció con sus tíos pues sus padres nunca se ocuparon de él. De pequeño repasó los oficios del campo. Sembrar naranja, cebolla, caña y chocolate era lo suyo, arrear ganado no tanto. En su infancia no supo de juegos pero aprendió a soportar los azotes con cinturones de cuero y cables de la plancha cuando sus tíos no estaban conforme con su trabajo. A sus 14 años se hartó de los maltratos y le pidió a una tía de Bogotá que lo dejara vivir con ella. “Ella me trajo a la ciudad y me compró tres mudas de ropa en San Victorino. Yo nunca había recibido un regalo. Ese fue uno de los mejores días de mi vida. Además me dejó trabajar en su panadería hasta que cumplí 18 años”.
Luego empezó a trabajar en abastos. Compraba y vendía remolacha y repollo. Sus amigos le sugirieron hacer parte del M-19 para defender los derechos de los vendedores ambulantes. Después de ver que se trataba de una guerrilla de verdad se asustó y terminó en El Cartucho, una olla de expendio de droga que desapareció con la primera administración del alcalde Enrique Peñalosa. “Pero nunca metí ni vendí drogas”, aseguró Joselín. Allí empezó a reciclar y pasó nueve años de su vida en ese lugar hasta que conoció a la madre de su primer hijo. Vivieron juntos casi diez años pero se separaron porque ella no quería más hijos y él sí.
Joselín se fue a vivir al barrio Ciudad Bolívar y allí conoció a otra mujer. Con ella tuvo tres hijos. El último nació prematuro. Una tarde llegó a recogerla para salir de la clínica pero ella se había ido. Luego se enteró de que estaba con otro hombre. Joselín se quedó con cuatro hijos que sostener y un trabajo de reciclador que no daba para tanto. Pasaron muchas noches en la calle. Tenían una pequeñísima casa que el Gobierno le había dado por dejar su casa en El Cartucho, pero a veces se alejaba tanto reciclando que cuando ya era muy tarde prefería pasar la noche debajo del puente de la 1ra de Mayo con 68. Los periódicos eran sus cobijas y las sobras de los demás eran su comida y la de sus hijos.
Una de esas noches llovía a cántaros. Los niños lloraban de hambre y Joselín pensaba en suicidarse. Los dejó en el puente mientras él buscaba algo de comer. A medida que se alejaba, los gritos de los niños iban desapareciendo. Joselín le pedía a Dios que lo ayudara. En ese momento vio a otro hombre que como él deambulaba por la calle. Ambos se percataron de que alguien más había sacado la basura. Los dos corrieron. Joselín ganó la carrera y encontró comida. Fue donde sus hijos y los pudo alimentar. Esa noche pensó que lo mejor sería trabajar en conjunto y no estar compitiendo con otros recicladores.
En 2001 vendió su casa por 10 millones de pesos para empezar su asociación de recicladores. La bautizó ‘Reciclaje nuevo ambiente’. Empezó a comprar y vender materiales. Logró que algunas organizaciones, empresas e instituciones le permitieran recoger los residuos de forma frecuente. Nueve años más tarde la fundación Santo Domingo y la Unidad de Servicios Públicos (Uaesp) le donaron 18 millones de pesos para beneficiar a los hijos de los recicladores que trabajaban con él.
Más tarde llegó el permiso para poder llevarse el material reciclable de la zona de mixtos del relleno de Doña Juana. Un buen día lo llamaron para que hiciera parte de ese proyecto que permitiría aprovechar una pequeña parte de lo que llega a ese relleno sanitario. Incluso, lo llevaron a Brasil para que conociera de las experiencias de otros recicladores.
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La sensación térmica de Bogotá era de -1 grado. Con el pasar de las horas el ambiente se volvió cálido, pero el olor seguía siendo fétido. Aunque decían que el relleno de Doña Juana ya no olía tan mal, pasar por algunos sectores del lugar era agobiante. A este sitio llega la basura de casi 10 millones de habitantes de Bogotá y de algunos municipios aledaños. Son 6.300 toneladas de residuos al día.
En la zona de mixtos el olor es soportable. Lo que tiene de especial este lugar es que es la única parte del relleno donde hace poco se recicla. El Centro de Gerenciamiento de Residuos (CGR) implementó un proyecto para aprovechar los residuos mixtos, esa mezcla materiales de construcción y la basura de los hogares que los ciudadanos dejan en lugares clandestinos. De las 6.300 toneladas que llegan al día a Doña Juana, 300 pasan por un proceso de selección en el que trabajan 16 personas que se ayudan de máquinas como la retroexcavadora.
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Zona de Mixtos del Relleno Sanitario de Doña Juana. Foto: Paula Doria.
Desde que el proyecto empezó a funcionar en octubre 2016, a corte de 2017, se logró reciclar el 83 por ciento de todo ese material. 73.000 toneladas han servido como agregado para construir vías y 173 toneladas para el reciclaje.
A eso de las 10:30 de la mañana llegó un camión con graffitis, una calavera por un lado y una rata por el otro. Se bajó Joselín con dos de sus ayudantes y repartió pan y gaseosa. Luego subieron el material reciclable y se fueron al centro de acopio.
Joselín Murcia en el relleno sanitario de Doña Juana en la zona de mixtos. Foto: Paula Doria/Semana.
Aunque este proyecto responde a una necesidad de la ciudad no tendría por qué ejecutarse. Los ciudadanos y los empresarios tendrían que separar los residuos de modo que el material que llega al relleno que no da abasto sea precisamente el que ya no se puede reutilizar. Así también la tarea de los recicladores sería más sencilla. Pero en Bogotá tan solo se recicla un poco más del 14 por ciento, aún cuando más del 90 por ciento de lo que es considerado basura puede ser reutilizado.
Pero este proyecto podría estar en riesgo. En el nuevo sistema de aseo que se adjudicó a principios de enero no quedó estipulada la obligación de las nuevas empresas de recoger estos residuos mixtos. Por lo tanto esta tarea quedó a la buena voluntad de las empresas y la cantidad de estos desechos que llegan al relleno se han reducido notablemente, en la actualidad están desparramadas por la ciudad. Es tan grave la situación que de hecho fue una de las razones para que la directora de la Uaesp, Beatriz Elena Cardenas, fuera suspendida de su cargo por la Procuraduría durante tres meses.
La crisis de las basuras que ya lleva un mes también ha afectado a la comunidad que lidera Joselín y a otros recicladores. En el nuevo sistema de aseo quedó estipulado que los camiones recolectores se dejarían de lado las bolsas blancas donde está el material reciclable y se llevarían las bolsas negras, donde se supone que está el material no reciclable. Pero como los bogotanos no estan acostumbrados a separar sus desechos, los recicladores han perdido la oportunidad de encontrar material.
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Por otro lado, todavía se desconocen los puntos donde se supone que tendrían que ubicarse los más de 1.000 contenedores para poner el material reciclable. Estos contenedores eran fundamentales para los recicladores porque son los espacios donde la ciudadanía pondría el material que se podría aprovechar, pero como la Uaesp aun no los ha ubicado, la comunidad recicladora no tiene un lugar específico para recoger los residuos y los carros recolectores están llevando a Doña Juana todo lo que encuentran a su paso.
Esto no solo afecta a esta comunidad sino también al relleno que ya no da abasto. Aunque desde el Distrito se ha dicho que seguirá funcionando por lo menos por 20 años más, es evidente que el relleno está al borde del colapso y entre menos basura le llegue mejor. A esto se suma que esta administración no le ha dado las provisiones (uniformes, herramientas) a los recicladores para cumplir con su labor como sí se había hecho en administraciones pasadas y esto dificulta su actividad.
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A pesar de la crisis, cada día, de lunes a sábado, Joselín va del relleno de Doña Juana a su centro de acopio. De camino al lugar que también es su casa empieza a pensar en voz alta. Se cuestiona sobre cómo poner en marcha un proyecto para reciclar orgánicos y generar abono que tanto los recicladores como los campesinos puedan usar para hacer huertas y calmar el hambre. Luego mira el relleno de lejos. Se interrumpe a sí mismo y concluye: “Yo estoy feliz de trabajar en Doña Juana, pero se siguen enterrando objetos que para los recicladores representan un plato de comida, la plata del arriendo o el colegio de los hijos. Lo que para otros es basura para nosotros es oro”.