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El plan para refundar las Farc

Guacho se convirtió en la cara visible de las disidencias, pero maneja solo una de las 29 estructuras de este tipo. Hay una amenaza peor: en la selva del Guaviare arrancó el proyecto para unir estos grupos y lograr una especie de "refundación de la guerrilla", que en últimas es un intento por crear un imperio del narcotráfico.

15 de julio de 2018
Los disidentes de esa guerrilla tienen un proyecto de expansión concreto que el país desconoce. La de Guacho no es más que una de las 29 estructuras que ya existen.

En el corazón de las selvas del Guaviare se está fraguando un plan para refundar a las Farc. Lo lideran los disidentes del histórico frente 1, una de las estructuras madre de esa guerrilla, encargada por años de entrenar y nutrir otros frentes. De materializarse como lo tienen pensado sus gestores, el proyecto desembocaría en el resurgimiento de una agrupación armada, con un poder militar y financiero similar al que tenían las Farc en 2012, cuando comenzaron a transitar hacia el desarme.

La estrategia comenzó a idearse a finales de 2016 y gradualmente se ha ido convirtiendo en realidad: los grupos están trabajando unidos, recogiendo plata y moviendo sus bases entre las comunidades. Incluso tendrían una fecha próxima definida para la reunión que marcaría el resurgimiento.

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Los registros oficiales apuntan a que hay 1.463 disidentes de las Farc en armas, a los que habría que sumarles sus milicianos. Las cifras de centros de análisis y agencias de inteligencia extranjeras señalan que esa cifra podría estar rondando hoy los 4.000 hombres. Están repartidos en 29 estructuras, presentes en 18 departamentos y 120 municipios. Una mirada panorámica muestra que hay disidencias en cada una de las zonas donde solían operar los siete grandes bloques de las Farc. Pero no todas son igual de fuertes. Mientras que en departamentos del sur los hombres en armas se cuentan en cientos, en los del norte apenas se registran por decenas.

Los males unidos

Las movidas para articular las disidencias avanzan sólidas en el oriente colombiano, desde donde extienden sus tentáculos hacia las otras zonas. Los disidentes que pertenecieron al bloque Oriental son la mayor amenaza para el Estado, en lo que podría ser la configuración de un nuevo enemigo. Los comandantes de esa zona fueron los primeros que se marginaron del acuerdo de paz. En diciembre de 2016, luego de que el presidente Santos y Timochenko firmaron el acuerdo final en el Teatro Colón, el secretariado expulsó de sus filas a Jhon 40, Giovanny Chuspas, Julián Cholló, Euclides Mora y Gentil Duarte. Esos comandantes medios se repartieron las jerarquías y lograron llegar a un acuerdo: que Duarte fuera el líder de ese grupo.

Precisamente, este hombre es el gestor del plan para refundar las Farc, aquel al que le caminan el resto de disidentes. Dentro de su organigrama, el sustento económico del proyecto delincuencial corre por cuenta del bolsillo de Jhon 40, el heredero del Negro Acacio, el comandante histórico que manejaba el narcotráfico en esa guerrilla. Ahora, como nuevo capo de la disidencia, opera junto a decenas de hombres entre Guainía y Venezuela y ha potenciado tanto los cultivos como las rutas y la exportación. Se dice que en el país vecino, donde se esconde, tiene una base de acopio de cocaína, con pistas clandestinas en la serranía de Yapacana, conectada con Colombia por el Orinoco. Allí también se habría establecido un campo de entrenamiento en el que se instruyen a los nuevos reclutas. Dos ‘escuelas’ similares estarían camufladas en la densa selva del Guaviare.

El rol clave que juega Jhon 40 no se agota allí. Está controlando yacimientos de oro y coltán y también trafica drogas hacia Brasil, que se posicionó como uno de los mayores consumidores de cocaína en el mundo. Allí, el jefe de esta disidencia tendría alianzas con los carteles Familia del Norte, Comando Vermelho y el Primer Comando de la Capital. Aunque Jhon 40 es el hombre de la chequera, el resto de comandantes de los cinco frentes disidentes del oriente también aportan. Gentil Duarte habría conformado un fondo común para financiar las estructuras más incipientes y las alianzas en otras zonas del país.

El plan de expansión comenzó a rodar en firme este año. Durante 2017, las disidencias del oriente estuvieron activas en la guerra: hostigaron a la fuerza pública y a las poblaciones.

La disidencia del bloque Oriental también es la que más ha trabajado en su expansión territorial. Al principio, cuando se separó de la guerrilla, con algo más de 300 hombres, estaba concentrada en Guaviare, Meta y Vaupés. Ya ampliaron sus dominios al Amazonas, Caquetá, Arauca –donde había una estructura residual del frente 10 que fue absorbida por alias Mordisco– y a Putumayo, otro departamento clave por los ríos que lo surcan, a donde enviaron a alias Cadete como comandante.

Nueva guerrilla

John 40, Gentil Duarte y Cadete son los jefes de las disidencias del bloque Oriental que están detrás del plan de integración de  estas estructuras criminales.

El pasado 29 de mayo quedó expuesta una de las formas en las que están reclutando al por mayor. El Ejército interceptó una estructura de 14 hombres que se estaba moviendo de Cartagena del Chairá a Putumayo para apoyar la expansión de Cadete. Eran una banda de extorsionistas comunes, que las Farc habían armado y tenían sueldo. La orden, al parecer, es inducir a los nuevos combatientes con plata, en vez de reclutarlos a la fuerza.

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Para este reclutamiento también asedian las zonas de concentración de los excombatientes que se sometieron al proceso de paz. Invocando el momento político del país y las dificultades de la implementación de los acuerdos, los reclutadores de Gentil Duarte llegan a seducir a los exguerrilleros escépticos. Incluso, con la incertidumbre que la posible extradición de Santrich ha producido en los ex mandos altos de las Farc, aspiran a sonsacar no solo tropa, sino también comandantes. A nivel político intentan funcionar de forma similar a las viejas Farc: presionan a las juntas comunales de las regiones donde no llega el Estado, para frenar la sustitución y erradicación de cultivos ilícitos.


De esta casa,  cerca a la frontera de Ecuador, huyó Guacho en el último operativo en su contra. A partir de esa ubicación, las Fuerzas Militares le están cerrando el cerco. Foto Guillermo Torres / SEMANA

El plan de expansión comenzó a rodar en firme este año. Durante 2017, las disidencias del oriente estuvieron activas en la guerra: hostigaron a la fuerza pública y a las poblaciones. Pero a partir de 2018 suspendieron parte de sus acciones terroristas. Al parecer, se concentraron en el fortalecimiento militar y financiero, preparándose para futuras acciones ofensivas.

No todos los disidentes le han jalado al proyecto de Gentil Duarte. Varios no creen en planes grandilocuentes y prefieren mantener su microempresa de narcotráfico más a nivel de boutique que de multinacional. Cadete, el encargado del suroccidente, ya habría recibido sus primeras negativas. En Putumayo, donde hay tres grupos ex-Farc en el que sobresale alias Sinaloa, quien pertenecía al frente 48, se rehusó a unirse porque prefiere seguir por su cuenta. Esto produjo una respuesta violenta de Cadete, que ha dejado claro cuál será la actitud del frente Oriental frente a los rebeldes.

Más al norte, en Caquetá, alias el Oso, quien hacía parte de la Teófilo Forero, aceptó la propuesta, pero el apoyo no se ha concretado. Esas situaciones se pueden repetir con la veintena de disidencias restantes. “Ahora, más que antes, manda más el billete que la revolución”, dice un conocedor de esas movidas.

La frontera sur

Guacho, quien es el disidente más visible, es el articulador designado por Gentil Duarte en Nariño, el departamento con más coca del país. Sin embargo, sus ataques erráticos contra la población civil o el asesinato de periodistas y ciudadanos del Ecuador han hecho que las Fuerzas Militares lo tengan acorralado en la frontera con ese país, y enfrentado por diferencias del negocio con sus excompañeros de la columna móvil Daniel Aldana. Si bien tiene un pacto de no agresión con alias Cardona, que dirige al grupo denominado la Gente del Orden, está en guerra abierta con alias David, otro jefe local que tiene 84 hombres en las llamadas Guerrillas Unidas del Pacífico.

En Cauca, el señalado para unificación era alias Pija, pero fue capturado, mientras que en el Valle del Cauca, esta tarea recayó sobre Juvenal. Hasta ahí llega la lista de los departamentos de mayor importancia estratégica para las disidencias. En esas regiones, el narcotráfico es más boyante por las tierras y el clima, lo que les permite sacar dos cosechas de mata de coca al año, mientras que en el resto del país lo común es producir solo una.

A las disidencias les incautaron más de 60 toneladas de cocaína

Si todas esas alianzas llegan a concretarse, las disidencias tendrían un corredor desde el Pacífico, que pasaría por las fronteras con Ecuador, Perú, Brasil y Venezuela hasta Arauca, zonas por donde sale la droga y entran las armas. Dominarían ríos claves, el mar y las mayores extensiones de coca.

El norte del país también está dentro de los planes de integración. Allí, el encargado de la articulación es Mordisco, quien ya contactó a alias Villa, en el Catatumbo, y a alias Cabuyo, al noroccidente de Antioquia. En ese departamento también ha estado en conversaciones con el Burro, quien dirige una pequeña disidencia de menos de 20 hombres, pero al parecer ya fue absorbido por el ELN. Ese es otro escenario que choca con el plan de la refundación de las Farc. Los disidentes que todavía están sueltos tienen mucha demanda: los otros grupos ilegales también quieren profesionales con conocimiento de la guerra y el narcotráfico.

La ofensiva estatal

Las Fuerzas Militares han sido el mayor obstáculo para esa integración. Ya descifraron las nuevas formas de actuar de las disidencias, que, al contrario de las viejas Farc, por ejemplo, no sostienen combates sino que golpean y huyen. Una de las estrategias de los militares es que, antes de buscar el control de una zona, las unidades persiguen y acorralan a estos delincuentes.

El uso de la fuerza del Estado contra esos grupos se materializa con la Operación Zeus. En menos de un año de ejecución han desarrollado 1.272 operativos que dejaron como saldo 305 capturas, 62 disidentes muertos y la incautación de casi 100 toneladas de cocaína. “Estamos en el esfuerzo de aplicar no solo todo el bagaje de muchos años de guerra, sino de utilizar medidas innovadoras para neutralizarlos, como lo estamos haciendo. Ellos están en el intento de lograr un mando que los articule y nosotros en el intento de garantizar que haya disrupción de ese mando, que nuestra acción no les permita articularse”, explica el general Alberto Mejía, comandante de las Fuerzas Militares.

Al menos 25 mexicanos han sido detenidos en Nariño en los últimos meses.

La proyección de Gentil Duarte y sus hombres es reunir al menos 8.000 combatientes antes de terminar 2019. Pero antes estarían citando a una conferencia guerrillera en las selvas del oriente del país para definir sus jerarquías, formalizar su estructura y trazar una hoja de ruta.

La cacería de Guacho

Con el asesinato de cinco ciudadanos ecuatorianos y la masacre reciente de una unidad del CTI de la Fiscalía, Walter Arizala, alias Guacho, se convirtió en la cara visible de las disidencias. Una muestra de la nueva amenaza que estos grupos representan para el país y del poder de destrucción que pueden acumular, cimentados sobre el narcotráfico, la minería ilegal y la extorsión.

Los tres agentes del CTI estaban rondando la boca del lobo. La vía Pasto-Tumaco es por estos días uno de los puntos más peligrosos del país, la única carretera pavimentada del Pacífico nariñense, la zona que se convirtió en el mayor complejo cocalero del mundo. A la altura del corregimiento La Guayacana los aguardaba al menos una decena de miembros del frente Oliver Sinisterra, los hombres de Guacho, que emboscaron la camioneta y asesinaron a tiros a los investigadores. Luego les prendieron fuego al vehículo y a dos de los cuerpos. Los asesinos tomaron las armas de los agentes y huyeron, mientras enviaban chats a otros integrantes de la banda en los que, en medio de chistes y risas, confirmaban la matanza. Eso se supo por los celulares incautados a 14 delincuentes detenidos después del atentado.

La Operación Anaconda, en Tumaco y los pueblos aledaños, es la campaña dirigida a cerrar el cerco de Guacho. Foto Guillermo Torres / SEMANA

Esa masacre no es un hecho aislado, sino una reacción a la ofensiva contra Guacho. Pocos días antes dos helicópteros Black Hawk despegaron con 23 soldados del Ejército a bordo, sobre la medianoche del pasado 4 de julio, desde la base de operaciones de la Fuerza de Tarea Conjunta Hércules. Tenían información de inteligencia que les señalaba las coordenadas de la guarida de Guacho, en un punto muy cercano a la frontera con Ecuador. Allá llegaron con la artillería dispuesta y se desató una lluvia de plomo.

Guacho estaba escondido en una casa de madera de dos pisos, rodeada de cultivos de coca, a 20 metros de un chongo donde se procesa la hoja, y emplazada sobre un morro estratégico para vigilar el área. Muy cerca había una caneca repleta con 150 kilos de explosivos, con los que pensaba levantar una barrera de minas alrededor de la vivienda, para convertirla en su fortaleza.

El frente de Guacho, a diferencia de los otros, se atreve a atacar a la fuerza pública y al Estado. Vuela torres de energía y ataca el oleoducto Trasandino. Está minando los territorios para evitar la entrada de los erradicadores de cultivos.

Los helicópteros entraron disparando en medio de la oscuridad. Los soldados desembarcaron desde el aire, saltaron a 5 metros del suelo y emprendieron la persecución. Guacho dormía en una habitación, mientras sus escoltas, los últimos 3 hombres que lo acompañan de una estructura de 71 delincuentes, pasaban en vela en el cuarto contiguo. Ellos fueron los que escucharon el rotor de las aeronaves en ese silencio nocturno. Entraron a la habitación y lo lanzaron por una ventana. No alcanzó ni a vestirse, salió en calzoncillos, su ropa quedó tirada en el suelo.

Del otro lado de la ventana había un barranco de 50 metros por el que se escurrió como un animal de monte. Los soldados lo persiguieron en la penumbra. Pero a escasos metros pasa el río Mataje, donde se acaba el territorio colombiano y empieza Ecuador. Guacho habría cruzado al otro lado y los soldados le perdieron el rastro. Se salvó por un segundo.

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Este delincuente anda desde hace siete meses saltando de escondedero en escondedero. La Fuerza Hércules, compuesta por 9.600 hombres del Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y la Policía, desplegó la operación que denominaron Anaconda porque busca asfixiar a Guacho como la serpiente hace con su presa, hasta que desfallece. El plan ha resultado. En lo que va del año, Hércules ha capturado a 252 personas, destruido 28 laboratorios e incautado 346 armas y 60 toneladas de clorhidrato de cocaína, avaluadas alrededor de los 100 millones de dólares.

“Se ha llegado a sus áreas bases en la zona de frontera, y lo estamos asfixiando en coordinación con las tropas ecuatorianas. Estamos sobre su anillo de seguridad más cercano y bloqueando su economía y su logística”, explica el general Jorge Hoyos, comandante de Hércules.

Coca y guerra

Pese al intento de unión, es claro que esos grupos conviven en tensión. En Nariño, por ejemplo, se presiente que en cualquier momento, así sea por un kilo de cocaína, puede desatarse una guerra de grandes proporciones. El botín en disputa es enorme: 38.000 hectáreas sembradas con coca y una red de laboratorios sin par que ya llamaron la atención de los narcos mexicanos y ecuatorianos. A tal punto que por cada cargamento ya hay división de trabajo establecido: un colombiano lo vende, un ecuatoriano lo transporta de Colombia hacia Ecuador, y desde ahí, un mexicano se lo lleva a Guatemala, donde da el salto final a México o Estados Unidos.

La injerencia internacional es tal que 25 mexicanos han sido detenidos en los últimos meses en el Pacífico nariñense. “Estos grupos básicamente son bandas de narcotraficantes. Dentro del trabajo del Ejército multimisión y los análisis de lo que pudiera suceder en el posconflicto nos adaptamos para enfrentar estas disidencias y los resultados han sido absolutamente contundentes”, afirmó el comandante del Ejército, general Ricardo Gómez.

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El frente de Guacho, a diferencia de los otros, se atreve a atacar a la fuerza pública y al Estado. Vuela torres de energía y ataca el oleoducto Trasandino. Está minando los territorios para evitar la entrada de los erradicadores de cultivos. Cava piscinas de gasolina que se encienden al paso de los soldados, pone cordones de explosivos en los ríos, sobre todo el Mira y el Mataje, de orilla a orilla, para activarlos al paso de las embarcaciones de la Armada.

Esos son los últimos cartuchos que quema Guacho en una guerra que está perdiendo. Pero él lidera solo una de las 29 estructuras disidentes de las Farc, el nuevo enemigo del Estado que le tocará frentear a Iván Duque. A diferencia de las viejas Farc, carecen de toda ideología. Ni siquiera pretenden tomarse el poder, pues son conscientes de que sin el muro de Berlín, sin el apoyo de Cuba y ante el fracaso del chavismo esa opción no existe. A lo que realmente aspiran es a construir un imperio de narcotráfico inexpugnable para el Estado colombiano.