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Antiuribismo y antipetrismo: el pulso final por la presidencia
Los siete millones de colombianos que no votaron por Iván Duque ni por Gustavo Petro en la primera vuelta decidirán el nombre del nuevo presidente.
La segunda vuelta en la campaña de 2018 ha resultado muy distinta a las cuatro que se han hecho desde que se introdujo la figura. La principal diferencia es que el electorado llega fraccionado en tres partes: Iván Duque y Gustavo Petro, los finalistas y un 35 por ciento que se dividió entre las otras alternativas. Estos últimos, que no estuvieron ni con Duque ni con Petro –llamados por eso los ninis–, tienen en sus manos la elección entre dos finalistas claramente inclinados hacia la derecha y la izquierda.
Por eso, el juego de alianzas, propuestas, cafés y aproximaciones despegó tan pronto terminó la primera ronda, el 27 de mayo. Los propios candidatos hicieron los primeros movimientos, como era de esperarse. En cuestión de horas, Petro y Duque concedieron entrevistas con los medios de comunicación en los que asumieron, de frente, la necesidad de moverse hacia el centro para caerles bien a los ninis. Duque moderó posiciones sobre la idea de unificar las cortes y sobre decisiones en política exterior como mover la embajada colombiana en Israel a Jerusalén. Petro se bajó de la idea de convocar una asamblea constituyente regional y acotada, con el argumento de que el Congreso elegido el 21 de marzo tiene una importante bancada independiente que puede impulsar reformas en ese escenario.
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Como eran las primeras declaraciones, estas movidas ofrecen apenas un abrebocas de lo que verán los colombianos en las próximas dos semanas. Sobre todo, en la última, antes del 17 de junio, en la que se llevarán a cabo tres debates en televisión. Petro y Duque saldrán con estrategias atractivas para los votantes de centro. Es una característica muy propia de los sistemas de elección en dos vueltas. La retórica radical es más rentable en la primera, para amarrar a los seguidores más simpatizantes, y en la final es más rentable la moderación para atraer a ciudadanos de otros partidos. La clave estará en cuál de los dos se sentirá más cómodo al acercarse al centro y, en consecuencia, resultará más creíble.
Apenas se conocieron los resultados de la primera vuelta se inició el segundo pulso, el de las alianzas entre organizaciones partidistas. En esa partida Duque salió más favorecido que Petro. El candidato del uribismo llegará a la final con el apoyo de todos los partidos mayoritarios: además del suyo, el Centro Democrático, estarán allí Cambio Radical, el Partido Conservador, La U y el Liberal. Esta es una coalición más amplia que la Unidad Nacional que acompañó a Juan Manuel Santos.
A Petro, inscrito por firmas con el nombre de Movimiento de la Decencia, se le sumó el Polo Democrático. El Partido Verde, por su parte, decidió dejar en libertad a sus seguidores para optar por una de dos alternativas, el voto en blanco o Gustavo Petro, con un directo rechazo a la opción de Duque.
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Las convergencias de los partidos políticos, sin embargo, no son el elemento determinante en 2018. La primera vuelta demostró que los partidos han perdido control sobre sus bases, las maquinarias funcionan más en la competencia por el Congreso que en la de la Presidencia, y los votantes –sobre todo en los grandes centros urbanos– sufragan muy libremente. Como si eso fuera poco, en todos los partidos hay disidencias que debilitan la adhesión oficial de las directivas. En el Liberal, que está con Duque, una facción liderada por Juan Fernando Cristo y 14 congresistas apoyan el voto en blanco. También hay miembros de ese partido, con el hashtag # Nos Tocó Liderar a nosotros, con Petro. En el Polo, que está con Petro, Jorge Enrique Robledo votará en blanco. Y hay verdes con Petro, como Antonio Navarro, Antonio Sanguino y Angélica Lozano, y también figuras muy representativas que no han anunciado su decisión, como la excandidata a la vicepresidencia Claudia López y el exalcalde de Bogotá Antanas Mockus. Los excandidatos Sergio Fajardo y Humberto de la Calle coincidieron en anunciar que marcarán la casilla del voto en blanco.
Las fuerzas partidistas, en síntesis, están debilitadas y no definirán este último esprint electoral. A los votantes los mueven sus propias percepciones sobre Iván Duque y Gustavo Petro. Y en una competencia limitada a dos, con posiciones ideológicas muy distintas y algo alejadas del centro, los estigmas y los miedos se convierten en un factor determinante. Para algunos analistas, la campaña presidencial de 2018 será recordada como la elección entre dos miedos, a la derecha de Uribe y a la izquierda de Petro. Una encuesta del Centro Nacional de Consultoría muestra que, de todos los competidores de primera vuelta, Petro y Duque encabezaban la tabla sobre “qué tanto miedo” generaban los distintos aspirantes. A Petro le teme un 38 por ciento de los encuestados, con cifras mucho mayores en los estratos altos que en los bajos. Duque suscita temor a un 26 por ciento de los ciudadanos, que también es mayor en la medida en que sube el estrato, aunque con una curva menos pronunciada que la de su competidor. Pero ambos generan una dosis de temor.
La desconfianza con Petro está asociada con su cercanía –moderada recientemente– con el chavismo en Venezuela. Lo ven como un populista radical que podría afectar la economía de la misma manera que lo ha hecho la revolución bolivariana. Esta visión ha calado profundamente, sobre todo, entre los gremios de la producción y los empresarios en general.
A Duque también lo persiguen fantasmas del miedo. La falta de experiencia y el hecho de haber llegado a donde está sobre los hombros del prestigio de Uribe dan pie para que sus competidores lo retraten como un títere del expresidente y como un camino para buscar revancha contra el santismo. Hasta mencionan al expresidente de Rusia Dmitri Medvédev, quien en su cargo permitió que Vladimir Putin manejara el gobierno de facto desde el puesto secundario de primer ministro, cuando por ley no podía reelegirse.
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La verdad es que los estigmas son exagerados. Colombia está muy lejos de Rusia y es muy distinta a Venezuela. Duque y Petro no están copiando modelos de otras realidades, sino que han construido una versión criolla del pulso normal, en las democracias, entre derecha e izquierda. Pero una competencia así nunca se había visto en Colombia desde que se implantó al sistema de elección a dos vueltas, en 1994. Y la gran pregunta es qué va a mover a los electores en las urnas el 17 de junio. ¿Los miedos a Duque y a Petro? ¿Sus propuestas? ¿Los comportamientos en la recta final de la campaña? ¿La antipolítica?
Hasta el momento no ha habido un tema –un issue– que pueda definir esta elección como lo hizo la paz en todas las elecciones entre 2002 y 2014. Ni siquiera la lucha contra el desempleo, que suele ser un tema de alta rentabilidad electoral. En economía, se ha hablado más de impuestos y de energías limpias que de generación de trabajos. Más que a propuestas, la actual campaña, hasta el momento, ha favorecido a los candidatos que representan un cambio frente a la política tradicional. Duque, desde la oposición a Santos y al proceso de paz, representa un movimiento pendular hacia la oposición, propio de los momentos en los que la gente quiere un cambio de rumbo en las instituciones. Petro, por su parte, es una alternativa a los partidos tradicionales y a las formas estructurales de la política: la ciudadanía contra las maquinarias. No por coincidencia Sergio Fajardo estuvo muy cerca de pasar a la final –le faltaron menos de 200.000 votos– con figura y discurso de antipolítica.
Si los colombianos dijeron, el 27 de mayo, que quieren un cambio, el 17 de junio dirán en qué dirección lo quieren: hacia la derecha o hacia la izquierda, en versiones más radicales que las que normalmente dominan las elecciones en este país. ¿Qué quieren los electores? Y sobre todo: dado que quienes votaron por Duque y por Petro en la primera vuelta ya están alineados con ellos dos, ¿qué prefieren los ninis entre las únicas tres opciones que quedan (esos dos candidatos y el voto en blanco)? El Centro Nacional de Consultoría usó su simulador electoral para indagar acerca de las simpatías de quienes sufragaron por las otras alternativas. El botín más apetecido, el de Sergio Fajardo y sus 4,6 millones de votos, se reparte en un 36 por ciento hacia Petro, un 27 hacia Duque y un 37 se declara indeciso. Quienes estuvieron con Germán Vargas se inclinan en un 40 por ciento hacia el candidato uribista y un 33 hacia su competidor. Y los de De la Calle favorecen a Petro en un 48 por ciento y a Duque en un 40.
Los analistas consideran que la abstención y el voto en blanco pueden aumentar en un pulso en el que el centro quedó vacío, y entre dos aspirantes que tienen, cada uno por distintas razones, dificultades para conquistar ese espacio. Con el liderazgo de Sergio Fajardo, Jorge Robledo y otras figuras representativas de la Alianza Verde, más votantes pueden marcar la casilla del voto en blanco que en cualquier otro momento del pasado.
El otro interrogante es cuál será el efecto final de la convergencia de La U, el Partido Conservador, el Liberal y Cambio Radical en torno a Iván Duque. Para algunos, semejante constelación asegura el triunfo. Para otros, no tienen impacto en los comicios presidenciales –a diferencia de los de Congreso– y le facilitan a Petro su discurso como alternativa a la política tradicional. Una vehemente entrevista del jefe del Partido Liberal, César Gaviria, en La W, suscitó críticas por su falta de coherencia al adherir a Duque después de haber sido el jefe de la campaña por el Sí en el plebiscito por la paz.
El politólogo Fernando Cepeda considera que desde 1991 –con el fin del bipartidismo y el tránsito hacia un esquema pluripartidista– en Colombia apareció una práctica que él denomina “el partido presidencial”. Consiste en que cuando hay un nuevo presidente, la mayoría de las organizaciones se alinean en torno suyo. La mayor ventaja es que asegura la gobernabilidad. Pero esa coalición, ante un gobierno desgastado como el de Juan Manuel Santos, sufre las consecuencias electorales: quienes representaban la continuidad –Germán Vargas, De la Calle, Juan Carlos Pinzón– salieron mal librados en la primera vuelta. Por eso, Duque los ha recibido con discreción, sin actos públicos ni adhesiones pomposas.
El pulso final, en síntesis, es una batalla ideológica como no se había visto en Colombia, entre la derecha y la izquierda en versiones no tan moderadas, y con un centro angosto. En este último está un tercio del electorado, que desconfía de la independencia de Duque frente a Uribe y considera que su posición sobre derechos civiles es un paso atrás, y de Petro por su falta de compromiso con la economía de mercado y por su estilo autoritario. Entre estos dos temores, los ninis tienen en sus manos escoger el sucesor de Juan Manuel Santos.