Sarmiento Angulo es un trabajador incansable que no sale de su oficina antes de las 9 de la noche. Incluso va los sábados a revisar todo lo que no pudo leer en la semana. La disciplina, el olfato para los negocios y la destreza en las matemáticas y la contabilidad son algunas de las claves de su exitosa trayectoria.

PORTADA

Todo poderoso

Así logró Luis Carlos Sarmiento Angulo, un ingeniero civil de la Universidad Nacional, forjar la fortuna más grande del país y estar en el puesto 64 de los hombres más ricos del planeta.

17 de marzo de 2012

Nada en sus orígenes podría augurar que Luis Carlos Sarmiento, a sus 79 años, sería el hombre más rico del país y que ocuparía el puesto 64 entre los más ricos del mundo. La revista Forbes tiene una palabra muy particular para describir el origen de su fortuna: "selfmade". Esto significa, en plata blanca, "hecho a pulso", una expresión que da buena cuenta de lo que ha sido su vida y explica cómo logró, sin ninguna ventaja inicial, amasar una fortuna que a otras dinastías les ha tomado dos o tres generaciones. Esta es su historia.

Luis Carlos Sarmiento es el penúltimo de nueve hijos de una familia trabajadora y honesta, como millones en Colombia. Su padre, Eduardo Sarmiento, vivía del negocio de la madera, que desarrollaba en Guayabetal, al suroriente de Bogotá. Su madre, Georgina Angulo, era una mujer trabajadora y la encargada de impartir la disciplina en la casa. "Con ella no había cuentos", dice el empresario en un perfil escrito sobre él. Crecer entre nueve hermanos fue una de las circunstancias que marcaron su vida. La dinámica para administrar el hogar era difícil. Como se había vuelto imposible controlar el horario de entradas y salidas, los Sarmiento Angulo decidieron que a medida que fueran creciendo sus hijos podían darles la llave de la casa como símbolo de confianza e independencia. Al niño Luis Carlos le dieron ese honor a sus escasos 8 años.

La llave no fue lo único que recibió por adelantado. Fue precoz en casi todo. Se graduó del bachillerato a los 15 años y de la universidad, a los 21. En su primer trabajo en el radioteatro de la Radio Difusora Nacional, cuando tenía 14 años, ganaba 1,25 pesos por hacer episodios de cuentos infantiles. Pero su increíble habilidad para sumar llevó a un dueño de un depósito de madera, amigo de su padre, a ofrecerle el trabajo de llevarle las cuentas. Repartía su tiempo entre esa labor de contabilidad y las tareas del colegio San Bartolomé.

Como eran nueve hijos, el joven Luis Carlos llegó a una negociación con su familia para financiar sus estudios de Ingeniería Civil: su padre pagaba el semestre y él pagaba los libros. Ese 'negocio' resultó aun mejor, pues al final de año la Universidad Nacional le devolvía la matricula (unos 40 pesos de esa época) por su excelente desempeño académico. Don Eduardo, orgulloso de su hijo, le terminaba diciendo "quédesela, ¡usted se la ganó!".

Pronto apareció en su vida Fanny Gutiérrez de las Casas. La conoció cuando apenas tenía 17 años, en un plan típico navideño de la Bogotá de los años cincuenta, un 8 de diciembre que fueron a recoger musgo a los cerros orientales para decorar el pesebre. Empezaron a salir con la excusa de que Luis Carlos le ayudara a hacer las tareas de álgebra, se enamoraron, fueron novios y en 1955 se casaron. Hoy tienen cinco hijos y 11 nietos. El día que Sarmiento obtuvo su grado tomaron la decisión de unir su vida para siempre.

La primera prueba de fuego fue poco tiempo después del matrimonio. Por su destacado promedio en la Universidad Nacional, Sarmiento se ganó una beca para realizar sus estudios en la prestigiosa Universidad de Cornell, en Estados Unidos. Pero el estipendio mensual no alcanzaba para ambos. Sarmiento decidió quedarse, aplazar la beca y comenzar a trabajar para sostener la nueva familia.

Fue así como entró a formar parte de la nómina de la empresa de construcción Santiago Berrío y Cía. Al día siguiente de ser contratado le fue encargada la carretera que une a Bogotá con Choachí. Como había trabajado cuando era un estudiante universitario, no era un primíparo. Cuenta que mientras sus compañeros apenas conocían los elementos de la construcción en fotos, él los había visto en la vida real. Y como pasaba horas hablando con los maestros de obra, sabía perfectamente cómo se instalaban, cuánto costaban y cuáles eran los más funcionales. Ese conocimiento tan preciso de lo técnico y su extraordinaria habilidad con los números lo convirtieron en un hombre indispensable para Berrío. Sin embargo, Sarmiento decidió no seguir aplazando su sueño, aplicó a Harvard y no solamente fue admitido, sino becado por el Icetex.

Pero la vida le dio la vuelta de nuevo. Y unos días antes del viaje, la guerrilla asesinó a Santiago Berrío. Sarmiento decidió quedarse en Colombia, pues tenía gran aprecio por la familia, y tomar las riendas de la liquidación de la empresa. Por ese trabajo le pagaron 10.000 pesos y decidió, a los 23 años, no volver a ser empleado.

De 10.000 pesos a US$12.300 millones

Con ese capital Sarmiento montó su empresa de construcción, el negocio con el que comenzaría su imperio. El empresario sacó en arriendo una oficina en el edificio Henry Faux, en la avenida Jiménez, y se compró una camioneta Chevrolet modelo 56. Se dio a la tarea de conseguir socios y contratos. Para lo primero, llamó a dos de sus amigos de pupitre: René Salazar Montoya y Enrique Santamaría Hermida. Para lo segundo, comenzó a aceptar obras en zonas de violencia donde nadie se atrevía a trabajar. Y bautizó la firma como Organización Luis Carlos Sarmiento Angulo, por ser el socio mayoritario.

La suerte de esa constructora cambiaría poco tiempo más tarde. En 1961, el Distrito impulsó un plan para la creación de vivienda de clase media. Sarmiento se metió de inmediato en esa apuesta y con su primera urbanización, El Paseo, se convirtió en el líder y el pionero de ese nuevo mercado. En 1966 creó Las Villas, los barrios insignes de casas uniformes que muchas familias bogotanas asocian con él.

El negocio de la vivienda era muy próspero, pero a su vez requería de enormes esfuerzos de financiación. Y esa es una tarea bien complicada. De hecho a Luis Carlos Sarmiento el Banco de los Andes le negó el primer crédito que pidió por 4.000 pesos. Para esa época solo las entidades del Estado podían prestar para comprar casas. Pero esa realidad cambió cuando en 1970 Misael Pastrana se inventó el Upac. Con ese sistema el país les abrió las puertas a los particulares para financiar la vivienda. Y poniendo sobre la mesa una dificultad y una oportunidad, Sarmiento llegó a una conclusión sencilla: tenía que tener su propio banco.

En un principio la idea sonaba muy bien. Pero la ejecución de ese sueño tenía grandes complejidades. Como él mismo cuenta "En ese entonces nadie vendía bancos. El gobierno no daba permiso para que se abrieran nuevos y los que los tenían no querían salir de ellos". Fue así como Sarmiento decidió crear entonces la Corporación de Vivienda y Ahorro Popular Las Villas. Se dice que el obrero gigante, que era el logo de esa compañía y una de las marcas más recordadas del país, fue creado por él.

La oportunidad de adquirir el banco no tardó tanto. Y en 1972 se le presentó de frente un paciente en cuidados intensivos. Su hermano Guillermo fue nombrado director del Banco de Occidente, que estaba al borde de la quiebra. Luis Carlos Sarmiento empacó maletas y se fue para Cali. Visitó a casi todos los socios y se hizo al 50 por ciento de las acciones. El negocio fue redondo. "Como estaba tan mal, compré las acciones por el 70 por ciento del valor nominal, lo organizamos y cuatro años después ese banco tenía un multiplicador de dos veces o dos veces y medio su valor en libros", le dijo Sarmiento a SEMANA hace dos años. A esa jugada maestra, el industrial la describió en su oportunidad como un "mérito de la contabilidad". Curiosamente, como el Banco de los Andes fue absorbido por el de Occidente, Sarmiento terminó siendo dueño de la corporación que le negó un préstamo por primera vez.

Con el Banco de Occidente, Sarmiento se volvió un jugador importante en el sector financiero. Pero en ese momento la participación que logró no era muy significativa porque con esa adquisición apenas se quedaba con el 2 por ciento del sistema financiero. Dos años después creo Corfiandes, que hoy es Corficolombiana, la principal holding del magnate, que tiene inversiones en 65 empresas en los sectores de energía, infraestructura, hotelería, agroindustria y minería, entre otros.

Pero Sarmiento tenía en mente algo mucho más grande. En 1982 dio la batalla más grande de su vida que, aunque lo dejó exhausto, lo posicionó para pasar de ser uno de los hombres más ricos de Colombia a uno de los hombres más ricos del mundo. El Banco de Bogotá era el segundo más importante del país, después de Banco de Colombia, con un 12 por ciento del mercado. Sarmiento, que había estado al acecho de presas más grandes en el sistema financiero, preparó el ataque. La primera etapa era comprar las acciones del Grupo Mayagüez, que tenía el 21,7 por ciento de la entidad. A cambio les entregó la joya de la corona de sus activos en construcción: los terrenos donde hoy funciona el Centro Andino y cuatro pisos del edificio del Banco de Occidente.

Y ahí arrancó el duelo de titanes que habría de librar con José Alejandro Cortés por el control del banco. Cortés, reconocido unánimemente como el gran caballero del mundo empresarial, era el accionista mayoritario con una participación del 27 por ciento. El líder del grupo Bolívar siempre había sido un extraordinario empresario de muy bajo perfil que había convertido al banco en una de las instituciones más prestigiosas de Colombia. Las guerras eran ajenas a su temperamento, pero la aparición de Luis Carlos Sarmiento, tal vez el más exitoso guerrero del último medio siglo y de quien se decía en ese momento que tenía una energía de bulldozer, lo obligó a ir contra su naturaleza. Los dos comenzaron a comprar acciones del banco a precios cada vez más irracionales. Las acciones que al comienzo estaban en 50 pesos llegaron a costar hasta 500 en la última étapa en que se definía quién se acercaba más al 51 por ciento. En esa puja el Grupo Bolívar llegó a tener el 47 por ciento del banco y Sarmiento Angulo el 45 por ciento. Sin embargo, la balanza se inclinó a favor de Sarmiento por cuenta de que Cementos Samper, que formaba parte del Grupo Bolívar, tenía el 8 por ciento de las acciones del banco y estaba en concordato. Eso produjo una intervención del Estado y una serie de movidas que desembocaron en que las acciones de Cementos Samper y el control del banco quedaran en manos de Sarmiento.

La expansión

La década de los noventa le permitió consolidar su emporio financiero. Durante el gobierno de César Gaviria se tomaron medidas para volver a privatizar varios de los bancos que habían sido nacionalizados durante la crisis financiera de comienzos de los ochenta. Una de esas entidades fue el Banco del Comercio, fundado por un grupo de comerciantes organizados en Fenalco. El Banco de Bogotá participó en el concurso público que realizó el Fogafín para la venta de la entidad en el que presentó una oferta que superó a la de Fenalco, su principal competidor, que estaba muy interesado en quedarse nuevamente con esa institución crediticia. Los dos bancos se fusionaron un año después. A comienzos de los noventa también incursionó en un sector que comenzaba a abrirse paso en el país: las administradoras de fondos privados de pensiones. Sarmiento creó Porvenir, que hoy es la que más afiliados tiene a este régimen.

Pero como las oportunidades están para agarrarlas en el momento en que se presentan, Sarmiento tomó nuevos aires y siguió sumando más bancos a su portafolio. El gobierno de Ernesto Samper siguió adelante con la privatización de la banca. Una de las entidades que quedó en fila fue el Banco Popular. Aunque se convocó a un proceso público donde los interesados podían presentar sus ofertas, solo se presentó la del banquero. Los demás inversionistas desistieron de participar porque se ahuyentaron por los problemas del banco, relacionados con la fuerte presencia sindical y la excesiva concentración de depósitos y créditos. Posteriormente, compró la Corporación de Ahorro y Vivienda Ahorramás que fue fusionada con Las Villas.

Con estas nuevas adquisiones, decidió crear a finales de los noventa el Grupo Aval, una holding que maneja todas las inversiones de sus entidades financieras y que hoy controla los bancos de Bogotá, Popular, AV Villas, de Occidente, Corficolombiana, Porvenir y Leasing de Occidente, así como varias filiales y agencias en Panamá, Miami, Nueva York, Nasáu y Barbados. A través de Corficolombiana, hoy tiene participación en 65 empresas de todos los sectores económicos desde minería e infraestructura hasta agroindustria y hotelería.

Luis Carlos Sarmiento tiene en la actualidad 79 años. A los 23, renunciando a la posibilidad de una beca en Harvard, decidió independizarse con 10.000 pesos de capital y jugársela toda para no volver a ser empleado nunca. Posiblemente ni siquiera él pensó hasta dónde llegaría. Hoy no solo es el constructor más grande del país, sino que controla más del 30 por ciento de la banca. Esta tajada del sistema financiero de un país no la tiene casi ningún individuo en el mundo capitalista. Sesenta y dos mil personas trabajan para él, 47.000 en Colombia y 15.000 en Centroamérica, donde recientemente compró el banco BAC Credomatic. Su grupo paga el 3 por ciento del impuesto de renta del país y uno de cada 50 bogotanos vive en una casa hecha por él. Y ahora, con la compra de la Casa Editorial El Tiempo, el conglomerado financiero y de construcción aspira a convertirse también en un conglomerado de medios de comunicación.

Pero Sarmiento no solo produce dinero, sino que también lo invierte en obras filantrópicas. No todos los feligreses que se agolpan los domingos en la iglesia del 20 de Julio, una de las más tradicionales de Bogotá, saben que uno de sus más fervientes patrocinadores es este banquero junto con su hermano, monseñor Enrique Sarmiento. En el sector de la educación es uno de los principales padrinos del programa de becas de Colfuturo. Gracias a sus aportes, 1.300 profesionales colombianos han realizado estudios en el exterior. En 2008 realizó una donación por 18.000 millones de pesos para la construcción del edificio de Ciencia y Tecnología de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional, el alma máter donde hizo sus estudios. Además ha realizado donaciones para el Hospital Universitario San Ignacio, la unidad de recién nacidos del Hospital Simón Bolívar y una sala de cirugías del Cardio Infantil a través de su Fundación. La más reciente donación fue la entrega de una ciudadela de 400 apartamentos para las familias damnificadas por la ola invernal.

Cincuenta y seis años de trabajo sin tregua le han producido a Luis Carlos Sarmiento una fortuna que, según la revista Forbes, asciende a 12.300 millones de dólares, lo que lo posiciona como el número 64 de los más ricos entre los 7.000 millones de habitantes que tiene el planeta. En el mundo de los megarricos, apellidos como Rockefeller, Onasis, Ford y Getty han sido eclipsados por los apellidos Sarmiento Angulo. La dinastía que él ha creado va para largo y está en buenas manos. Tiene cuatro hijas mujeres y un heredero varón que lleva su nombre. Este último, que se desempeña en la actualidad como presidente del Grupo Aval, ha sido formado en la escuela estricta, austera y espartana que impone su padre. Luis Carlos Jr. ha dejado claro que da la talla para manejar el imperio que va a heredar. Si su padre arrancó con 10.000 pesos y llegó a 12.300 millones de dólares, nadie sabe hasta dónde podrá llegar la segunda generación de la fortuna más grande de Colombia.