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Reportaje: los colombianos con secuelas irreparables por la covid-19
Aún no hay cifras exactas ni estadísticas, pero muchos de los diagnosticados con coronavirus sufren problemas de salud meses después de haber sido dados de alta. Un tratamiento integral puede evitar recaídas fuertes y hasta la muerte.
Jorge Eliécer Otálora rememora los 21 días que estuvo en la unidad de cuidados intensivos (uci) del Hospital Federico Lleras Acosta, en Ibagué, luego de que le diagnosticaron covid-19. Recuerda la angustia que sentía al pensar que en cualquier momento llegaría su turno de morir. El verse internado, contagiado con el inclemente virus, lo motivó a despedirse de su esposa y sus hijos temiendo lo peor. No sentir el muslo derecho y tener el corazón de un tamaño más grande de lo habitual son dos de las secuelas que le dejó la enfermedad a este hombre de 48 años. Él forma parte de los 3.488.046 colombianos que, hasta el jueves pasado, habían sido confirmados como positivos, y del grupo, aún indeterminado, de aquellos que muchos días después siguen padeciendo los efectos.
En esas tres semanas de hospitalización, Jorge Eliécer vio como muchos de los otros pacientes de la uci no aguantaron la batalla, y, en pocos días u horas, después de entrar en camillas, agarrados de la fe y del poco oxígeno que les entraba, salían cubiertos bajo el rótulo de fallecidos. Sentía que solo estaba ahí esperando su turno, que en cualquier momento le tocaba, que eran fichas de dominó que se empujaban entre sí, todas en el borde de un abismo.
Jorge Eliécer tiene tres hijos y es jubilado de la Policía. Y, aunque su esposa y dos de sus hijos también tuvieron covid-19, fue el único de la familia que necesitó una uci. De hecho, alcanzó a firmar la autorización para ser intubado, pero el proceso, al final, fue manejado con una cánula de alto flujo, lo que describe como “una manguera gruesa con tubos que van por dentro la nariz y expulsa el aire fuerte y caliente”.
Luego de la inmensa lucha de su cuerpo, salió de la uci el pasado 22 de enero; sin embargo, debido a la demora en la autorización del oxígeno necesario, recayó unos días. Así, solo hasta febrero pudo regresar a su casa. Llegó con 20 kilos menos, las marcas de más de 200 pinchazos en los brazos y con un miedo que todavía lo acompaña. Han pasado cuatro meses desde los días críticos y aún le cuesta contar por teléfono como, durante los exámenes que le hacían en la clínica, fisgoneaba para ver cuál era el estado de sus pulmones: los veía arrugados y pequeños.
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El Ministerio de Salud aún no cuenta con un balance o estadísticas sobre el número de colombianos que viven con secuelas graves después de más de 14 meses de pandemia; ni del número de incapacidades laborales que se han producido. Pero, según la evidencia médica, sin importar si los pacientes requirieron hospitalización o no, un porcentaje considerable ha experimentado síntomas semanas o meses después de ser diagnosticado. Entre los más leves, dolor de cabeza, tos, dolor muscular, cansancio, fatiga, depresión y latidos fuertes del corazón. Y un informe presentado por un grupo de universidades de Estados Unidos concluyó que, aproximadamente, 10 por ciento de los pacientes pueden fallecer en la etapa poscovid.
Quienes necesitan hospitalizaciones largas pueden sufrir el síndrome pos cuidados intensivos, que incluye debilidad grave y trastornos de estrés postraumático. El coronavirus es una patología multisistémica, por lo que, más allá de los daños en los pulmones, se han registrado casos de afectaciones en el páncreas, los riñones, el sistema digestivo y el hígado. Fuera de las dificultades para respirar, comunes en muchos pacientes, el virus le dejó un problema físico a Jorge Eliécer, que, según los especialistas que lo han visto, podría durar más de un año, una especie de insensibilidad en una de sus piernas. “No siento mi muslo derecho. No siento si me golpeo, si me pellizco, no siento nada”, repite con algo de desespero. Esa es una de las secuelas más fuertes, pero no la única: también le quedó el corazón más grande de lo normal, está hinchado; no obstante, los médicos le han dicho que eso se irá reduciendo con el tiempo. Por esas secuelas fisiológicas, evita salir a la calle y los encuentros grupales; además, trata de alimentarse bien y practicar ejercicio, según las recomendaciones médicas. Camina 30 minutos diarios, monta bicicleta otra media hora y lleva a cabo prácticas de respiración. Eso sí, todo lo hace en el interior del conjunto residencial donde vive.
Síntomas repetidos
Luis Felipe Tarazona Velásquez, médico y director de Desarrollo, Inspección, Vigilancia y Control de la Secretaría de Salud de Santander, coincide en que las secuelas dejadas por la enfermedad pueden presentarse de varias formas y en diferentes sistemas del cuerpo. En muchos casos, se reflejan con los mismos síntomas de cuando el virus está activo: fatiga o disnea (dificultad respiratoria), anosmia o pérdida del olfato, cefalea o dolor de cabeza crónico y alergias, entre otros. Según el especialista, la mejor manera de enfrentarlos es, justamente, con una alimentación regulada, mucho reposo y el monitoreo de profesionales médicos, que ayudan en el proceso de recuperación. Un tratamiento integral puede evitar complicaciones e incluso la muerte.
De acuerdo con Tarazona, el tipo de secuelas y su intensidad se relacionan con el tiempo que las personas pasan en las ucis. La permanencia en estas unidades provoca afectaciones diversas que, incluso, pueden asociarse con el estado emocional y mental. Jorge Eliécer, por ejemplo, al compartir su experiencia y los males que padece en este momento, insiste en que su salud mental terminó “aporreada” por ese mes de “vaivenes” en la hospitalización. Pero su caso no es aislado. Es una marca que le queda a la mayoría de las personas que pasan por la uci por culpa del coronavirus. Bajo ese manto, la confianza de ir a la calle, juntarse con otros y sentir que el aire falta de nuevo se vuelve un problema más.
A cientos de kilómetros de Ibagué, en el municipio de Malambo, Atlántico, los pulmones y el resto del cuerpo de Luis Racedo Segura luchan con el esfuerzo que le cuesta caminar desde la entrada principal del Batallón Vergara y Velasco hasta su puesto de trabajo. Es cierto que son varios cientos de metros, pero él siente como si corriera una maratón. Hace apenas una semana que intenta regresar a sus labores cotidianas en el área de Sanidad Militar después de dos meses y medio, prácticamente, postrado en una cama.
Este médico general forma parte de ese grupo anónimo de pacientes de covid-19 que muchos días después de haber sido dados de alta siguen sometidos a fuertes terapias de recuperación y que luchan contra las terribles secuelas del virus. Su historia empezó el 12 de marzo, después de un turno corrido de 48 horas, cuando empezó a tener fiebre alta. Entonces, para no perder tiempo, se fue a urgencias, en donde debido a su riesgo le practicaron las pruebas; 24 horas después fue confirmado como positivo. Empeoró muy rápido, el ahogo al caminar 3 metros de la cama al baño del cuarto fue la señal para volver al hospital. Fue dejado en observación por un foco neumónico y horas después era neumonía total; así llegó a la uci.
Tres días después su salud era crítica; los internistas plantearon la necesidad de la intubación. Como médico, Racedo estaba sorprendido y asustado; pasó de ser un hombre activo de 33 años, aparentemente sano, a tener graves problemas de presión arterial, taquicardia y una azúcar muy elevada. En uno de esos momentos de incertidumbre, le pidió a su esposa que le enviara un video de sus dos hijos, de 10 y 6 años, para verlos por última vez. Un ventilador de alto flujo, como última opción, fue el instrumento milagroso para recuperarse. Necesitó 13 días más para ser estabilizado. Volver a casa fue solo otro paso más de la lucha; en resumen, perdió 13 kilos en menos de tres semanas, volvió con diagnóstico de diabetes, taquicardia sinusal, problemas musculares y trastorno del sueño. Quedó medicado con droga antidepresiva y otro fármaco, dos veces al día, para controlar el azúcar.
Antes del coronavirus se sentía vigoroso y sano, practicaba fútbol por gusto y diversión. Ahora asiste tres veces por semana a sesiones de terapias de una hora en el Hospital Universidad del Norte, en Soledad, uno de los centros con excelentes resultados en recuperación de pacientes poscovid. Allí realiza rehabilitación pulmonar y ejercicios aeróbicos. Puede parecer frase de cajón, pero al doctor Racedo la covid-19 le cambió la vida. Los actos que antes eran cotidianos, como subir unas escaleras, hoy requieren de un esfuerzo físico y mental. Es consciente de que volver a la normalidad tomará tiempo, por eso, cree que, en estos momentos en el que país atraviesa el pico más fuerte de la pandemia, el mejor consejo para todos es cuidarse y evitar el contagio.