Silvia Gette alcanzó a sonar en la baraja de candidatos a la Gobernación del Atlántico para las elecciones de 2011. Ella misma confirmó su interés de meterse a la política en una entrevista en abril de ese año: “Es cierto, yo haría muchos cambios y tengo muchas ganas de hacer cosas por la ciudad”.
Para ese entonces Gette estaba en su mejor momento. A sus 60 años, y como rectora de la Universidad Autónoma del Caribe (UAC) sentía que tenía el mundo a sus pies. Pero muy pronto tuvo que claudicar en su aspiración.
En septiembre de ese mismo año, 2011, comenzó a destaparse su caja de pandora: cuatro de los más temibles paramilitares la señalaron de haberles pagado 150 millones de pesos, en 2003, por matar a Fernando Cepeda, el esposo de su hijastra (María Paulina Ceballos). Cepeda era uno de los llamados a heredar la rectoría de la UAC cuando el rector Mario Ceballos, esposo de Gette, falleciera.
La noticia no tuvo mayor impacto. Quedó registrada en una nota breve refundida en las páginas interiores de un diario local. No era un despliegue normal, si se tiene en cuenta que para el momento, ella ya era la rectora de una prestigiosa universidad con 15.000 estudiantes. Pero la razón es sencilla: en Barranquilla, al menos hasta ese momento, el nombre de Silvia Gette infundía terror.
Y no era gratuito. En sus casi 25 años de estar viviendo en La Arenosa había demostrado ser una intocable para las autoridades y podía conseguir lo que quisiera, como fuera. Quienes se atrevían a poner denuncias en su contra, terminaban perseguidos por la Justicia –no son pocos los fiscales que han sido investigados por favorecerla– o incluso, algunos, asesinados. Su fama era ya legendaria. Tanto, que un hombre que confesó 36 masacres y del asesinato de más de 250 personas, alias don Antonio, dijo en su momento a esta revista: “Silvia Gette es muy peligrosa”.
“Es la mente criminal más perversa que he conocido”, dice el penalista Abelardo de la Espriella, abogado de María Paulina Ceballos, la esposa del asesinado Cepeda. “Está investigada por cuatro homicidios, pero almorzaba en la curia y condecoraba a periodistas. Gette entendió que la academia era una fachada para el crimen”.
Ningún medio de Barranquilla se atrevió, entonces, a contar la historia. Y las acusaciones de los paramilitares contra Silvia Gette corrían el riesgo de terminar olvidadas en un cajón. Sin embargo, algunos barranquilleros, desesperados, pidieron auxilio en Bogotá. En febrero del año pasado SEMANA publicó un artículo titulado ‘La rectora y los paras’, La W amplificó el escándalo y la fiscal de entonces, Vivian Morales, trasladó la investigación a Bogotá. Desde ese momento el imperio de miedo que había montado Silvia Gette comenzó a caerse como un castillo de naipes.
La historia
En 1987, a sus 35 años, le cambió la vida a Silvia Gette. La historia oficial que se ha contado es que a mediados de los años ochenta Gette había llegado a Colombia como una de las bailarinas de la compañía Pepe Bronce, un grupo argentino de baile flamenco, y que Gette se independizó de ellos para hacer su propio show en Cartagena. Y eso es cierto.
Sin embargo, a la historia le faltan detalles que la hacen menos glamorosa. Según le contó a SEMANA un periodista que la conoció en ese entonces, Gette vivía en la miseria. Hacía shows de strip tease, no en grandes hoteles, sino en sitios de mala muerte. Unas fotografías dan cuenta de su oficio (ver fotos).
Para ese entonces, Mario Ceballos Aráujo era un hombre respetado, rector de la universidad que había creado en 1967 con tres amigos más, y presidente del Tribunal Administrativo del Atlántico al cual había servido como magistrado más de dos décadas. Ceballos, con 59 años a cuestas, vio a Silvia en una de sus presentaciones y se obsesionó por la argentina de 36. Se la llevó a vivir con él en diciembre de 1986. “Ella llegó a la casa de mi papá en Barranquilla, prácticamente con lo que tenía puesto”, ha dicho María Paulina Ceballos.
Silvia no duró mucho con su show independiente porque el rector le creó el cargo de coordinadora artística de la UAC. Y como la universidad tenía influencia en Telecaribe, ella rápidamente logró que le dieran un programa en el canal local, Risas y lentejuelas, y luego otro, El show de Silvia. “Fui uno de los primeros periodistas que la entrevistó por petición del propio doctor Mario Ceballos.
Él decía que en los últimos tiempos no había llegado a Barranquilla una ‘vedette’ de las calidades de Silvia. Éramos asiduos asistentes a su espectáculo en el (hotel) Cadebia. Nosotros la vimos siempre como una bailarina de cabaret”, recuerda Gilberto Marenco, quien trabajaba entonces en el desa-parecido Diario del Caribe.
Hasta ahí todo parecía ser una simple fantasía amorosa del rector. Pero el gran escándalo se desató cuando Ceballos la nombró directora administrativa de la universidad. Se creó un grupo anónimo (Comité prodefensa de la Universidad) que distribuía panfletos bien documentados dentro del campus y ponía pasacalles por toda la ciudad que pedían la salida de la argentina. En el Concejo y en televisión local también se armó la pelotera.
Las quejas iban desde que a Gette le pagaban cada mes más que al rector y cinco veces más de lo que ganaba un decano de tiempo completo. Hasta que no cumplía los requisitos (no era profesional) para ocupar ese cargo. Gette, entonces, sacó de la manga diplomas de dos universidades argentinas.
“Era un burdo montaje. La tal Escuela de Cine y Televisión no existe en Argentina, y en la Universidad Tecnológica donde se graduó de ‘directora de cine’ solo hay ingenierías. El tipo de letra de los dos diplomas es idéntico. ¿Será que las dos universidades tenían el mismo calígrafo?”, se mofaban en ese entonces. El notario que auténticó los diplomas fue nombrado secretario general de la UAC.
Por esa época también comenzó a hacer negocios con propiedades. La universidad vendió unos terrenos en Villa Campestre, un sitio exclusivo de Barranquilla, y los compró, ¡oh sorpresa!, ella a nombre de su esposo y a nombre de su hermano Guillermo Gette por un precio irrisorio: 7.000 pesos el metro cuadrado. En menos de diez años, pasó de la miseria al estrellato, y ya había acumulado cuatro propiedades a su nombre.
Silvia Gette tenía embobado, literalmente, al rector. “La señora Gette, con su inmenso poder, manipula al rector a su antojo, adjudica contratos millonarios, escoge a proveedores, cobra comisiones, arregla sobreprecios, ordena gastos”, decían panfletos bien informados de la época.
El escándalo era tal que en 1995 Silvia declaró la guerra: dijo que se trataba de un complot contra ella y denunció ante la Justicia al entonces vicerrector Antonio Vallejo, a María Paulina Ceballos –la única hija para ese momento del rector Ceballos– y al esposo de esta Fernando Cepeda. En pocas palabras puso contra la pared a las tres personas más cercanas a su esposo, el rector Mario Ceballos.
En la Fiscalía se dieron todo tipo de anomalías. Y los tres, convencidos de que no podían contar con una investigación ecuánime, se escondieron durante cuatro años. María Paulina tuvo que dejar durante varios años a su bebé, de apenas 2 meses de nacida y primera nieta del rector. Por un azar del destino el caso fue trasladado a Medellín, y allí, en 1999, un juez los absolvió.
Vallejo, quien había sido director nacional del Icfes y para ese entonces era la mano derecha del rector Ceballos recuerda esa época con terror. “Fueron cuatro años de persecución, fueron cuatro años realmente horrorosos”. Y deja entrever que en el fondo lo que pretendía Gette era, a punta de acusaciones falsas y desprestigio, sacar de la universidad a las personas más cercanas al rector.
En el expediente hay pruebas de que con plata de la universidad ‘compraron’ a un investigador de la Sijín, que recaudó las pruebas en contra de ellos, y a los encargados del caso en la Fiscalía en Barranquilla. Así lo contó, con lujo de detalles, el abogado John Jairo Ramírez, que era parte del equipo de defensa de Gette, en un arrebato de arrepentimiento en 1999.
Dijo que él mismo había sobornado con plata de la universidad a fiscales y a investigadores del caso. Y lo volvió a repetir en diciembre de 2001, en el marco de una investigación a Gette. En agosto de 2002, John Jairo Ramírez Vásquez fue asesinado por un sicario en una calle de Barranquilla. Tiempo después, el detective de la Sijín también fue asesinado.
En ese año, 1999, la novela de la rectora tuvo un nuevo clímax con altas dosis de dramatismo. Para ese entonces, cuando el rector Mario Ceballos ya tenía 71 años y ella 48, adoptaron a un par de niñas de 8 y 10 meses. Otra vez se dio una puja en los estrados judiciales. María Paulina Ceballos, la hasta ese momento única hija y heredera del rector, pidió levantar la reserva del proceso de adopción de las dos niñas con el argumento de que en el expediente Silvia Gette había dado dos versiones distintas del origen de las menores.
La entonces procuradora y hoy magistrada de la Corte Suprema Margarita Cabello no dio permiso de levantar la reserva. Unos años después, cuando su esposo ya rondaba los 83 años y ella llegaba a los 60 tuvo un nuevo hijo, esta vez, según dijo, biológico por método in vitro. Y luego de la muerte del rector adoptó un niño más.
Entre tanto, Fernando Cepeda estaba concentrado en el proceso que le abrieron en Bogotá a Silvia Gette luego de que el abogado Ramírez confesó que había pagado sobornos con plata de la universidad. En agosto de 2003, un año después del crimen contra Ramírez, Cepeda también fue asesinado. Nunca se investigó, ni se supo ni quién ni por qué lo habían matado. Desde ese momento, María Paulina Ceballos, temiendo por su vida, buscó un refugio y no volvió a aparecer.
Hasta 2011, cuando comenzaron a declarar los paramilitares ante la Justicia. ¿Por qué? Se dio de manera fortuita. En una audiencia de Justicia y Paz, desde la sala de víctimas les preguntaron si sabían quién y por qué habían asesinado a Fernando Cepeda. Y tres paras dijeron saber, pero que don Antonio, que era el jefe del bloque podía contar mejor los pormenores.
Lo que dijo don Antonio fue lo siguiente: “Aguas me manifiesta que hay una persona que está pagando 150 millones de pesos para que se lleve a cabo la muerte del señor Fernando Cepeda. (...) Yo le pregunto que quién es la persona que está pagando, me dice que es la señora Silvia Gette (…). Yo me voy con la inquietud y se la transmito a Jorge 40, y él autoriza”.
Luego, sigue don Antonio, “Para verificar esta información yo le ordeno a Jorge Palacios que se reúna con la señora Gette. Palacios se reúne con ella. Creo que en esa reunión estuvo 28”. Palacios era un abogado defensor de los paramilitares. Alias 28, a su vez, confirmó todo lo dicho por don Antonio y agregó que él mismo acompañó a Jorge Palacios a una reunión con Silvia Gette.
Ese año, 2003, fue tal vez el peor en la historia de Barranquilla. Jorge 40, a pesar de estar dialogando con el gobierno, extendía sus tentáculos en La Arenosa. Como lo conoció después el país, en la macabra contabilidad que llevaba don Antonio en el famoso computador de Jorge 40, sus lugartenientes registraron 558 asesinatos entre 2003 y 2005. Así como a Fernando Cepeda lo mataron en 2003, al también intelectual Alfredo Correa de Andreis lo asesinaron un año después.
Y en octubre de ese mismo año murió el rector Mario Ceballos. Silvia Gette tomó entonces las riendas de la Universidad.
Un engranaje de la máquina de muerte de los paramilitares operaba en la UAC. El jefe de sistemas de la universidad, Juan Carlos Rada, era ficha clave y fue condenado años después. La rectora le permitió a Rada montar una empresa dentro de la universidad que se llamaba Carnetizar. No le cobraba ni por la oficina ni por el espacio que ocupaban sus máquinas. La idea, según dijo a ella en una indagatoria en 2005, era que solo expidiera carnés de estudiantes.
Sin embargo, en una inspección judicial, hallaron carnés de una empresa de seguridad que habían creado los paramilitares como fachada para sus crímenes (Asis Ltda), de otras empresas que Jorge 40 mandó infiltrar para tomar el control (como Coolechera) e incluso carnés del Gaula. ¿Sabía la rectora que esto se hacía en el campus? En la indagatoria ella dijo que no.
Hoy, Juan Carlos Rada está prófugo, según Abelardo de la Espriella, está escondido en Argentina y recibe 20 millones de pesos mensuales de la universidad como dueño de una firma que le provee servicios de circuito cerrado de televisión. Incluso, quienes creen que la rectora es inocente de los asesinatos que le endilgan, están convencidos que sí tendrá que responder por qué Juan Carlos Rada convirtió a la universidad en el centro para carnetizar a los paras del bloque norte.
En esos años turbulentos, otros dos asesinatos, de personajes significativos, salpicaron a la universidad. El primero fue el del administrador de la cafetería. En una madrugada de junio de 2004 lo encontraron en el baño de la cafetería, sentado en una silla, con los pies y las manos atadas y una profunda herida en el cuello. Después de este hecho, Guillermo Gette, hermano de Silvia, se quedó con la administración de la cafetería.
El segundo fue David Mattos, quien en su calidad de asesor jurídico de la universidad había defendido a Juan Carlos Rada. Lo asesinaron en enero de 2007. Mattos era un muchacho humilde, que con mucho sacrificio ascendió, y terminó siendo el compañero de viaje preferido de Silvia Gette a destinos exóticos, “Mattos sabía muchas cosas de la señora Silvia y esa pudo haber sido su desgracia”, dijo un fiscal a SEMANA.
Antonio Vallejo, el exrector, concluye: “Hay muchos interrogantes de cosas que pasaron en esa época, que no tuvieron respuesta de la Fiscalía ni de nadie. No se sabe quién los asesinó o por qué los asesinaron”.
El reinado
Silvia Gette se logró sacudir de todos esos interrogantes y comenzó su reinado. “A mí me gusta que me traten y me atiendan como una princesa, como lo que soy”, le oían decir y repetir en la universidad. Y fue construyendo así su imperio.
Al poco tiempo de morir su esposo hizo construir un elegante mausoleo, con cámaras de seguridad, y coronado por un vistoso título: ‘Familia Ceballos Gette’. Mandó también construir una enorme efigie de Mario Ceballos. Y le hicieron también un retrato de ella, en óleo sobre lino de 1,30 metros por 1,20 metros, en el cual ella aparece sentada en una chaise long y con un vestido que evocan los retratos de las reinas de otras épocas.
Y en ese mismo espíritu monárquico distribuyó su reino entre su familia que se vino en masa desde Argentina: a su hermano Guillermo le dio la administración de las cinco cafeterías y el restaurante de la universidad; su otro hermano, Luis, fue director administrativo; y sus sobrinos Mariela Gette (directora del área de Humanidades), Christian Gette (hasta hace diez días director del polideportivo) y Andrés Gette (con un programa en la emisora de la UAC). Su novio Orlando Niebles se convirtió en el capitán del equipo de fútbol de la UAC y la hermana de este, Nataly Niebles, manejaba las cuentas y los cheques de la universidad.
Cerró con broche de oro al crear en 2012 un equipo de fútbol. No se sabe si por la pasión que corre por sus venas argentinas o al mejor estilo del emir de Catar como accionista del Barcelona. En este caso, el equipo es una empresa privada, de la cual Gette, hasta la semana pasada era accionista, pero los gastos corrían por cuenta de la universidad.
Así mismo, Silvia Gette siempre estuvo pendiente de extender los dominios de su reino. Las pesquisas hechas por la oficina del abogado Abelardo de la Espriella, por un lado, y el Ministerio de Educación por otro, revelan varias cosas interesantes. Que desde 1996, por ejemplo, constituyó la primera empresa en la Florida y tiempo después creó cuatro compañías más. En total, habrían adquirido 13 propiedades en Estados Unidos.
Muchas de sus inversiones son hechas con dinero de la universidad. Ni siquiera a su ama de llaves, a los celadores de su casa y a sus chóferes particulares, les paga de su bolsillo. Todo corre por cuenta de la UAC. El Ministerio de Educación, por su parte, encontró que en los últimos tres años la universidad les giró cerca de 4.000 millones de pesos a Gette o a sus familiares por concepto de anticipos o préstamos.
Pero tal vez el dato más impresionante es que Gette (y sus empresas) tuvieron ingresos de al menos 1.095 millones de pesos mensuales girados de la universidad. Cada mes, de enero a abril de este año, por concepto de salario (45 millones de pesos), pensión de su esposo (99 millones de pesos), auxilio para sus hijos (30 millones de pesos), arrendamiento de edificios (el de la Facultad de Derecho, 20 millones de pesos, el de posgrados 6 millones de pesos y la clínica jurídica 5 millones) y pago de contratos que tiene la UAC con firmas de propiedad de Gette: el Instituto de Lenguas del Caribe, que dicta los cursos de idiomas a todos los estudiantes (350 millones de pesos), con la Academia de Arte y Cultura del Caribe, que dicta las clases de artes (10 millones de pesos) y Ponce Visión, empresa de publicidad (4 millones de pesos).
Es decir, en los cuatro primeros meses de este año, a pesar de estar en serios líos con las autoridades y no ir al trabajo (tenía licencia no remunerada) la universidad les giraba a su bolsillo y al de sus empresas 36,5 millones de pesos diarios. Eso sin contar lo que puede devengar de las propiedades que tiene en Miami o de los otros negocios.
En el momento más alto de su gloria, ciertos círculos sociales y políticos empezaron a gravitar alrededor de ella. Y ella, con la astucia que la caracteriza, buscó cómo aumentar su poder: creó un premio para periodistas y repartió doctorados honoris causa al entonces presidente Álvaro Uribe y otros a la crema y nata de los periodistas deportivos del país.
Un rasgo muy fuerte de su personalidad era la necesidad de guardar las apariencias. Hacia afuera era una mujer de puertas abiertas, hacia adentro era déspota. Era arrolladora, nada se hacía sin su visto bueno. “A la rectora todos en la universidad le tenían miedo y a ella le gustaba que le hicieran la venia”, le contó a SEMANA una persona que trabajó con ella.
Ha sido tal el saqueo que la universidad entró en crisis económica el año pasado: dejaron de pagar salarios y servicios durante dos meses. Gette reunió a todos los directores, y como si la cosa no fuera con ella, con lágrimas, les dijo que pidieran a sus subalternos un compás de espera.
Silvia Gette está en la cárcel desde Semana Santa. Allí la visita su novio, el capitán del equipo de fútbol de la UAC. El equipo quedó campeón en la B y al momento de recibir las medallas cada uno se puso una camiseta que decía: “Doctora Silvia, este triunfo es suyo”.
Ella parece que no se da por vencida. Todo indica que su abogado Arcadio Martínez trató de sobornar a los paramilitares para que cambiaran el testimonio en contra de ella. Pero lo cogieron con las manos en la masa (ver recuadro).
Hoy, a punto de cumplir sus 62 años, en su celda en Bogotá, Silvia Gette debe pensar que estuvo a punto de lograr su consagración. Ahora espera lo que decida la Justicia. No solo por el asesinato de Cepeda, sino también por el de su propio esposo. “Creemos que Mario Ceballos fue envenenado por Silvia Gette”, dice Abelardo de la Espriella, en nombre de María Paulina Ceballos, la hija del rector.
EL ABOGADO DE GETTE Y LOS SOBORNOS A LOS TESTIGOS
En este caso han aparecido varios indicios de que los investigados tratan de sobornar a los testigos.
En febrero pasado, el CTI capturó al abogado de Silvia Gette, Arcadio Martínez, al parecer cuando iba a entregar 250 millones de pesos en billetes de 50.000 pesos a un emisario de alias don Antonio (ver foto). El propósito era supuestamente que el jefe paramilitar cambiara su testimonio contra la rectora.
Este no era el primer intento que hacían de torcerle el pescuezo a la investigación. Ya se conocía una grabación en la que le ofrecían a alias Costeño 100 millones de pesos para que dijera que la que los había contratado para matar a Fernando Cepeda no era Silvia Gette, sino María Paulina Ceballos, la hija del rector.
Y alias el Canoso, el pasado 20 de junio, dijo a la Fiscalía dijo que en dos ocasiones le ofrecieron dinero (en total 300 millones de pesos) de parte de Gette para que declarara en contra de los que acusan hoy a la exrectora.
Como si la situación no fuera lo suficientemente compleja, le ha salido otra arista al caso, y son los supuestos vínculos del abogado de Gette con el narcotráfico. Hace unas semanas, la W entrevistó a un narco extraditado que ya pagó su pena en Estados Unidos y desde ese país contó que en 1997 conoció a Martínez “me dicen que él tiene cómo comprar mercancía, llámese cocaína. Yo le entregó 20 kilos, él los vende, me paga. Hicimos ese año varias transacciones hasta que un día me quedó debiendo 200.000 dólares”. Y Chitiva concluyó: “No sé cómo Arcadio terminó siendo abogado, si viene delinquiendo desde hace muchos años”.
Ahora, en una nueva declaración que conoció SEMANA, otro colombiano condenado en Estados Unidos, relata varios supuestos episodios que vinculan al abogado Martínez con el narcotráfico.