DIPLOMACIA

SOS por la OEA

A pocos días de la Cumbre de las Américas, hay alarma en Washington por la situación económica de la OEA. Es tan mala que deberá arrendar algunas de sus oficinas de Washington para respaldar su financiamiento.

24 de marzo de 2012
La OEA es dueña de seis propiedades en Washington. El emblemático edificio principal, inaugurado en 1910 en la calle 17 con la Constitution Avenue, queda a pocos pasos de la Casa Blanca. Más al norte se levanta la Casa del Soldado, tambien de la Organización.

Afinales de noviembre, luego de regresar al trabajo en Washington después del puente festivo del día de Acción de Gracias, una preocupación enorme se apoderó de los empleados de la Organización de Estados Americanos (OEA). Un reporte interno les informaba que el organismo estaba a punto de quedarse sin plata en el banco y que era muy probable que no pudieran recibir el sueldo de diciembre. Inquietos, los directivos de la Asociación de Empleados convocaron a una asamblea general pocos días después y le plantearon el asunto al secretario general, José Miguel Insulza.

De la reunión se marcharon más tranquilos. El excanciller chileno les dijo que había resuelto el problema financiero, pues acababa de conseguir los 3,5 millones de dólares que faltaban, y que les iba a cancelar a tiempo hasta el último centavo. Para lograrlo, Insulza tuvo que echar mano de sus habilidades diplomáticas y convencer a Brasil, uno de los 34 Estados miembros de la Organización, de que pagara algunas cuotas atrasadas. No fue fácil. Desde hace un año el embajador brasileño no asiste a las sesiones y su país congeló los aportes como respuesta al dictamen de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA, que pidió paralizar las obras de la gigantesca hidroeléctrica de Belo Monte, por las que unos 50.000 campesinos e indígenas brasileños deberán abandonar sus tierras.

El caso es que, superado el lío con Brasilia, el sueldo les llegó a los empleados de la OEA que, sin embargo, no duermen tranquilos. "Lo grave es que el hueco financiero de la Organización es más de fondo y crece cada 24 horas", le dijo a SEMANA un trabajador de la entidad que prefirió el anonimato. Y agregó: "Por eso Insulza ha tenido que considerar vender algunos inmuebles e incluso dar en arrendamiento ciertas oficinas".

Suena insólito, sobre todo cuando se trata de un organismo multilateral de tanto peso, pero es verdad. En Washington, la OEA es dueña de seis propiedades. La más destacada es el emblemático edificio principal, inaugurado en 1910 en la calle 17 con la Constitution Avenue, a pocos pasos de la Casa Blanca. Junto a él se encuentra otra edificación para oficinas administrativas y más allá el Museo de América. Al norte se levanta el denominado Pink Palace, también conocido como La Casa del Soldado, y, en una zona residencial, la casa del secretario general. La lista termina con un edificio de ocho pisos en la céntrica esquina de las calles F y 18, donde tiempo atrás no solo se les alquiló a las tiendas Juan Valdéz un local en la planta baja, sino que se dio en arrendamiento medio piso. Ahora la situación es tan apretada que se ha tomado la decisión de poner en alquiler el otro medio.

Como si fuera poco, algunas voces dentro de la OEA, al borde de la desesperación porque las cuentas están en rojo, han llegado no solo a sugerir vender un inmueble contiguo a la residencia del secretario general y a plantear que se arriende parte del espacio que ocupan los más de 70 jóvenes que hacen pasantías, sino alquilar el histórico Salón de las Américas -donde tuvo lugar la firma del Tratado Torrijos-Carter-, de modo que pueda utilizarse para fiestas de matrimonio. Pero la cordura ha imperado y lo único que se decidió fue alquilarlo para eventos institucionales. Atrás quedaron las épocas en que las bodas privadas con orquesta desataron escándalos.

Para mayor complicación, este panorama ensombrecedor para la OEA surge cuando crecen las críticas a su solidez política y a su influencia en la región. Bautizada hace años, medio en broma, medio en serio, "el Departamento de Colonias de los Estados Unidos", la Organización fue haciéndose adulta, pero en los últimos tiempos, con el nacimiento de la Alba en 2004 y de Unasur en 2008, quedó claro que varias naciones de América Latina y el Caribe quieren jugar en el escenario mundial por fuera de la órbita de Washington. Prueba de ello fue la amenaza de boicot, por parte de la Alba, a la Cumbre de las Américas del mes entrante en Cartagena si Estados Unidos no permitía invitar a Cuba.

Más allá de estos episodios, la verdad es que desde el punto de vista financiero la OEA está entre la espada y la pared. Primero, por el costo para llevar a cabo la gestión y mantener los edificios. Segundo, porque el reajuste de los aportes de cada país no son considerables y porque algunas naciones, como Venezuela, no pagan cumplidamente. Y tercero, porque, a pesar de lo mal que se habla de la organización, los Estados miembros solicitan su ayuda un día sí y otro también.

Los números no mienten. El presupuesto de la OEA roza los 80 millones de dólares anuales, "el 65 por ciento de los cuales se van en los salarios de los 600 empleados y en mantener los edificios", según le informó a SEMANA el jefe de gabinete de la Organización, el peruano Hugo de Zela. Las edificaciones exigen alrededor de 4 millones al año y no se encuentran en buen estado. Un reporte interno afirma que se requieren 36 millones de dólares para ponerlas al día. Y hay cuestiones urgentes: de no ser por un arreglo reciente, la compañía respectiva habría cancelado la póliza del seguro contra incendios, tal como amenazó a finales de 2010.

Del total del presupuesto, la cuota que debe pagar cada país, que se calcula mediante una fórmula donde influyen el Producto Interno Bruto, las exportaciones y la población, entre otros factores, se cancela los primeros tres meses del año. Estados Unidos se hace cargo del 54 por ciento, seguido por Canadá, Brasil, México y Argentina -Colombia pondrá 850.000 dólares este año-. Al otro extremo, y ahí se notan los contrastes de la OEA, se sitúa uno de los países más pobres del mundo, Haití, que da unos 100.000 dólares, y uno de los más pequeños, St. Kitts y Nevis, que desembolsa 35.000. Lo paradójico es que con ese dinero la OEA debe acudir a donde se la llame. Las dos misiones más numerosas se han destinado a Colombia y Haití, cada una de ellas con un centenar de personas. En Colombia se dedican a apoyar los procesos de paz y en Haití a hacer un registro civil de personas que carecían de él. Tras el terremoto de 2010, más de 5 millones de seres humanos fueron beneficiados con ese programa. Fuera de eso, el organismo ha mandado 50 misiones electorales en los últimos dos años.

¿Qué se puede hacer para que el dinero no se gaste donde no toca? "Llevar a efecto la iniciativa del secretario general Insulza, que es concentrarse en cuatro áreas: promover la democracia, defender los derechos humanos, la cooperación técnica y la seguridad ciudadana", dice Hugo de Zela. Puede ser, porque de lo contrario los dirigentes de la OEA se verán tapando huecos financieros cada dos por tres, tal como les ocurre desde hace varios años.

La OEA no es el más ejemplar de los organismos y José Miguel Insulza no es el santo de la devoción de todo el continente. A veces se equivoca, a veces acierta. "La OEA, según dijo su primer secretario general, el colombiano Alberto Lleras, será lo que los Estados miembros quieran que sea". De modo que si bien le llueven varillazos, sigue prestando servicios que nadie presta. Por eso puede tener futuro. Además, como le dijo a SEMANA el director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown, Erick Langer, "América Latina tiene todo el derecho a crear sus propios organismos. Pero el diálogo de todo el hemisferio, el de las Américas, se lleva a cabo en un foro: la OEA".