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Tatuajes sobre la covid-19, al alza en Colombia

La oferta de tatuajes en Colombia se incrementó después del primer año de la pandemia. Cientos de personas decidieron marcarse el cuerpo para recordar las experiencias más duras del confinamiento.

4 de septiembre de 2021
La industria de los tatuajes, que empezó en el centro de Bogotá, se ha especializado y cuenta con equipos modernos. Durante los confinamientos trabajaron de manera clandestina.
La industria de los tatuajes, que empezó en el centro de Bogotá, se ha especializado y cuenta con equipos modernos. Durante los confinamientos trabajaron de manera clandestina. | Foto: esteban vega la-rotta - semana

Ningún historiador en el mundo ha dado con la fecha exacta en que el hombre decidió marcarse la piel. Ni mucho menos el porqué. Antropólogos hallaron, en el norte de Antofagasta (Chile), un cuerpo de hombre adulto de la cultura chinchorro –que logró momificar a sus muertos más de 2.000 años antes que los egipcios– con un bigote delgado sobre el labio superior.

Hasta el momento, es la principal evidencia que desde el año 2000 antes de Cristo el hombre se ha dejado seducir por el tatuaje. Más de 4.000 años después, la ‘herida’ que supone plasmarse un símbolo, se ha vuelto masiva entre hombres y mujeres, que deciden llevar esa “cicatriz” hasta el fin de sus días a pesar del ardor en la piel durante varias horas.

Karl Ink lleva más de una década “dejando marcas” en la piel. Se abrió paso en la industria del tatuaje desde que cursaba noveno de bachillerato. Su proyecto final de la clase de tecnología fue una máquina rudimentaria. No solo pasó la materia con sobresaliente, empezó a tatuar a sus compañeros de salón. Al principio, pequeñas letras e iniciales por las cuales cobraba 500 pesos.

Eran finales de los años noventa. Las condiciones en el país eran precarias. Quienes querían dedicarse a ese oficio debían fabricar sus propias máquinas con agujas de coser, motores y puntos de soldadura. Y a falta de pigmentos, tinta china o hasta de lapicero.

“La evolución ha sido del 500 por ciento”, dice Karl, al señalar que ahora existen máquinas inalámbricas, livianas, que permiten tatuar en cualquier parte, cuyo valor en el mercado supera los 5 millones de pesos, pero que contrastan con las antiguas, más propias de un equipo de soldadura. Vivir del tatuaje se hizo posible. “Si uno es dedicado, constante, e impone un estilo propio, seguramente puede vivir del tatuaje”, señala. En Colombia, a César Gómez lo buscan por el solo hecho de tener en el cuerpo una obra suya.

El primer tatuador del país fue Daniel Severy (Dany Tattoo), quien en su currículo cuenta con obras en la piel de Andrea Echeverri (Aterciopelados), Marbelle y Juanes.

La pandemia

El sector se adaptó y transformó para cumplir la demanda de tatuajes que se incrementó durante la emergencia sanitaria. | Foto: RODRIGO URREGO - semana

Ante los rumores de un posible confinamiento, los tatuadores colombianos decidieron abastecerse de agujas y pigmentos, aunque con la idea de que el encierro fuera cuestión de días. La pandemia los desbordó. El negocio no se detuvo, se transformó.

Empezaron a recibir llamadas de personas que, a causa de la situación, y quizás para enfrentar el confinamiento de otra manera, decidieron tatuarse, incluso junto a sus familias. La práctica no dejaba de ser “clandestina” por las restricciones para salir a la calle. “Todo en la clandestinidad se mueve. El precio de los tatuajes a domicilio se incrementó”, confiesa Karl.

Cuando el negocio se reactivó, los tatuadores comprobaron que la covid-19 precipitó ‘otro virus’ en la piel, pues a muchas personas, el año de la pandemia les partió la vida en dos y decidieron reflejarlo en su cuerpo. Unos, dice Karl, sufrieron separaciones y optaron por taparse tatuajes anteriores, dándoles otro sentido a las obras que les recordaban a la persona que alguna vez amaron, a tal punto de llevarla en la piel.

Otros fortalecieron sus relaciones y quisieron plasmarlo con un tatuaje. “La gente le confiesa a su tatuador todas las cosas que pasaron en el encierro”, explica. También creció el número de personas que se grabaron el nombre, o algún recuerdo, de un ser querido fallecido a causa del coronavirus.

En su estudio, en la carrera Séptima con calle 22, Karl ha vivido momentos de dureza, como el de un funcionario del staff del teatro Jorge Eliécer Gaitán, que tras la muerte de uno de sus compañeros, fallecido por el virus, decidió tatuarse un símbolo en su honor. “El teatro puso por un día el nombre de ese empleado”, recuerda.

Doralys, una mujer que perdió a su madre, se tapó una cicatriz con uno de los últimos mensajes que ella le escribió en una hoja de papel, el Salmo 21. La mujer se quebró en llanto al comprobar que las letras que le quedaron grabadas en la piel tenían el mismo trazo de la escritura de su madre. “Esto es como una sesión con el psicólogo. Salen un poquito más felices, o por lo menos un poquito menos infelices”, afirma Karl.

Tinta y Manuel H.

El evento se llevará a cabo en la Casa de Rey. | Foto: esteban vega la-rotta - semana

Cerca de 20 artistas colombianos harán parte de la primera exposición nacional de tatuajes pospandemia. Tendrá lugar este fin de semana en uno de los sitios más emblemáticos del centro de Bogotá, la casa donde hasta hace una década funcionó el estudio fotográfico de Manuel H., el legendario fotógrafo que registró los sucesos del Bogotazo (1948).

Este será el primer evento cultural que albergue la que hoy se llama la Casa de Rey, cuya restauración tardó más de cuatro años y concluyó durante la pandemia. Además de la feria del tatuaje, el pintor Gabriel Aguilar y el fotógrafo Víctor Villamizar expondrán las obras que realizaron durante el periodo de pandemia.