HOMENAJE
"Mi hermano fue líder que quiso aprenderlo todo"
Augusto Galán Sarmiento hace una semblanza de Luis Carlos Galán.
Nuestra familia es de origen santandereano, charaleño; signada y orgullosa con el ejemplo de sus mayores. Nuestro padre, Mario Galán, trabajador desde los 7 años, ahorró para pagarse en Bogotá sus estudios secundarios y de Derecho. Nuestra madre, Cecilia Sarmiento, la mayor de seis hermanos y huérfana de padre a los 13 años, estudió secretariado comercial para ayudar a su madre, nuestra inolvidable Mamía, quien asumió su viudez trabajando como telegrafista en San Gil. En un entorno austero, laborioso y disciplinado, fundado por ellos, creció y se formó Luis Carlos.
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De niño le temía a la oscuridad y no le gustaba quedarse solo. Como casi todos los Galán Sarmiento era tímido. Eso sí, el carisma simpático y cordial que poseía lo asistió desde la infancia y su presencia era notoria y grata en cualquier escenario. El ‘Mono’, como cariñosamente le llaman mis hermanas, se divertía como los niños de entonces: con mucha imaginación. Escuchaba las radionovelas de la época; ellas aún recuerdan compartir El tremendo juez y La tremenda corte y El derecho de nacer.
Antes de los 10 años había leído los discursos de Gabriel Turbay. Por diversión y para mejorar su elocuencia, utilizaba sinfonías en alto volumen con las que retaba la fuerza de su voz. Le dio resultado: hacia los 12 años ganó el concurso de oratoria en el Colegio Antonio Nariño –entonces laico– donde se graduó de bachiller con honores.
Hacía ejercicio sin ser gran deportista. Perteneció a los Boy Scouts con mucho entusiasmo junto a nuestro hermano Gabriel. Efectuaba caminatas y maratones y tuvo un afecto especial por el ciclismo. A Alberto y a mí nos regaló en una navidad, siendo ministro, una bicicleta de turismo, y organizaba los concursos para premiar a quien diera la vuelta a la manzana en el menor tiempo. Disfrutaba creando eventos o juegos. Guerras de agua con bombas, baldes y mangueras; ‘vueltas a Colombia’ en el tapete de la sala con pulidas tapas de gaseosa; partidos de voleibol al frente de la casa; juegos de parqués. Definía las reglas y las hacía cumplir.
La puntualidad no fue una de sus virtudes, pero fue generoso y excelente miembro de familia; pendiente del diario acontecer de nuestra prole, considerado de cada uno. Sus actividades no lo abstraían de esa atención por el grupo, por su unidad y su crecimiento. Fue de los primeros en contestar ‘presente’ a los preparativos para celebrar los 50 años de matrimonio de nuestros padres y contribuyó como el que más a que todo saliera perfecto.
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Mantengo presente una historia que para mí lo describe. Cualquier mañana el tiple de mi hermana Cecilia apareció roto. Las sospechas sobre lo sucedido recaían en los tres menores. Luis Carlos, entonces periodista de El Tiempo, se dedicó a investigar el hecho. Nos interrogó al trío sospechoso, así como a quienes podrían tener participación en los hechos. Su investigación fue exhaustiva y transparente y al final concluyó que quien había causado el daño había sido él mismo. Entonces se inventó unos ‘funerales’ en homenaje al tiple, al cual denominó Graciliano Sabogal, burlándose del pretendiente de una de mis hermanas.
Esta anécdota me sintetiza la personalidad y el carácter de Luis Carlos. Un líder que quiso aprender todo, enseñar siempre y encontrar la realidad en donde estuviera; un ser humano transparente y justo, que estuvo dispuesto a respetar y a mostrar la verdad sin importar los riesgos que hubiera en ello; una persona alegre, familiar, que disfrutó la vida y nos entregó su amor.
* Hermano de Luis Carlos Galán.