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Santander pierde sus frailejones y el agua queda en riesgo: así ha sufrido el departamento los graves incendios
El fuego intenso arrasó el páramo y llegó a conjuntos residenciales, lo que provocó pánico. SEMANA habla con los campesinos de Santander que perdieron sus cultivos y luchan por rescatar la tierra del fuego.
Santander arde. En menos de una semana, alrededor de 33 conflagraciones encendieron las alarmas. El saldo es devastador: 1.066 hectáreas, incluida muchas de páramo, reducidas a cenizas. Sus tonalidades verdosas pasaron a matices grises y desde el aire reluce una desalentadora escena protagonizada por hojas secas y troncos negrecidos. Hay familias que perdieron por completo su casa, sus enseres, sus cultivos y sus animales.
El fuego inició el pasado sábado 20 de enero. Una cortina de humo apareció sobre una montaña, en inmediaciones del Hospital Internacional de Colombia, en el municipio de Piedecuesta. Pronto, las llamas se extendieron hacia el sector de Ruitoque y en ese momento el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) emitió una alerta máxima por incendios forestales en toda el área metropolitana de Bucaramanga.
Tona es quizás el municipio más afectado. Allí se encuentra ubicado el páramo de Berlín, cuyos estragos abarcan un área de 200 hectáreas en el nororiente de Santander. Ese ecosistema es el responsable de suministrar agua a 2,3 millones de personas que residen en 48 municipios de los dos departamentos.
A Maithé Monsalve y Pedro Antonio Delgado el fuego los alcanzó en Ucatá, una vereda de Tona. Eran las seis de la tarde del 22 de enero cuando lo que empezó como un cortocircuito se convirtió en un incendio de grandes proporciones. La mujer le contó a SEMANA que los fuertes vientos arrasaron con un cableado eléctrico que al desprenderse botó chispas. Esas pizcas de fuego cayeron sobre una porción de vegetación seca, lo que desencadenó un incendio.
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Entre cinco familias intentaron apagar las llamas. Pero al día siguiente, la emergencia sobrepasó los límites. Al despertarse, los habitantes se encontraron con una columna de humo que avanzaba a la par del fuego y se extendía por toda la vereda. “Nos entristece lo que sucede porque el bosque es nativo”, cuenta Pedro Delgado, habitante de la zona.
Luego se avecinaron las consecuencias. Primero, se quedaron sin agua; la intensidad de las llamas abrasó las nacientes de los ríos, provocando un desabastecimiento. Después, el incendio arrasó con 20.000 plantas de fresa y 300 bultos de papa que Maithé cultivaba en su finca para comercializar en Bucaramanga.
El humo comenzó a afectar también la salud. “Nos tocó sacar a los niños y llevarlos a Picacho (corregimiento de Tona) porque al dejarlos allá se ahogan. A mí me ha dolido el pecho, el humo me tiene asfixiada. Estamos como roncos”, dice Maithé.
En la zona, los mismos vecinos apoyaron a los organismos de socorro. Unir esfuerzos es su principal consigna. En el ámbito departamental, la gobernación lanzó la campaña Sembrando Esperanza, con la que se busca recolectar alimentos no perecederos y útiles de aseo para las familias damnificadas, al igual que alimentos para los animales perjudicados.
El gobernador Juvenal Díaz responsabiliza a personas inescrupulosas, manos criminales, así como a quienes suelen realizar prácticas indebidas como fumar y arrojar el desecho al suelo. Pero el viernes le dio a SEMANA un parte de tranquilidad y una alerta. “Después de todo el esfuerzo podemos decir que hoy en Santander no tenemos ningún incendio. Pero tenemos 15 municipios que declararon calamidad por falta de agua. El caso de Barichara es el más delicado”, puntualizó.