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Peñalosa, el alcalde incomprendido

Arranca el intento de revocatoria del mandatario de Bogotá. Seguramente no va a prosperar. Sin embargo, ¿cómo se explica que sea tan impopular?

7 de enero de 2017
En el tema de seguridad, la administración Peñalosa arroja uno de los resultados más positivos en su primer año. La intervención de las ollas del narcotráfico ha sido una de las claves. | Foto: Juan Carlos Sierra

El comienzo del año fue agridulce para el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa. Las fiestas para celebrar la llegada de 2017, que correspondieron con su primer aniversario en el cargo, coincidieron con la inscripción ante el Consejo Nacional Electoral de varios comités que pretenden revocar su mandato. Pocos habrían imaginado una situación parecida para los primeros meses de la Alcaldía de Peñalosa. Doce meses atrás, su llegada era vista como una posibilidad de enderezar una ciudad que para muchos había quedado descuadernada por 12 años de gobiernos de izquierda, particularmente en materias como movilidad y seguridad. Con su triunfo y con su reconocida experiencia, Peñalosa generó esperanzas de resultados positivos y rápidos.

Sin embargo, al terminar 2016 las encuestas mostraron que la popularidad del alcalde está por el piso. Peñalosa, con 67 por ciento de desaprobación según Invamer-Gallup, tiene la peor imagen entre los mandatarios locales medidos, y está más abajo aun que su antecesor, Gustavo Petro, cuando terminó su gobierno en Bogotá. Petro se fue con 55 por ciento a favor y 35 en contra. De hecho, el exalcalde cuenta hoy con un registro de 43 favorable y 36 desfavorable, según esa misma medición.

El exceso de expectativas terminó jugando en contra del actual alcalde. Al cumplirse el primer aniversario de su mandato los grandes cambios todavía no se ven. La explicación oficial es que era tal el caos dejado por la Alcaldía de Petro, que la sola tarea de poner la casa en orden requirió un año. Esa tarea implicó modificar presupuestos fijados por la anterior Administración que contienen prioridades muy distintas a las del programa de gobierno peñalosista.

Aunque el nuevo alcalde evitó publicar un libro blanco sobre el estado en el que encontró la ciudad –para no caer en una profunda polarización con el petrismo–, la verdad es que entre los dos personajes hay una guerra abierta. Los seguidores de Gustavo Petro no lo quieren ni ver y están activos en una oposición tenaz y radical. Quienes votaron por otras candidaturas en las elecciones también se sienten por fuera del proyecto peñalosista. De todo ese descontento surge el movimiento para la revocatoria.

A diferencia de hace 20 años, las condiciones para que una revocatoria prospere son ahora menos exigentes. El Congreso modificó en 2015 la Ley de Participación Ciudadana y ahora el número de firmas que se necesita para convocar una revocatoria se redujo de un 40 por ciento de los votos obtenidos por el mandatario, a un 30 por ciento. Y para que prospere, antes se exigía que el 60 por ciento de los electores del alcalde votaran por su salida, y ahora esa cifra es la mitad más uno de quienes lo eligieron. En plata blanca eso significa que se necesitarán como mínimo 271.818 firmas para convocar a los bogotanos a decidir en las urnas sobre la continuidad de Peñalosa y los votos de 546.115 de ellos para aprobar su salida.

A pesar de que los requisitos para revocar funcionarios han sido reducidos, tumbar a un alcalde es todavía un reto muy grande. Para empezar, desde que se reglamentó la figura, hace 12 años, jamás ha funcionado. En 166 intentos en el país desde 1995, el 75 por ciento no ha logrado recoger las firmas necesarias. Apenas el 25 por ciento restante llegó a la votación y solo en dos municipios superó el umbral. En ellos, ubicados en Antioquia y Guaviare, los alcaldes se quedaron porque sus opositores no lograron la votación necesaria.

En Bogotá también ha habido numerosos intentos fallidos. El más recordado, tal vez, es el intento de sacar al propio Peñalosa en 1999. En ese momento el caballito de batalla eran los bolardos que él había puesto en las aceras y que tenían indignada a la ciudadanía. Antes de este caso, el sindicato de la antigua Edis había tratado de tumbar a Jaime Castro. En 1996, los trabajadores de la empresa de teléfonos recogieron firmas para retirar del cargo a Antanas Mockus. Y Lucho Garzón, Samuel Moreno y Gustavo Petro también sobrevivieron a intentos de recolección de firmas para sacarlos del cargo.

¿Se repite la historia?

Como Peñalosa ya vivió un intento de revocatoria, lo que está viviendo en la actualidad no lo trasnocha. En su primera Alcaldía, que fue de tres años, alcanzó un nivel de desaprobación del 77 por ciento, tal vez el récord de impopularidad de alcalde capitalino alguno hasta la fecha. En esas circunstancias trataron de tumbarlo, pero la iniciativa no solo no prosperó, sino que al final de esa Alcaldía él gozaba de una calificación positiva de 70 por ciento y una negativa de solo 22, según Invamer-Gallup. El balance final es considerado el mejor en la historia de la capital del país.

¿Se repetirá la historia, como espera Peñalosa? Es cierto que en los próximos años se empezarán a ver obras que se han estado decidiendo y planeando durante los últimos 12 meses. Hay proyectos concretos para iniciar el metro y para ensanchar el sistema de TransMilenio, para ampliar el espacio público y para construir 30 colegios nuevos y ampliar otros 32. El alcalde sueña con iniciativas ambiciosas como el sendero de las mariposas, el parque de Tominé, el cable aéreo de Usaquén, el parque de San Rafael y los parques lineales del río Fucha, Ciudad Río y Ciudad Lagos de Torca. Y en infraestructura, el desbloqueo de las entradas de Bogotá y la construcción de la ALO. Algunos de ellos, incluso, pueden resultar fantasiosos. Lo cierto es que la Administración se ha concentrado en poner orden, lograr en el Concejo normas para hacer viables los proyectos, y preparar un POT que fijará un rumbo de largo plazo para la ciudad. Se anticipa que a la primera etapa de organización le seguirá una segunda de implementación.

El actual gobierno tiene logros qué mostrar en sus primeros 12 meses en las áreas más cruciales que la ciudadanía aún no ha reconocido. Los más importantes están en el campo de la seguridad: intervino las tres ollas más grandes del narcotráfico –el Bronx, San Bernardo y Cinco Huecos-; los homicidios bajaron en un 5,9 por ciento; los hurtos a personas en un 3,1 por ciento; los robos a almacenes, en un 28 por ciento y los de celulares, en un 27, según cifras oficiales. Y de acuerdo con la Cámara de Comercio, la percepción de inseguridad entre los bogotanos cayó un 14 por ciento.

Pero no se sabe si, a pesar de esos logros y de que pueda cumplir sus planes, Peñalosa vaya a salir en hombros al final de su segundo mandato. Para comenzar, como sucede en la mayoría de las reelecciones, su imagen está desgastada. El Peñalosa peliblanco del siglo XXI no es el mismo que el pelinegro del siglo XX. Sin embargo, sus defectos de personalidad siguen siendo los mismos. Es percibido como arrogante, intransigente y mal comunicador. Su conocido talante obsesivo lo lleva a echar para adelante los proyectos e ideas que ha acumulado durante décadas y cree que ponerlas en práctica es más importante que buscar un reconocimiento inmediato. Eso lo dicen todos los políticos, pero en el caso del actual alcalde de Bogotá es cierto. Se ha desgastado en discusiones inútiles como la de sus títulos universitarios y también ha menospreciado las sensibilidades legítimas de algunos sectores que defienden la continuidad de proyectos sociales iniciados por Petro, o como el de los ambientalistas en relación a los proyectos que cubrirán partes de la famosa reserva Van der Hammen. En una ocasión, el alcalde llamó a estos terrenos “potrero” y abrió heridas que no serán fáciles de sanar.

No obstante, al lado de todos esos errores y defectos hay un hecho innegable. El actual alcalde no solo es un gran ejecutor, sino también posiblemente el colombiano que más conoce la problemática de Bogotá. Su temperamento e imagen son secundarios frente a esta realidad. Peñalosa sabe exactamente para dónde va y trabaja 18 horas diarias para llegar allá. A diferencia de su primer gobierno ha construido mejores canales de comunicación con el Concejo, lo cual es positivo y hace más viable ejecutar los proyectos. Si se cumpliera el plan integral que tiene para la Bogotá del futuro, la transformación de la capital del país sería de una dimensión comparable al salto hacia adelante que produjo su primera Alcaldía.

No es tan fácil

Pero esa no es la razón por la cual la revocatoria no va a prosperar. La verdadera es que, a pesar de su impopularidad actual, la iniciativa no tiene vientos a favor. Hasta el momento hay cuatro comités inscritos con ese fin, cuyos líderes no pudieron llegar a un acuerdo para convertirse en uno solo. Eso implica que cada uno de ellos deberá recoger las 270.000 firmas para hacer la petición de convocar votaciones. Además es clara la presencia en los comités de personas ligadas a Gustavo Petro. Aunque el exalcalde ha dicho que no está interesado en promover la revocatoria, pocos le creen. Algunos de sus escuderos, como los concejales Hollman Morris y Manuel Sarmiento, y los representantes Inti Asprilla y Germán Navas Talero han acompañado las reuniones de preparación de algunos comités. Esas mismas figuras han promovido los debates a Peñalosa en el Cabildo distrital y en el Congreso.

Al sabor político que tienen los comités de revocatoria, se suma la dificultad real que tendrán para conseguir los votos necesarios. Obtener más de medio millón en una elección atípica requiere una movilización difícil de organizar, más aún si se considera que el alcalde cuenta con las mayorías partidistas en el Concejo.

En una campaña sobre su permanencia en el cargo, el alcalde tendría argumentos sólidos para defenderse. Un año es un tiempo muy breve para juzgar una gestión proyectada para cuatro. En Venezuela, por ejemplo, la revocatoria

–introducida en la Constitución por Hugo Chávez– solo se puede poner en marcha después de la mitad del periodo constitucional. A esto se suma que su argumento de que la anterior Administración le dejó un “despelote” inmanejable no es del todo exagerado. No hay nada más antipático que echarle la culpa a un antecesor cuando se enfrentan problemas de imagen, pero en esta oportunidad hay mucho de verdad.

Gustavo Petro gobernó a Bogotá con una combinación de ideología de izquierda y clientelismo que sumados se convirtieron en un coctel explosivo. Sus programas eran bien intencionados, pero la ineficiencia del Estado como administrador, combinado con los subsidios paternalistas, pocas veces producen los resultados buscados. Eso se ha visto en Venezuela a nivel nacional y en Bogotá a nivel distrital.

Y como si fuera poco, a este elemento ideológico habría que sumarle uno político. Petro quiso dejar sentadas las bases para una futura candidatura presidencial que hoy ya se vislumbra. Para esto dejó montada una telaraña de contratos innecesarios que si bien constituyen redes de apoyo para una organización política efectiva, también dejaron a la ciudad con una camisa de fuerza.

El anterior alcalde fue un político talentoso comprometido con su ideología, pero un pésimo administrador. A Bogotá le conviene un mandatario con una visión estratégica que tenga claro cómo debe ser la capital del futuro. Peñalosa tiene plena confianza en que él es esa persona. Darle la oportunidad de demostrarlo es más conveniente que una revocatoria, que de prosperar no sería más que un salto al vacío. Eso definitivamente no le conviene a la capital del país en la actualidad.

Otros casos de revocatoria

Rodolfo Hernández, alcalde de Bucaramanga

Liderada por la Fundación Niños y Jóvenes por Santander (Fundanijosan), desde octubre de 2016 se puso en marcha la propuesta de revocar al alcalde de la capital de Santander, Rodolfo Hernández. Dentro de los motivos expuestos está el apoyo que el mandatario le habría dado a la ideología de género y su incumplimiento de las promesas de campaña. Óscar Iván Díaz, miembro de la fundación y líder del proceso, inscribió formalmente ante la Registraduría el comité que promoverá la revocatoria, para comenzar a recoger las firmas. El alcalde tiene un duro enfrentamiento con Cambio Radical por asuntos relacionados con los planes de vivienda en la ciudad.

Rodrigo Lara Sánchez, alcalde de Neiva

Un grupo de líderes comunales en Neiva acudió esta semana ante la Registraduría local para inscribir un comité de revocatoria del mandato del alcalde, Rodrigo Lara Sánchez. El comité, que designó como vocero oficial a Nelson Augusto Calderón Cuéllar, venía promoviendo hace unas semanas este procedimiento con el argumento de que Lara no ha cumplido en su primer año de gobierno dos de sus banderas de campaña: generar bienestar social y luchar contra la corrupción. El equipo promotor viene respaldado por el sector empresarial que ha manifestado sentirse rechazado por el mandatario. Por el momento la Registraduría tramita la validación del comité para hacerle entrega de los formatos de recolección de firmas.

Juan Pablo Gallo, alcalde de Pereira

El próximo 15 de enero sus promotores inscribirán ante la Registraduría el comité cívico compuesto por diferentes sectores políticos y sociales para revocar el mandato del alcalde Juan Pablo Gallo. Liderado por el dirigente político Edison Noreña, del Centro Democrático, este comité está organizando por cuadros directivos y operativos para comenzar la recolección de firmas una vez la Registraduría valide su aspiración según lo estipulado por ley. Ya casi 700 voluntarios están inscritos para colaborar en el proceso de revocatoria, que se basa en que supuestamente ha incumplido sus promesas de campaña, como detener la realización de contratos que finalmente celebró, por tener varias denuncias sobre supuestos hechos de corrupción y por la liquidación del Instituto de Cultura (Inscultura) y el Instituto de Fomento y Promoción del Desarrollo Económico y Social (Infipereira).