posesión
¡Sí se pudo!, el grito de la multitud en la posesión de Gustavo Petro
SEMANA estuvo en el corazón del centro de Bogotá y vivió la enorme fiesta en que se convirtió la posesión del nuevo presidente de la República. No cabía un alfiler.
Desde aquel sábado 7 de febrero de 1948, cuando Jorge Eliécer Gaitán gritó “¡A la carga!” y logró convocar a más de 100.000 personas –pero para marchar en silencio–, el recorrido desde la plaza de toros La Santamaría hasta la plaza de Bolívar, por la carrera Séptima, se convirtió en la arteria por donde ha circulado el torrente del sentimiento del país, en todas sus épocas.
Aquella vez, Gaitán encabezó la Marcha del Silencio, que descendió por donde hoy quedan el Planetario y el parque de la Independencia; giró a la altura del edificio Colpatria hacia el sur, debió pasar por el Mercado de las Pulgas, el Terraza Pasteur, el Dollarcity, el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, la iglesia de las Nieves, hasta el Foto Japón de la calle 19.
El silencio sepulcral, se lee en las hemerotecas, “retumbó” cuando la manifestación pasó por la iglesia de La Veracruz y el templo de San Francisco, en el cruce de la avenida Jiménez, diagonal al edificio del diario El Tiempo. “Las gentes inundaron la plaza de Bolívar desde los grifos de sus esquinas”, se lee en un reporte de la edición del lunes siguiente (sin firma). En silencio cargaron la ira contra el presidente Mariano Ospina Pérez. Gaitán y otros 100.00 ciudadanos responsabilizaban al gobierno conservador por la muerte de 14.000 colombianos por violencia política.
Aquel recorrido lo repitieron muchos la noche del 9 de abril de ese mismo año, la del Bogotazo, pero de sur a norte, para arrasar, desde la plaza de Bolívar, con todo cuanto estuviera construido en la ciudad, incluso más allá de La Santamaría.
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El asesinato del caudillo liberal, en frente del edificio de El Tiempo, una cuadra al sur de la Jiménez, provocó 44.000 muertes ese mismo año, y la cuenta nunca se detuvo. Nunca más ese recorrido, el Septimazo, volvió a hacerse en Bogotá, en silencio, como cuando lo encabezó Jorge Eliécer Gaitán.
Este domingo 7, como el de aquella Marcha del Silencio, pero de agosto de 2022, el recorrido que hicieron cientos de miles de colombianos fue habitual hasta el edificio Colpatria, con ciclistas y deportistas de norte a sur por la Séptima, en la vía donde se inauguró la ciclovía el domingo 11 de diciembre de 1974. Desde ese año, solo dos posesiones presidenciales en Colombia han coincidido con el domingo de ciclovía en Bogotá.
La primera fue la de Ernesto Samper en 1994, y no era necesario ser astrólogo para advertir que la de 2022 volvería a ser domingo. Sin embargo, los astros se alinearon para que fuera Petro, quien transformó para siempre la carrera Séptima cuando fue alcalde de Bogotá, el que terminara convocando un incalculable número de bogotanos y colombianos desde los más desconocidos rincones del país para su investidura. Histórica por donde se le mire, empezando por tratarse de la del primer exguerrillero en llegar a la Casa de Nariño y el primer mandatario de izquierda en Colombia.
Ropa, zapatos, libros, controles remotos de televisores Zenith, licuadoras sin cuchillas, máquinas de afeitar eléctricas sin baterías, cámaras fotográficas de rollo y ataris 2.600, se mezclaron con los puestos de tapabocas, churros, fritanga, tacos mexicanos y carcasas de celular.
Ubicados a lado y lado de la Séptima, formaban una especie de río humano que circulaba por el sur hasta la plaza de Bolívar y que empezó a formarse a cuentagotas, alrededor de las 7 de la mañana, cuando la ciclovía, al menos a la altura del Jorge Eliécer Gaitán, empezó a tomar aroma, color y sonido de 7 de agosto con transmisión de mando presidencial.
Hace cuatro años, cuando Iván Duque juró ante la Constitución, el vendaval huracanado que se precipitó sobre el centro de Bogotá fue histórico, al menos en cuanto a posesiones presidenciales, que nunca habían estado pasadas por agua. Aquella tempestad del 7 de agosto de 2018 terminó por ser premonitoria. Como él mismo reconoció en su entrevista con SEMANA, intentaron matarlo y tumbarlo varias veces. Esta vez, aunque Monserrate amaneció debajo de las sábanas de unas nubes grises, al mediodía hubo cielo despejado y sol canicular, que se mantuvo sin atisbo de lluvia hasta que la noche cayó, quemando los cachetes de los bogotanos. Los que no llevaron gorra o bloqueador solar quedaron colorados.
Cientos de veces, el paseo por la Calle Real de la capital, como se llamaba hace dos siglos, se ha repetido con una particularidad. Salvo excepciones puntuales, siempre ha terminado descargando la furia del pueblo oprimido contra el gobierno de turno. La de los trabajadores cada año, el Primero de Mayo; la marcha contra las Farc del 4 de febrero de 2008; la que lideraron los indígenas y los estudiantes de las universidades públicas el 5 de octubre de 2016, tras el plebiscito que rechazó los acuerdos de paz; o la del 19 de noviembre de 2019, que amenazó arrasar el Congreso y la Casa de Nariño y que solo amainó la pandemia.
Cientos de veces la Plaza de Bolívar se ha llenado, pero nunca antes como se colmó para la posesión de Gustavo Petro, entre otras, la primera en la historia a la que cualquier persona tuvo acceso. La respuesta fue multitudinaria, más propia del concierto de Guns N’ Roses, que agotó 50.000 entradas para El Campín a pocas horas de ponerse en venta.
Esta vez, el camino desde la plaza de toros fue antónimo de la Marcha del Silencio, pues la Séptima fue domingo de carnaval, y como nunca antes, a la estatua de Bolívar se llegó a celebrar la mayor de las victorias en lugar de protestar o soñar con derrocar un presidente.
La euforia comenzaba con la atronadora batucada frente a la pastelería La Florida, que a lo mejor no hizo su agosto este 7, porque el 95 por ciento de los locales comerciales prefirieron cerrar sus rejas o fueron obligados a hacerlo por cuestiones de seguridad.
El agosto fue para el centenar de vendedores informales de banderas de Colombia, que esta vez estrenaron la colección de gorras, balacas, camisetas de Petro y Francia, para la histórica ocasión, y ejemplares (presumiblemente piratas) del libro autobiográfico del presidente.
En el parque Santander, junto al Banco de la República, la multitud que no permitió la misa en San Francisco bailaba salsa del Grupo Niche, entre banderas rojas con amarillo de la Juventud Comunista y el PCT (Partido Comunista de los Trabajadores), que no se veían en tal número como cuando la Séptima fue cortejo fúnebre de Jaime Pardo Leal, en 1987, primer candidato presidencial asesinado en Colombia después de Jorge Eliécer Gaitán.
Precisamente, en la esquina donde Gaitán fue baleado por Juan Roa Sierra, se dispuso el segundo control de seguridad. Las filas eran interminables para superarlo, incluso hasta el atardecer. Fue el programa del día también para centenares de turistas extranjeros, que se contagiaron de la euforia, y se dejaron llevar por el gran momento histórico. “Hoy se parte en dos 200 años de historia”, decía el cartel que acaparaba las selfies del día, donde se encendió la llama del Bogotazo.
La Plaza de Bolívar se veía aparentemente llena desde las 12 del día. Familias, amigos, ancianos en sillas de ruedas, discapacitados. Mujeres con pañuelos verdes promoviendo su derecho al aborto y grupos de estudiantes de decenas de universidades del país, que desde el jueves acampaban en los alrededores para no perderse el suceso de la posesión, que los había motivado tanto como un concierto de rock.
Nunca antes en la plaza se había hablado en paisa, en rolo, en caleño y hasta en italiano, idioma que se imponía por el numeroso grupo de turistas de esa nacionalidad frente a la puerta de la Catedral, como si estuvieran por la plaza San Pedro del Vaticano, en Roma, y en pleno verano, con bermudas y sandalias.
Desde el Palacio de Justicia hasta la estatua de Bolívar, la gente se entretuvo, hasta que comenzó la sesión del Congreso en pleno, gritando “Fuera Duque” y las mismas consignas del paro nacional de abril y mayo de 2021.
Como nunca antes el pueblo había tenido acceso a una posesión, las imágenes que se vieron durante la jornada por el área de la plaza, a la que no le cabía un alfiler, provocaron un déjà vu, o un regreso en el tiempo a las noches de los jueves de 2013, cuando Petro llenaba la plaza desde el Palacio de Liévano para resistirse a la destitución que le decretó el procurador Alejandro Ordóñez.
Quienes fueron esos años a la plaza de Bolívar motivados por conciertos gratuitos de Totó la Momposina o Doctor Krápula, y se quedaron tomando cerveza y aguardiente escuchando el discurso de Petro, habrán tenido esa sensación. En lugar de cerveza, se veían botellas de agua y jugos que algunos rebuscadores lograron entrar hasta la zona del acceso al público.
Pronto empezaron a destaparse botellitas bajo algunas sombrillas que esta vez protegían del sol de lluvia, como se dice en Bogotá desde tiempos inmemoriales. Viche destilado era el más reclamado, al menos por la zona de la Catedral, donde en los faroles colgaban fotos del Che Guevara, Diego Maradona, y hasta una pancarta que reclamaba la libertad de David Murcia Guzmán, el de la famosa pirámide DMG.
El sol agotó a muchos curiosos que prefirieron dar vuelta de regreso por la multitud, pero encendió los ánimos de los que habían esperado el momento. “Al fin”, “no más oligarquía…” eran gritos que combinaban rabia y felicidad.
A las 2:39 minutos, cuando en las pantallas gigantes comenzó la señal oficial de televisión, los gritos contra Duque dejaron entrever que nadie quería conformarse con ver a Petro levantando el puño con la banda presidencial terciada en su pecho. Querían lapidar al mandatario saliente. Mucha gente, que confesó jamás haber visto una posesión por televisión, pensaba que Duque iría a la Plaza de Bolívar y allí le pondría la banda a su sucesor y le entregaría las llaves de la Casa de Nariño; la decepción fue total y empezó una silbatina que la mayoría trajo desde la casa y, probablemente, desde los días del confinamiento.
Gritos de “Fuera Duque”, coreados desde la rabia, se transformaron por el atronador “sí se pudo” que se desprendió de forma espontánea desde la Casa del Florero y contagió al resto de la plaza en cuestión de tres o cuatro gritos, tan pronto las pantallas registraron a Petro y a la primera dama cuando salían del Palacio de San Carlos, sede de la Cancillería.
Eran las 3:05 de la tarde cuando Petro pisó la plaza de Bolívar, y hasta el joven de capucha negra y camisa a cuadros que se colgó en un farol se quería caer de la emoción. Los abucheos se escuchaban mientras se hacían saludos, se nombraban los jefes de Estado o sus representantes y el rey de España, Felipe VI, se llevó la primera gran rechifla de la tarde.
“Peeeetro, Peeeetro”, gritaba la gente como se corean los apellidos de los ídolos del fútbol, cuando Roy Barreras le recogió el juramento que apenas se oyó por la euforia de la multitud.
Esta se desbordó cuando le entregó la banda a María José Pizarro para que la hija del comandante del M-19, el también asesinado Carlos Pizarro, fuera quien se la impusiera. “Presente, presente, presente”, se oía por los lados del Palacio de Liévano, cuando mencionaban los nombres del propio Pizarro y del “compañero Álvaro Fayad”, quien comandó el robo de la espada –o sable, como decían los españoles– de Bolívar en 1974. Ondeaban más de una decena de banderas del M-19, otras multicolor de los indígenas y las arcoíris de los LGBTI.
Petro, en lugar de dar inmediata posesión a la vicepresidenta, Francia Márquez, ordenó a la Casa Militar “traer la espada de Bolívar” como primer acto, u orden, de gobierno. “Fraaaancia, Fraaancia”, se coreó aún más fuerte, cuando el presidente posesionó a la mujer que más piropos se llevó de la multitud, junto con la primera dama, Verónica Alcocer.
El momento que miles habían esperado, sin embargo, no bajó los ánimos a los deseos de revancha, y como si quisiera darle pan y circo al pueblo, el presidente del Senado, Roy Barreras, encendió los ánimos de la masa y saludó a casi todos los invitados por su nombre y cargo, lo que provocó sonoras rechiflas cuando mencionó algunos. El del expresidente César Gaviria impuso el récord de decibeles de la tarde y el rey Felipe VI sumó su segunda bronca de la jornada. Barreras se llevó sus silbidos ya que su discurso se extendió más de la cuenta, pues la gente que se había colgado de los muros y vallados del Palacio de Justicia quería oír a quien los movilizó a la plaza este domingo.
Muchos claudicaron y prefirieron irse antes de que llegara la espada. Tras el receso, y la nueva euforia que produjo ver la urna del sable de Bolívar, nuevo termómetro popular, esta vez por cuenta de Petro, que antes de empezar su discurso con el fragmento de Cien años de soledad que más ha pronunciado en su carrera política, ocupó casi seis minutos saludando nombres y apellidos de invitados y ausentes, como llamó a uno en particular, el que provocó el espontáneo grito para señalar al responsable “de tener al pueblo berraco”.
Silbatinas a la procuradora, al contralor, al registrador, a los expresidentes Gaviria y Samper, de nuevo al rey de España; aplausos al expresidente Santos y ovaciones al pescador de Honda, a la escobita de Medellín y al campesino caficultor de Anserma, Caldas. También al presidente de Chile, al de Irán y al de Guyana, tocayo de Marc Anthony, a quien muchos, incluso, le pidieron “otra canción”.
Petro, como no se veía desde la posesión de Uribe para su segundo periodo, en 2006, pronunció un discurso redactado en hojas de papel, a pesar de estar en la era del teleprónter. A medida que pasaba las páginas y anunciaba las políticas de su gobierno, el público las recibía con gritos de “sí se pudo”, entre algunas nubes de humo con olor a marihuana en las que se recibió con júbilo la promesa del mandatario de darle un giro a la lucha contra las drogas.
La gente se fue saliendo en busca de la fiesta que a esa hora efervecía en el Chorro de Quevedo, y en el Parque de los Periodistas, por el sendero de Las Aguas. Nunca antes la Plaza de Bolívar se había llenado un 7 de agosto para el inicio de un nuevo gobierno. El primero que lo consiguió, el de Petro, mandó a la gente para la casa con las expectativas al límite. Nadie sabe cuándo volverán a llenar la Plaza de Bolívar. En principio, muchos de los que se abrazaron sin conocerse prometieron hacerlo dentro de cuatro años.