Reportaje
Semana Santa: el cierre del camino y la resurrección de Monserrate
SEMANA estuvo en el cerro al que suben miles en búsqueda de un milagro. Así se vive la pandemia y la angustia que deja en decenas de vendedores que viven de esta peregrinación las restricciones impuestas para esta celebración religiosa.
Es 21 de marzo, el quinto domingo de la cuaresma y el último antes de Domingo de Ramos, con el que se inicia la Semana Santa de 2021. En el oriente de Bogotá, en la falda del Cerro de Monserrate, desde la madrugada comienza la peregrinación de feligreses que esperan postrarse frente al Señor Caído, una de las imágenes religiosas más significativas de la Pasión de Cristo.
Visitar la obra del escultor colombiano Pedro de Lugo Albarracín va más allá de venerar una imagen del siglo XVII tallada en madera, plomo y plata. Para los creyentes, es la posibilidad de recordar a un Dios que entregó la vida de su hijo por amor, que permitió que muriera en la cruz para el perdón de los pecados de la humanidad. Es la manera de contarle de cerca, como cuando se le habla a un papá, los problemas que cada quien lleva sobre sus hombros. Es la excusa perfecta para agradecer por los favores recibidos. Así le cuentan a SEMANA varios de los católicos la experiencia de visitar la basílica.
Yury Herrera y Alexander Pardo son esposos, no superan los 40 años de edad. Tan pronto llegan al primer escalón del camino se quitan sus zapatos deportivos y las medias. Consideran que están en un terreno santo y por eso deben subir descalzos. Visitar el santuario cada domingo es una costumbre que realizan desde muy jóvenes, pero que no pudieron volver a hacer durante seis meses cuando en 2020 ese enemigo invisible atacó al mundo y llegó a Colombia. En esta oportunidad quieren agradecer que él sobrevivió a la covid-19. “Lo más duro es querer levantarse y no poder hacerlo. Si no fuera por la fuerza de Dios, uno se desvanece, porque el cuerpo en sí no le responde. Hasta coger un vaso de agua es difícil”, contó Alexander.
Ese domingo, los caminantes, el padre Pinzón y los comerciantes tienen sentimientos encontrados: están felices por que el cerro ha vuelto a la vida, pero están tristes porque es el último domingo en el que el sendero ecológico estará abierto, ya que la Alcaldía de Bogotá ordenó su cierre desde el 28 de marzo hasta el 5 de abril de este año. Medida tomada para evitar un nuevo brote en medio de la pandemia que se ha llevado a más de 62 mil en Colombia.
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El cierre le trae al padre Pinzón los aciagos recuerdos de la Semana Santa de 2020, cuando tuvieron que cerrar el santuario durante 6 meses, desde marzo hasta septiembre exactamente. “Fue impactante, ver todo solo y en una Semana Santa, donde estábamos acostumbrados a recibir a miles de creyentes en el lugar”, dice el sacerdote, que pasó esa Semana Mayor, la tercera como rector de la basílica, acompañado solo de dos de sus sobrinos, los miembros de dos familias que viven en el cerro y los vigilantes.
Él contó que nunca dejó de celebrar la eucaristía, todas las transmitía por Facebook y el único que subía al cerro era el cantante que amenizaba las celebraciones religiosas. “La obra de Dios se va dando, en los momentos difíciles el señor también lo acompaña”, eso le dice a quienes durante la pandemia perdieron su empleo, como 18 de los trabajadores del santuario que formaban parte del equipo dominical y que por falta de recursos no continuaron trabajando allí. Les tocó prescindir del 50 % de sus colaboradores, pese a que la basílica tuvo el apoyo de la arquidiócesis de Bogotá. Sin embargo, a esta institución la cuarentena afectó sus arcas porque que muchos católicos dejaron de donar recursos para sus obras.
El impacto del cierre de las iglesias no solo afectó los ingresos con los que se mantienen los templos y sus funcionarios. También cientos de vendedores informales resultaron damnificados. María Mendoza completa 9 años vendiendo velas, se ubica a unos 100 metros de la entrada principal del cerro, en la parte de abajo. “Lleve las velas y los cuerpitos de la salud a mil y dos mil pesos”, grita con su hija de 10 años al lado y que la acompaña a sacar un mueble con ruedas de 50 por 70 centímetros de superficie y un metro de alto. Ambas lo surten con veladoras multicolores y con las figuras de cuerpo humano hechas de cera amarilla.
Ella se ha vuelto una experta en identificar las necesidades de los feligreses de acuerdo a lo que compran: “Lo que más se vende son los cuerpitos, representan a cada persona y se le presenta a Nuestro Señor de Monserrate para pedir por la salud. Las velas blancas también son de las que más compran, son para la salud y llevar tranquilidad a los hogares”. María explicó que con las velas rojas muchos van a pedir por el amor que se perdió en los hogares y que llevó a que muchas parejas se divorciaran. Al encender la veladora verde, están suplicando por trabajo, y las velas amarillas son para pedir el favor de que llegue dinero a las casas que tanto ha escaseado por los efectos colaterales de la covid-19.
Al día se puede ganar entre 30 mil y 40 mil pesos. Y para surtir su negocio, a veces pide créditos porque con lo que gana allí solo le alcanza para cubrir la deuda y suplir las necesidades básicas de su familia. El año pasado toda la mercancía que compró se quedó guardada. Recuerda que esperaba con ansias la época del año en la que más vende: Semana Santa. “Todas las velas se me quedaron guardadas y me tocó prender unas de esas para pedir por mis necesidades”, le contó a SEMANA. Ella prendía todos los días una vela blanca para ver si los dirigentes encontraban una “lucecita” que les solucionara su falta de trabajo, sin el temor a una multa o contagiarse.
Cerca a su punto de venta está Carlos Trujillo, tendido en el piso, con unas muletas de madera y cubierto con un plástico blanco que recubre su frágil cuerpo, consecuencia de una poliomielitis. Asegura que desde hace 25 años vive de la misericordia de los feligreses y gracias al buen corazón de ellos construyó “un rancho” en un lote que le dejó su suegro. ”Como nadie me contrata para un trabajo, por eso pido para vivir, para pagar la alimentación, vestido y otros gastos”.
Muchos de los visitantes al templo, caminan por su lado, algunos lo miran con misericordia y le dan una que otra moneda. Otros susurran: “Le ha tocado fácil en la vida, está acostumbrado a que todo se lo den, hasta en cerveza se gastará la plata”. Trujillo dice que ya está acostumbrado a esos momentos incomodos, pero ninguno como el de no llevar de comer a su familia, una de las experiencias más difíciles que vivió en la Semana Santa pasada. “Dejé de ir a las iglesias para ir a las casas grandes de familia, con las muleticas andado y pedía que me ayudaran con una panelita, un arrocito o cualquier monedita”. Agregó: “Dios juzga al juzgador porque al que critica también en el reino de los cielos lo criticaran”.
A la basílica llegan al día miles de personas, antes de la pandemia superaban los 19 mil, según las autoridades que custodian el lugar. Ahora es necesario seguir un plan semáforo. Instalaron un torniquete por el sendero peatonal en el que se lleva el conteo de las personas que empiezan a subir el cerro. Si suman más de seis mil, frenan los ingresos y tienen que esperar varios minutos que pueden ser horas, hasta que empiecen a bajar los otros fieles. Es la estrategia para no superar el aforo permitido.
En las escalares se ven personas de todas las edades: ancianos, niños de brazos, personas con limitaciones para ver o caminar. Unos suben cada escalón rezando el rosario o haciendo las novenas. Quizás la que más se ve en las manos de los feligreses es la caratula verde con el título ‘Novena a la sangre de Cristo’.
Se escucha la oración del Padre Nuestro y del Ave María, que hacen en voz alta para evitar desconcentrase con el ruido de alrededor. Algunos gritan asustados que en medio de tanta gente les robaron cámaras o celulares. Otros llevan parlantes en los que amplifican la música que más les gusta y que se mezcla con el coro de los vendedores ambulantes: “a la orden la botella de agua. Compre un pedacito de sandía para que se refresque. Lleve el rosario. Le tengo una réplica del Señor Caído para que arriba el padre se lo bendiga y lo lleve de recuero para su casa”.
Más de 150 vendedores viven de la romería. Por eso se mezcla la alegría de ver a tantas personas y la frustración que da el saber que es el último domingo antes de la Semana Mayor que podrán atenderlos, pues la alcaldía solo permitirá en los días santos el ingreso de quienes tengan la posibilidad de pagar entre 13 mil y 22 mil pesos, según el día, para subir y bajar en teleférico o funicular.
“Yo considero que nos afecta a nosotros porque si cierran el sendero de Monserrate deberían cerrar todo”, dice a SEMANA Guillermo Velandia, su familia ha sido comerciante en el sendero peatonal desde hace siete generaciones. “Si usted se da cuenta si se sube en un vagón de esos. Corre más el riego de contagiarse por esos medios de transporte que acá que está al aire libre”.
Muchos de los que suben a pie se retiran el tapaboca a mitad de camino, porque se les dificulta respirar, ya sea por el agotamiento físico o los efectos de estar a 2310 metros sobre el nivel del mar. No todos los que logran llegar a la cima pueden entrar a las eucaristías, algunos la escuchan desde afuera. Cada hora y media hay celebraciones con todos los protocolos. Antes de ingresar les aplican alcohol y gel no solo a sus manos sino a las imágenes, al agua y al aceite que presentaran ante el Señor Caído para su bendición.
Las bancas pese a que tienen señalización para dejar un espacio de distancia, en su mayoría están llenas. “Vienen familias completas en los que sus miembros viven juntos y no se justifica separarlos en el templo”, aclara el padre Jesús. Él toma sus propias medidas, en la mesa del altar no solo están el cáliz, la biblia, las hostias, las vinajeras y otros elementos litúrgicos, sino un dispensador de alcohol y gel antibacterial, que utiliza el sacerdote cada vez que tiene contacto con la comunidad.
El padre Jesús, cuando baja del altar a dar la comunión, se pone su tapabocas y una careta acrílica. Los feligreses reciben en sus manos la hostia consagrada. Y aunque el padre recomienda no dar el saludo de la paz, le es imposible evitar que algunos fieles se abracen o den la mano.
El padre sabe que esta Semana Santa será diferente, aunque a diferencia del año anterior tendrá visita de feligreses, será mínima y está de acuerdo con las decisiones del distrito, porque sabe que es necesario priorizar la salud pública. Solo subirán al templo alrededor de 9 mil personas por día. En esos días el funicular hará alrededor de 90 viajes diarios, y en cada uno de ellos solo se podrán transportar a 45 pasajeros por trayecto.
Lo que se teme es que las donaciones y ayudas recibidas en los días santos sean insuficientes para tantas necesidades por atender. Cada día tiene una destinación diferente: “el Jueves Santo hay que recoger para algo que se llama la comunicación cristiana, con la que se financia parte de la pastoral social en los sitios muy necesitados”, explicó el sacerdote. Las ofrendas recibidas el día de la pasión de Cristo, en todas las iglesias católicas terminan en Tierra Santa, “donde hay que ayudar a los cristianos que viven en situaciones muy difíciles, aunque son pocos, son muy pobres”, señaló el rector del santuario.
El padre Jesús dejó claro que esta época es de recogimiento y reflexión, “no va a ser el fin del mundo definitivamente todo tiene su ciclo, todo viene y todo se va, pero Dios permanece”.