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La lejanía que tiene en vilo a la dejación de armas

Para la periodista Marta Ruiz, más que un fracaso logístico, el retraso en la construcción de las zonas veredales es la consecuencia de la decisión política de aislar a los guerrilleros durante el desarme.

20 de febrero de 2017
| Foto: León Darío Peláez

Hace un año el país todavía mantenía la esperanza de que el 23 de marzo del 2016 se firmara la paz, como lo habían prometido seis meses antes el presidente Santos y Timochenko. Cuando se hizo evidente que ello sería imposible, se bajaron las expectativas y se esperaba que para esa fecha por lo menos se pudiera firmar el acuerdo del cese del fuego.  Tampoco se pudo.  El debate en La Habana, por esos días, tenía rasgos de absurdo. Al reformar la Ley de Orden Público para permitir la creación de estas zonas veredales se le pusieron tal cantidad de condiciones y remilgos, que terminaron en sitios aislados e inaccesibles, sin gente, sin servicios, sin carreteras. El miedo al fantasma de El Caguán, con el que salía a asustar la oposición cada tanto, fue la medida con la que se diseñaron estos sitios.

Y ahí estamos hoy: con un Estado que no conoce su territorio más alejado, al que sólo llega de vez en cuando en helicóptero y por unas cuantas horas. Unas instituciones que no se habían percatado de que llevar materiales de construcción, agua, luz, comida o salud a lo profundo de la Colombia rural es demorado, costoso y complejo. Que el Gobierno no haya podido cumplir con la logística para que las FARC se concentren es fruto de la consigna de aislar a los insurgentes de la población civil, para demostrar que el Estado de Derecho reinaría por fin en las zonas donde estos habían estado 50 años.

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El resultado es más que paradójico: quienes querían a los guerrilleros lejos de la civilización, so pretexto de que no hicieran política antes de dejar las armas, les han dado, con su incumplimiento, una plataforma política formidable. Y como si fuera poco, no han sido capaces de copar los territorios abandonados. En muchos lugares la población civil se siente a la merced de las nuevas violencias y no bajo el manto protector del Estado.  

Hay una segunda razón para estas demoras: un desprecio tácito hacia los guerrilleros. Durante seis meses el Gobierno insistió en que los campamentos debían ser de plástico o carpas de camping. No importaban el calor, el hacinamiento, la incomodidad. Para el Gobierno, estos sitios son de paso, sólo para dejar las armas. Le parecía absurdo que los guerrilleros quisieran algo más estable, pues creía, de nuevo, que construcciones prefabricadas derivarían en repúblicas independientes. Luego de meses de ir y venir, de manera tardía, los negociadores oficiales tuvieron que darle la razón a su contraparte. Se construirían lugares de mejor calidad para cumplir el otro objetivo que tienen las zonas veredales: dar inicio a la reincorporación.

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La idea que subyace en esta pequeña crisis es que como al fin y al cabo los guerrilleros vienen del monte, que duerman como puedan. Que coman lo que les manden, pues en la guerra se alimentaban de lentejas y arroz. Que se las arreglen para bañarse, pues siempre lo han hecho con totuma; y que se vistan con lo que les llegue, que siempre será mejor que un camuflado. A tal punto ha llegado esta improvisación, que según un jefe de las FARC hace pocos días les enviaron unos kits de aseo que contemplan una toalla de baño por cada dos combatientes.

El problema, tal como lo señaló la Fundación Ideas para la Paz en un análisis reciente, es que esto tiene un impacto directo en la dejación de armas.

Jean Arnault, jefe de la misión política de la ONU, dice en su carta del fin de semana a la CSIVI que en virtud de la falta de aprestamiento logístico, de que no haya una lista completa de los integrantes de las FARC, ni de sus armas, será difícil que el primero de marzo se pueda acopiar el primer armamento contemplado en el acuerdo. El Gobierno, por su parte, en carta firmada por la canciller y por el alto comisionado para la Paz, le respondió de manera airada que los campamentos no tienen que estar listos para que empiece la dejación de armas.

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Otra cosa piensan las FARC. “Sería ridículo que a las Zonas Veredales llegaran primero los contenedores de las armas que el agua”, dice un jefe guerrillero. Y otro lo expresó de manera más descarnada: “¿Cómo les digo yo a los guerrilleros que aunque aún no tienen dónde dormir tendrán que dejar las armas porque nosotros seguiremos cumpliendo aunque el Gobierno no lo haga?”

La decisión de aislar a los rebeldes en los confines de los territorios durante el desarme pudo tener razones plausibles desde lo político y lo militar. Pero redundó en un fiasco logístico que puede tener implicaciones en el plano de la seguridad y en la credibilidad del mismo proceso.