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Reportaje: el drama a bordo de una ambulancia que traslada a los pacientes graves de covid
SEMANA acompañó al Crue de Cundinamarca en la angustiante y difícil labor de trasladar en ambulancias a pacientes que buscan un cupo en ucis, en medio del colapso de los hospitales. Esto es lo que se vive en el corazón de la emergencia.
Hay cosas en la vida que no dan espera, como la necesidad de respirar. Cuando el aire se agota empieza la angustia, pero saber que no hay quien ayude, no por falta de voluntad, sino de recursos, vuelve la agonía insoportable. A esa sensación se enfrentan a diario los pacientes covid, sus familiares y médicos, ahora que están en el pico más alto de la pandemia en Colombia, y no hay camas en unidades de cuidados intensivos (ucis) para atender. La ocupación ha desbordado el ciento por ciento en muchas ciudades del país.
SEMANA acompañó el trabajo del Centro Regulador de Urgencias y Emergencias (Crue) de Cundinamarca. A las ocho de la mañana del jueves, los teléfonos suenan una y otra vez. Entre quienes trabajan allí, hay una amalgama de esperanza y frustración. Cada vez que se responde una llamada puede ser la buena noticia de que en los hospitales de la región se logró ubicar una cama de cuidados intensivos o que un paciente covid-19 está empeorando y necesita con urgencia una remisión, el 90 por ciento de las comunicaciones es para la segunda opción. La médica Mery Pedraza y la jefe de enfermería Alejandra Barreto tienen una misión titánica.
Son quienes buscan, a veces de manera desesperada, un cupo en una unidad de urgencias o de cuidados intensivos. “Doctor, se lo suplico, mire si tiene un espacio para que me reciba a este pacientico, es muy joven, solo tiene 35 años y está saturando 60 por ciento con 15 litros de oxígeno, cada vez está peor, necesita con urgencia una uci”, dice la doctora con angustia, mientras que en la silla del lado Alejandra llama a otro hospital pidiendo que le reciban a una mujer embarazada de 27 años contagiada de covid y que tiene complicaciones en su semana 38 de gestación.
En sus manos tienen unas tablas en las que, como si se tratara de un bingo o lotería, intentan jugar con algunos datos de información para poder ubicar la cama adecuada. Primero se basan en los niveles de ocupación, la mayoría a reventar, y a la vez miran qué hospitales pueden atender pacientes con comorbilidades.
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Si quien se descompensó con la covid sufre de insuficiencia renal, necesita ser atendido en una IPS donde le puedan realizar diálisis. De nada serviría remitirlos a donde no van a poder tener atención integral. “Tengo un paciente que pesa 145 kilos”, dice una de ellas, mientras del otro lado de la línea uno de los funcionarios de los tantos hospitales que llama le responde: “No tengo ni una cama libre, pero así la tuviera, no aguantaría el peso de ese paciente, no puedo hacerle tomografías. Toca que busque en otro centro”. La doctora comienza a llamar a otros lados.
El doctor Carlos Quijano, director de urgencias de esa entidad del Hospital Cardiovascular de Soacha, dice que cada llamada para pedir cupo es agobiante, porque se siente maniatado de saber que tiene 300 correos con solicitud de ucis para pacientes. Llegan 80 personas a la puerta de urgencias, en promedio al día, descompensadas. “He tenido pacientes que se me han muerto en cuestión de horas, sentados en una silla, esperando una camilla. Me parte el alma salir a dar esas noticias a los familiares”, dice el médico a SEMANA, mientras reclina la cabeza.
Algunos de esos pacientes son de los más de 94.000 fallecimientos que se han registrado en toda Colombia desde que llegó el despiadado virus. Cada minuto es clave; por eso, desde la oficina del Crue no paran de gestionar, han pasado tres horas y el celular de cada una de ellas ya tiene la batería en 10 por ciento de todo el uso que le han dado en chats y llamadas. También se comunican por radioteléfono y conmutador. Su misión es evitar que esas estadísticas que reporta a diario el Ministerio de Salud continúen engrosándose. Y darle tranquilidad y esperanza a la familia.
“Sé que soy intensa y quizás así me tienen guardada entre los contactos de los gerentes de los hospitales, pero no me importa porque en algún momento se encenderá una luz”, dice Alejandra mientras cruza los dedos para que de uno de los hospitales le dé una respuesta positiva para alguno de los 42 pacientes a los que les está buscando uci. “Han sido dos semanas difíciles, el viernes 4 de junio no pude ubicar ni una sola cama”, fue necesario buscar convenios con hospitales de Barranquilla. El desespero de no encontrar un cupo en uci lo siente el personal de la salud con cada paciente como si se tratara de un ser querido.
Ver como se deterioran es angustiante: les cuesta respirar, los labios les cambian de color y presentan paros cardiorrespiratorios, “un doctor un día me llamó y me decía a gritos: deme su nombre, que si mi paciente se muere es su culpa”, recuerda la doctora Pedraza con los ojos encharcados y explica que ella ya no paraba de llamar a todos los municipios, pero en ningún lado había camas libres. “Es una impotencia”, reafirma empuñando las manos. El gobernador Nicolás García planteó para esta crisis un plan de choque.
Consiste en ir por cada uno de los 116 municipios, buscando pacientes que toque priorizar en atención y revisando en los hospitales cómo atenderlos para evitar que se compliquen aún más. Pedraza recibe una llamada del Hospital Divino Salvador de Sopó, Pedro Beltrán, de 63 años, lleva esperando cuatro días para ser intubado. “Mi papá me dijo que ya no puede seguir luchando por sí solo, se queda sin fuerzas”, le dice una de sus hijas a los médicos. Los especialistas que llaman a la doctora del Crue le dicen que ya han buscado en diez hospitales de la región y ninguno lo puede aceptar.
Ella, al escuchar disimuladamente, se seca las lágrimas, habla con timidez: “Esa era la misma edad de mi papá. Murió hace ocho meses por covid. Es inevitable pensar en él cuando me llaman por un paciente que tiene sus mismos años”. En realidad, ya son esporádicos los mayores de 60 años que están buscando uci, la gran mayoría de los que están llegando son muy jóvenes, entre 20 y 40 años. Lo más triste, aseguran, es que son quienes están muriendo, “resisten más los adultos mayores”.
Los funcionarios del Crue no tienen horario de trabajo, reciben llamadas mientras van en el carro, cuando duermen, no importa que sean las dos de la mañana, “mi mamá y mi esposo escuchan cuando me llaman porque toca buscar una cama urgente y mientras yo hago las llamadas ellos oran para que se abran las puertas”, confiesa una de las mujeres.
A veces pueden pasar todo un día en la búsqueda y en menos de media hora recibir noticias buenas. Mery y Alexandra lograron ubicar cuatro pacientes en Zipaquirá, Fusagasugá, Chía y Soacha, pero la sonrisa de satisfacción se borra rápidamente al saber que esas camas quedaron libres porque fallecieron los pacientes que las ocupaban. “Conseguir una uci es como un triunfo, pero a costa de qué, si mientras a una familia le resurge la esperanza, otra está llorando la partida de su ser querido”, exclama la jefe de enfermeras.
Es un dilema grande. Quijano asegura que el recibir el tratamiento mientras lo intuban no es garantía de salvarse de la muerte, hay 50 por ciento de posibilidades, pero es una oportunidad a la que tiene derecho todo ser humano, muchos han salido bien, por lo que hay que persistir. Encontrar una uci de adulto es complicado, las pediátricas tienen ocupación moderada, aunque cada vez más están llegando niños en estado crítico, de 14 o 7 años, e incluso de brazos, como un bebé de 6 meses de nacido. Mientras en el Crue continúan en la búsqueda de más camas, coordinan las ambulancias para remitir a los pacientes que ya fueron aprobados.
En Sopó está Eunice, la hija del señor Beltrán, el de 63 años. Son las dos de la tarde, se despide de su papá antes de que lo seden para intubarlo. “Mija, no llore, les prometo que voy a volver”, dice antes de cerrar los ojos y esa es la frase a la que se aferran ella y sus hermanas. Una de ellas lo acompañará hasta el Hospital Cardiovascular de Soacha. Antes de que arranque la ambulancia, Eunice le acaricia los pies a su papá y se funde en un abrazo con su hermana, rogando al universo que esa no sea la última vez en que los tres puedan estar juntos.
El sonido de la sirena, alerta de la premura que tienen el paciente, el médico y la auxiliar, hay una preocupación más, las balas de oxígeno que llevan pueden durar tres horas aproximadamente, Google Maps dice que a las cinco de la tarde llegarán a su destino, van con el tiempo exacto. El conductor solo espera no encontrarse con ningún bloqueo por manifestantes en la vía, podría ser fatal, por eso, para ser prevenido, al llegar a Bogotá utiliza el carril de TransMilenio, pues tiene autorización para usarlo en medio de la emergencia.
Cuando le reportan al Crue que ya el paciente está estable en la cama uci, se oye un suspiro y alguien dice: “Da tranquilidad, todo es contrarreloj porque no estamos hablando de máquinas, sino de vidas humanas por las que vale la pena seguir luchando”.