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Tirando a matar: los escalofriantes relatos de las víctimas de los violentos robos en Bogotá
SEMANA revela escalofriantes testimonios de víctimas de robo en Bogotá a las que han intentado asesinar o herir con armas y golpes. Cada hora hay diez denuncias de atracos en la capital del país.
Devi Natalia González pedaleaba rápidamente hacia su casa después de pasar un rato con sus amigos en la tradicional zona del Park Way, en Bogotá. Iba por la avenida Boyacá, cerca del puente de La Sevillana, cuando sintió un empujón muy fuerte que la tumbó.
De inmediato, una persona, a quien no pudo ver bien por la oscuridad de la una de la mañana, rodeó su cuello y lo apretó, intentando ahorcarla. En medio del forcejeo, sintió dos golpes fuertes en la espalda, mientras trataba de liberarse y huir con su bicicleta y sus pertenencias.
Se subió de nuevo a la bicicleta lo más rápido que pudo e intentó huir por varias cuadras de ese hombre, que, para ella, estaba claro que no solo quería robarla, sino asesinarla. Vio su mano untada de sangre mientras agarraba el timón, pero no le prestó atención. Tenía que alejarse de ahí.
Mientras avanzaba por la ciclorruta, empapada por un aguacero típico de la temporada de lluvias de octubre, sintió que se quedaba sin respiración. Aunque trató de avanzar por algunos minutos, tuvo que parar, sentarse en un andén y aceptar la ayuda que le ofreció un taxista para acercarla hasta su casa, en Sierra Morena, al sur de la ciudad.
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Su pelo y su ropa chorreaban agua, pero sentía la espalda caliente, sudorosa, y seguía sin asimilar lo que acababa de sucederle. Lo primero que hizo cuando entró a su casa, aparte de comunicarse con las autoridades, fue quitarse la camiseta. Notó que estaba ensangrentada: los dos golpes que había sentido de su agresor en realidad fueron puñaladas. Recuerda que una patrulla la llevó, junto con un amigo, hasta el Hospital Meissen. A partir de ese momento, los recuerdos son más difusos, pues pasó un rato inconsciente. Sabe que esperó unas tres horas para que la atendieran y que la ingresaron a cirugía en cuanto notaron la gravedad de su estado.
“El cirujano me decía que estaba ahí de milagro, que menos mal había llegado rápido al hospital (...) El pulmón izquierdo me lo pincharon, prácticamente”, cuenta la joven, de 23 años, quien pasó unas horas en cuidados intensivos y varios días hospitalizada, mientras su órgano fue dejando salir la sangre y el aire que tenía por dentro.
Devi Natalia ya no se siente segura desde ese episodio. Cree que necesita atención psicológica, pues fue, sin duda, traumatizante. Su vida es su bicicleta, pero teme salir con ella, a pesar de que trabaja en la ciclovía y se dedica al ciclismo de montaña y de ruta. Aunque no se ve haciendo nada más por el resto de su vida, confiesa que no sabe cuándo volverá a estar tranquila para andar por la calle sin temor.
“Nos están matando, de verdad. Nos están quitando la vida por robarnos la bicicleta; ya no importa si es un niño, una mujer, en serio, están es tirando a matar”, concluye González.
La angustia de otra víctima
Como ella, Juan Camilo Rodríguez, de 32 años, fue atacado durante un atraco. Sin embargo, tuvo más suerte. Estaba saliendo de la estación de TransMilenio de Las Nieves un sábado a mediodía e iba a cruzar la calle; su celular vibró y, sin sacarlo por completo del bolsillo de su pantalón, revisó la pantalla. Cuando levantó la mirada, notó que una persona lo estaba observando. Su reacción inmediata fue correr hacia el lado contrario, en donde lo esperaba un muchacho alto que lo abrazó con brusquedad, mientras el otro se acercó, le robó su teléfono y salió corriendo.
Él se movió e hizo fuerza para que lo soltara aquella persona que intentó herirlo con un puñal, a pesar de que su compañero ya le había quitado lo que quería. Dar cuatro pasos hacia atrás lo salvó de sufrir una herida que pudo dejarlo en urgencias, pues la punta del arma blanca solo alcanzó la tela de su camiseta y rayó su cinturón. “Eso pasó a cuadra y media de un CAI, pero cuando fui me dijeron que fuera a Claro a hacer la denuncia y también a la Fiscalía, pero que ya tocaba el lunes, en horario de oficina”, cuenta. Para él, Bogotá era una ciudad segura, aunque después de ese episodio ni siquiera es capaz de sacar su moto por temor a que se la roben.
Es sabido que una gran cantidad de víctimas de hurto no denuncian. No ven el sentido de hacerlo o se demoran, pues no se sienten respaldadas por la institucionalidad. Eso es lo que le pasó a David Garzón, quien el fin de semana de Halloween también fue atracado en Chapinero, en el parque de los Hippies.
A eso de la una de la mañana, se dirigía con su pareja a un cajero que queda sobre el lugar, pues creyó que estarían seguros por el CAI ubicado a pocos metros. Cuando caminaban, cuatro sujetos los acorralaron contra unas bancas, de tal forma que ambos cayeron al suelo.
Mientras les exigían a gritos que les dieran todo lo que tuvieran consigo, los amenazaron con un puñal de unos 20 centímetros. Incluso, le dieron un golpe fuerte en el maxilar a él, quizás para que parara de gritar. “Me pareció exagerado que hasta nos robaran el tapabocas”, piensa, y recuerda que también se llevaron las llaves de su casa.
Pese a que ninguno de los dos sufrió heridas de gravedad, David opina que la violencia con la que se están cometiendo los robos en Bogotá es distinta a la del pasado, y no se siente satisfecho con la respuesta que recibió de la Policía esa madrugada. Cuando se acercó al agente que estaba en el CAI, su comentario fue desalentador y revictimizante: “Me dijo que nosotros habíamos propiciado las condiciones para que nos robaran y que el problema es que hay muchos venezolanos”, cuenta.
Agrega que le aclaró al policía que los atracadores no eran extranjeros. “Pero uno entiende también, porque ese es el discurso oficial del Distrito, abiertamente xenófobo, y ellos justifican su inoperancia diciendo eso; pero el problema de Bogotá no es que haya migrantes, es que haya ladrones”, señala.
Su experiencia, aunque no lo llevó a la cama de un hospital, sí lo hizo notar el grado de violencia con el que los robos están sucediendo en la capital del país. Quienes lo atacaron a él y a su pareja no querían solo quitarles sus pertenencias, sino también lesionarlos físicamente.
Enghell Eduardo Rodríguez sobrevivió para contar lo que les pasó a él y a su esposa, saliendo de Bosa, cuando iban en bicicleta rumbo al barrio Madelena de Ciudad Bolívar. Hacia las siete de la noche de un lunes de febrero, ella le ganó ventaja por algunos metros, y él vio cómo, en segundos, un sujeto la empujó, haciéndola caer al suelo y quedó casi sin aire.
De inmediato, se bajó de su bicicleta para tratar de ayudarla, aunque otro hombre se abalanzó sobre él con un puñal. No sabe cuánto tiempo pasaron así, pero el sonido de unos disparos hechos por celadores de la zona alejaron a los ladrones, que se fueron rápidamente, pedaleando las bicicletas que acababan de robarles. Ella estaba inconsciente, y él, ensangrentado, notó una herida en el estómago, pues había recibido dos puñaladas. Mientras esperaba a la policía, cuyos agentes llegaron unos diez minutos después del episodio, sintió que se desmayaba.
No recuerda mucho más, pero sí sabe que pasó más de una semana en el Hospital El Tunal; desde entonces, el temor los acecha todos los días. No volvieron a comprar bicicletas y solo piden transporte por aplicaciones. Si bien los hurtos de bicicletas se han reducido en los últimos tres meses, diariamente a unas 27 personas les quitan la suya, según cifras de la Secretaría de Seguridad reveladas por el concejal Abisambra.
“Estamos decididos, antes de diciembre nos vamos a vivir a Canadá”, explica Enghell, pues su hijo estudia en ese país y tienen nacionalidad canadiense, ya que ambos se educaron allá y son ingenieros aeronáuticos.
Los relatos de algunos habitantes de Bogotá son solo un reflejo de la realidad que muchos han experimentado, y la explicación del temor de otros tantos que sienten que viven en una ciudad absolutamente insegura. Varios tuvieron menos suerte, como los 110 que murieron por atracos en 2021. La coyuntura es crítica, y la sensación de desamparo, gigante.