Toda una telenovela
En 2002 los canales privados crecieron, los públicos entraron en agonía, la Comisión sólo se defendió y el gobierno aún busca norte. Una trama digna sólo de un buen novelón.
La historia de la televisión este año fue como una telenovela clásica. Tuvo ricos poderosos, pobres luchadores, malos manipuladores, un despistado, víctimas, momentos emocionantes y episodios deprimentes.
Empecemos por los ricos y poderosos. A los dos canales nacionales de televisión privada, Caracol y RCN, les fue bien. Se quedaron con casi 70 por ciento de participación de la audiencia que ve televisión y con el 65 por ciento de la torta publicitaria del medio. Pasado el furor inicial de la competencia -que les nubló la vista y los llevó a hacer gastos exorbitantes- los canales se volvieron este año empresas más eficientes y rentables. RCN va a terminar el año con una utilidad operativa cercana a los 25.000 millones, y después de pagar deuda, cerrará en punto de equilibrio. La utilidad final de Caracol será de 17.500 millones. A los dos los alivió el hecho de que recibieron, por un triunfo judicial muy polémico, 12.000 millones de pesos de devolución de la licencia original que habían pagado por cada canal de 95 millones de dólares. Bajaron sus deudas a 157.000 millones RCN, y a 230.000 millones Caracol. Y por último, con su Consorcio Nacional de Canales Privados lograron completar 43 estaciones de televisión que hoy cubren el 91,5 por ciento de la población del país. Sólo les falta llegar a los pueblos con menos de 20.000 habitantes, debido principalmente a problemas de seguridad.
Se anotaron además goles en la programación. RCN revivió con éxito el género de la crónica periodística, con el ácido y original El mundo según Pirry, innovó con el reality Protagonistas de novela (superando en audiencia a los de Caracol, Pop Stars y Expedición Robinson) y dejó listo el proyecto para un programa de opinión. Caracol se lanzó a la audaz propuesta de quitarles morbo y violencia a sus espacios -aun a riesgo de perder audiencia? y ganó pues, tanto su noticiero, como el promedio de su programación superó en rating a RCN todo el año (Ver gráfico). Sumados alcanzaron ventas al exterior -de puro talento colombiano- por más de 20 millones de dólares.
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Ahora, los pobres luchadores. Son las programadoras privadas de los canales públicos. Empezaron el año 16, terminaron 13, y otras dos están en proceso de devolver sus espacios. Ya la estatal Audiovisuales se ha hecho cargo de 122 horas de programación a la semana. Todas tienen deudas hoy con la Comisión Nacional de Televisión (Cntv) por 35.000 millones de pesos. Como dependen de una deteriorada red pública para transmitir su potencia de cubrimiento, que en teoría debería ser del 90 por ciento, apenas llega hoy, según cálculos de los programadores, al 40 por ciento de los colombianos. Con el lastre de tener que trabajar en una infraestructura estatal costosa y tan menguada, en crisis económica, sin el músculo financiero y empresarial de los canales privados, y encima, sin ponerse de acuerdo para armar franjas de programación y estrategias para competir con los gigantes, las programadoras han ido perdiendo sintonía irremediablemente. El audaz experimento que lideró Daniel Coronell en febrero con la creación de Noticias Uno, con una propuesta investigativa independiente, alcanzó picos de audiencias al inicio, pero con regiones enteras del país apagadas y una programación destartalada en su canal que depende en gran parte de Audiovisuales, no ha logrado alcanzar ni el rating ni las ventas publicitarias suficientes para seguir invirtiendo y crecer. Sigue, sin embargo, dando la pelea.
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La Comisión Nacional de Televisión, como toda mala de telenovela que se respete, se dio maña para defenderse de todos los intentos que hubo por cerrarla. Un proyecto de reforma constitucional para acabarla pasó con unanimidad de opinión por siete debates y extrañamente se hundió en el octavo (en Cámara). Entró al referendo de Uribe para abolirla por voto popular, pero salió. Un artículo para clausurarla fue incluido en la reforma política en curso en el Congreso y habrá que ver si sobrevive. Así que mientras se le iba su mayor esfuerzo en defenderse la Cntv, la televisión pública nacional sufría las consecuencias. Los comisionados se gastaron en el año más de 18.000 millones de pesos (más de lo que costó toda la lucha contra el secuestro) y no pudieron atender ni el problema de la red caída; ni el de los canales públicos agonizantes; ni el de los canales regionales en crisis. En cambio repartieron puestos y ganaron sus batallas. Quizá su único logro fue un foro de consulta para planear y discutir abiertamente la televisión que necesita el país.
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El despistado en esta novela parece ser el nuevo gobierno. Según los expertos ni domina el tema, ni tampoco ha consultado a alguien que sí sepa. Presentó hace más de un mes un proyecto de ley que propone la creación de tres canales públicos nuevos: uno cultural-educativo; uno institucional para la información oficial; y otro que sería como un Señal Colombia, pero con propagandas. Estos funcionarían en lo que hoy son los canales Uno, A y Señal Colombia. Y deja a la Cntv vivita y coleando, sólo que impone nuevos requisitos para ser comisionados, en un intento por mejorar la calidad profesional de los actuales. El proyecto, que compite con otro de Jaime Niño, ex ministro y comisionado, no tiene acogida ni entre programadores públicos, ni privados, ni entre los congresistas que conocen el tema. Además no se sabe de dónde saldrán los recursos para sostener tres canales estatales, a Inravisión y sus privilegios laborales y a la gastadora Cntv, cuando hoy no hay ni para mantener la red operando bien.
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El resultado de este año es que hay unos canales privados vigorosos, vinculados estrechamente a grandes grupos económicos, que casi copan el mercado de las ideas y de la publicidad, una televisión mixta en extinción y una pública sin dirección (a pesar del esfuerzo de calidad que hizo Alvaro Osorio en Señal Colombia). Es cierto que, a medida que se consolidan financieramente, RCN y Caracol empiezan a salirse de la fórmula segura del exceso de telenovelas para conseguir rating y poco a poco incursionan en otros géneros más arriesgados y enriquecedores. Pero mientras tanto ¿dónde pueden los colombianos tener acceso en la diversidad de voces, imágenes, y puntos de vista, ingredientes indispensables de una democracia? ¿Quién permite que se puedan escuchar versiones diferentes de las que producen quienes ya tienen mucho poder de influencia en el país?
Es bueno para el país tener canales privados grandes y ricos -así es la televisión en todo el mundo- que den empleo, impulsen talento, tomen riesgos y conquisten mercados extranjeros. Pero hay una condición: que la regulación estatal sea clara para que no abusen de su posición dominante y que una tevé pública independiente haga el balance. En esto no se avanzó en 2002. El ente regulador, la Cntv, es débil y cuestionadísima por procedimientos poco santos. Nadie tiene claro qué televisión quiere el gobierno ni con qué dinero la va a hacer. Quizás eso explique por qué en 2002, según Ibope, cada colombiano vio en promedio, cinco minutos menos al día de televisión que en 2001. Y además que la televisión por suscripción -de contenidos extranjeros- se lleve ya casi al 20 por ciento de la audiencia.
Así que si la telenovela sigue en 2003 como va este año, el final no va a poder ser muy feliz.