JUSTICIA
La conspiración improbable que inculpa a Uribe
La acusación de que el expresidente Uribe propició la muerte de Pedro Juan Moreno desafía la credibilidad. ¿Se le fue la mano a la Fiscalía?
El fiscal Eduardo Monte-alegre no es un hombre ingenuo. Él es consciente de que muchos colombianos consideran al procurador un enemigo del gobierno y a él un enemigo del uribismo. Por lo tanto, haber puesto sobre el tapete en términos judiciales la posibilidad de que el expresidente Álvaro Uribe hubiera mandado a matar a Pedro Juan Moreno, quien había sido su mejor amigo, no iba sino a reforzar ese prejuicio contra Montealegre.
Aunque la Fiscalía compulsó copias a la Comisión de Acusaciones y a la Corte Suprema de Justicia, a Uribe no le va a pasar nada. Los cargos contra él carecen de solidez y los dos organismos lo archivarán rápidamente. Por lo tanto, esa noticia le acaba haciendo más daño al fiscal que al expresidente.
Como eso era previsible, hay que determinar si por razones jurídicas le tocaba a la Fiscalía hacer lo que hizo. Porque, aunque el fiscal es la cabeza del organismo, los fiscales delegados son por lo menos en teoría independientes. Los hechos del caso son los siguientes: Pedro Juan Moreno era el secretario de Gobierno cuando Uribe fue elegido gobernador de Antioquia. Entre los dos, con Uribe orientando y Pedro Juan ejecutando, lograron arrinconar a la guerrilla en Antioquia y mejorar radicalmente la situación de orden público. Para los uribistas ellos dos fueron los libertadores del departamento; para los enemigos fue una operación a sangre y fuego con ayuda del Ejército y las autodefensas.
Cuando Uribe llegó a la Casa de Nariño, Moreno quiso ser el zar de la seguridad y propuso centralizar todas las agencias del ramo (el DAS y las oficinas de inteligencia de las Fuerzas Armadas y la Policía) bajo una sola cabeza, que sería él. Sin embargo, la controversia generada alrededor de la mano dura utilizada en Antioquia le creó inquietudes al recién elegido presidente. Este rechazó cordialmente la propuesta y le ofreció a Pedro Juan la embajada en Israel. Su amigo se indignó y se convirtió en un crítico del gobierno, pero nunca personalmente de Uribe. Su órgano de difusión fue un panfleto de circulación insignificante creado por él titulado ‘La otra verdad’, que era un botafuego contra todo lo que no le gustaba.
En 2006, cuando Moreno viajaba en un helicóptero por el Urabá antioqueño para hacer campaña al Senado, el aparato se accidentó y murieron todos sus ocupantes. Entre estos estaban su hijo Juan Gilberto, su asistente Ana María Palacios y el capitán Juan Taborda. Dada la notoriedad de la noticia se llevaron a cabo dos peritazgos técnicos del caso: uno de la fábrica que construyó el helicóptero y otro de la Aeronáutica Civil. Los dos coincidieron en que se trató de un accidente. Pedro Juan era tan controvertido que desde ese momento hubo algunas teorías conspirativas pero nunca tomaron fuerza ni llegaron a nada.
A la situación actual se llegó por el testimonio de Daniel Rendón Herrera, alias Don Mario. Él es uno de los jefes paramilitares que se desmovilizaron, pero posteriormente fueron expulsados de Justicia y Paz por Uribe por seguir delinquiendo desde la zona de distensión. Inicialmente, no fue extraditado porque ofreció sus servicios para ayudar a desmovilizar a los Urabeños. Hoy se encuentra preso en el búnker de la Fiscalía mientras la Justicia colombiana determina si lo extradita. Esa decisión final dependerá en parte de su colaboración con el sistema judicial.
Según la Fiscalía, el testimonio de Don Mario dejaría ver que el expresidente tenía alguna relación con los grupos paramilitares. Según el capo, el gobierno de Uribe no habría postulado al proceso de justicia y paz a un instructor de las autodefensas en la finca La 35, Salom Rueda, alias JL, pues este sabía de una reunión que comprometería a Uribe. Al encuentro, que se habría producido en el municipio de Caucasia (Antioquia) habrían asistido Carlos Castaño, unos ganaderos de la región y Uribe. Según Don Mario, además, cuando este último era gobernador de Antioquia solía asistir a eventos deportivos en Apartadó con miembros de las autodefensas como alias Memín y Chilapo. Don Mario señala que dos personas habrían sido los intermediarios de esa relación. Uno habría sido Pedro Juan Moreno quien, según el testimonio, hablaba con Los Doce Apóstoles y Carlos Castaño.
Don Mario asegura que en una reunión en una finca en Urabá escuchó a Vicente Castaño hablando por teléfono. Alguien le estaba contando que había fallecido Pedro Juan Moreno en un accidente en un helicóptero y este contestó: “Si había sido un accidente o era que se lo habían tanqueado con agua”. De esta sola frase, según el escrito de la Fiscalía, podría deducirse que “el doctor Álvaro Uribe se había quitado un peso de encima (por) el problema que tenía con Pedro Juan Moreno”.
Esa interpretación es simplista y bastante descabellada. Pero no es el único cuento que suena inverosímil. Don Mario también le achaca responsabilidad al expresidente en la muerte de Vicente Castaño. Según él, el líder paramilitar, ocho días antes de su desaparición, “había huido en helicóptero… porque la oficina de Envigado lo estaba buscando para matarlo, por solicitud del doctor Álvaro Uribe Vélez”.
Según el capo, el presidente habría dado esta orden por intermedio del abogado de Don Berna, Diego Álvarez, y de alias Job, que en esa época visitaba la Casa de Nariño. Don Mario asegura que el mandatario tendría interés en salir de Castaño porque él había dado la instrucción de volver al paramilitarismo, pues Uribe les había puesto conejo con lo acordado en el pacto de Ralito. La misma suerte habrían corrido alias Doble Cero y los Buitragueños, a quien Uribe también habría mandado a ‘recoger’, es decir asesinar, por revelarse en la mesa de diálogo con el gobierno.
Las anteriores denuncias tienen algo de absurdas. A Uribe se le había acusado de muchas cosas en su carrera política, pero nunca de ser un asesino en serie. El cargo que con más frecuencia se le ha hecho es el de tener nexos con los paramilitares, pero nunca el de asesinarlos.
Los nexos de Uribe con esos grupos han sido un fantasma constante en su vida política, no tanto por cercanía entre ambos sino porque tenían un enemigo en común: las Farc. Es sabido que esa causa común produjo alianzas non sanctas a nivel operativo entre el Ejército y los paramilitares. Pero es un hecho que a pesar de todas las investigaciones nunca se ha podido probar algo que lo involucre a él personalmente.
Vincularlo a él con la muerte de Pedro Juan Moreno no tiene sentido. Es verdad que los dos se habían distanciado porque el entonces presidente no le dio el poder que su amigo quería para manejar la seguridad nacional. Pero de ahí a creer que quería eliminarlo por cuenta de un folleto antigobiernista que Pedro Juan les regalaba a 500 o 1.000 personas desafía la credibilidad. Uribe ha tenido enemigos de peso toda la vida en los medios y en la política. Algunos con capacidad de hacerle daño, lo cual no era el caso de Moreno. Además, hay testimonios del impacto emocional tan grande que sintió cuando se enteró de la muerte de su antiguo amigo. El hecho de que esa amistad se hubiera suspendido transitoriamente por un desacuerdo, en lugar de disminuir el dolor, lo aumentó.
Es difícil establecer exactamente cuántas de las afirmaciones de Don Mario son exageraciones o simplemente invenciones. Es de asumirse que el entonces presidente era consciente de que si tuviera algún ‘guardado’ gravísimo, no había ninguna posibilidad de que no fuera revelado por delincuentes que se sintieron traicionados por él. Pero es un hecho que un capo que se expone a pasar el resto de su vida en la cárcel por cuenta de Uribe, y de pronto extraditado, con suficientes motivos para vengarse de él, no repararía en decir mentiras para obtener beneficios de la justicia.
En cuanto a la responsabilidad de la Fiscalía, es evidente que la noticia iba a ser contraproducente. Dos días antes, el procurador había abierto investigación formal contra Juan Fernando Cristo, lo cual daba la impresión de un ping-pong entre los dos organismos de control. Por otra parte, dada la contundencia de las conclusiones del peritazgo técnico que dictaminó que la caída del helicóptero había sido un accidente, y de la fragilidad de la frase de Don Mario como testimonio acusatorio, el caso se podría haber archivado.
También es de asumirse que el fiscal tenía que saber que el agua sucia le iba a caer a él. Esto hace pensar que no es imposible que la fiscal Natalia Rendón realmente actuó por cuenta propia en esa salida en falso. Ella es una funcionaria de Medellín que de pronto no tenía el mapa geopolítico del país en la cabeza y creyó que compulsar copias se trataba de un simple trámite de rutina, lo cual en circunstancias normales lo es. Si fue así, el mayor perjudicado fue su jefe.