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INFORME

La preocupante cifra de suicidios en Colombia

Las tasas siguen en aumento, sobre todo en menores de 14 años y mayores de 80. Expertos temen que se vuelva una epidemia. SEMANA hace el diagnóstico.

5 de noviembre de 2016

Indagar lo inescrutable. Comprender la mente humana. Cada 40 segundos alguien decide quitarse la vida, lo que representa unas 3.000 muertes diarias en el mundo; sin embargo, el suicidio sigue siendo un tema tabú. Hace unos días, Colombia se conmocionó con el homicidio-suicidio de una familia de colombianos en Sídney, Australia, donde los padres y sus dos hijos autistas murieron intoxicados con gas inodoro. Históricamente las tasas nacionales han sido más bajas que en Asia y el Viejo Continente, pero, a la vez que el homicidio desciende, en los últimos años la tendencia de muertes autoinfligidas está empezando a cambiar en Colombia.

Frente a la última década, las autolesiones fatales aumentaron más del 10 por ciento y se situaron en el cuarto lugar de muertes violentas en Colombia. El índice de suicidio nacional es de 5,22 por cada 100.000 habitantes mayores de 5 años. Sin embargo, el informe Forensis 2015 del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses demostró que algunos departamentos superan ostensiblemente el promedio nacional: Arauca con 11,68, Amazonas con 10,68, Caldas con 8,45, Huila con 7,75 y Quindío con 7,59. Por el contrario, los departamentos con las estadísticas más bajas son Vichada, Córdoba, Bolívar, La Guajira y San Andrés.

Llama la atención en particular que hay municipios pequeños donde el riesgo se dispara brutalmente: Lourdes en Norte de Santander, con una tasa de 111,48 por 100.000 habitantes, Pueblo Rico en Risaralda con 71,20 y Berbeo en Boyacá con 67,07. En el segundo esto se debió a la determinación de líderes indígenas de acabar con su vida el año pasado, un fenómeno similar al que desde hace unos meses azota al departamento de Vaupés.

Juventud divino tesoro

Tanto en el país como en el mundo, la población más vulnerable tiene entre 15 y 29 años. Representa el 49 por ciento de los suicidas, particularmente en el rango entre 20 y 24 años. En líneas generales puede vislumbrarse un perfil poblacional donde la propensión al suicidio podría ser mayor: hombres jóvenes sin estudios secundarios, desempleados y con tendencia a enfermedades mentales o trastornos psicoafectivos como la esquizofrenia, la bipolaridad y la depresión o vicios como el alcoholismo y la drogadicción (ver infografía).

Cuando se revisan los factores para que los jóvenes tomen esta decisión, además de patologías psiquiátricas, estos generalmente responden a la frustración en proyectos de vida inmediatos. Por ejemplo, un estudio sobre suicidio en universitarios entre 2004 y 2014 de las universidades Javeriana, Santo Tomás, Los Andes, Nacional y Manuela Beltrán encontró que muchas veces los estudiantes se suicidan por “determinantes proximales como la ruptura de relaciones de pareja, la soledad, las pérdidas académicas y las dificultades en la adaptación a la vida universitaria”. Pero estos también pueden sobrepasar lo académico y las dificultades del primer empleo, y deberse sobre todo a la disfunciones como la violencia intrafamiliar o la ausencia de los padres, el bullying o la discriminación sexual. Para la directora del Observatorio Javeriano de Juventud, Martha Gutiérrez, los datos encontrados en la investigación interuniversitaria exigen “la reflexión de las universidades acerca de sus procesos formativos, además de imponer la necesidad de conocer este hecho de manera más amplia y clara”.

Precisamente, en varias ocasiones se ha subrayado la necesidad de llevar un registro y hacer seguimiento a los jóvenes que intentan suicidarse, y realizar acompañamiento psicológico cuando sufran trastornos mentales o problemas de adaptación. Esto, particularmente, en aquellas instituciones donde los alumnos escogieron el campus educativo para cometer el acto fatal, para que trasciendan la mera necesidad de mantener la buena imagen de la universidad y evalúen realmente la complejidad del fenómeno.

Alarmas inesperadas

Pero simplificar un fenómeno que implica múltiples aristas sería un sinsentido. El informe de Forensis también demostró hechos inesperados: últimamente se ha disparado la vulnerabilidad de niños y ancianos. Y aunque las razones pueden ser variadas, entre los preadolescentes priman los problemas de autoestima, el matoneo escolar, la falta de orientación psicológica, la presión académica y el rechazo por su orientación de género. Además se ha evaluado la posible incidencia del acceso a redes sociales desde temprana edad y al avance de la informática, lo cual limita las relaciones de vecindad y amistad y lleva a vidas más solitarias desde la niñez.

Por otro lado, solo el año pasado la tasa de suicidio en hombres mayores de 80 años estuvo 258 por ciento por encima de la población en general. Los expertos coinciden en que esta decisión responde a que no quieren ser un estorbo para su familia, ni lidiar más años con enfermedades degenerativas, particularmente aquellas que atentan contra su capacidad mental. Se añade también el aspecto cultural de la familia, donde la abuela juega un rol de crianza, mientras el abuelo se siente relegado. Asimismo, la falta de dinero, la dependencia económica y el abandono de la vejez en el país están haciendo del suicidio una epidemia entre los adultos mayores, pues solo uno de cada cinco recibe pensión y más del 20 por ciento vive en condiciones de pobreza.

En el mundo

En las últimas décadas, el suicidio ha aumentado un 60 por ciento a nivel mundial, sin incluir los intentos de muerte autoinfligida, que son 20 veces más frecuentes que el acto como tal. Anualmente la Organización Mundial de la Salud (OMS) cuenta alrededor de 900.000. Muchos de estos se dan en lugares turísticos que terminan convertidos en verdaderas mecas del suicidio en el mundo. Entre los más reconocidos están el puente Golden Gate de San Francisco, el bosque Aokigahara en Japón, las cataratas del Niágara entre Estados Unidos y Canadá, el acantilado Beachy Head en Inglaterra y el puente sobre el Yangtsé de la ciudad de Nanjing en China.

Ahora bien, los países con las tasas más inquietantes son Guyana, India y las Coreas, con índices que superan más de siete veces el promedio colombiano (ver infografía). Comprender por qué sucede allí en mayor medida es complicado, pues además de ser un fenómeno multifactorial, a veces responde a tradiciones culturales enraizadas, como el macabro suicidio colectivo de una secta religiosa en Guyana en los años setenta. Sin embargo, ha habido tentativas por controlar el fenómeno. En Corea del Sur, por ejemplo, el centro terapéutico Hyowon de Seúl ideó una excéntrica terapia para combatir el suicidio creciente: someter a los pacientes con depresión que han intentado suicidarse a planificar su funeral, redactar su testamento, despedirse de sus seres queridos y encerrarse en un ataúd, para que reflexionen sobre su determinación y le encuentren sentido a la vida.

Salud mental

Por lo pronto, en Colombia, en su Plan decenal de Salud Pública 2012-2021 el Ministerio de Salud situó al suicidio como un asunto de prioritaria vigilancia. Sin embargo, “el sistema de salud es un agravante porque si ya es difícil entrar en la salud física, en el acceso a psicólogos y psiquiatras la oportunidad es casi nula, a no ser que el paciente llegue en un intento de suicidio”, le dijo a SEMANA Brígida Montoya, experta en salud pública del Centro de Referencia Regional sobre Violencia de Noroccidente. La atención es inoportuna y, como si fuera poco, en el país no se ha estudiado realmente cómo los medicamentos contra el acné, los antipsicóticos y los antidepresivos incitan el instinto suicida.

Piedad Bonnett, autora del libro Lo que no tiene nombre, le dijo a esta revista que “hay que desestigmatizar el suicidio y a la vez prevenirlo, cosas que parecen contradictorias”. La OMS insiste en mejorar la formación de los profesionales de la salud, tratar adecuadamente los trastornos psicológicos y hacer seguimiento a quienes ya intentaron quitarse la vida. Esto es necesario particularmente en Colombia, donde las dinámicas suicidas son diversas, e incluyen también comunidades étnicas vulnerables como los indígenas. El suicidio debe entenderse como un fenómeno social en toda su complejidad. Además, en una sociedad ampliamente religiosa y conservadora, hay que liberarlo del veto al que ha estado condenado y retirarle de una vez por todas el velo de silencio y misterio que lo envuelve.