Especial Semana SANta
Semana Santa: la fe que ni la pandemia doblegó
Durante la pandemia el fervor a Santa Marta, patrona de las cosas imposibles, ha servido de consuelo a los fieles que le han pedido el milagro de salvar a algún familiar que cayó gravemente enfermo de coronavirus.
Son las 3:45 de la tarde del martes 23 de marzo y un inclemente aguacero cae sobre la Iglesia de Santa Marta y sus alrededores, pero eso no le importa a cerca de 50 fieles que, con sombrillas o cubiertos de chompas, hacen fila alrededor del templo para entrar a la misa de cuatro de la tarde. Las rejas están cerradas y al fondo se ve a monseñor Rafael Cotrino ofreciendo la misa a menos 100 personas. Él está diciendo las últimas palabras del quinto día de la novena a Santa Marta.
Minutos después, uno de los colaboradores de la parroquia abre las rejas y las personas empiezan a salir, mientras los que hacen fila se preparan a entrar. En la puerta los reciben otros dos colaboradores con gel antibacterial y alcohol y una vez está lleno el cupo, vuelven a cerrar la reja. Unos cuantos fieles se quedan por fuera y no tienen más remedio que escuchar la misa en un andén de metro y medio de largo por cuatro de ancho. Unos alzan las manos en señal de oración, otros agachan la cabeza y cierran ojos para escuchar con atención la voz de monseñor amplificada por dos altavoces puestos a las afueras de las Iglesia. Dos vendedores informales que tienen sus ventas bien cubiertas con sombrillas y plásticos al finalizar el andén, les dicen a los que no alcanzaron de entrar, que pueden resguardarse bajo su negocio, al tiempo que les ofrecen la novena, la imagen de la patrona y el agua para bendecir.
Con o sin lluvia, en la madrugada, al medio día, en la tarde o en la noche, esa escena se repite todos los martes entre 5:45 a.m. y 7:00 p.m., desde septiembre de 2020, cuando se permitió realizar cultos religiosos. “La fe sigue intacta, es más, creo que la pandemia ha acercado más las personas a Dios, pero las condiciones que celebramos nuestras misas han cambiado”, dice monseñor. Precisamente es el cambio lo que ahora rige el culto a Santa Marta. Y aunque la fe en la patrona de las causas imposibles sobrevivió a la pandemia, su culto no es el mismo de hace un año. Las romerías de personas, los trancones de los alrededores y la multitud de vendedores informales son cuestiones del pasado, todos tiene fe que ella haga el milagro y que en el menor tiempo este importante santuario de Bogotá vuelva a recobrar el esplendor de antes. Todos esperan que el viacrucis que empezó el año pasado pronto termine.
La mala noticia
Cuenta monseñor Rafael que el mandato de cerrar las iglesias días antes de la Semana Santa fue una noticia que los dejó, a él y a sus feligreses, en una profunda incertidumbre. No tenían ninguna certeza, ni cuando volverían a abrir o a celebrar de manera presencial. “Fue un año muy difícil. Cuando nos pidieron que cerráramos, fue un golpe muy duro para la vida parroquial. Primero, porque nos quedamos sin fieles a quién celebrarles la eucaristía. Yo celebraba misa con una comunidad de tres religiosas que viven cerca de acá y con dos personas con las que vivo”, dice.
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Esa misma incertidumbre también la sintieron los centenares de comerciantes, vendedores ambulantes, empelados de los negocios religiosos y cafeterías y cuidadores de carros de carros que de la noche para la mañana se quedaron sin un solo peso de ingresos. “En un buen martes yo podía vender hasta 200 aromáticas de 1.000 pesos. Un martes pasé por ahí y me dio tristeza ver ese parque y las calles vacías”, comenta Julio, un vendedor ambulante.
Él se ha dedicado a ese ofició desde hace 15 años. Su rutina era llegar los martes en la madrugada, a vender sus aguas aromáticas calientes. Después hacia las diez y 11 de la mañana, recorría otros sitios de la ciudad como el 7 de agosto y regresaba a la iglesia de Santa Martha hacia las 6 de la tarde para ofrecer su producto a las personas que asistía a las dos ultimas misas. En los otros días recorría otras iglesias u otros barrios de Bogotá para mantener un ingreso fijo. Ese era su diario vivir hasta que en marzo todo cambió. No había ni iglesias ni negocios abiertos para ofrecerles las personas friolentas sus aromáticas calientes.
Algo similar le sucedió a Gonzalo Siatova que lleva cuatro años vendiendo velas, aguas y artículos religiosos. A él la fe y la devoción de los feligreses le dio la oportunidad de tener un trabajo digno para pagar arriendo, servicios y llevar comida a su casa. Antes de dedicarse a esto, duró casi 30 años lavando carros hasta que el médico le dijo que tenía que escoger entre la salud o su trabajo. Preocupado su futuro, su madre que toda su vida ha vendido velas, le dijo que hiciera lo mismo que ella. Él empezó a ofrecer sus productos los domingos en el 20 de Julio, los lunes en el cementerio del sur y los martes en la iglesia de Santa marta. Y cuando había fechas religiosas especiales en otros pueblos o ciudades cogía carretera. Pero en marzo del año pasado su vida y trabajo itinerante se acabó y empezó a pasar necesidades en la casa que comparte con sus hijos y esposa, su madre y padre y sus hermanos y sus familias.
Acomodarse a las circunstancias
“Con el paso de los días fuimos encontrado caminos para hacer nuestra acción pastoral que estuvo congelada casi durante un mes de pandemia. Entonces acudimos a todas las redes sociales para celebrar misias y reiniciamos de manera virtual algunos sacramentos. Volver a nuestra actividad nos llenó felicidad, pero sentíamos el vacío de anunciar el evangelio sin tener a nuestros fieles de manera presencial”, cuenta monseñor.
Una de las particularidades del culto a Santa Marta, entre otras cosas, es la lectura de las llamadas intenciones en las que se pide por la salud de un vivo o la paz eterna a un muerto. Para que sus fieles no se privaran de ese servicio, monseñor comenzó a recibirlas de manera virtual por las redes. Él recuerda escenas muy tristes con las intenciones: “un día me escribían por las redes pidiendo una intensión por una persona enferma de coronavirus y esa misma noche o al otro día me volvían a llamar para decirme que cambiara la intención porque su familiar había muerto”.
Gonzalo y Julio también buscaron nuevas maneras de hacerse lo del diario. Gonzalo cogió su camioneta y empezó a vender por las calles mercados y tapabocas, “no era tan rentable, pero algo deja”, dice. Y Julio se dedicó a vender moringa, aquella planta que se dice es Milagrosa para curar el coronavirus, que compraba en la plaza de los yerbateros del Samper Mendoza.
Renace la esperanza
En septiembre la Alcaldía de Bogotá dio la autorización para abrir las iglesias, previa aprobación de los protocolos de bioseguridad. “Nosotros fuimos una de las primeras parroquias en obtener el permiso. Nuestra primera misa no fue un martes sino un jueves. Recuerdo bien esa alegría de ver entrar a la genta así fuera en un 35 por ciento de capacidad. Fue tanta la emoción que les dije a ellos ‘les agradezco su asistencia, por fin deje de dar misa hablándoles a las bancas vacías”, dice.
Monseñor comenzó con tres misas los martes y poco a poco fe incrementando su número hasta llegar a las 8. Para él la reapertura fue una bendición no solo porque volvía a ver a sus feligreses y reactivaba otros sacramentos, sino que pudo acoger las cenizas. “Al dolor de la muerte de una persona se sumaba el no poderles ofrecer la liturgia. Nosotros acogimos recibir las cenizas de los difuntos en la cripta de la parroquia y leerles la liturgia con la presencia de unos pocos familiares”.
Para los vendedores ambulantes y comerciantes de la zona la reapertura de septiembre fue una bendición a medias. Algunos de los dueños de locales de artículos religiosos vendieron sus locales y los que no lo hicieron debían millonarias sumas por arriendo. Algo similar ocurrió con las tiendas donde se vendía el tradicional pandebono con jugo. Tan solo unos pocos sobrevivieron. Cuando reabrieron las puertas de sus negocios algunos tuvieron que contratar nuevos empleados, fue una buena noticia.
También, poco a poco los vendedores ambulantes comenzaron a llegar. “Estar otra vez en el ruedo” como dice Gonzalo, los tranquiliza un poco, pero todavía sienten que falta mucho tiempo para que las cosas vuelvan a ser como antes. “En este momento yo solo vendo el 60 por ciento de lo que me hacía hace un año y para completar el dinero faltante sigo vendiendo mercados en mi camionetica”. Gonzalo al igual que, los feligreses y demás comerciantes tienen la fe puesta en Santa Marta, para que ya sea por medio de la vacuna o de un milagro la iglesia se vuelva a llenar como antes.