DEBATE
¿Qué harán los departamentos con tanta plata?
Tienen 2,6 billones de pesos de regalías para ciencia y tecnología que deberían invertir en proyectos fundamentales. Ya se gastaron otros 2,3 billones en pequeños programas sin impacto alguno. ¿A qué le deberían apostar?
Desde hace más de 40 años, varios gobiernos han buscado que Colombia tenga su propio satélite de comunicaciones en el espacio. Cóndor, Simón Bolívar o Satcol son los nombres que han recibido los potenciales proyectos que terminaron abortados por la misma razón: falta de presupuesto.
El último quedó archivado en 2014, cuando el gobierno anunció que era inviable destinar 250 millones de dólares a ese satélite, a pesar de que ese proyecto significaría llevar el servicio de comunicaciones a las zonas más apartadas y ofrecer informaciones sobre seguridad nacional, desarrollo de programas agrícolas, clima, entre otras, a diversas entidades del Estado.
Esta historia es frustrante -o indignante- si se sabe que entre 2012 y 2016 los 32 departamentos gastaron 2,29 billones de pesos en proyectos de ciencia, tecnología e innovación con recursos provenientes de las regalías, y que tienen otros 2,6 billones por gastar entre 2017 y 2018. Esa enorme cantidad de plata, hasta el momento, se ha ido a financiar proyectos pequeños, de muy poco impacto o cascarones vacíos adornados con nombres complejos, cuya única finalidad ha sido robarse los fondos. Aunque, por supuesto, hay algunas excepciones importantes.
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Es decir, en los 277 proyectos que los gobernadores anteriores y actuales han puesto en marcha, ya gastaron cerca de 800 millones de dólares, que si se hubieran destinado a grandes proyectos prioritarios y pertinentes el panorama de la ciencia en Colombia sería muy diferente. Por el contrario, casi todos son trabajos menores, inferiores a los 2.000 millones de pesos y solo 16 superan la barrera de los 30.000 millones de pesos, lo que no significa que una mayor inversión redunde en una mejor ciencia.
Por ejemplo, unos están enfocados en financiar la formación en maestrías y doctorados, función que debería estar a cargo del Ministerio de Educación, de las universidades o como fruto de procesos de investigación de largo aliento. Y otros tienen un foco no muy claro, como ‘Fortalecimiento de la cultura ciudadana y democrática en CTeI a través de la investigación como estrategia pedagógica apoyada en las TIC’ o mejorar “el espíritu científico, crítico y emprendedor en los niños, niñas y jóvenes en la escuela y en las diferentes instancias de socialización”. En este tipo de proyectos, solo Córdoba, Magdalena y Sucre han utilizado 131.000 millones de pesos.
Curiosamente, si el país hubiera destinado 250 millones de dólares en un proyecto satelital, Colombia podría tener hoy -según un experto- no uno, sino seis satélites para comunicaciones, observación de la tierra, clima y operaciones militares, además de un grupo de doctores y profesionales necesarios para operar este sistema. Esto, porque la evolución de dichos aparatos y la enorme oferta disponible en el mercado han disminuido el costo de este tipo de iniciativas.
Por eso, muchos especialistas se preguntan qué se debe o puede hacer con los otros 2,6 billones de pesos que hoy tienen los departamentos guardados en el Fondo de CTeI. ¿Se debe invertir en lo que quieran los gobernadores o en proyectos nacionales o regionales fundamentales para el desarrollo o que resuelvan los problemas de los colombianos? ¿Quién tiene que definir el uso de esos dineros?
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La Constitución de 1991 establece que estos recursos pertenecen a los departamentos. Por eso, son manejados en cuentas individuales en el Fondo de Ciencia, Tecnología e Innovación (FCTI). Si prospera la propuesta del gobierno de sacarle a este fondo 1,1 billones para financiar vías terciarias en municipios en los que se requiere con urgencia consolidar el posconflicto, aún quedarían 1,6 billones de pesos. Sin contar los recursos que en el futuro seguirán llegando a este fondo, que hoy alcanzan 600.000 millones de pesos al año, aunque varían con el precio del petróleo, carbón o gas.
Por eso, cada vez más científicos, académicos, expertos y funcionarios coinciden en que el manejo de los recursos de este fondo, en su mayoría, ha sido vergonzoso, miope y torpe, y que se requiere con urgencia quitarles a los gobernadores esta chequera. Dicen que la comunidad científica y otros sectores deberían definir las nuevas inversiones. Por eso, le piden al gobierno que, más que ir por esa plata, arregle el Frankenstein que ayudó a concebir en la reforma de 2011 al repartir la mermelada de las regalías.
Iniciativas e ideas de lo que se debe hay muchas, pero la mayoría de expertos consultados por SEMANA coinciden en la necesidad de concretar las áreas en las que Colombia tiene grandes problemas o grandes oportunidades.
Por ejemplo, durante mucho tiempo se pensó que los recursos naturales, como el agua o la tierra, eran casi infinitos en el país, pero la realidad es que el agua abunda en unas zonas y escasea en otras o lo contrario por temporadas. Esto requiere, con urgencia, investigaciones regionales y locales que permitan ‘sembrar’ el agua, protegerla y mejorar los sistemas productivos. “Solo en tratar de resolver el suministro del vital líquido o el tratamiento de aguas contaminadas hay un gran campo de acción”, dijo un científico.
Juan Lucas Restrepo, director de Corpoica, cree que en vez de financiar proyectos pequeños, de corto plazo, sin grandes metas ni mediciones, es necesario pensar en grande. Por ejemplo, con un presupuesto total de 30 millones de dólares “Corpoica podría crear, en ocho años, modelos de producción de maíz, soya, algodón y arroz en la Orinoquia, además de conservar los suelos, el agua y la biodiversidad. O con 25 millones se lograrían potencializar las enormes ventajas que Colombia tiene en madera o ganadería y acercarse a Argentina, Brasil o Uruguay”, dice Restrepo.
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En este sentido, Pablo Javier Patiño Grajales, director científico de la Corporación para Investigaciones Biológicas de Medellín, señala que además de reformar la Ley de Regalías, es necesario construir un escenario en el que haya una política nacional de ciencia y tecnología que señale unas metas acordadas con las regiones, y en la que se financien proyectos de gran envergadura y cuya pertinencia y viabilidad sean evaluados por pares internacionales.
Otro filón en el que el país podría ser un gran competidor está en la búsqueda de nuevos productos en las selvas, en donde se cree puede haber nuevos antibióticos y medicamentos. Esto implica, además, el trabajo en enfrentar las numerosas enfermedades tropicales que afectan a millones de colombianos, dice un reconocido investigador.
Hay un tema que está empezando, que es la frontera de la ciencia: el mundo de los microorganismos, del cual se conoce el 3 por ciento o menos. De allí aparecerán nuevos elementos para el agro, la salud, la energía o la industria, pero el país, que tiene un gran potencial, no tiene ni las capacidades ni la masa crítica de científicos ni es un foco estratégico.
Precisamente, se requiere claridad y liderazgo, precisamente lo que no hay. Por ejemplo, uno de los cultivos que más recursos ha recibido del fondo de regalías es el cacao. Pero como no tienen una coordinación que fije prioridades y metas, finalmente estos trabajos van a darle muy poco valor a una cadena clave en el posconflicto, pero que enfrenta dificultades con las semillas o la poscosecha.
Por ejemplo, el Ciat necesita 15 millones de dólares para readecuar el banco de germoplasma, en el que se mejoran y conservan cientos de variedades de fríjol y yuca. Esto es fundamental cuando se quiere reactivar el cultivo de estos y otros productos tras una plaga, una guerra o una tragedia natural. Detrás de este tipo de inversiones hay una cadena real de CTeI que beneficia a Colombia y, por supuesto, a los agricultores de estos productos en el mundo. Otras experiencias exitosas, que pueden ser replicadas en algunos cultivos, están en Cenicaña o Cenicafé.
Es claro que el país tiene grandes posibilidades de ser un jugador importante en algunas áreas, pero también tiene numerosos problemas por resolver en agricultura, alimentación, pobreza, agua, vivienda o construcción. Y, por primera vez, tiene unos recursos considerables y constantes. Por eso, se requiere con urgencia ajustar el modelo para que los científicos, líderes, expertos -y no los políticos de turno- decidan la mejor forma de invertir estos recursos.