JUSTICIA
Santrich, el fugitivo
Si el guerrillero no acude a su cita con la Justicia este martes a primera hora, estaría firmando su rompimiento formal con la paz y pronto empezaría una persecución judicial en su contra.
Como muchos anticipaban, Jesús Santrich se salió con la suya. Desde que el país tuvo referencia del guerrillero de pañoleta y gafas oscuras, su personalidad sinuosa se asomó. Durante las conversaciones de La Habana, ante la pregunta de si pediría perdón a las víctimas, canturreó el cínico “Quizás, quizás, quizás…”. Después, ya firmada la paz, aseguró, reiteradamente, que nunca renunciaría al derecho a la rebelión. Hace apenas unas semanas, al posesionarse en el Congreso, se comprometió a cumplir y defender la Constitución y las leyes, juramentó con la mano izquierda en alto, y de ahí salió para la Corte Suprema y luego para la JEP a prometer que no se volaría. Hizo exactamente lo contrario.
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La escabullida nocturna de Santrich –por una ventana en la trastienda y una trocha– no causó tanta sorpresa como repudio. El guerrillero dejó colgado de la brocha a todo el mundo. Empezando por sus abogados, pasando por las víctimas, el partido Farc (y sus más de 13.000 reincorporados), las altas cortes e incluyendo a la comunidad internacional. Unos y otros se la jugaron por el acuerdo de paz, y han hecho esfuerzos por rodear de garantías el debido proceso a Santrich, a pesar de sus comentarios cínicos, sus incumplimientos y hasta sus posibles delitos cometidos.
Aunque la fuga de Seuxis Pausias Hernández, en general, sea un desastre para la paz, también tiene algunos efectos benéficos.
Su fuga es la última de sus bofetadas al proceso de paz. Por eso, quienes han estado firmes del lado de honrar el compromiso reaccionaron con comunicados en los que le piden que reaparezca. Pero eso no va a pasar. Está claro que el exguerrillero se voló por su propia voluntad. La nota escrita que dejó, diciendo que iba a visitar a un hijo, parece ser un un artilugio para ganar tiempo y tener una coartada en caso de ser detectado al huir. Para nadie es un secreto que Santrich se oculta en algún punto del lado venezolano de la frontera, protegido por Maduro, y muy seguramente junto a su compañero de armas Iván Márquez.
Algunos aseguran que Santrich no está prófugo porque no hay contra él una orden de captura y no tiene ninguna restricción para moverse libremente por el país; además, el Congreso está de vacaciones. Esa es una lectura forzadamente inocente. La verdad, como dijo con ironía The Economist, es que “se había ido sin que nadie se diera cuenta, a pesar de que supuestamente era casi ciego. Y nadie lo ha visto desde entonces”.
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El próximo martes, cuando no comparezca para rendir indagatoria ante la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia, la traición política y moral que le está haciendo al acuerdo de paz empezará a tener implicaciones judiciales y políticas.
La huida golpea a todas las altas cortes. Para empezar, la Corte Constitucional señaló, a raíz de su caso, que la JEP sí podía decretar pruebas a fin de establecer si procedía la solicitud de extradición de Estados Unidos. Tras esto, la JEP recibió palo por mantener la garantía de no extradición ante la negativa de la Justicia norteamericana de poner formalmente a disposición las evidencias.
Luego, el Consejo de Estado determinó que, aún sin haberse posesionado, Santrich ostentaba el fuero de congresista, y abrazando esa tesis la Corte Suprema apartó a la Fiscalía y asumió el espinoso expediente. Ahora, muy pocos magistrados estarán dispuestos a privilegiar sus garantías. De acuerdo con lo ocurrido, aun en el hipotético y remoto evento de que el martes se hiciera presente, tras indagarlo los magistrados seguramente ordenarían su detención preventiva, mientras se decide el caso y la apelación a la solicitud de extradición. Él lo sabe y, por eso, no aparecerá.
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El desvanecimiento de Santrich también le da más fuerza y credibilidad de autenticidad al polémico video, que todo el país conoció y en el que se le ve, aparentemente, negociando un cargamento de cocaína con emisarios del cartel de Sinaloa. Antes de poner pies en polvorosa, el exguerrillero insistió en que todo era un entrampamiento de la DEA en Colombia, que el video había sido manipulado y que por ser ilegal ni la Fiscalía ni Estados Unidos podían aportarlo al expediente. Pero con su proceder hizo trizas sus propios argumentos y ha quedado como un bandido ante el país.
Por otro lado, ha llenado de argumentos a los más feroces críticos del proceso de La Habana. En épocas electorales en las que el uribismo ha utilizado los errores y desaciertos del proceso de paz, la figura de Santrich, irónicamente, se volverá el jefe de campaña del Centro Democrático para hacer campaña y deslegitimar la paz. Esta ‘santrichrización’ de la paz ha sido tan injusta como efectiva, pues reduce a un tramposo la desmovilización de 11.000 excombatientes, que, según la Misión de Verificación de la ONU en Colombia, están cumpliendo a cabalidad con los acuerdos.
Pero el caso de Seuxis Pausias Hernández Solarte, más conocido como Jesús Santrich, cobró tal vuelo y dimensión política que se volvió el pulso simbólico entre quienes exigen reformas al acuerdo y quienes piden observar lo pactado. Los primeros alegaban que él (capturado, liberado y no extraditado) era prueba de que la arquitectura de la justicia transicional tenía graves troneras. Ahora, el fugitivo les da la razón, aun cuando sea equívoco tomar un caso para describir la totalidad. En adelante, cada vez que se quiera cuestionar el acuerdo de paz y argumentar sobre la necesidad de modificarlo, el recuerdo de Santrich saltará al debate como el mejor ejemplo de lo que no debe ser.
Aunque la fuga sea un baldado de agua fría para la paz, también tiene un par de efectos benéficos. Por un lado, el Partido Farc, liderado por Rodrigo Londoño, Timochenko, aligera la fractura interna que maneja Iván Márquez y el propio Santrich.
La clandestinidad de estos implica un rompimiento formal de cobijas con el partido. Figuras como alias el Paisa (Hernán Darío Velásquez) y Walter Mendoza (José Vicente Lesmes), temidos excomandantes, también se han esfumado y seguramente están reagrupándose en Venezuela, bajo la consigna de Iván Márquez de que “fue un error dejar las armas”. Pero, como ya se señaló, el grueso de los excombatientes, en más de un 95 por ciento y en contra de las adversidades, están cumpliendo el acuerdo firmado. Y es conveniente que Timochenko pueda liderar ese propósito sin enemigos agazapados dentro.
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Por otra parte, el Congreso de la República se libra de la foto tóxica de Jesús Santrich como parlamentario. La única semana en que concurrió a las discusiones en la Cámara, el guerrillero provocó desde lágrimas de indignación hasta una protesta silenciosa por parte de los verdes y vehementes críticas del Centro Democrático. El Congreso debe ser la meca de la deliberación, y ha habido choques entre uribistas y algunos de los diez parlamentarios ex-Farc, pero nada comparado al malestar que generó el breve pero agrio paso de Santrich como parlamentario.
La fuga del exguerrillero también puede ser la oportunidad para sacar su tóxica figura del proceso de paz, como acertadamente lo ha pedido el procurador Fernando Carrillo. El deshonroso novelón debería dejar en claro un mensaje: que los excombatientes de las Farc llegaron a la legalidad para quedarse, y que Jesús Santrich y compañía se fueron para no volver. Frente a eso, las autoridades judiciales y el Gobierno deben actuar con determinación. Hay que cumplirles a los primeros y meter presos a los segundos.