NACIÓN
La fe en medio del desastre
El coronavirus ha hecho que muchas personas vuelvan a acercarse a la religiosidad, un fenómeno que algunos rechazan, pero que sirve para incentivar valores abandonados como la empatía y la cohesión social.
En tiempos de tragedias y calamidades la humanidad recurre a la fe, la espiritualidad y la religión. Y este momento no es la excepción. Hace unos pocos días, Jeanet Sinding Bentzen, profesora de la Universidad de Copenhague, Dinamarca, reveló que la religiosidad ha aumentado de manera vertiginosa en el mundo. Para afirmarlo analizó las estadísticas de búsqueda de la palabra prayer (oración en inglés) en marzo en Google. La investigadora, especialista en la relación entre tragedias y religiosidad, explica que cuando aparecen los primeros casos de contagiados en un país, esta palabra empieza a tomar una importancia inusitada en las tendencias del motor de búsqueda. Así mismo, manifiesta que este incremento se da por igual en naciones musulmanas y cristianas, acompañado por el llamado de líderes políticos y religiosos a reencontrarse con la fe.
Este particular momento de crisis y de mayor búsqueda de la fe como refugio tiene lugar en medio de cuarentenas prolongadas que impiden las reuniones masivas. Lugares de gran concurrencia de fieles como la plaza de San Pedro en el Vaticano; la mezquita Másyid al-Haram en La Meca, Arabia Saudita; o el Muro de las Lamentaciones en Jerusalén ahora se encuentran vacíos. Esta situación ha representado un desafío para los líderes religiosos a la hora de mantener la comunicación con sus fieles, pues han tenido que recurrir a la tecnología para ofrecer sus servicios. Solo un ejemplo: el papa Francisco ofició la misa de Domingo de Ramos en una basílica de San Pedro casi vacía, en la que estaban solo unas cuantas monjas, los servidores más cercanos del pontífice y los miembros del equipo técnico encargado de realizar la transmisión.
Pero, pese a esa imposibilidad de reunirse para celebrar las liturgias, el número de personas que se reencuentran con la fe sigue en aumento. ¿Por qué ocurre este fenómeno? La sabiduría convencional indica que esto sucede porque los seres humanos buscan refugio y consuelo ante una circunstancia que no pueden controlar y que pone en peligro sus vidas. También que lo hacen porque sienten que lo sucedido es un castigo divino. No obstante, las razones de esta búsqueda o del reencuentro con la espiritualidad van más allá del consuelo y no se pueden explicar como una aflicción impuesta por Dios.
SEMANA habló con representantes de varias religiones en el país, que explicaron la importancia de la fe en estos tiempos de dificultad y desmintieron ciertas concepciones sobre la religión y Dios, y su relación con las tragedias. A pesar de sus diferencias teológicas y filosóficas, el cristianismo, el judaísmo y el islamismo tienden a coincidir en que más allá del consuelo, el refugio y la fortaleza que puede dar, la fe en estos momentos sirve ante todo para realizar un examen de cómo hacemos las cosas, hacer una introspección y descubrirse a uno mismo. “Desde la perspectiva católica y cristiana, la fe lleva a evaluar de manera profunda los valores, y a descubrir que como persona, frágil y mortal, debo tener humildad y una actitud para descubrirme a mí mismo”, dice monseñor Rubén Salazar Gómez, arzobispo metropolitano de Bogotá.
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Para estos representantes religiosos, la relevancia de la fe radica en que incentiva los sentimientos de cohesión social y solidaridad. No en vano, en una carta enviada en estos días al papa, el ayatolá iraní Alireza Arafi, rector de la Universidad de Qom, le pide juntar fuerzas y a partir de la fe trabajar en una mayor empatía que permita enfrentar la pandemia. En ese sentido, el rabino Iehuda Gitelman, líder de la sinagoga Montefiore en Bogotá, dice que las dificultades por las que atraviesa la humanidad sirven para ver a Dios en uno mismo y en los demás. Por ejemplo, “salir a aplaudir todas noches a los médicos por su labor es una forma de ver a Dios en la vida de los demás. El prójimo es un elemento importante para conocer a Dios”.
Un aspecto interesante de la fe en tiempos de pandemia tiene que ver con la percepción sobre la tragedia. Según los líderes religiosos, la covid-19 no es un castigo divino para que el hombre vuelva al camino de Dios. Aunque con algunos matices, ellos coinciden en que el ser humano causa la gran mayoría de las tragedias en el mundo, y que en eso no hay que meter a Dios. Por eso señalan que buscarlo para pedirle perdón y calmar su furia o creer que él es vengativo no tiene nada que ver con la fe. “En el pensamiento judío somos conscientes de que podemos darnos nuestro destino, porque él nos entregó la posibilidad de crear y recrear. Dios no nos pone a sufrir; él quiere que nosotros creemos nuestro destino”, señala Gitelman. “La religión y el cristianismo no tienen que ver para nada con una lectura alarmista y apocalíptica de las tragedias”, dice el exsacerdote católico Alberto Linero.
De acuerdo con ese razonamiento, no hay que acercarse a la fe para buscar milagros. “Muchas personas creen que Dios es milagrero y se olvidan de que él nos entregó un mundo con ciertas reglas para que lo aprovecháramos. Otra cosa es que nosotros lo hayamos utilizado mal. Dios no está para hacer milagros sobrenaturales; los milagros se encuentran en la vida diaria y en el prójimo”, explica Salazar. Al respecto se expresó Ahmad Tayel, líder de la mezquita central de Bogotá: “La religión tiene que acercarnos al mundo y ayudar a organizarlo y a entenderlo; no tiene que llevarnos a buscar milagros. Si fuera así, la religión no sería lógica, y el islam nos pide aferrarnos a la causa y buscar la explicación científica del mundo”. De esta manera, la fe tampoco entra en choque con la ciencia.
Hay muchas explicaciones al fenómeno de la religiosidad en medio de las tragedias. Sobre eso hay miles de páginas, y no sobran los que piensan que esta actitud forma parte del lastre supersticioso de la humanidad. Sin embargo, esta vuelta a la fe también puede promover valores como la empatía y la cohesión social. Si la fe o la religión hace más empáticas y solidarias a las personas y las lleva a una evaluación de cómo han maltratado el mundo, bienvenida sea.