Nación
SEMANA fue el único medio que ingresó a la aterradora casa de la muerte de Los Maracuchos en Bogotá. Esto fue lo que encontró
SEMANA llegó a las entrañas de la llamada casa de Los Maracuchos, la banda de asesinos que se enquistó en el centro de Bogotá.
Los Maracuchos se consolidó como una organización criminal que llegó de Venezuela, se enquistó en el centro de Bogotá y en una alianza con la muerte se apoderó del tráfico de drogas en la llamada zona de tolerancia, la tierra de nadie y donde impera la ley del silencio.
Esta banda de asesinos tenía una sede de operaciones, una fachada para sus aterradores crímenes, el lugar donde sentaban su pesadilla, una casa en plena calle 24 con avenida Caracas. La casa de Los Maracuchos estaba diagonal a una estación de TransMilenio, tenía entradas y salidas como un centro comercial.
Fue en esa casa, según la Fiscalía, donde Los Maracuchos edificaron su imperio de muerte y brutalidad. Se trata de un pagadiario, un improvisado hotel donde las personas –adictos, criminales, prostitutas y habitantes de calle– pagaban hasta 6.000 pesos por una noche de alojamiento.
Primer piso
La foto que hizo famosa la casa de Los Maracuchos es donde la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, aparece mientras se abre paso por ese escenario de terror. La mandataria se ve en la mitad de una tonelada de desperdicios, mugre y los rastros de una entrada que otrora fue la residencia de una millonaria familia.
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En la primera planta hay una especie de lobby, unos locales y bodega que, antes de la intervención de las autoridades, era usada como lavadero de motos y centro de acumulación de reciclaje; claro, también de expendio de estupefacientes.
La escalera en caracol, propia de las grandes mansiones, lleva a un segundo piso, pero antes hay que atravesar una trampa llena de ratas y un muladar de objetos abandonados, de un traslado que nunca ocurrió. Hay colchones, repisas, lámparas, mesas y sillas, todas carcomidas por la humedad.
Segundo piso
Hay habitaciones, según las informaciones, donde estaban quienes administraban este centro de torturas. Los cabecillas de la organización criminal. Cuartos con baño privado y muy cerca un hueco que comunicaba directamente con el primero piso y de ahí otras edificaciones en ruinas, en caso de tener que escapar de los operativos.
En esa segunda planta estaba la sede social. Un intento de centro de reuniones con mesas, pista de baile y las estructuras donde estaba colgado un televisor con un sistema de sonido que animaba todo el lugar. Un bar por las noches y un restaurante en el día.
En ese segundo piso también estaba la escalera de caracol que llevaba a las otras dos plantas, al resto de habitaciones donde, de acuerdo con las investigaciones, asesinaron a varias personas que se enfrentaban a Los Maracuchos o, en el peor de los casos, incumplían las reglas impuestas en el barrio Santa Fe.
Tercer y cuarto
En estos pisos es donde ocurrieron los asesinatos, de acuerdo con la investigación que adelantó la Fiscalía en contra de los llamados Maracuchos. Son habitaciones divididas con telas y cartones para convertirlas en cambuches inferiores a un metro y medio cuadrados.
En esos diminutos espacios ubicaban mesas de panadería que convertían en improvisadas camas. Con tablas acomodaban los cambuches para alquilarlos hasta por 3.000 pesos la noche. Más de 50 ‘recohuecos’ se esparcen por los dos pisos.
Pasar por esos pequeños rincones resulta perturbador, los pasillos no tienen más de 40 centímetros y hay que caminar de lado para atravesar las habitaciones en medio de una oscuridad tétrica, que espanta con el olor a humedad y a animal muerto.
Es realmente aterrador cruzar los dos pisos plagados de habitaciones oscuras en la casa de Los Maracuchos. Se siente el rastro de crímenes, consumo de drogas y muerte en cada espacio. Caminar por los pasillos da la impresión de caer en una trampa.
La llamada casa de Los Maracuchos, por fortuna, estaba ubicada en una zona de expansión de las obras del metro de la capital del país. Su demolición estaba programada hace meses y se espera que en un par de días esté reducida a escombros.