CRÓNICA
Restitución en Córdoba: huellas de violencia convertidas en esperanzas productivas
Uno de los departamentos más golpeados por el paramilitarismo busca sacudirse del pasado. SEMANA recoge tres historias de las familias que han vuelto a sus tierras después de que les reconocieran sus derechos en los juzgados.
Los árboles de papaya, limón y cereza brotan en la tierra de Nelly Madrid. Aunque todavía no tiene casa, esta mujer quiere que el jardín de su parcela esté listo para cuando le entreguen la vivienda que le prometieron. Lleva esperando un año a que el gobierno le cumpla la promesa y mientras esto sucede, ella adorna el camino que del portón de su predio conduce hasta el sitio donde tiene pensado ubicar las paredes de su casa.
Nelly es dueña de cinco de las 1.410 hectáreas que hay en Cedro Cocido. Una hacienda que, a comienzos de los años noventa, fue el botín que las AUC le quitaron a cientos de campesinos a punta de fusil y que ha sido devuelta a gran parte de sus dueños originales gracias a varias sentencias judiciales y al acompañamiento de la Unidad de Restitución de tierras.
Foto: La Ponderosa es un nombre bíblico que significa abundancia y bendición, cuenta Nelly. Sophia Gómez.
El 19 de septiembre de 2014, el Juzgado Segundo Civil de Montería la hizo propietaria de La Ponderosa -la más hermosa, añade Nelly- luego de que ella tuviera las agallas de volver a la vereda, de la que alguna vez fue desplazada, para retomar esa vida en el campo que la violencia le arrebató en tres oportunidades.
Nelly dice que cuando se es desplazado se olvida el lugar de origen. No por falta de memoria, sino por el dolor que produce recordar que cada vez que la familia echó raíces en algún sitio, tuvo que salir corriendo para proteger su integridad, o por lo menos, para no ver el derramamiento de más sangre.
“Yo espero ser una empresaria. Esto de parcelera por mí, que lo borren, porque sabemos qué queremos y para dónde vamos”.
El primer desplazamiento ocurrió tras la desaparición de su padre. El segundo, cuando secuestraron y mataron a su primer esposo en Montería y el último, cuando vivía en Jaraquiel y, por liderar procesos de activismo social, la sacaron corriendo con sus dos hijas. Por esto, es que Nelly no está dispuesta a permitir un cuarto desplazamiento y profesa lo siguiente: “Si de aquí vienen a echarme, pues que me maten porque no pienso seguir siendo desplazada”.
La Ponderosa está ubicada en la vereda El Tronco, municipio de Leticia, a unos 45 minutos de la capital de Córdoba. Después de tres años de árduo trabajo, faltan manos para contar las múltiples variedades que Nelly ha sembrado desde que se mudó a su parcela. Tiene 400 robles, más de cientos árboles frutales, doce cabezas de ganado y una amplia cantidad de gallinas que la siguen de un lado para otro mientras ella les riega el maíz.
Es una mujer berraca, trabajadora, que “crió coraza” y que a sus sesenta y pico de años lleva la cuenta, de cada postre y litro de leche que vende, en un cuaderno de trazabilidad que los profesionales del SENA le enseñaron a usar. El mismo donde anota cuántos meses tiene Universitario, el ternero que está negociando para que uno de sus nietos ingrese a la educación superior. Porque ella puede seguir viviendo en una humilde vivienda hecha con palos de madera y techo de palma -mientras el alcalde autoriza la construcción de su casa- pero desea que sus descendientes tengan un futuro mejor.
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Foto: Nelly utilizó un desembolso de la Unidad de Restitución de Tierras para cercar su parcela y de paso, compras algunas tejas de zinc para evitar que su vivienda se inundara durante el invierno. Sophia Gómez.
En 1990, Fidel Castaño creó la Fundación para la Paz del Córdoba (Funpazcor) como muestra de un supuesto gesto de buena voluntad con los campesinos de la región. Unas 12.000 hectáreas serían entregadas a cientos de familias, en lo que el clan delincuencial denominaría una reforma agraria. En aquella época, Sor Teresa Gómez, hermanastra de los Castaño, era la encargada de promover esta magnífica, pero engañosa promesa de restitución de tierras que, al poco tiempo, les costó la vida a varios de los beneficiados.
Entre esas hectáreas se encontraba la hacienda Cedro Cocido, una de las tantas propiedades que los paramilitares tenían a las orillas del río Sinú y que dividieron en parcelas para ceder a los pobladores de la vereda El Tronco. Las tierras se entregaron, pero la felicidad de ser propietarios no duró mucho. En 1994, con la muerte de Fidel, Sor Teresa lideró el hostigamiento armado, los asesinatos selectivos y el ajuste de cuentas con los campesinos para que les devolvieran esas tierras; muchas veces sin pagarles un peso o comprando a bajo precio.
El engaño se vino a conocer años después cuando, muertos los Castaño y desmovilizadas las AUC, los campesinos contaron cómo se dio esa trágica historia. Aquella que llevó al 10% de la población a estar en condición de desplazamiento y que convirtió al departamento de Córdoba en uno de los más violentos del país.
Foto: Colfa es la vaca preferida de Marcolfa. Ella fue el reemplazo del ternero Carlos Vives que tuvo que vender porque se comportaba como un perro.
Marcolfa Merlano fue una víctima de Funpazcor. Ella tuvo que abandonar su parcela, en el año 2000, debido a las presiones de las autodefensas y solo pudo regresar después de quince años de lucha ante la justicia colombiana.
La Roma, llamada así por las iniciales de la pareja, Roberto y Marcolfa, ya no es ni sombra de lo que alguna vez fue propiedad de la familia Castaño y precisamente eso es lo que más orgullo causa a sus actuales dueños. El temor de acercarse al terreno se desvaneció. Ahora, los integrantes de este hogar son anfitriones de los 31 miembros de la Asociación de Productores Agropecuarios de Cedro Cocido (Asopaccol); un grupo al que Marcolfa -y su vecina Nelly- le deben parte de su progreso económico, pues en tres años se han convirtieron en comercializadoras de leche en la región.
El 24 de julio de 2019, Marcolfa y su familia recibieron a una comitiva, conformada por la FAO, la embajada de Suecia y la Unidad de Restitución de Tierras, que venía a verificar los avances del proyecto productivo de ganado doble propósito. En La Roma se inauguró un centro de acopio lechero para que los productores puedan almacenar el líquido mientras el aliado comercial pasa a recogerlo.
Con el corte de cinta a la entrada del predio, Alan Bojanic (FAO) dio la bienvenida a los asistentes a la Casa de la reconciliación, donde las 40 familias restituidas se reúnen para capacitarse en buenas prácticas de ordeño.
"Vengan, vengan", les dice Marcolfa a las 27 vacas que tiene en la parte trasera de su predio, lejos de la casa de encuentros. Ellas, como si estuvieran amaestradas, entran por sí solas al corral con su llamado. Cada una tiene un nombre particular; Batsy, Pipa, Juliana...pero al que más recuerda Marcolfa es a un ternerito, con nombre de cantante, que parecía más un perro que un vacuno. “Se llamaba Carlos Vives, lo crié a mano, pero al año y medio lo tuve que vender porque se me metía en la cocina, en la sala, se orinaba y ya no me lo soportaba”, dice.
En Cedro Cocido falta agua potable, alcantarillado y servicios básicos, pero sobra empuje y valentía para apostarle a una vida en el campo.
De lo que pasó en el año 2000 no desea hablar. Hace un gesto con su mano y pide que corte la grabación de audio. Después de hacer un recorrido por los cultivos de guayaba agria, coco y maracuyá; Marcolfa -con más confianza- menciona que aquella casa, que se ve a lo lejos, era una de las favoritas de los hermanos Castaño. Su hija, Paola, complementa diciendo que aquella vivienda tenía ventanas de madera fina, agua potable -de la que no goza ningún campesino de Cedro Cocido- y una alberca subterránea que la nueva dueña cubrió con tierra para calmar a los curiosos.
"Yo era una mujer de ciudad, tenía una tienda, y al llegar a Cedro Cocido me enamoré de mis animales", dice Marcolfa. Por eso les saca el mayor provecho posible a su ganado e incluso, obtiene 300 litros diarios de leche si sus queridas vacas están de ánimo para colaborar.
De generación en generación
Foto: Rafael le puso a su predio el nombre de Sayra en honor a su primera hija.
"El temor se acabó cuando empezamos a tratar con el opositor como vecino. Vimos que la cosa no era tan grave y es más, lo hemos invitado a los eventos y nos ha ayudado”.
Esta es la reflexión que hace Rafael Álvarez Ortiz, después de cinco años de haber retornado a la parcela. El terreno era de su padre, a quien le faltó un mes de vida para volver a pisar esta propiedad por lo que hoy, es él quien recibe un retablo de madera con el nombre de su predio tallado.
Aunque sus 5,5 hectáreas de tierra quedan en la vía principal de la vereda, Rafael construyó su casa en la parte más alejada del camino por temor a que un vecino, que se oponía a la restitución, tomara represalias contra su familia. Un proceso de reconciliación de varios años ha hecho posible que entre ellos disminuya la tensión y, aunque no son los grandes amigos, han llegado a prestarse herramientas y capacitarse juntos para trabajar en la producción de leche.
"Mi esposa es campesina, ella me enseñó a ordeñar, a sembrar y ahora que ya tenemos los niños, los cuatro trabajamos en lo mismo", dice. De no ser por estos conocimientos, habría sido imposible que Rafael asumiera la tarea de regresar al campo, luego de una juventud en la ciudad.
Sin embargo, él cree que en esta restitución hay algo diferente. La gente está dispuesta y unida, con ganas de sacar adelante un proyecto productivo. Y la energía que Rafael le pone a esto, es la misma que le transmite a su pequeño, quien sostiene el retablo. “Solo le puedo decir que me siento agradecido (...) tomé la foto mejor con él que se ve más bello” dice.