PAZ

Sergio Jaramillo, el enigmático pacificador

Sergio Jaramillo, el saliente alto comisionado de paz, pasa a ser embajador ante los países europeos. ¿Quién es ese personaje intelectual, original y controvertido que, después del presidente, ha sido el principal estratega y arquitecto del proceso de paz?

5 de agosto de 2017
jaramillo Es el único del equipo que, junto a Santos, ha estado presente desde el día de la creación del proceso de paz con las farc

Miguel Antonio Caro, el tatarabuelo de Sergio Jaramillo, escribió la Constitución de Colombia de 1886. Si el acuerdo de paz es el documento que va a representar un punto de quiebre en los libros de historia, el tataranieto sería el principal autor. Hoy necesariamente eso no es un elogio. Dada la polarización del país hay sentimientos encontrados sobre ese acuerdo. Pero no hay duda de que el hombre que más ha trabajado es el que menos reconocimiento ha tenido: Sergio Jaramillo Caro.

El proceso de paz tiene tres protagonistas del lado del gobierno. El presidente de la república, Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo. Juan Manuel Santos concibió la criatura. Por esa causa perdió en el plebiscito por lo menos 5 millones de votos de los 10 con que fue reelegido. Pero aguantó el chaparrón aunque durante años ha sido uno de los presidentes más impopulares, a pesar de que ganó el Premio Nobel.

Humberto de la Calle, además de ser uno de los negociadores, fue para los colombianos la cara visible del proceso. Sus cinco años dedicados al proceso de paz son solo el último capítulo de una hoja de vida que pocos tienen en Colombia. Vicepresidente, constituyente, ministro, embajador, registrador, entre otros. Todo eso le da derecho a su legítima aspiración de ser el candidato que encarne el proceso de paz en las próximas elecciones.

¿Y Sergio Jaramillo qué? Si Santos aspira a pasar como un grande en los libros de historia y Humberto de la Calle a llegar a la Presidencia, las aspiraciones del recién retirado alto comisionado de paz son más difíciles de definir.

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Es sin duda un personaje inusual. Es simultáneamente muy brillante y muy tímido. Dada la sangre azul que corre por sus venas, no podría ser más sencillo. Su vida es austera e intelectual como la de un profesor de universidad y no como la de un descendiente de una las dinastías más ilustres del país. Los muros de su apartamento están llenos de libros de un extremo al otro. Allá todo son libros, están en las cocinas, en las mesas, en la alcoba. Pero también hay muy buen vino. El mundo de Jaramillo no es el típico de la sociedad bogotana, pero si el de la buena calidad de vida. Las veladas en su apartamento, atendidas por él y por su esposa, Ana María Romero, evocan más un ambiente bohemio parisino que el de los cachacos de buena familia.

Paradójicamente, Jaramillo tiene en sus venas tanta sangre conservadora como liberal. Su bisabuelo fue Luis Eduardo Nieto Caballero, uno de los grandes intelectuales liberales del siglo XX. Y no solo los hombres fueron importantes entre sus ancestros. Su bisabuela María Calderón y su abuela María Paulina Nieto de Caro fueron la punta de lanza femenina contra la dictadura de Rojas Pinilla en los años cincuenta.

En una negociación como la de La Habana hay de todo. Hay presencia de personas famosas, voceros ante los medios, representantes del gobierno, militares, gremios, políticos, etcétera. Sin embargo, siempre una sola persona se echa al hombro la parte gruesa del trabajo y aterriza las múltiples discusiones en lo concreto. Sergio Jaramillo ha sido eso, pero mucho más. Aunque no todos lo saben, fue el estratega y el diseñador de la estructura básica del acuerdo.

Es el único del equipo que, junto a Santos, ha estado presente desde el día de la creación. Durante estos siete años se ha dedicado sin tregua a esa aventura. No ha sido un camino de rosas. Mientras para los uribistas era el hombre que le estaba entregando el país al castrochavismo, para las Farc era de los más duros en la mesa de negociación. Eso le generó tensiones no solo en el lado de la guerrilla, sino en el del propio gobierno. Hasta el final intentó que hubiera algo de cárcel para los delitos de lesa humanidad y que la participación en política fuera posterior al pago de las penas. Nunca quiso que las curules para la guerrilla fueran regaladas, ni en un número superior al que tienen los grupos minoritarios del Congreso, que son cinco. También fue el hombre que insistió en la necesidad de refrendar popularmente el acuerdo, cosa que no había sucedido en ningún proceso de paz anterior. El fracaso de este experimento por la derrota no modifica la convicción democrática que había detrás.

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En todas estas discusiones las Farc no cedían y él tampoco. Así, en muchos momentos las conversaciones en La Habana parecían estancadas. Por eso en varios casos el presidente consideró necesario enviar a otras personas a resolver el impase y ceder en puntos que Jaramillo se había negado. De ahí que se conformó una comisión jurídica en cabeza de Manuel José Cepeda por el lado del gobierno, y de Enrique Santiago por el de las Farc. Ellos crearon las llamada justicia especial de paz a la que Jaramillo le hizo varios reparos. En otros momentos de bloqueo en el proceso aterrizaban en La Habana delegaciones de ministros, senadores, juristas y hasta el hermano del presidente, que mediaban para desatascar el proceso.

Las posiciones de Jaramillo fueron duras en Cuba no tanto por terquedad, sino por perfeccionismo. Él es de alguna manera un intelectual altruista que considera la paz como la oportunidad para construir un Estado moderno en los territorios olvidados de Colombia. Esta noción de la paz y la modernización del país le vienen de su formación europea, continente en el que vivió la mayor parte de su vida mientras estudiaba en las mejores universidades. Es filólogo, filósofo y estuvo a punto de doctorarse en griego antiguo. Vivió en ocho ciudades del antiguo continente y por eso es políglota: habla a la perfección en español, inglés, francés, alemán, italiano y ruso; y lee griego y latín.

El cargo que va a desempeñar en Bruselas como embajador ante la Unión Europea le queda como anillo al dedo. Desde allí él cree que puede seguir en función de la paz, dada la importancia del apoyo de los países del Viejo Continente a la consolidación del acuerdo.

Su salida causó sorpresa, pues se sabe que su papel en la implementación del acuerdo de paz ha sido muy importante. Insistió particularmente en que se cumplieran los plazos trazados para el desarme de las Farc, y que este proceso tuviera todo el rigor necesario para darle credibilidad al proceso de paz. En parte por este cumplimiento, las tendencias en la opinión empiezan a modificarse de manera favorable. La última encuesta de Datexco muestra el comienzo de un giro positivo a favor del proceso y del propio presidente.

Aunque ha recibido dardos de la oposición en muchos momentos, esta semana, cuando Santos anunció que Jaramillo dejaría el cargo, se creó una gran corriente de opinión en las redes y los medios de comunicación para agradecerle su labor. Ministros, embajadores, líderes sociales y ciudadanos de a pie reconocieron que él había sido la columna vertebral y que sin su participación la historia del acuerdo de paz sería otra.

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Hasta las Farc, que lo consideran un interlocutor difícil, reconocieron su papel. Un miembro del estado mayor de ese grupo le envió un mensaje privado muy elocuente. “No es usted una persona de nuestros hondos afectos como también desempeñó un papel supremamente chocante con nuestras aspiraciones en la Mesa de Conversaciones e incluso en lo que va de la implementación de los acuerdos. Es usted un verdadero adversario. No obstante sería injusto negarle un merecido reconocimiento (...) a todo señor, todo honor…”, dice.

En el país la gente con frecuencia percibe las embajadas como premios por servicios prestados y no para prestar servicios. En esta ocasión es claramente al contrario. Jaramillo considera que su nueva responsabilidad es tan importante como las que ha tenido hasta ahora. Allá tendrá que garantizar el compromiso de los europeos con el posconflicto, tanto en términos políticos como económicos.