testimonios
Tarde de terror para una patrulla militar en Guainía: los querían desmembrar y quemar vivos
En un acto de barbarie, criminales lanzaron una granada a un camión que transportaba soldados. Un militar murió y otros 11 resultaron heridos. El plan era desmembrarlos y quemarlos vivos.
La pesadilla se repite cada noche, el subconsciente se hace amo y señor cuando se logra conciliar el sueño. Las escenas mentales son tan tormentosas como cuando ocurrieron en la tarde del 19 de octubre: criminales lanzaron una granada contra un grupo de militares, luego trataron de quemarlos y desmembrarlos vivos. Este recuerdo aqueja a 11 soldados sobrevivientes del ataque terrorista en Guainía. Uno más resultó muerto. Recordar estos hechos es duro.
Por momentos su narración es fluida, pero, cuando llegan al punto del ataque, hacen una pausa. Mientras cuentan los pormenores de los trágicos hechos, las lágrimas son las que continúan acompañando el relato.
“La granada me pasó en medio de los pies, pensé que había explotado y lo único que hice, sin pensarlo, fue tirarme del camión”, cuenta el soldado regular Kevin Díaz. Tiene 20 años y está prestando su servicio militar en el Ejército desde hace nueve meses.
Asegura, sin vacilar, que esta es la situación más extrema que le ha tocado enfrentar. Vio, dice, la cara de la muerte. Aún recuerda el rostro de su compañero muerto. Momentos antes hablaron sobre el futuro y la vida que les esperaría en el Ejército cuando terminaran el servicio militar. Pensaban seguir en la milicia. Díaz regresaba junto con 11 compañeros de cumplir una labor cívica. Habían limpiado un colegio indígena en Puerto Inírida, tarea que no les corresponde a los soldados.
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Al tratarse de una actividad alejada del combate, no llevaban armamento para defenderse ante alguna hostilidad. La jornada de limpieza finalizó sin mayores novedades. Los soldados iniciaron el recorrido de regreso a las cinco de la tarde de ese martes 19 de octubre. Era un camión NPR, un furgón sellado completamente cuya estructura es una lámina metálica. Los militares llevaban la puerta de atrás abierta para ventilarse. El conductor comenzó la marcha.
Como siempre, los chistes y burlas amenizaban el viaje. El descanso era lo único que les esperaba. Sobre el papel, todo marchaba de acuerdo con el cronograma. Durante el recorrido, los soldados observaron una motocicleta que seguía su paso, pero no prestaron mayor atención, pues se movilizaban por una zona urbana. Lejos estaban de pensar que los iban a atacar, dado que venían de limpiar un colegio, de estar con la comunidad.
Cuando el camión tomó la carretera, la moto, de color blanco y naranja, mediano cilindraje y con dos ocupantes, aceleró su marcha. Ya estando cerca al vehículo militar, el copiloto lanzó una granada contra los uniformados. La cápsula cargada de explosivos comenzó a rodar sin control por el piso del camión, y, uno tras otro, los soldados comenzaron a tirarse a la carretera sin importar que el vehículo estuviera en movimiento. La idea era escapar de la muerte.
El soldado Díaz cayó a la vía y se golpeó fuertemente la cabeza. Estuvo dos días inconsciente, pero entre sus vagos recuerdos tiene grabadas las imágenes de cómo sus compañeros quedaron esparcidos sobre la carretera: unos con heridas del golpe; otros, empapados de sangre, lacerados por las esquirlas de la granada, quemados en los rostros; y uno más con parte del cuerpo destruido, pues la explosión le desprendió una de las extremidades.
“Cuándo tiraron la granada, yo quedé como a 50 metros del carro, fuimos quedando regados en la carretera a medida que nos íbamos lanzando del vehículo en movimiento; cuando me tiré, me golpeé muy duro, quedando en el pavimento inconsciente, no supe nada más”, cuenta el soldado Díaz. Llora al recordar que uno de sus compañeros, el soldado Jhon Escobar, no pudo hacerle el quite a la muerte.
Díaz es uno de los cinco uniformados que permanece en el Hospital Militar de Bogotá, a donde fueron trasladados quienes presentaron heridas de mayor complejidad .
En la UCI
Él se encuentra en la zona de recuperación, pero hay otros que permanecen en unidades de cuidados intensivos o bajo vigilancia especial, como el soldado regular Elián Bolaños, quien sufrió quemaduras de segundo grado en rostro y brazos. “Uno de ellos murió, otros están en uci y uno perdió un pie; yo quedé desorientado, había un tanque de gasolina dentro del camión y creo que eso fue lo que me quemó, porque sentía la cara y los brazos como si me fueran a explotar”, afirma Bolaños, quien apenas tiene 19 años.
Con honestidad, Bolaños le dice al comandante del Ejército, general Eduardo Zapateiro, quien llegó al Hospital Militar para enviar un mensaje de apoyo a los soldados heridos y sus familias, que su sueño era estar en la fuerza, pero debido a la experiencia prefiere tomar otro camino. Zapateiro no dudó en tomarle la mano fuerte al militar y decirle que el Ejército lo apoyaba en cualquiera que fuera su decisión, pues igual seguía siendo un héroe de la patria, dispuesto a ofrendar su vida por la de los colombianos, como lo hace un soldado.
“Yo le pedía ayuda a mis compañeros, porque no me podía parar, tenía toda la pierna rota, la granada me cayó a mí; pero tuve fe en Dios y me ha dado una segunda oportunidad”, relata el soldado Edwar Téllez, quien está canalizado y con cables en todo su cuerpo, que le hacen seguimiento en tiempo real a su condición de salud. El dolor que siente hace que constantemente pida medicación. Los sonidos de los monitores de la unidad de cuidados intensivos alertan sobre la gravedad de las heridas. A Téllez le tuvieron que amputar el pie derecho, pero la cara también es el espejo de la brutalidad del ataque. Las esquirlas le formaron una especie de mapa en la mejilla izquierda. Además, presenta síndrome de miembro fantasma, es decir que, aun cuando ya no tiene su cuerpo completo, cree que todavía cuenta con los dos pies.
Su testimonio, al igual que el de sus compañeros, es desgarrador, pues no sabe en qué momento la vida le dio un giro de 180 grados. Solo recuerda el instante en que trataban de ayudarse los unos a los otros. Cierra los ojos y se toma una pausa para contestar: “Yo le gritaba al conductor, frene que los pelados se cayeron; al instante siento la explosión, el olor a pólvora y cómo me quemaba la cara. En ese momento, no me veo la pierna, creo que, si me la veo, no hubiera tenido fuerzas de salir del camión, pero lo hice y le dije a un dragoneante que me ayudara”.
Cuenta que solo escuchaba cuando sus compañeros gritaban que les habían tirado la granada desde una moto, y otros malheridos pedían ayuda. Sueño que se quedó en el camino.
“Desde los 14 años mi sueño era ser soldado. A los 16 no me aceptaron, a los 17 tampoco y, cuando cumplí los 19, que ya tenía cédula, decidí volverme a presentar. Dije, si no entro, no voy más. Me aceptaron, quería ser soldado profesional, pero con esta situación me da miedo (…) vincularme al Ejército, pero me sirvió para ayudar a mi familia. Mi papá se quedó sin trabajo, pero lo puse a trabajar con mis hermanos, estábamos haciendo una casa. Nunca pensé esta vaina”, narra desde la uci el soldado Téllez.
Los testimonios de los uniformados y los detalles sobre cómo lograron salir vivos del brutal ataque se dieron durante un recorrido del comandante del Ejército al Hospital Militar; visitó cada uno de los pisos donde se encontraban los militares heridos, pasó revista y habló con los soldados y sus familias.
Los ataques con artefactos explosivos de las disidencias de las Farc, del ELN y del Clan del Golfo contra la fuerza pública no son nuevos, pero sí son de las peores prácticas que se presentan en el conflicto colombiano. Valle del Cauca, Catatumbo, Arauca, Cauca, Antioquia y Nariño son las zonas donde más tienen que cuidarse los uniformados de caer en estas acciones, que, a todas lucen, violan los derechos humanos y el derecho internacional humanitario.
Los jóvenes soldados Díaz, Téllez y Bolaños reflejan la cruda radiografía del país, en donde no se puede hablar de paz, sino de una convulsionada situación de orden público que está cobrando la vida de inocentes. La guerra, en sí misma, es una pesadilla.